Una mañana las calles se convirtieron en pesadilla: un dinosaurio esquelético se paseó por casi todo el pueblo, sembrando el miedo y el pánico entre la población. Detrás de sus pasos, que hacían temblar el piso como si estuvieran cayendo potentes bombas, quedaban autos aplastados, bicicletas retorcidas, motos descuajaringadas, toldos arrancados, carteles, árboles y postes caídos, cables eléctricos chisporroteando peligrosamente, veredas hundidas, asfalto quebrado y canteros destruidos. La gente corría despavorida para cualquier rumbo siempre que fuera lejos del alcance de la amenaza del siniestro saurio, y en su desesperada huida se chocaba entre sí, pasándose por encima no pocas veces. La policía, en su inútil afán por detener al monstruo, gastó toda la artillería que tenía disponible, pero nada pudo detenerlo. Hasta que, cerca del mediodía, entre los bomberos y los soldados del destacamento militar de la ciudad vecina pudieron enlazarlo con gruesas cuerdas.
Ahora, con las patas abulonadas al piso y los brazos sujetados a dos grandes columnas de concreto con cables de acero, se cree que ya no volverá a escapar del museo.
EL DINOSAURIO por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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