Sor Virginia estaba asomada en la ventana del segundo piso de un convento carmelita, del cual se omitirá el nombre a fin de evitar el escracho público, apreciando el alboroto que hacían los pajarillos que revoloteaban entre los árboles en aquella agobiante tarde de enero cuando en la vereda del otro lado de la calle un hombre que iba pasando se detuvo bajo la sombra de uno de los árboles y empezó a desvestirse. Horrorizada, la monja se cubrió los ojos inmediatamente, pero por entre los dedos vio que el hombre se arrancaba la corbata, el saco, la camisa, los zapatos, los pantalones y las medias, quedándose apenas de calzoncillos apoyado contra el tronco de un árbol, visiblemente abatido por el calor infernal. Como se puede apreciar, sor Virginia no le perdió pisada.
Pero ¿y ahora qué? ¿acaso pensaría quedarse allí, medio desnudo, para escándalo de la comunidad? Claro que no. Por eso mismo es que, tomando coraje, sor Virginia se llevó dos dedos a la boca y silbó bien alto para llamar la atención del degenerado. El hombre levantó la cabeza y empezó a buscar con la mirada confundida al emisor del silbido; en ese momento sor Virginia, tras un chistido, le avisó:
¡Eh, acá arriba!, mire que escuché en la radio que hoy va a hacer más calor todavía. Después volvió a fingir que se cubría totalmente los ojos.
SOR VIRGINIA por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.
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