domingo, 3 de enero de 2021

DON ESTEBAN Y LA PERDICIÓN DEL TANO GIUSEPPE

 Estaba don Esteban El Sabio, de tardecita, sentado en la plaza tomando fresco cuando tres señoras pasaron por él. 

   ¿Tomando fresco, don Esteban?, le dijo una. 

   Acá estamos contemplando la vida, ¿y ustedes qué cuentan?, preguntó él. 

   Estirando un poco las piernas, dijo otra. 

   ¡Ah, eso es muy bueno para la salud!, siempre que no les pase lo del tano Giuseppe, dijo. Las señoras, que no conocían a ningún tano Giuseppe ni la tal historia, se detuvieron. 

   ¿Y quién es ese tano Giuseppe, que nunca oí hablar de él?, preguntó una. 

   El tano Giuseppe, dijo don Esteban, era un inmigrante viudo italiano, que llegó por mi pueblo con sus dos hijos a cuesta huyendo de la guerra, allá por el cuarenta y tantos, cuando yo era un gurito apenas. Al terminar de decir esto, el viejo se arrimó a un extremo del banco porque notó que a las señoras les había picado la curiosidad. Entonces cuando ellas se sentaron don Esteban continuó: 

   Al tiempito de haber llegado, el tano agarró fama de Don Juan porque no dejaba de arrastrarle el ala a cuanta mujer le diera rienda. Para mí que el pobre tano estaba apurado para encontrarle madre sustitutiva a sus hijos, pero ya sabrán ustedes que las malas lenguas tienen tendencia de exagerar demasiado y lo de Don Juan cayó como un manto negro sobre la humanidad huesuda del tano, pues ni después que una gringa hija de polacos llamada Lilka le echó el lazo se la pudo sacar de encima, la cruz del apodo ya estaba amoldada a su lomo. Y como se dice que en pueblo chico el infierno es grande, basta una chispita de sospecha para que se produzca un incendio, porque una vez que se corre la voz el exagero es algo inevitable, y cada boca va agregando un poquito y otro poquito, y de poquito en poquito se hace un grande. De manera que la polaca nunca dejó de desconfiarle al tano. Pero a pesar de todo, el matrimonio tuvo otros tres hijos y la pareja continuó junta hasta la vejez. Para esa época, el tano empezó a quejarse se algún achaque típico de los viejos, con lo que fue a ver al doctor y éste le recomendó que se cuidara con las comidas grasosas y que por las tardecitas saliera a estirar las piernas. Y eso a la Lilka no le gustó ni un poco porque sabía que a los lobos aunque se le cayeran los pelos nunca pierden las mañas. Pero Giuseppe insistió en que le interesaba cuidar su salud y que no jodiera con lo de los lobos que él ya no estaba para esos trotes. 

   No señora, voy a salir a estirar las piernas le guste a usted o no, le dijo, lleno de determinación, el día que iba a empezar la caminata. Pero ella, apuntándole con dedo amenazador, le advirtió: 

   Yo te voy a dar a vos estirar las piernas. Mirá que por acá todo se sabe. Donde pisés el palito te tiro los trapos a la calle, viejo sotreta. Pero el tano no le hizo caso y salió a estirar las piernas como le recomendó el doctor. 

Pues así, los días salía a la tardecita y como rodeaba todo el pueblo, llegaba de noche. Entonces las lenguas afilaron las puntas y se volvió a hablar del tano Giuseppe. Todo porque en las afueras del pueblo vivía una fulana de vida alegre llamada Luna Victoriega, justo en el camino del tano. Alguien muy malicioso ató cabos e hizo un nudo que tomó proporciones casi catastróficas. No bien la Lilka se enteró del asunto, fue directo a ver a una curandera, que no solo curaba como jodía también; a la vuelta, la esposa desconfiada llegó con un paquetito misterioso dentro de la bolsa de las compras. Ese mismo día, de tardecita, apenas el tano salió a estirar las piernas, la Lilka salió al patio y colgó un muñeco de trapo en el cordel, vestido tal cual el tano había salido, pantalón verde, camisa blanca y sombrero de paja. Después le echó un baldazo de agua y le colgó de las piernas dos plomadas, pero como le pareció poco, aunque la curandera le había dicho que no exagerara con el peso, le sacó las plomadas y en su lugar puso dos piedras bien pesadas. 

   Ya va a ver ese, dijo, achicando los ojos, si quiere estirar la piernas se las voy a dejar más largas que lengua de camaleón. 

Justo en el momento en que la Lilka preparaba el gualicho, el tano pasaba debajo de un eucalipto. De pronto le dio un acceso de tos que lo hizo encorvarse, pero cuando levantó la cabeza una rama le aplastó el sombrero. El tano se llevó un susto tan grande que soltó un "¡epa!" que hizo salir a la gente que vivía en un rancho junto al árbol. 

   ¿Qué hace, mi amigo?, le gritó un viejo, que alertado por el grito se había asomado a la puerta, al verlo enredado con los gajos más altos del eucalipto mientras un gurisito junto a él, tironeándolo de la bombacha, le decía que le pidiera al "lungo ese" que le bajara el barrilete que el día anterior se le había enganchado en la copa del árbol y la hermanita, por el otro lado, que mejor le pedía para bajarle un nido de hornero para pintar con los colores de Boca y ponerlo en la galería. Pero el tano estaba tan asustado que salió a las zancadas levantando polvo por la calle de tierra sin oír lo que desde allá abajo el viejo le decía, con lo que en la esquina siguiente se enredó en los cables eléctricos, arrancando varios postes de raíz y dejando medio pueblo sin energía. Pero el tano, enloquecido de susto, imaginen ustedes, siguió corriendo y corriendo, hasta que llegó un momento en que las piernas se le habían estirado tanto que se le hicieron demasiado pesadas, entonces se quedó plantado donde había parado. Pero las piernas del tano siguieron estirándose y estirándose sin parar y al rato atravesó las nubes, con lo que empezó a tiritar de frío y a maldecir por no haber salido con una campera por lo menos y para peor de males en seguida el poco aire le dificultó la respiración y a embotársele los pensamientos, fue cuando vio la luna, gigante como una carpa de circo vista por una hormiga. 

   Mientras tanto abajo, todo el pueblo había rodeado las piernas del Tano Giuseppe. Los camiones de los bomberos se estacionaron al lado de los pies y estiraron las escaleras hasta donde les fue posible y le enlazaron las piernas con sogas y lingas de acero y las ataron a tractores y a varias máquinas champion de la intendencia con el fin de hacerlo caer. Para todo esto, a pesar del hostigamiento del clima riguroso de las alturas y de lo que pasaba abajo de las nubes, el tano, extasiado por la luna descomunal que le iluminaba la cara casi cristalizada de hielo, ni cuenta se daba que estaba muriendo. Bueno, la cosa es que de tanto tironear llegó un momento en que las piernas del tano empezaron a ceder y a ceder hasta que el cuerpo se vino abajo. Y allá fue todo el pueblo en caravana, hasta donde estaba su cabeza. Cinco minutos después de alcanzada llegó la polaca Lilka, que apenas lo tuvo a tiro al marido, entre ademanes exagerados, le preguntó: 

   ¡¿Qué has hecho, hombre de Dios?! El tano, medio zonzo golpazo y sonriendo como un botarate, respondió:  

   No te dije Lilkita, que había salido a estirar las piernas. Pero la mujer, no conforme con la respuesta y queriendo saber más, le preguntó qué había estado haciendo por ahí, además de estirar la piernas, entonces el tano, aún extasiado por la imagen del satélite lunar, simplemente le dijo: 

   Fui a ver la luna. ¡Para qué le habrá dicho aquéllo! La polaca al escuchar eso se puso roja como un tomate y empezó a arrancarle las pocas greñas que le quedaban al pobre tano mientras le gritaba: 

   Y todavía tenés la desfachatez de decírmelo en la cara, viejo sotreta. No te digo yo que donde hubo fuego cenizas quedan, pero si ya lo sabía yo que eso de estirar las piernas era puro grupo, lo que vos querías mismo era ir a encontrarte con la Luna Victoriega esa, viejo zorro. Menos mal que estaban rodeados por una multitud, sino el tano, además de estirar las piernas, hubiera estirado las patas en las manos de su esposa enfurecida. Pero bueno, después la cosa se aclaró, con lo que la polaca descolgó el muñeco y las piernas del tano volvieron a la normalidad, pero eso sí, enseguidita se olvidó de la estirada de piernas. 

   Justo cuando don Esteban terminó de narrar la historia del tano Giuseppe, el reloj de la iglesia marcó las siete de la noche y la luna llena ya se insinuaba en lo alto del cielo estrellado. 

   ¡Ajá!, dijo, al verla aparecer, allá viene ella, la perdición del tano Giuseppe. 

                                                                         

Licencia Creative Commons
DON ESTEBAN Y LA PERDICIÓN DEL TANO GIUSEPPE por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.

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