jueves, 4 de marzo de 2021

¡POBRES NIÑOS!

 En un principio me sorprendí y hasta llegué a creer que alguien, algún demonio quizás, los hubiera cambiado por otros, el mismo tipo de letra no me dejaba concluir más allá de eso. Lo cierto es que como se me ocurrió leerlos en el sótano mismo, tuve cierta desconfianza de no encontrarme solo, ¿algún demonio quizás? Un amago de escalofrío se me insinuó en el espinazo, pero echándole un vistazo más detenido a todo el recinto me deshice de la infundada desconfianza, no había realmente ningún lugar, ningún mueble o caja donde pudiera esconderse nadie, a no ser que fuera un demonio. 

   ¡Mierda!, exclamé bien alto, al volver a asociar mis incertidumbres a un maldito demonio. Subí y tranqué bien la puerta, nunca se sabe, ya ven que lo del demo no me había abandonado por completo. 

   No sigas con esa pelotudez, Francisco, me dije, sino a la hora de irte a dormir eres capaz de mirar debajo de la cama. Pero todo era muy raro; yo vivo solo y el sótano está siempre con trancado y hasta tuve que buscar la llave un buen rato porque no sabía dónde la había puesto. Ya en mi escritorio, volví a examinar los viejos cuentos que por no interesarle a ningún editor en la época habían ido a parar al sótano; no es el caso actual donde me piden cualquier cosa, lo que hace la fama. Para resumir, los niños de los cuentos, eran todos cuentos para niños empecemos por aclarar, ya no eran los tiernos infantes que hacían inocentes travesuras, sino que habían llegado a la pubertad y ahora eran malvados adolescentes capaces de las mayores atrocidades. El pequeño Jacky, que tantos cuidados prodigaba a los cerditos que criaban en la granja, resulta que ahora los había hecho engordar alimentándolos con sus padres a los cuales descuartizó, en un ataque de ira asesina, con un hacha. La dulce Sally ya no jugaba más a las muñecas, al contrario, se había transformado en una aprendiz de bruja que había secuestrado a los bebés de los Carson, y a los cuales estaba a punto de asar en el horno, con una manzana en la boca, como a los lechoncitos de navidad. ¡Y el crimen macabro perpetrado por los mellizos Mc Carty contra la viuda Miles, entonces! No, no voy a contar nada más porque lo que sigue es más tremendamente demencial, y solo de pensar en ello ya me causa repugnancia. Lo cierto es que prendí la estufa a leña y tiré el maldito cuaderno al fuego donde ardió con una llama más roja que el fuego, como si el fuego estuviera hecho de sangre; juro que esperé oír gritos horripilantes saliendo de las llamas, pero solo fue una sugestión por lo que acababa de leer. Mientras el cuaderno se consumía, se me dio por atribuir los drásticos cambios en la composición de los cuentos al tenebroso ambiente del sótano, tan húmedo, polvoriento y lleno de telarañas como estaba, quién no cambia de carácter, enloquece o se vuelve esquizofrénico en un lugar así. ¡Pobres niños!, la culpa ha sido toda mía. Por la noche lo ocurrido no me había abandonado aún, ¡y cómo podría!, porque cuando me fui a dormir, por las dudas miré debajo de la cama. 

                                                                        

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¡POBRES NIÑOS! por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.

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