martes, 1 de junio de 2021

EL PASTOR DE OVEJAS



Cuando el pastor de ovejas se enteró, en la página cinco del primer capítulo, que la hija del rey, de la cual estaba perdidamente enamorado, aceptó casarse con el príncipe heredero del reino vecino, por un lado sufrió como sufre todo enamorado pero por otro no tenía cómo no agradecerle al autor, Benjamín Arbelloa, que se lo hiciera saber luego en el inicio. De modo que si él (el escritor) tenía pensado continuar haciéndolo sufrir como un perro hasta el final del libro, pues se quedaría con las ganas. 

   El pastor esperó pacientemente que Benjamín Arbelloa se ausentase por un momento. No faltaba mucho, estimó, pues el escritor ya presentaba signos de cansancio: bostezaba y cada vez con más frecuencia arqueaba el cuerpo, a fin de estirar los músculos. Cuando finalmente el escritor abandonó la escritura, el pastor saltó de la página rápidamente y se puso a arrastrar el cuaderno con todas sus fuerzas hasta hacerlo llegar a la chimenea humeante, donde lo condenó a las cenizas del olvido.

   Después buscó refugio en uno de los tantos libros apilados en la biblioteca. 

   Por su mente vagaba la esperanza de encontrar un amor verdadero en uno de ellos. 

   Pero ni siempre las cosas salen como uno lo planea, o como suele decirse: una cosa es lo que piensa el burro y otra, el que lo arrea. La cuestión es que el pastor era analfabeto, con lo que, de haber leído la contraportada, jamás se habría metido entre la hojas de "El llano en llamas", de Rulfo, donde, en cualquiera de los cuentos en que haya caído, muy bien no le irá. 

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