Mmm... Conque todo que lo que toque se convertirá en oro... ¿Estás seguro de lo que dices? Midas no miraba al genio cuando dijo esto, sino que continuó adorando el objeto mágico que aún estaba en las manos del genio, porque lo deseaba más que nada en el mundo; no obstante, mientras en su interior mantenía una aguerrida batalla contra los nervios y la ansiedad, aparentaba una imperturbable serenidad.
¿Cualquier, pero cualquier cosa?, insistió, no conforme con lo que ya le había dicho el genio.
Sí, mi rey, ¡todo!, reiteró el genio.
Lo quiero entonces, dijo Midas, estirando los brazos de manos abiertas, dedos ansiosos y uñas de rapiña hacia el objeto adorado, que según el genio le daría todo el poder del mundo a quien lo poseyera.
Al primer contacto, Midas experimentó una especie de choque eléctrico dentro de su ser que lo obligó a cerrar los párpados por un instante. Cuando los volvió a abrir ya nada fue lo mismo.
Después de ese nuevo despertar, se quedó durante un largo tiempo sin moverse, abrazado al preciado objeto.
Midas pensaba, ajeno a lo que sucedía a su alrededor, a su esposa, próxima a él, al eco de los pasos del genio sobre el piso de mármol, retirándose del palacio, al murmullo de las damas y los caballeros de la corte que lo rodeaban y al vocerío callejero que penetraba por los amplios ventanales, en cosas importantes.
Midas pensaba en los males del mundo; en las enfermedades y en los dolientes; en los enemigos, en la muerte y también en una cura instantánea para lo pernicioso y para todo aquello que abarcara lo que él, únicamente él, considerase negativo y contrario a su manera de ver las cosas, pero sobretodo pensaba en lo que le suponía una enorme incomodidad; éso en primer lugar, antes que la transformación en oro de lo maligno y lo infame en todo el planeta.
Midas salió de aquel éxtasis que lo había atrapado al primer contacto de sus manos con el mágico artefacto, sintiéndose ya no más un rey sino un dios: el Dios Midas.
Después, elevando aquello que consideraba un tesoro inestimable a la altura del pecho, se acercó a su esposa y le dijo:
Mira, mi señora. Palabras en verdad innecesarias, porque su esposa ya tenía los ojos sobre el tesoro, exactamente el mismo tiempo que él llevaba contemplándolo.
Estaba como hipnotizada. Eso pensó Midas, llegando un poco más cerca.
Y más cerca.
Y más cerca todavía.
Y un poco más...
Y cuando estuvo tan cerca al punto de sentir el calor de su piel, Midas sostuvo en la mano izquierda el artefacto de poder mientras que la derecha fue extendiéndola muy, pero muy lentamente paralela al antebrazo izquierdo de su hipnotizada esposa, y cuando la tuvo a la altura del codo, muy, pero muy suavemente, lo rozó con los dedos, como cuando eran novios y ese gesto significaba algo muy distinto que ahora.
MIDAS Y EL ARTEFACTO DE PODER por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.
No hay comentarios:
Publicar un comentario