viernes, 4 de junio de 2021

LA ÚLTIMA COCA-COLA DEL DESIERTO



¡Sí!, estaba en lo cierto, nunca había sido una ilusión óptica. Allí, en medio del desierto, en medio de la nada de las nadas, en aquel inhóspito océano de arena y debajo de ese sol asesino y ese aire inflamado, había encontrado el asentamiento de una tribu de beduinos nómadas. 

   ¡Tanto que había sufrido durante días infernales y noches de hielo, pensando que caminaba atrás de un espejismo!, y, sin embargo, allí estaban las tiendas. Acarició la lona, las panzas de los camellos y la cabeza de unos chiquillos que lo recibieron saltando de júbilo a su alrededor, sintiendo que era lo mismo que tocar la gloria y la salvación. 

   Un viejo beduino barbudo, que estaba sentado detrás de una mesa repleta de quesos de cabra, frascos con yogurt fermentado, paquetes de cigarrillos y de café, cajitas de té y algunas pocas botellas de whisky, le preguntó, con una sonrisa de pocos dientes, qué se le ofrecía. 

   ¡Agua!, dijo el extranjero, escupiendo unos cuantos millares de granos de arena sobre la mesa y la cara del viejo. Éste se sacudió los granos de arena que habían caído en su tupida barba y, sin dejar de sonreír, le dijo que tenía algo mejor que agua, por apenas unos cuantos dólares más. 

   ¿Y qué es?, preguntó el extranjero, escupiendo los últimos cientos de granos que le quedaban en la boca. Esta vez el viejo beduino actuó con prudencia: se atajó con las manos del bombardeo de arena y después respondió: 

   Coca-Cola, _y señaló una hielera de telgopor_, pero solo me queda una lata de 250 ml., aclaró. 

   El extranjero pensó: "Entonces es cierto, no era un cuento; es verdad, la última Coca-Cola del desierto existe". 

   ¡Tome el dinero!, dijo, casi gritando mientras arrojaba los billetes sobre los productos, y enseguida, como exigiendo: 

   ¡La quiero! 

   El viejo guardó el puñado de dólares en una alforja y, estirando un brazo hacia la hielera, extrajo la dicha lata de Coca-Cola. 

   Tenga usted, amigo extranjero, la última Coca-Cola del desierto, dijo, con otra sonrisa. 

   El extranjero casi que se abalanza sobre la lata, pero apenas la tocó, la largó de inmediato: la lata hervía, como recién sacada de un horno. 

   ¡Pero esto está que hierve!, gritó, entre furioso y decepcionado. 

   El viejo beduino entonces se puso a hurgar en busca de algo debajo de la mesa, cuando lo encontró el extranjero vio que se trataba de un cartelito, que enseguida el viejo enterró en un queso de cabra, y en el cual estaba escrito: NO SE ACEPTAN DEVOLUCIONES, en seis idiomas. 

Licencia Creative Commons
LA ÚLTIMA COCA-COLA DEL DESIERTO por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.


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