viernes, 4 de junio de 2021

LA PELOTA



Nunca se aventuraba más allá de los límites del barrio, pero ahora, con la bicicleta que le regalaron para el cumpleaños, podía aventurarse por calles nunca transitadas. Y una de esas calles, que era por la que iba, perdía el asfaltado a metros de la última casa y continuaba y, ya hecha calle de tierra cortando un abierto descampado, llevaba directamente a una villa, donde decían que los niños se divertían de verdad. 

   ¿Qué tan cierto será eso? 

   Y hacia allá se dirigía, pedaleando feliz mientras la madre, en ese momento en el mundo de la luna con la novela de las dos, quizás lo imaginase dando vueltas a la manzana, ablandando la bicicleta como se hace con los autos nuevos. 

   La calle estaba bordeada de altos pastizales, donde se veían caminitos estrechos que llevaban a quién sabe donde y pequeños basureros obstruyendo la canaleta de las zanjas, donde el agua estancada despedía olores  nauseabundos, y en los cuales algunos perros flacos revolvían bolsas de residuos en busca de algo comestible. 

   Antes de llegar a las primeras casillas, a un costado y detrás de la copas de unos árboles que aparecían sobre el pastizal, oyó pelotazos y gritos: gente, seguramente chicos como él, jugando a la pelota. 

    ¡Y con le que le gustaba al fútbol! 

   ¿Faltaría uno? 

   No, de arquero no. 

   En la defensa tampoco. 

   Sí, del medio campo para adelante en cualquier posición. 

   Gracias, chicos, mi nombre es Sebastián.

   Frenó y se puso a escuchar con atención. A unos metros vio un caminito que parecía llevar a la cancha escondida detrás de los árboles. Alzó la bicicleta y saltó la zanja, y unos pasos más adelante la dejó bien escondida entre los pastizales. Después siguió por el caminito. Las voces se oían más claras ahora; perfectamente distinguió entre el barullo un "hijo de puta", un "guacho de mierda", un "andá a cagar", un "andá a buscarla vos" y un "si no vas vos, te cago a trompada". En ese momento se detuvo y espió por entre el pasto: dos chicos, rodeados de otros diez, se peleaban, y entre cabeceos hacia arriba y amagues de trompadas, se daban empujones con el pecho y a cada pechazo se decían lo mismo: "dale, pegá primero", "no, pegá primero vos", "no, primero vos". Y detrás del conflicto se oía una voz que insistía para que alguien fuese a buscar la pelota que había caído "por allá". 

   Y por allá, era donde él estaba. De manera que de inmediato se puso a mirar por todos lados y entonces la vio: una maravilla, nuevita y modelo del último mundial. La que tanto quería para el cumpleaños, pero que su padre le negó bramando: "¡¿Qué?!, con lo cara que está me compro un taladro eléctrico y todavía me sobra para un par de birras!, para finalmente comprarle esa bicicleta usada. 

   Pero ahí estaba la pelota. ¡Y con lo que le gustaba el fútbol! 

   Con la pelota debajo de la remera y pedaleando a mil por hora mientras por veces miraba hacia atrás para ver si aparecía alguien en la calle, se dirigía a su barrio, como si corriera por su vida; ya no oía más ningún "¡dale pelotudo!", ningún "por ahí no, forro, más allá", las últimas voces que alcanzó a oír. 

   Ya a salvo, en la segunda cuadra del barrio, frenó. Tomó la pelota entre sus manos y la acarició bastante, fijándose en los detalles de los dibujos por todo alrededor. No veía la hora de llegar a casa y llamar a los chicos para jugar en la vereda. El otro equipo sería Alemania y él le haría los goles que el huevón de Messi no hizo, y ésto le hizo recordar las palabras de un periodista pelotudo que había escuchado en la tele decir algo así como: "pero si lo tenemos a Messi, el mejor del mundo. Ya ganamos, muchachos, ya ganamos". 

   Volvió a mirar la pelota.  

   ¡Qué linda era! ¡Y con lo que le gustaba el fútbol! 

Licencia Creative Commons
LA PELOTA por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.

   

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