Lo sorprendió justo cuando retiraba la loza mortuoria sobre la tumba. El casero del cementerio había salido al patio, en medio de la madrugada, a echar una meada cuando sintió ruidos extraños en algún lugar del cementerio.
El individuo, acuclillado junto a una lápida, se sacudía la ropa cuando se le tiró sobre la espalda.
¡Te agarré con la mano en la masa, raterito de mierda!, le gritó.
El ladrón no largó ni un quejido siquiera, tampoco opuso resistencia, apenas se dejó estar, aplastado debajo del casero. Ni ante las preguntas de los dos policías dijo algo porque simplemente había perdido el habla, no que se hubiera quedado mudo de repente o porque se le olvidara el idioma que hablaba, sino porque los gusanos ya le habían comido la lengua y los dos ojos.
De esto se dieron cuenta, casero y policías, cuando, llegados estos últimos, el supuesto ladrón de tumba fue dado vuelta y advirtieron que era Porfirio El parrandero, fallecido días atrás, pero que por alguna razón inexplicable había resucitado. De lo que no estaban seguros es si Porfirio regresaba de un paseo de alma penada, y ya volviendo a su última morada fue sorprendido por el casero, o si acababa de salir en ese momento.
Y en esa discusión estaban.
¿Dado un paseo?, preguntó en voz alta uno de los agentes mientras se pasaba una mano por el mentón.
¿Y por qué no?, los zorros pierden el pelo pero no las mañas, opinó el otro agente.
Podría ser, pues era domingo y varios bailes habían estado agitando el silencio nocturno del pueblo hasta clareado el día.
Seguro que al oír el bochinche el Porfirio no se aguantó, por fuerza de la costumbre digo, arriesgó el mismo agente.
¡Claro!, y entonces, revelándose contra el destino, rumbeó para el pueblo, completó el otro.
Pero en ese caso, no creen que alguien hubiera denunciado su presencia, al final, no todos los días se ven fenómenos como este, además, es cosa de asustar a cualquier cristiano, opinó el casero.
Seguramente se ha quedado por las inmediaciones para no asustar a la gente, no ven el estado lamentable en que se encuentra el desgraciado, consideró el agente que habló primero.
Sin embargo, me pregunto yo: ¿cómo iba a encontrar la entrada el infeliz sin ninguno de los dos ojos?, dijo el otro agente y los dos agentes se echaron a reír.
No sé, yo tengo mis dudas, dijo el casero.
¿Cómo así? Sí, ¿cómo así?, preguntaron los agentes.
Lo digo porque puede que solo haya salido de la tumba y al no poder ver nada ni ha salido del cementerio, porque pensemos que de haberlo hecho si no encontró la entrada de los bailes mucho menos iba a encontrar el camino de vuelta, no les parece?
Y en ese dilema se quedaron los tres.
Cuando los agentes aparecieron con el muerto en la comisaría, después de considerar mentalmente algunos aspectos respecto al muerto el comisario exclamó:
¡Esto está más transparente que agua de manantial! Enseguida llamó a uno de los agentes y lo envió a la casa de la madre de Porfirio, encomendándole para que se acercase a la iglesia y le pidiese al cura párroco para rezar otro responso por el muerto, porque según parecía Porfirio una de dos: o no se había enterado que había muerto o no había muerto completamente, con lo que las vibraciones fiesteras aún ejercían alguna influencia sobre él.
Al rato aparecieron los de la funeraria, entonces el comisario despachó el muerto, no sin antes recomendarles:
Y a ver si le echan bastante cemento a la tumba, que la semana que viene es la fiesta del pueblo y no quiero líos.
PORFIRIO EL PARRANDERO por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.
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