sábado, 3 de julio de 2021

EL GALLINERO



   Que quede claro desde ya que yo estaba consciente de que estaba soñando, y dicho sueño transcurría dentro de un gallinero. Un gallinero con altos alambrados tipo prisión, de esos que hacen que lo que está más allá de ellos sea lo inalcanzable. También debe quedar claro que yo no era ni gallináceo ni humano. Puede decirse que era apenas un espectador invisible, una presencia incorpórea que podía oír y ver el desarrollo dentro del gallinero, y de lo poco que podía percibir a través del tejido del alambrado (una sola confusión, poco precisa en lo que se refiere a detalles, hecha de pastizales secos, campos vacíos, cielo incoloro, árboles sin nombres y una casucha destartalada un poco más allá).  

    Cuando di por mí, vamos a decir así sobre el hecho de despertar dentro de un sueño, unos gallos, tres o cuatro, se peleaban con picotazos y espuelazos asesinos, levantando una polvareda de tierra, excrementos secos de autoría propia y algunas plumas que no conseguían llegar al piso nunca. 

   Eso por un lado. 

   Por otro, estaba la causa de las disputas entre los gallos: la gallina nueva, que, arrinconada en el fondo de un cajón de verduras, miraba los acontecimientos a su alrededor con cara de mosquita muerta. Si se sentía orgullosa por ser disputada tan encarnizadamente por esos gallos intrépidos no lo demostraba, pues estaba rodeada de las otras gallinas que, envidiosas, la miraban con ojos ardiendo de rabia, y como serían capaces de cometer un gallinicidio en cuadrilla a la menor provocación por parte de ella (no sé cómo yo estaba al tanto sobre esto, pero los sueños son así: uno sabe sin saber por qué sabe lo que sabe), se mantenía encasillada, cuidándose de no hacer ningún tipo de alarde. 

   Pero no conforme con las miradas fulminantes hacia la nueva, las gallinas empezaron a discutir acaloradamente entre ellas, pasando del cacareo natural a un griterío histérico de los mil demonios, cada vez más estridente. Por lo tanto altamente irritable. Los gallos, quizás por no poder concentrarse en lo que hacían, seguramente se habían ido a pelear a muerte a algún rincón secreto del gallinero, porque no los vi más. Y la cosa fue en aumento, con pinta de extenderse por horas, y con un probable desenlace fatal, ya que ahora las ofendidas gallinas señalaban a la nueva con la punta de sus alas con demasiada frecuencia. En fin, llegó un punto en que no aguantando más aquella vorágine cacaril reventándome los tímpanos, me dije: ¡basta ya! ¡Esto ya no es un sueño, es una pesadilla!, y entonces desperté.

   Pero la batahola continuó; ahora, con clara voz de gente, y venía de la cocina. Allí, mi abuela, la tía Cirola, Juana Salazar y la hija, la Dora, en acalorada discusión, le sacaban el cuero sin piedad a la vecina nueva que se había mudado al barrio la semana pasada. 

Licencia Creative Commons
EL GALLINERO por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.

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