lunes, 14 de septiembre de 2020

LA ÚLTIMA VACA


La vaca pastaba plácidamente cerca del acantilado; su lengua se enroscaba en el abundante pasto jugoso y lo arrancaba con fuerza y lo masticaba con deleite. De cuando en vez levantaba la cabeza y observaba con cierto recelo a la treintena de hombres que la vigilaban desde todos los ángulos; eran sus cuidadores guardianes que, cercanos los unos a los otros, formaban un semicírculo a su alrededor. Con el acantilado no necesitaban preocuparse, de eso se encargaba el instinto natural del animal. Con todo, el mismo instinto le decía a la vaca que su hora estaba llegando y que no faltaba mucho. Desde hacía mucho tiempo que no veía a ninguno de sus congéneres, y ese era el principal motivo para sospechar algo raro en el ambiente. Además, estaba lo de esa mañana; unos hombres vestidos de blanco desde la cabeza a los pies se le habían acercado, la midieron con cintas métricas y después la obligaron a subir a una balanza. 

   Quizás por ser tantas las generaciones de convivencia junto a los humanos a los cuadrúpedos hayan adquirido algún tipo de sentido de la vida que, por la imposibilidad natural de poder transmitirlo verbalmente, los hombres nunca han sido capaces de descifrar; y ese sentido podría decirse que se parece mucho a lo que el hombre llama dignidad, porque en un cierto momento la vaca se acercó al borde del acantilado, observó por última vez a los hombres y se arrojó al vacío, muriendo dignamente. 

LA CONFIRMACIÓN


Juan andaba en el fondo de la casa acomodando unas herramientas cuando escuchó detrás suyo una voz:  

   ¡Hola Juan! 

   Era su amigo Cacho, con el cual estaban haciendo una changa, momentáneamente parada por falta de material. 

   ¡Ah, sos vos!, qué tal Cachito, dijo Juan, con cierta sorpresa. 

    Vine a ver si la señora de la casa confirmó lo de los materiales, dijo Cacho, que como siempre andaba escaso de fondos y quería saber si la dueña de la obra ya había comprado los materiales para continuar con el trabajo. 

   Hasta anoche nada, pero quedó en comprar el material de un momento a otro. Me dijo que me confirmaba hoy. Vamos a ver qué pasa, respondió Juan que, como su amigo, también andaba a los saltos. 

   ¡Qué joda! Estaba esperanzado de conseguir un dinero para este fin de semana, pero si todavía no te confirmó nada... , se lamentó Cacho. 

   Yo también estoy así, porque tengo que confirmar la fecha del catecismo de la nena. El día se me viene encima y no tengo ni para una miserable fiestita siquiera. Cosa poca, para los íntimos nomás, pero ya sabes, todo cuesta un ojo de la cara y a cada día las cosas están más caras, se quejó Juan, contrariado.

   ¡Y bue, qué se le va a hacer!, dijo Cacho, desconsolado porque veía diluirse en el aire húmedo de la mañana los planes que tenía para el sábado a la noche junto a su novia. Insistió, antes de marcharse: 

   Bueno, Juan, confirmame apenas la dueña te confirme la compra del material. 

   Sí, no te preocupes Cacho, te confirmo apenas la señora me confirme a mí, le dijo Juan. 

   Bueno, entonces me voy, Juancito, tengo que hacer algunas cosas, dijo Cacho. 

   Está bien, Cacho. Te acompaño hasta el portón, le dijo Juan. 

   Ya en la vereda, Juan saludó a algunos vecinos que barrían la vereda de sus casas y se despidió de su amigo, que una vez más le recordó lo de la confirmación del material. 

   Sí, quedate tranquilo Cacho, te confirmo, dijo Juan. 

   Hola, Juancito, escuchó Juan, a un costado. Ahora doña Matilde, la vecina viuda de al lado, que salía de su casa. 

   Buen día, doña Matilde, ¿cómo anda?, la saludó sonriendo.

   Acá andamos, confirmando que los perros no me hayan roto la bolsa de la basura, se quejó la viuda.

   ¡Ah, esos perros! Siempre igual. Bueno, hasta luego doña Matilde voy a seguir haciendo algo en el fondo, se disculpó Juan. 

   Hasta luego, Juancito, dijo la viuda, mientras inspeccionaba las bolsas. 

   Luego de cerrar el portón, Juan experimentó algo extraño, una rara sensación que no supo explicar porque no encontró el motivo que lo llevara a sentirse así. Al entrar a la casa vio que su esposa ya se había levantado y ponía la pava para el mate en el fuego.

   Buen día, mi amor, la saludó Juan con un beso.

   Buen día, cariño. ¿Qué quería Cacho?, le preguntó ella. 

   Quería saber si la señora de la obra ya había comprado el material para continuar el trabajo. A propósito, vos que entendes más que yo la compu, ¿podrías ver en internet cómo estará el tiempo para el fin de semana?, mientras yo preparo el mate, dijo Juan.

   Claro, ya te lo confirmo, respondió su esposa, encaminándose hacia la computadora. 

   De repente dentro del cerebro de Cacho algo hizo "click". 

   ¡Listo! ¡Era eso!, exclamó Juan, al descubrir lo que le estaba atormentando desde que cerrara el portón: las reiteradas repeticiones de las palabras emparentadas del verbo confirmar. Se preguntó cuántas veces las había oído esa mañana y cuántas veces más habría de oírlas durante el resto del día. Pero ¿por qué razón? De momento no lo sabía. 

   Confirmado, mi amor, hará buen tiempo el fin de semana, le dijo su esposa. 

   Espero que no se equivoquen esos meteorólogos, comentó Juan, mientras lo de "confirmado" dicho por su esposa le rebotaba en el cerebro como una pelotita de ping pong. 

   Si queres lo confirmo en otra página, dijo su esposa, reiterando lo que tanta pesadumbre lo afligía. "De nuevo la palabrita insistente", pensó Juan, y fue a contarle a su esposa lo que le sucedía con la palabra confirmación y sus variantes. 

   Ella le respondió que era apenas una casualidad.

   Es como cuando en la lotería se le da por salir determinado número durante unos dí­as seguidos y después otro número toma su lugar, nada más que eso, le dijo ella. 

   Juan pensó que su esposa tenía razón y se olvidó del asunto por un momento. 

   Pero durante el todo el día volvió a escuchar confirmar, confirmo, confirmación, confirmado, confirmaría, se confirma, etcétera, una y otra vez. En la televisión, en la radio y a su alrededor. A través del tapial en la voz de un vecino, en una canción que sonaba desde alguna casa cercana, por el parlante de un vendedor de verduras, que insistía para que las vecinas se acercaran al camión para confirmar lo fresca que estaba su mercadería, en un cartel de un avión propaganda, donde se veía escrito "¡Confirmemos ya!", instando a la población para reunirse en un acto público para alguna cosa en la plaza central del barrio. Después la hija, queriendo que le confirmara sobre la fiesta y cuando, a la noche, quiso abrir su correo electrónico la computadora le pidió confirmar la seña. Ya a esa altura Juan creí­a que la maldita palabra era la señal de algo fatal que le ocurriría a la medianoche, aunque ignoraba el porqué del antojo del horario. Claro, que no le contó a su esposa su inquietud, porque imaginó que ella le diría que estaba paranoico sin ninguna razón, más aún con lo de "medianoche". Seguro que le diría que era por su gusto por las películas de terror, donde lo peor siempre ocurre a esa hora. Pero sea lo fuere que le ocurriera no lo iba a sorprender dormido: lo esperaría despierto. 

   No señor, se dijo, envalentonado. 

   A las once y media fue a la sala para apagar el televisor. 

   "... y el presidente de la nación confirmó su visita a los Estados Unidos...", decía un periodista.

   ¡Por favor! ¿Hasta cuándo?, reclamó Juan y se dejó caer en el sofá, desconsolado. Se preguntaba qué podría ser lo que le ocurrirí­a esa noche, aunque en lo más recóndito de su mente pensaba en la muerte, ¿influencia de las películas de terror?, "puede ser", pensó. De pronto sintió olor a humo de cigarrillo, pero nadie fumaba en su casa, ¿sería que a su hija se le había dado por fumar a escondidas, o quizás fuera un ladrón merodeando por el patio? Pero cuando se disponí­a a inspeccionar la casa, se percató que no estaba solo en la sala. Giró su cabeza rápidamente y detrás suyo, en uno de los banquillos del bar, cómodamente sentada, estaba La Muerte. Fumaba un cigarrillo y se había tomado el atrevimiento de servirse un whisky. Parecí­a estar escribiendo algo en una planilla. Juan, boquiabierto y presa del miedo, no atinó a decir nada ni a moverse del lugar, entonces ella, sin apartar la vista de la planilla, con naturalidad le dijo: 

   ¿Seguro que estás pensando que llegó tu hora, o me equivoco?

   Juan, medio atragantado, consiguió decir que sí. 

   Bien, tengo una buena noticia, aunque no deberí­a ser buena sino mala porque tu vida es una mierda y lo mejor que te puede pasar es morir, pero bueno, la buena noticia es que no, no te llegó la hora...  aún, le dijo La muerte. 

   Juan exhaló un suspiro de alivio, y, medio repuesto del susto, le preguntó a la oscura entidad: 

   Entonces, ¿qué ha venido a hacer aquí? 

   La Muerte tomó un sorbo, apagó el cigarrillo en el resto de whisky que quedaba en el vaso, guardó la planilla debajo de su túnica y, mirando al pálido Juan con una sonrisa desdentada, respondió: 

   Trabajo de rutina, solamente vine a confirmar tu dirección, y en seguida se esfumó en el aire. 

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MARIELA


Bienvenido, finalmente, pudo abrir el diario en la sección deportiva. Se sentó a sus anchas en el jardín dispuesto a aprovechar que Mariela, su esposa, le dio un respiro al ir a visitar a una prima enferma en la ciudad vecina. Bienvenido sonrió feliz de la vida, hoy tenía todo el tiempo del mundo para leer sobre su tema predilecto como a él le gustaba y consideraba que debían leerse las noticias del mundo deportivo: solo y tranquilo. Sin embargo, por un cierto momento Bienvenido esperó el retorno de Mariela, no sin razón pues en más de una ocasión Mariela había salido y al rato con una excusa cualquiera había vuelto tras sus pasos, y ahí, ¡adiós suplemento deportivo! Pero pasados cuarenta largos minutos, consideró que esta vez nada haría volver a Mariela. Con la satisfacción estampada en el rostro Bienvenido desplegó el diario, justo cuando sonaba la campanilla. 

   El corazón le bombeó con fuerza y, pensando en Mariela, exclamó: ¡Cagamos, dijo Ramos! 

   ¿Será que esta vez habría extraviado la llave de la casa, por eso llamaba a la puerta? 

   Resignado a su destino de lector deportivo eternamente interrumpido y, por eso mismo desgraciado, largó el suplemento y fue de mala gana a abrirle la puerta a su esposa. Con sorpresa vio que no era ella, sino  un hombre al que jamás había visto en su vida. 

   ¿Qué desea, señor?, preguntó. 

   Le ruego que me disculpe y le interrumpa la lectura del suplemento deportivo, pero lo que le tengo para decir es de suma urgencia, si no de extrema desesperación, dijo el hombre. 

   Bienvenido notó que el hombre estaba muy preocupado, porque mientras hablaba no dejaba de mirar hacia los lados, como si temiera ser visto por alguien, y también que sabía algo a su respecto. 

   ¿Y cómo sabe usted lo del suplemento deportivo?, inquirió, intrigado. 

   Me lo ha contado Mariela, perdón, su esposa, dijo el desconocido, disculpándose. 

   ¿Y se puede saber de dónde la conoce? Bienvenido volvió a quedar intrigado. 

   Es porque... somos amantes, respondió el hombre, poniendo cara de arrepentido. 

   Bienvenido, lejos de sorprenderse, o de ofenderse, tal la reacción obvia de un marido traicionado, invitó al hombre a que pasara para conversar mejor. El hombre aceptó y ya en el jardín notó el diario abierto en la parte deportiva en uno de los bancos. 

   "Mariela estaba cierta", pensó.  

   Bien, dígame entonces lo que ha venido a decirme de una vez, dijo Bienvenido, agarrando celosamente el suplemento. 

   No aguanto más, dijo el hombre, yendo directamente al asunto, y en seguida añadió: 

   Quiero decir que no la aguanto más a Mariela, digo a su esposa, perdón. 

   Bienvenido, que se había dado cuenta cómo le brillaron los ojos al hombre cuando vio el suplemento, creyendo vislumbrar de antemano un amigo con una afición en común, le preguntó: 

   ¿No me diga que a usted también le gustan los deportes?

   Sí, con locura, respondió el otro, sonriendo de oreja a oreja, y ya sacó de su maletín el mismo suplemento deportivo del día que Bienvenido tenía en sus manos y se lo mostró. 

   Lo comprendo, ¡y cómo! Pero ¿dígame qué puedo hacer por usted?, preguntó Bienvenido, solidarizándose con el hombre.

   Bien, no sé por donde empezar. El hombre titubeó.

   ¿Que tal por el principio?, le sugirió Bienvenido. 

   Sí, creo que es lo mejor, dijo el hombre; la verdad, como usted sabrá mejor que yo ya que lleva casado con Mariela más tiempo de lo yo soy su amante, es por su maldita manía de interrumpir la lectura profunda del suplemento deportivo. 

   ¡Ah, si lo sabré!, exclamó Bienvenido, revoleando los ojos y dando un soplido desganado. 

   Bueno, como sabemos que Mariela está en la casa de su prima enferma, pensé que si usted no se incomoda con mi presencia podríamos compartir la serenidad del jardín para leer juntos el suplemento, va que a Mariela se le dé por pasar por mi casa antes de venir para acá. Desde ya le aseguro que no lo interrumpiré con comentarios impertinentes, propuso el hombre, casi como suplicando. 

   Bienvenido pensó por un momento en la propuesta del otro y no viendo ningún inconveniente en todo ello aceptó de buena gana. 

   Y estaban los dos hombres lo más chochos en la lectura cuando de repente sintieron que la puerta de la calle se abría, el corazón se les congeló en el acto. 

   Y no dio otra: era Mariela, que al ver a los dos hombres exclamó, con cara de desaprobación: 

   ¡Ajá, qué bonito!, con que están ahí los dos. 

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domingo, 13 de septiembre de 2020

INNOMBRABLE


Cuando lo innombrable tomó consciencia de sí propio fue incapaz de imaginar alguna cosa, porque el lugar de su posibilidad estaba vacío de referencias. Vagó ciego por aquella transparencia impalpable e incolora sin notar que flotaba por un instante inamovible hasta que sintió hambre, entonces se comió a sí mismo y allí acabó todo.
 

UN DÍA EN LA VIDA


El hombre era muy trabajador, un guapo con todas la letras, trabajaba el año entero, siempre metiéndole duro y parejo; y nadie lo había visto descansar un solo día de su vida.
   
   Esa tarde estaba en un bar tomando una cerveza cuando alguien que lo conocía se acercó a su mesa y le preguntó: 

   Disculpe amigo, mate mi curiosidad y si puede páseme la fórmula, ¿no se cansa de tanto trabajar? 

   La verdad, dijo el hombre, no trabajo tanto así; es más, solo he trabajado un solo día en la vida. 

   Me está jodiendo, usted, le dijo el interlocutor, si lo he estado viendo trabajar de lunes a lunes desde que lo puedo recordar. 

   Sí, es cierto, pero para mí siempre es hoy. Como ve solo trabajo solo un día en la vida, respondió el hombre, y se fue a su casa a descansar, hoy. 

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LA FUGA

 

Benjamín Arbelloa, escritor de cuentos argentino, hace tiempo que quiere hacer uno sobre judíos. Busca un nombre característico para el personaje principal y le viene, de forma inconsciente y automática, el nombre harto conocido de tantas historias, películas y series Samuel ("Uno más no hará diferencia", se dice), y por el mismo proceso, lo apellida Isaacson. Después escoge el tiempo donde transcurrirá la historia y lo sitúa un poco antes de la segunda guerra mundial (nuevamente la época le viene de forma inconsciente y automática); esto le sugiere que el personaje puede, muy bien, estar huyendo de la Alemania nazi, donde los judíos son violentamente perseguidos (sí, otra vez lo inconscientemente automático vuelve a asaltarlo y de ahí en adelante el meollo de la historia correrá por ese carril). 

   Arbelloa empieza a escribir el esbozo del futuro cuento en un cuaderno de notas: 

Capítulo I: 

1) Samuel Isaacson siente que Berlín ya no es un lugar seguro para vivir, ni siquiera Alemania, acaso Europa. "La Berlín de Samuel ya no se parece a la Berlín de siempre, la verdad para nadie", escribe esta frase con tinta roja pues será parte de un dialogo de algún personaje secundario aún do definido. 

2) Para Samuel el pueblo alemán ya no es confiable; le da lo mismo si la hostilidad es por racismo o por miedo al poder y la influencia de la comunidad judía, aunque él creerá que se trata de poner a los judíos en el papel de chivo expiatorio como preámbulo de un plan siniestro por parte de Hitler; de una forma u otra ya no se siente cómodo. Todo huele a peligro. 

3) Samuel decide deshacerse de sus posesiones y sacar sus ahorros del banco antes que sea demasiado tarde; el régimen, día a día, ciñe el cerco contra la comunidad y teme quedarse sin recursos para huir. 

4) Samuel deja su casa al cuidado de su primo Moshé, que se resiste a abandonar el país, para que la venda y le envíe el dinero cuando se establezca en algún país de América del Sur. El primo insiste para que lo piense mejor, no cree que Hitler se atreva a ir más lejos con las hostilidades contra el pueblo judío, pero Samuel no lo cree así, y no bien define una parte de su situación económica se lanza a la aventura.  

   Aquí Arbelloa abandona el cuaderno hasta el día siguiente cuando volverá a abrirlo para hacer nuevas anotaciones. 

   Al día siguiente Arbelloa vuelve a las anotaciones.

Capítulo II: 

1) Samuel Isaacson abandona Alemania, cruzando la frontera con Francia. 

2) Samuel atraviesa Francia y llega a la frontera con España. 

3) Samuel atraviesa España y quince días más tarde parte en un buque rumbo a Sudamérica con destino a Buenos Aires, haciendo una pequeña escala en Rio de Janeiro. 

4) Samuel aprovecha la escala de 10 horas en Rio de Janeiro para conocer la ciudad. 

5) Samuel vuelve al navío y continúa el viaje a Buenos Aires. Samuel sueña con una nueva vida.

6) 

   Aquí Arbelloa hace una nuevo intervalo y va a la cocina a preparar el mate. Cuando vuelve, antes de empezar a esbozar el tercer capítulo, donde Samuel se reencontrará con el optimismo que siempre tuviera delante de vida, relee el segundo, pero a partir del apartado 5 cree estar delirando. 

Capítulo II: 

1) Samuel Isaacson abandona Alemania, cruzando la frontera con Francia. 

2) Samuel atraviesa Francia y llega a la frontera con España. 

3) Samuel atraviesa España y quince días más tarde parte en un buque rumbo a Sudamérica con destino a Buenos Aires, haciendo una pequeña escala en Rio de Janeiro.  

4) Samuel aprovecha la escala de 10 horas en Rio de Janeiro para conocer la ciudad. 

(Aquí, es donde Samuel empieza a creer que está delirando, pues lo escrito hace un rato no se corresponde textualmente a lo que se lee a seguir)

5) Samuel no retorna al navío ni continúa el viaje a Buenos Aires. 

(Y aquí, a partir del sexto apartado, la cosa empeora, porque Samuel, ¡increíble!, ya sabe escribir en portugués) 

6) Samuel fica no Rio, casa-se com uma mulata gostosa chamada Maria, vai todo dia à praia de Ipanema e no carnaval desfila na Mangueira, e fim da estória. 

   Arbelloa se queda boquiabierto, y doblemente sorprendido: primero por la rebelde independencia del personaje y segundo, por lo rápido que aprendió el portugués, con lo difícil que a él le resulta. 

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VIAJE AL PASADO


1- 

Francisco Anselmo B. leía por segunda vez Destrucción, de Barjavel, cuando sonó el telellamador. Recogió el marcador que había caído en el piso, marcó la hoja y cerró el libro. 

   ¿Hola?

   ¿Con el señor Francisco Anselmo B.?, preguntó una voz de mujer. 

   Sí, el mismo. 

   La mujer le dio la noticia: 

   Acaba de ser sorteado para el viaje a través del tiempo versión 5.0. Francisco Anselmo, que había soñado vagamente con tal posibilidad, recibió la noticia con recelo. ¿Sería posible que entre tantos miles de millones él, justamente él, hubiera sido contemplado? 

   Con la versión 5.0, recientemente descubierta, los viajes en el tiempo podían efectuarse a la edad que se deseara, ya que era a través de la consciencia. El único inconveniente era que la permanencia duraba unas pocas horas.

   Pero alguien tenía que ser y fuiste tú, ¡alegría, hermano!, le dijo Daniel F., su amigo de toda la vida, cuando Francisco Anselmo le contó la novedad, a su regreso del instituto tecnológico, mientras tomaban un café en el centro de la ciudad. 

   Sí, sí, lo sé, pero igualmente me resulta sorprendente. 

   ¿Y ya tienes pensado adónde querrás ir? 

   Ya, a comienzo de la adolescencia. 

   Y te dijeron cómo es eso de que no se puede modificar el pasado, como se ve en las películas. 

   Sí, pero solamente con cosas significativas. No es que si a una viejita se le cae una plata, le sea devuelta o no, el mundo actual vaya a cambiar drásticamente. No, no es bien así. 

   ¿Y qué piensas hacer cuándo llegues? 

   Lo que nunca me atreví cuando tuve oportunidad, pero cuando vuelva te cuento en detalles. 

2- 

Fue como despertar de un sueño. Francisco Anselmo recobró la noción de sí propio, justo en la mañana del último día de clases del séptimo grado de la primaria. 

   Francisco Anselmo entró en la escuela y barrió el patio con mirada precisa; había pequeños grupos de alumnos aquí y allá, pero en ninguno se encontraba ella, ni en el sexto B, el salón de ambos. Dejó su mochila en su pupitre y volvió a la entrada, donde saludó a compañeros de clase y a otros chicos conocidos que llegaban unos tras otros, mientras la esperaba llegar. Diez o quince minutos más tarde, Liliana C. asomó su hermosura por la esquina. Radiante con su cabellera de bucles dorados y su carita de inocencia. 

   El corazón de Francisco Anselmo palpitaba como nunca.  

   Lili, tengo que decirte algo muy importante. La voz de Francisco Anselmo temblaba.

   ¿Sí, qué es? Los ojos de Liliana no conseguían ocultar la  curiosidad. 

   Ahora no es el momento propicio; en el primer recreo, cerca del palco te lo cuento. 

   Está bien, dijo Liliana, con aquella sonrisa radiante tan bien guardada en la memoria de Fancisco Anselmo durante toda su vida. 

   Cuando sonó el timbre del primer recreo, Francisco Anselmo la esperó en la puerta y tomados de la mano fueron hacia el palco, entre los inevitables chistes de los varones y los cuchicheos de las niñas. 

  ¿Bien, de qué se trata?  

   Francisco Anselmo suspiró profundamente para deshacer el nudo  en la garganta; lo que iba a decirle lo tenía guardado en su corazón por más de cincuenta años. 

   Te amo, le dijo, y sin darle tiempo a ninguna reacción la tomó entre sus brazos y besó tiernamente. 

   Yo también, le contestó ella, ruborizada, después del beso. 

   Ahora venía la parte triste y más difícil; Francisco Anselmo le contó lo del viaje en el tiempo, y que en un par de horas tendría que volver al futuro, y cómo la vida transcurriría para ambos en los siguientes cincuenta y tantos años. 

   No lo entiendo, ¿cómo es que...? La voz temblorosa de Liliana delataba la confusión y la tristeza que sentía en ese momento. 

   Lo sé, es muy loco, le dijo Francisco Anselmo, pero todo es tal cual te lo conté. Después le pasó una hoja de cuaderno, que sacó del bolsillo del guardapolvos (en ella Francisco Anselmo había anotado las coordenadas de un futuro encuentro: un año, un mes, un día, una hora y un lugar). 

   Francisco Anselmo continuó: 

   Por favor, te pido que la conserves, vayas adonde vayas, aún... (otro nudo en la garganta volvió a traicionarlo) aún cuando te hayas casado. A partir de hoy a la tarde no nos volveremos a ver nunca más, no sé por qué, pero sucedió así; tu familia se mudará de ciudad este mismo año y la vida nos llevará por caminos diferentes. Pero créeme, te extrañaré por el resto de mi vida. Por eso te pido que guardes esta hoja y, a su debido tiempo, sabrás que esto que te estoy diciendo ahora es la pura verdad. Prométeme que guardarás este papel, y quién sabe en un mañana lejano los dos... Francisco Anselmo no pudo hablar más, las lágrimas le impidieron las palabras. Liliana, profundamente confundida, le prometió que así lo haría y lo acompañó en su tristeza con ojos aguados. 

   Durante los otros dos recreos volvieron a prometerse el futuro encuentro. A la salida, Francisco Anselmo la acompañó a Liliana a su casa, tomados de las manos, como tanto lo habían soñado en secreto en esos tiernos años de colegiales. Antes de entrar a su casa Liliana sacó la tijera de la cartuchera y se cortó un bucle del cabello. 

   Guárdalo, así sabré, en el futuro, que esto no ha sido un sueño, le dijo y se besaron por última vez.

   A media tarde, mientras Francisco Anselmo lloraba en un rincón del patio de su casa, sintió un mareo y enseguida perdió la consciencia; cuando despertó ya estaba de vuelta en el presente. 

   Esa tarde Francisco Anselmo no dejó rincón sin revolver, hasta que dio con lo que buscaba.

3- 

   ¿Y, cómo te fue en el viaje, qué hiciste?, le preguntó Daniel, cuando, al día siguiente de su regreso, se encontraron en la confitería de siempre. Francisco Anselmo consultó la hora.

   Dentro de un minuto y medio te respondo, le dijo y se quedó mirando fijamente la puerta de entrada. Por debajo de la mesa, sus dedos jugaban con el bucle dorado de Liliana, aquello por lo que había dejado la casa patas para arriba. 

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EL SUICIDA Y EL LOCO

    Rapallo, Genova -  Febrero de 1883  Parado al borde del acantilado, Amedeo flexionó las piernas y cuando estaba a punto de dar el gran s...