jueves, 13 de agosto de 2020

EL CAMBIAZO



1 Rupertino


Rupertino levantó la vista y escrutó el horizonte, el sol ya se ocultaba y nubes de frío llegaban desde el sur. 

   Dentro un poco y me adentro p´al rancho, le dijo al aire. Luego se escupió las manos, frotándoselas con ganas, empuñó el hacha y siguió con su labor haciendo volar astillas entre golpe y golpe mientras la pila de leña crecía, prometedora de rancho caliente para pasar la noche. En eso estaba cuando se acercó el patrón. 
   Diga pues, don Zoilo, dijo, suspendiendo la trayectoria de un hachazo. 
   ¿No has visto al tobiano, vo?, preguntó don Zoilo, paseando la vista de un lado a otro. Rupertino lo acompañó con un vistazo ligero por los alrededores. 

   No, patrón, ni la sombra, va a ver que está metido n´el monte. Don Zoilo miró hacia el monte que Rupertino le señalaba con un gesto vago, al final de la propiedad. 

   Güeno, entonce largá eso y andá a ver si está allá, le ordenó don Zoilo, poniendo cara de preocupación. Casi la misma cara de preocupación que enturbió los pensamientos de Rupertino, porque si el caballo no estaba en el monte le iba a suceder como la última vez cuando tuvo que ir a buscarlo al campo de los Gómez, por causa de una yegua en celo cuyo hechizo el viento había traído hasta el pastizal donde estaba metido. Pero el problema ahora presentado estaba en que en aquella ocasión no hacía tanto frío como hoy. "Caballo de mierda", se dijo para sus adentros. Pero sin más remedió que la obediencia sin derecho a chistar, clavó el hacha en el tronco y salió cruzando el campo para el monte, al tiempo que le rogaba a todos los santos que el bendito caballo se encontrara allí. 

   El tobiano era el preferido del patrón y éste no se quedaría sosegado con un simple "allá no está, patrón", si por acaso no estuviera adentro del monte; y de ser así ésto significaba que tendría que seguir buscando bajo la noche helada hasta dar con el animal. ¿Y si no lo encontraba?, eso sí que iba a ser triste y sufrido.   

Llegando al monte, para su pesar, solo encontró una comadreja vieja escabulléndose entre los yuyos y la total ausencia de pájaros, a los cuales los imaginó, con cierta envidia, al calentito dentro de los nidos. 

   No te digo yo, si hasta los pájaros ya se han acovachao mientras al gaucho acá se le van a congelar hasta los huesos dentro de poco, rezongó para nadie Rupertino. Cuando salió de la arboleda vio el bulto del patrón, parado cerca del chiquero de los chanchos, entre la casa principal y su rancho, visteando para el monte; Rupertino le hizo señales de que el caballo no estaba, pero el patrón le devolvió otras señales muy distintas a las suyas, porque eran para que siguiera buscando. 

   ¿Buscar ande, viejo maldito?, rezongó para sí mientras su mirada se perdía en la desolación de los campos ya sin señales de vida. 

   Pero órdenes son órdenes y obedece quien debe, es la ley. De manera que Rupertino siguió por el camino de tierra que ladeaba el monte rumbo a un destino incierto, maldiciendo al mal parido del insensible patrón que le había tocado. 

   Tiritando de frío, pues la noche impiedosa se venía abajo con asustadora vertiginosidad sobre su humanidad, Rupertino siguió errando sin rumbo por esa intemperie helada que ya le traspasaba la magra protección de las alpargatas, haciendo que los dedos de los pies le ardieran como si caminara sobre brasas. 

   Ya había andado unas dos leguas cuando, costeando los campos de la estancia "La misericordiosa", reparó que una parte del alambrado estaba roto. 

   Cuatreros, le dijo a la noche. 

   A unos metros nomás de su parecer, creyó ver el bulto de un animal del tamaño de un caballo; quizás fuese, no tenía plena certeza de ello pues bien podría tratarse de una vaquillona  bien corpulenta. Pero con la esperanza de que fuese el tobiano, saltó la zanja, cruzó a la propiedad por el hueco hecho en el alambrado y se acercó al animal, muy despacio para no espantarlo. 

   Pero nada de lo esperado, aunque dio en el palo

   Era un caballo sí, pero blanco; blanco y manso, porque cuando llegó al lado éste ni se movió. 

   "Y no e´pa menos, con este fresquete", le dijo al caballo. Pero al momento, como soplado al oído por la voz mañosa del diablo, a Rupertino se le ocurrió una idea descabellada, por no decir desesperada. Entonces se sacó la faja, la pasó por el pescuezo del caballo y se lo llevó de tiro. 


2 El gaucho Echegoyen

El rancho del gaucho Etchegoyen, su amigo del alma, casi ni se veía en medio de la noche oscura, porque el hombre lo había pintado de marrón cascote; con lo que de día parecía un nido de Hornero cocido, pero de noche y sin luna parecía una parva de lino seco oscura. A media cuadra antes de llegar, los ladridos de los galgos, apenas oyeron los cascos del caballo, empezaron a avisarle a los de casa que alguien se acercaba. Enseguida la puerta del rancho se abrió; el resplandor del farol de noche irrumpió en la oscuridad, como una espada de luz cortando el patio en dos, y detrás, la sombra de Etchegoyen, alargándose hasta el portón de entrada.  

   Soy yo, Etchegoyen, el Rupertino, anunció, alzando la voz para ser bien oído. Entonces a un grito del dueño de casa, el perraje se acalló. 

   El gaucho Etchegoyen, después de oír la historia del tobiano, le dijo que no había visto ningún tobiano suelto. 

   Tal vez sea obra de los cuatreros, que andan asolando el pago, opinó. 

   ¡La pucha qué disgracia!, y pa piorar la cosa si güelvo sin el tobiano al patrón no le va a gustar ni un poco y me va a mandar seguir buscando por otro lao, por eso ando con este blancuzco a tiro, dijo Rupertino, señalando el caballo. 

   Entonces le contó cómo y dónde lo había conseguido, y enseguida le preguntó:

   Decime una cosa, Etchegoyen, ¿te sobró un poco de pintura, de esa que pintaste el rancho? 

   Etchegoyen lo miró raro.  

   Sí, ¿por qué?, preguntó intrigado. 

   ¿Que pa qué va hacer?, pa disfrazarlo de tobiano al caballo este. Los ojos de Rupertino brillaron como si la idea que tenía en mente fuese de igual brillantez como la que irradiaban sus ojos 

   ¡¿Estás mamao, vo, o qué?!, le dijo el amigo, ¿no se te ha dao por pensar que don Zoilo no se tragará el anzuelo, o crés que el hombre e´zonzo? 

   No, no, bruto sí pero zonzo de ninguna manera..., pero si de noche todos los gatos son pardos, por qué los tobianos no pueden parecerse entre sí también. Los ojos de Rupertino, animado con la asociación que se la había ocurrido en ese instante, volvieron a brillar. 

   ¿Ajá, y cuando amanezca y vea al caballo todo pintarrajeao, con qué cuento le vas a salir?, preguntó Etchegoyen. 

   Güeno, mañana e´otro día, Etchegoyen, ya via pensar en algo. Por el momento solo quiero salir d´este entrevero lo antes posible, dijo Rupertino y reiteró: 

   Entonce, ¿te sobró pintura o no? 

   Sí, me sobró, como pa pintar dos caballos enteros, dijo el amigo. 

  Entonces llevaron el caballo detrás del rancho y se pusieron a pintarlo. 

  Al rato Rupertino salió, con un balde de pintura en una mano y tirando del caballo con la otra. Como a media legua, antes de llegar a destino, la pintura ya se había secado por completo, por lo que el caballo empezó caminar con cierta dificultad, por causa de una mancha de pintura que le bajaba por la verija y le tironeaba el pelaje. 

   Ya estamos llegando, pingo viejo, lo calmó, Rupertino, acariciándole la frente.

   Y ya cerquita del monte, Rupertino se detuvo y se quedó espiando para la casa del patrón por un buen rato, quería asegurarse de que don Zoilo no anduviera afuera. Cuando se cercioró de que no había moros en la costa apuró el paso. 

   Abrió la tranquera despacio y llevó el caballo al corral, y después de esconder el balde de pintura detrás de unos yuyos fue a llamar al patrón. 

   Mire, don Zoilo. Ahí lo tiene al sotreta, el muy ladino andaba metido por un callejón, cerca del río, le dijo, todo risueño. 

   El patrón se arrimó a la galería y asomó la cabeza, mirando hacia el corral. Al parecer la sombra del caballo lo dejó conforme, porque el hombre asintió en silencio, moviendo la cabeza como un muñeco varias veces. Después le dijo:

   Güen trabajo, Rupertino. Ya podés volver pa tu rancho. Dicho esto, le dio la espalda y entró en la casa. 

   Ya podés volver á tu rancho, hmm, rezongó Rupertino y acotó mientras iba a juntar un poco de leña para prender el brasero: 

   Viejo sotreta, ya vas a ver vo lo que te espera mañana. 

   Y ni jué capaz de guardar el´hacha, el viejo sotreta ese, volvió a rezongar, al ver el hacha clavada en el tronco, tal cual la había dejado horas atrás. 

   Después de prender el brasero en el patio para que no le humeara el rancho, fue hasta donde el balde escondido en el yuyal, y se puso a despejar lo que quedaba de pintura en el corral.  


3 El cambiazo

Al otro día, bien temprano don Zoilo fue a llamarlo al rancho. 

   Cuando Rupertino salió el hombre le señaló el corral. 

   ¡Mirá, Rupertino!, le dijo, con todo el asombro del mundo en la cara. 

   Rupertino siguió la dirección de la mano del patrón: allá estaba el falso tobiano, las partes pintadas refulgiendo bajo los primeros rayos del sol. 

   ¡¿Y eso, don Zoilo?!, dijo Rupertino, con la cara de más bobo que fue capaz a esa hora de la mañana. 

   ¡¿Y eso?, pregunto yo!, respondió don Zoilo, con los ojos de zorro viejo clavados en él. 

   ¡¿Y yo qué sé?!, pero vamos a ver qué pasó, don Zoilo, dijo Rupertino, adelantándose hacia el corral para que el patrón no lo perturbase más con aquel mirar desconfiado. 

   Los dos hombres se acercaron al corral. 

   ¡Mire, don Zoilo, mire el suelo!, dijo Rupertino, mostrándole con las dos manos estiradas un charco de pintura,  cerca de las patas del caballo. 

   ¿Pero qué ha pasao acá?, preguntó don Zoilo, mirando con perplejidad el enchastre y al caballo al mismo tiempo mientras luchaba en su mente para encontrar un modo de atar los cabos sueltos del enigma que tenía delante de sus ojos. 

   ¡Paro no está viendo, don Zoilo!, por la noche algún sotreta le ha hecho el cambiazo, dijo Rupertino, poniendo otra vez cara de bobo, y para sacarse de encima algún posible asomo de asociarlo a la infame permuta por parte del patrón, añadió: 

   Mire, don Zoilo, si no jué obra de algún cuatrero que Dios me perdone por la injuria, y dicho ésto se persignó como cuatro veces, fingiendo mirar al cielo, porque en realidad, con el rabillo del ojo derecho, examinaba la actitud del patrón.  

Licencia Creative Commons

El cambiazo por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata



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