jueves, 13 de agosto de 2020

EL LADRÓN DE JUGUETES


Tony pasaba por delante de la tienda sin mirar qué vendían allí cuando sintió varios tactac en la vidriera. ¿Sería la empleada con la punta del plumero al limpiar los artículos expuestos? ¿Sería un artículo que se cayó rebotando contra el vidrio? Pero quién se detiene para ver qué es lo que produce tal o cual ruido cuando cosas más urgentes totalizan los sentidos y los pensamientos al momento en que éstos se oyen, si la ciudad está repleto de ellos. Seguramente alguien que pasea y no tiene apuro de llegar a ninguna parte o alguien que vuelva a oír otros tactac, o cientos de ellos. Entonces Tony, que no iba a ninguna parte con apuro, se volteó. Era mediodía pasado, casi no había gente en la calle por eso nadie vio la cara de estúpido que puso cuando, al girar la cabeza a la vidriera, se quedó parado viendo, como si de una escena de una película de Pixar se tratara, a cientos de juguetes que golpeaban con desesperación la vidriera y le hacían señas para que mirara detrás de ellos. 

   Eran Soldaditos con fusiles que se doblaban en la punta, camioncitos con las rueditas chuecas, muñecas despeinadas con deditos torcidos, pelotitas rebotando, caballitos, vaquitas y ovejitas pataleando, todos apiñados contra el vidrio, los hacedores de  los tactac.     

   Tony miró alrededor. ¿Qué querían esos juguetes? ¿Puede un juguete hacer lo que veía que estaban haciendo? ¿Seguir mirando o dejar de hacerlo? ¿Locura, realidad? 

   Pero algo dentro suyo, acaso el niño que aún llevaba dentro de sí, lo hizo acercarse a la vidriera y, amparándose con ambas manos para ver mejor, miró hacia el interior. Más allá de los desesperados juguetes una niebla gris avanzaba hacia la vidriera y detrás de ella un resplandor anaranjado se agrandaba cada vez más. Entonces Tony comprendió todo: estaba iniciándose un incendio. Miró a hacia todos lados, tan desesperado como los propios juguetes, pero no veía ninguna piedra, ningún cascote, ningún palo. 

   ¡Ah, una baldosa floja!

   El vidrio se quebró con un estallido descomunal y los juguetes se abalanzaron en masa sobre su salvador, y los que estaban detrás de estos, y los que estaban en las estanterías, prendiéndose de la ropa como abrojos y metiéndose en los bolsillos mientras Tony gritaba:  

   ¡Incendio, incendio! 

   Pronto apareció gente. Alguien gritó: "Llamen a los bomberos", Otro; "Traigan baldes con agua", pero hubo uno que agarró a Tony por detrás y gritó: "¡Ladrón, ladrón!". Algunos juguetes cayeron al piso y ahí se quedaros, rígidos.

   ¡No soy ningún ladrón, lárgueme!, gritó Tony, forcejeando inútilmente por desprenderse de los brazos opresores. 

   ¿Ah, no, y esto?, dijo otro, sacando algunos juguetes de sus bolsillos. 

     La tienda ya ardía y el humo trepaba a las alturas por la vidriera rota cuando la policía y los bomberos llegaron casi al mismo tiempo. Pese a sus protestas Tony fue conducido a un patrullero, llevado a la comisaría y encerrado dentro de una celda junto a otros detenidos. 

   Tony se sintió como Galileo ante el tribunal de la inquisición. ¿Que alegar ante la acusación de robo?, ¿soy inocente?, eso hasta lo dicen los culpables. ¿Y sobre los juguetes?,¿eppur si muove? Mejor quedarse callado.

   A los otros presos sí les dijo que era inocente, que todo era un error de apreciación, pero éstos le dijeron lo que ya esperaba esperaba oír: que todos dicen lo mismo. 

   Por la noche un policía abrió la puerta y le dijo que el dueño de la tienda no quiso hacer ninguna queja. 

   Cuando Tony abandonó la comisaría un hombre lo paró. 

   ¿Quién es usted, qué quiere?, le preguntó tony. 

   Soy el dueño de la tienda. Quería agradecerle por haber alertado por el incendio, respondió el hombre. 

   Bueno, ya lo ha hecho, ¿desea algo más de mí? Tony estaba de muy mal humor para ser cortés, por eso ni se molestó en devolverle el agradecimiento por no haber presentado queja en su contra. Lo que habría sido una injusticia, puesto que él no había querido robar ningún juguete. 

   Sí, dijo el hombre, mirando con desconfianza hacia todos lados.

   ¿Sí, y qué es? Tony solo quería volver a su casa y tratar de olvidarse del mal día que había tenido. 

   Un favor, dijo el hombre, bajando más el tono de su voz.

   Pues, dígalo de una vez, respondió tony, ya un tanto molesto por la forma sigilosa de hablar del hombre.

   Le quedaría muy agradecido si no se lo contara a nadie. Las palabras ahora fueron un susurro casi inaudible. 

   Tony arrugó en entrecejo.

   ¿Contar, contar qué? Tony estaba en la duda, no sabía si el hombre se refería al incendio o al supuesto robo. Entonces el hombre se acercó más y le dijo casi al oído:

   Que los juguetes tienen vida propia. 

Licencia Creative Commons
El ladrón de juguetes por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata


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