Günter parecía un niño alemán como cualquier otro niño alemán, pero no lo era, de ninguna manera. Antes de cumplir el año hablaba con asombrosa fluidez, al año y medio leía a la perfección y a los dos años, como Wolfgang Amadeus Mozart, ya tocaba el piano con asombrosa maestría.
"Aquel armatoste oscuro durmiendo bajo el polvo en el desván", había escuchado a la madre decirle a su padre en una conversación casual, cuando aún no había cumplido el año y medio, y con la curiosidad natural de todo niño fue atrás para ver qué era aquello oscuro que dormía en el desván.
Se trataba de un piano.
Pues bien, a los dos años no solo ya había aprendido a tocar el piano con asombrosa destreza sino también a componer sinfonías, a leer, a usar la computadora como un hacker, a hacer malabarismos en la bicicleta (aunque no llegaba al asiento), a arreglar cualquier electrodoméstico y a memorizar todo lo que veía, escuchaba o leía. Claro, que como todo niño también era fanático de los juegos electrónicos y las películas de Disney. Pero con todo ello, a los padres no se les había ocurrido que su hijo era un niño prodigio (aunque más inteligente que la mayoría, sí), hasta el día en que un tío de la madre apareció con la noticia sobre un concurso de QI para descubrir al niño más inteligente del mundo, con un premio de tres millones de dólares para el ganador y estudios en la mejor y más prestigiosa universidad inglesa: Cambridge.
El padre no lo pensó dos veces y se apresuró a inscribir a su hijo (no porque creyera en él, pero si por acaso el hijo ganaba el concurso quien iba a manejar los tres millones verdes sería él). Como el concurso era para el año siguiente y para ello faltaban ocho meses aún, el padre gastó todos sus ahorros y hasta sacó un crédito de miles de euros en el banco para comprar enciclopedias y libros, técnicos, de filosofía, de historia, de arte, de religión y de cuanto tema exótico encontró. Antes de finalizar el cuarto mes, el pequeño Günter ya había devorado todos los libros, con lo que el padre pidió un nuevo crédito en otro banco y recorrió librerías de todo el país en busca de más libros. Padre y madre, todas las noches sometían a Günter a interminables sesiones de preguntas de las más variadas, elegidas al azar de entre tantos libros, y él no fallaba nunca.
Finalmente, llegado el día señalado padres e hijo se encaminaron al canal donde se llevaría a cabo el concurso, llenos de sueños de fama y gloria.
El pequeño Günter fue avanzando ronda tras ronda, dejando tras de sí el rastro de concursantes derrotados. Los padres ya hacían planes para pagar las deudas contraídas en los bancos y comprar una casa más grande y mejor ubicada, cambiar el auto por uno nuevo, poner un negocio y para cuantas cosas más se les ocurría, al final, con tanto dinero disponible soñar valía la pena. Así, como era de esperarse, a la tarde Günter llegó a la final. Y como ya había explicado la famosa teoría de la relatividad de Einstein y cómo funciona la fisión termonuclear, respondido las preguntas más impensables sobre los misterios del universo y de la tierra y explicado en pocos segundos complicadas fórmulas trigonométricas, a los jueces les pareció que la última pregunta no debería ser una que se considerase dificilísima (aunque uno de ellos sugirió echar un chorro de agua en un vaso y preguntarle al niño cuántas gotas contenía el vaso, pero los demás jueces lo mandaron al carajo), por lo tanto se eligió una bien fácil y que el niño iría a responder sin problemas en milésimas de segundos. Pero eso de ninguna manera quería decir que pudiera equivocarse.
¿De qué raza es este perro?, le preguntó el presentador, cuando en la pantalla gigante apareció la imagen de un perro de la raza dálmata. Günter miró la figura detenidamente. Los jueces se sorprendieron puesto que era una pregunta muy fácil, la verdad ni había que pensar para responderla correctamente. Pero Günter parecía estar contando. Pasados unos segundos levantó el pulgar derecho y en seguida el indicador y luego los otros tres, enseguida abandonó el estrado y se acercó a la imagen, porque le pareció que justo en el borde del pecho del perro se insinuaba una sombra, como si fuera el comienzo de una mancha. De pronto, Günter pareció quedar satisfecho con el exhaustivo examen de la imagen y volvió al estrado.
Para todo esto los padres, el jurado, el público allí presente y, sin duda, los millones de telespectadores que seguían el concurso desde sus casas no entendían qué era lo que había mirado el niño.
Entonces Günter agarró el micrófono y dijo:
La raza del perro es 101 dálmatas, y fue desclasificado.
El Concurso por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.
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