sábado, 22 de agosto de 2020

EL DESAPARECEDOR DE GENTE


Tavares esperaba el colectivo para volver a su casa cuando un corte general de energía dejó la ciudad a oscuras. Por suerte no tuvo que esperar mucho, su colectivo ya llegaba. Se sentó en el último de los asientos individuales, paralelo a la puerta trasera. Tavares contemplaba las breves sombras de árboles y postes de luz, alargándose por las luces del propio colectivo y por la de los vehículos que venían de frente, que se entremezclaban con la imagen de los otros pasajeros reflejada en el vidrio de la ventanilla. De pronto, Tavares notó en la cabeza de una pasajera, en el otro lado del pasillo, una colita de cabello algo curiosa, como una araña; giró la cabeza para ver mejor y de repente, tras unos segundos, la mujer desapareció, literalmente. Una efervescencia interior le recorrió todo el cuerpo desde los pies a la cabeza. Miró a los otros pasajeros, los que no dormían estaban distraídos con sus teléfonos, al parecer nadie se había dado cuenta de la súbita desaparición de la mujer. Atribuyó aquéllo a una ilusión óptica provocada sin dudas por el cansancio y el estrés del trabajo. Volvió la cabeza hacia el vidrio y, claro, la señora ya no estaba donde él creyó verla hacia un instante. Ésto corroboró su primera impresión, con lo que concluyó que se había tratado, efectivamente, del cansancio y del estrés y que la mujer nunca había estado sentada allí. 

   Siguió con la vista puesta en el vidrio, hasta reparar en un muchacho que leía la sección deportiva y recordó que su equipo había jugado por la tarde. Desvió su mirada con la intención de preguntarle sobre el resultado, pero, al igual que la mujer, un segundo después el muchacho desapareció. Esta vez algunos pasajeros notaron su desaparecimiento y se inquietaron y el alboroto de voces despertó a los que dormían. Entonces era verdad, no era ni el cansancio ni el estrés, los dos habían desaparecido sin explicación, como por arte de magia. Tavares se asustó, tampoco quería desaparecer. Miró al vidrio con desconfianza y se fue a sentar más al medio. Los pasajeros empezaron a mirarse los unos a los otros, ora buscando una explicación, ora al culpable macumbero que ya había hecho desaparecer a dos pasajeros. Tavares no quiso mezclarse en el embrollo por eso se quedó mirando el reflejo de los pasajeros en el vidrio. Un matrimonio empezó a pelearse, la mujer quería, como tantos otros pasajeros, bajarse a toda costa pero el marido argumentaba que con la ciudad a oscuras ni loco se bajaba lejos de casa, de pronto se pararon y casi se le vienen encima dándose empujones, pero al darse vuelta hacia ellos, éstos desaparecieron en el aire, como los otros dos. El alboroto generalizado aumentó y el conductor se vio obligado a pedir a las puteadas que se quedaran quietos, pero nadie le daba oídos y las preguntas incontestables prosiguieron. Hasta un hombre, demasiado intrépido para encarar la noche oscura o demasiado prudente para permanecer dentro de un colectivo donde los pasajeros simplemente desaparecían, empezó a pedirle a gritos al conductor que parara el colectivo inmediatamente, y que sea lo que Dios quisiera, pero tuvo tanta mala suerte que fue visto reflejado en la ventanilla por Tavares, que, al volverse en su dirección, lo vio esfumarse en el aire, dejando caer el diario que tenía en una mano donde hasta un segundo atrás estaba parado. Tavares, incapaz de atinar a moverse siquiera, volvió la cabeza y se quedó mirando la bataola reflejada en el vidrio. De pronto, el reflejo de un pasajero acercándose hacia él hizo que se diera vuelta, en ese instante, el hombre y todos los que había estado viendo reflejados desaparecieron. En ese instante algo dentro de sí despertó, una mezcla de miedo y ansiedad que no supo cómo denominar. Pensó que solo había dos explicaciones para aquel fenómeno, o eran las ventanillas o era él, el causante de las desapariciones. Recordó entonces que por la mañana, en el trabajo, le había caído en la cabeza una caja con latas de pinturas al tropezar en la estantería de las pinturas, lo que le provocó un desmayo de varios minutos; y del incidente laboral pasó a la película Fenómeno, con John Travolta, en que algo caído de cielo, no recordaba qué, había impactado en su cabeza y se había vuelto superinteligente. Para sacarse las dudas de encima, Tavares fijó la mirada en otro pasajero reflejado en el vidrio y al volverse, claro, desaparecieron. Esta constatación despertó en él una idea entre beneficiente para el mundo y macabra a la vez, porque empezó a imaginarse a sí propio como un superhéroe al estilo norteamericano o, por qué no, como un dios que puede hacer los que se le antoja con los indefensos mortales. Ya llegaba a su parada; se puso de pie y desprendió a los tirones la ventanilla. El conductor, al ver a aquel vándalo arrancando salvajemente la ventanilla, frenó el colectivo y fue hacia él con el garrote de inspeccionar las llantas en una mano. Tavares se dio vuelta, levantó el vidrio para verlo venir, cuando ya estaba casi encima suyo se dio vuelta y ¡puff!, el conducto desapareció. Por las dudas y para no ser delatado por los cuatro o cinco pasajeros que aún se encontraban en el colectivo y lo miraban como se mira a un demonio, los hizo desaparecer también. 

   Cuando bajó se sentía omnipotente como un dios y dispuesto a hacer desaparecer a todos los seres humanos indeseables que hacían del mundo un mal lugar para vivir. ¡Y empezaría esa misma noche y en su propio barrio! Pero ¿con quién empezaría?, se preguntó. Entonces se acordó del vecino de al lado, aquel que los domingos lo despertaba con la cumbia a todo trapo a las siete de la mañana y seguía el día entero hasta tarde de la noche con el bochinche infernal. Ni se detuvo a meditarlo, ni pensó en los cinco hijos que quedarían huérfanos de padre a tan corta edad. Apretó el paso y fue derecho a su casa. Llamó a la puerta, el vecino, en short y alumbrándose con una vela que sostenía sobre un platito, preguntó: 

   ¿Quién es, carajo? 

   Soy yo, The creaner, dijo Tavares, identificándose con el nuevo nombre que se le había ocurrido cuando venía. 

   ¿De cli qué?, preguntó el vecino, acercándose más al portón. Para todo esto, Tavares, de espalda, lo veía venir en el reflejo del vidrio, pero antes de darse vuelta y desaparecerlo para siempre, una sonrisa diabólica se dibujó en su cara. 

 Licencia Creative Commons                                                                  

El Desaparecedor De Gente por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 InternacionalBasada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata


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