jueves, 13 de agosto de 2020

EL DELFÍN


 
Sergio Agostini, por fin, emprendía las tan esperadas vacaciones. Hacía tres años que no sabía lo que era un descanso, entre la empresa y la ONG ecologista de la cual era miembro activo su vida era vertiginosa. 
 
   El médico le había dicho: 

   Páre ya o se muere. 

   Sergio tenía que olvidarse de la empresa y la ONG y pensar en su corazón. 

   Y nada de salvar pingüinos embadurnados de petróleo ni ballenas encalladas, le había aconsejado el médico, antes de salir del consultorio. 

   Por eso iba a camino de Pinamar.

   Sergio llegó temprano al hotel, antes de las ocho, por eso a las diez ya se encaminaba a la playa, a dos cuadras del hotel, cargado como un ekeko boliviano: silla plegable, sombrilla, agua, libro, protector solar, toalla, hielera de telgopor, frutas y los prismáticos. 

   Aún había poca gente en la playa, con lo que le fue fácil conseguir una buena ubicación. Desplegó la silla, extendió la toalla sobre el respaldo, enterró la sombrilla, acomodó la hielera al lado. Después se pasó protector y se sentó a leer. 

   Pero no demoró mucho y la playa empezó a llenarse de gente, y al rato los gritos estridentes de los niños no lo dejaban concentrarse en la lectura; un poco más tarde un pelotazo le sacó en libro de las manos y no mucho tiempo después un grupo de niños jugando a la mancha empezaron a dar vueltas a su alrededor salpicándolo de arena. Sergio, molesto por el gentío bullicioso, cerró el libro, agarró los prismáticos y empezó a buscar un lugar más aplacible donde disfrutar su descanso. 

   Fue ahí que vio lo que le arruinaría el descanso tan ansiado: a unos quinientos metros un tipo arrastraba a un niño lejos de la orilla; en la mano sostenía un palo, al cual agitaba con insistencia. Sergio pensó que en cualquier momento le daría un palazo al niño, pero como el tipo gesticulaba señalando el agua, dirigió los prismático al lugar señalado. Entonces, no muy lejos de ellos, vio de qué se trataba: un delfín, un delfín que seguramente herido había sido arrastrado por la corriente. En ese momento unos niños se interpusieron adelante, Sergio se paró para ver mejor. Ahora el hombre, sin el niño, se dirigía hacia el animal herido balanceando el palo. 

   ¡El cobarde va a matarlo a palazos!, gritó Sergio y, largando los prismáticos, salió corriendo hacia el delfín indefenso. Como las ojotas le dificultaban la corrida, se las sacó a los sacudones en plena corrida, mientras gritaba a todo pulmón: "¡asesino, asesino!" Las personas por las que pasaba miraban a él y hacia donde él miraba y se echaban a reír como unos idiotas. 

   ¡Pedazos de mierda, hagan algo!, le gritó a un grupo de muchachos que habían dejado de jugar a la pelota, pero ésto hizo que rieran más alto todavía. 

    Al momento en que el tipo empezaba a apalear al delfín indefenso, el corazón de Sergio empezaba a decirle que parara de correr. Sergio sentía, como en los sueños, que corría y no avanzaba, y que no iba a llegar a tiempo de salvar al indefenso animal. 

   Y el tipo que seguía golpeando, y él que no llegaba nunca, y la gente incapaz de mover un dedo, y el corazón insistiendo en que se detuviera. 

   El delfín ahora ya casi no se veía mientras el tipo dele que dale a los palazos. 

   ¡Pará, pará hijo de puta!, gritaba Sergio, pero el tipo, o no lo oía o no le hacía caso. La vista empezó a enturbiársele, las piernas ya casi no le respondían y el corazón que le decía "hasta aquí llegamos, Sergio". Entonces, ya a pocos metros del tipo, cayó en la arena y con las últimas fuerzas que le quedaban empezó a arrastrarse hacia el asesino. El tipo, quizás por oírlo caer detrás suyo, se dio vuelta y cuando lo vio tirado, queriendo decir algo a través de gestos, porque la voz no le salía, largó el palo, que era la parte de abajo de una sombrilla, y fue a socorrerlo. 

   Al rato, llegaron los salvavidas. 

  Entonces mientras los salvavidas lo socorrían, Sergio pudo oír al tipo que le decía a uno de ellos: 

   No sé qué pasó, yo estaba rompiendo a palazos al delfín inflable por la rabia que tenía, porque recién se lo había comprado al nene y descubrí que estaba pinchado, cuando de pronto sentí algo a mis espaldas, entonces me di vuelta y vi a este señor caído ahí. 

Licencia Creative Commons
El delfín por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata


No hay comentarios:

Publicar un comentario

EL SUICIDA Y EL LOCO

    Rapallo, Genova -  Febrero de 1883  Parado al borde del acantilado, Amedeo flexionó las piernas y cuando estaba a punto de dar el gran s...