jueves, 13 de agosto de 2020

LA HUELGA


Después de lavarse la cara y cepillarse los dientes Dios se trasladó a su despacho. Mientras pasaba por los largos pasillos, le llamó la atención el silencio y la quietud fuera de lo común a esa hora. No que el bullicio y el movimiento diarios fueran a compararse con los de la tierra, pero tampoco que se asemejaran tanto al de un mausoleo.

   Al abrir la puerta del despacho una avalancha de hojas para impresora lo empujó contra la pared a sus espaldas, tapándolo por completo. Asomó la cabeza entre las hojas y se quedó atónito (sí, aunque parezca mentira) al ver como el fax seguía escupiendo hojas al aire como si fuera una barredora de nieve, con un incesante clac clac ensordecedor. 

   Dios, ya repuesto de la sorpresa, llamó a su secretario particular, pero éste no apareció; así como tampoco nadie más para ver qué quería el jefe. Entonces se dirigió a la cantina.

   Las mesas estaban vacías, y en la cocina las ollas se aburrían sobre las hornallas apagadas. Llamó al jefe de los cocineros y su voz resonó contra las paredes con un realismo inusual. Salió al patio recreativo y nueva sorpresa. Allí reinaba la silenciosa soledad de un retiro espiritual. ¿Qué pasó?, se preguntó (sí, otra vez, aunque parezca mentira hasta a él se le escapaban algunas cosas). Decidió entonces salir del palacio y echar un vistazo a las nubes.
   ¡Ajá, allá están!, exclamó, al ver una multitud de ángeles reunidos sobre algunas nubes, cerca del palacio. Y allá fue, teletransportándose, ya que por ser Dios no necesitaba de alas. Cuando se hizo volvió a hacerse visible tuvo la mala suerte (sí, eso también, por increíble que parezca) de hacerlo donde los ángeles habían cortado sus plumas en forma de protesta. Salió de aquel acolchado de plumas pateándolas a tuerto y derecho y cuando llegó cerca del grupo lo estaba esperando Gabriel, su preferido, de brazos cruzados.
   ¿Qué sucede con ustedes que no están haciendo sus trabajos?, le preguntó al ángel.
   Estamos en huelga, patrón, le contestó Gabriel.
   ¿En huelga? Dios puso cara de asombro.
   Sí, como lo escucha. Por eso nos hemos cortado las plumas de las alas. Dios le echó una mirada a la espalda. 
   ¿Y eso a qué se debe?, preguntó. 
   Usted lo ha dicho, jefe, "debe". Nos debe cuatro meses de salario, dijo el ángel, apuntando para sus compañeros, que extendían las palmas de las manos vacías para que Dios las viera.
   Pero, hijo mío, la culpa de los cofres vacíos se debe a la pandemia, no a mí. Allá abajo nadie tiene un centavo partido al medio siquiera, y ahí, sin feligreses que frecuenten las iglesias, no me llega el contracheque; y para peor de males cada vez son menos los que se tragan el cuento de que yo proveeré, se quejó Dios. 

   Gabriel dio de hombros. 

   Bueno, en ese caso permaneceremos aquí parados hasta que todo vuelva a la normalidad, dijo el ángel sublevado. 

   Dios paseó la vista por todos los ángeles. Hasta Cupido, apoyado en su arco, como si fuera una muleta, se había confabulado contra él. Y sucedió que mientras buscaba en su mente la forma de llegar a un acuerdo con los ángeles huelguistas escuchó a sus espaldas tres falsos carraspeos consecutivos. 

   Nuevas sorpresas lo esperaban esa mañana celestial. 

   Era el diablo en persona que lo miraba desafiante, con el tridente apoyado sobre los hombros, del cual colgaban dos bolsas a cada extremo, llenas de billetes verdes.

 Licencia Creative Commons

La huelga por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata


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