¡Un cuerno!, exclamó el hombre que pasaba delante de la obra en construcción, al ver rodar por la pendiente de un montículo de tierra un cuerno vacuno, sucio y oscuro. El peón que despejaba la tierra, enterró la pala en la flojedad del suelo y se enjugó la frente.
Si no es mal que pregunte, ¿qué hará con ese cuerno, amigo?, le preguntó el peón, intrigado.
El hombre dejó de observar el cuerno.
Lo limpiaré, lo lustraré y luego lo llevaré a la feria para venderlo, respondió mientras envolvía el aspa en un pedazo de papel de bolsa de cemento que juntó del suelo.
El peón se rascó la cabeza y achinó los ojos, como si hubiera captado algo extraño que su aturdida mente no alcanzaba a comprender por completo. Finalmente, movió la cabeza de un lado a otro y preguntó:
¿Y quién podrá querer comprar un cuerno solo?, preguntó.
Un cornudo, un cornudo que haya perdido uno de los cuernos y ahora ande con el espíritu triste, porque como todo el mundo sabe no existe medio cornudo, o se es cornudo entero o no se es nada, dijo el hombre del asta mocha, con los maxilares apretados para no soltar una carcajada en la cara perpleja del peón desconcertado. El peón se rascó otra vez la cabeza y señaló el contenedor adaptado que hacía de oficina en el medio de la obra.
En ese caso allá adentro hay dos de esos, dijo.
Bueno, entonces no hay tiempo que perder, porque como dijo Benjamin Franklin, "tiempo es dinero", iré a vendérselo ya mismo y así como está al que me ofrezca más por él, respondió el hombre, agitando la guampa sin par. Entonces el peón largó la pala y salió atrás del otro, después se quedó delante de la puerta de la oficina con la jeta abierta presenciando el desenlace de lo que le pareció cualquier cosa menos algo de este mundo.
Buenas tardes, caballeros, dijo el hombre del cuerno solitario, apenas entró al recinto.
Buenas tardes, respondieron al unísono los cornudos de espíritus tristes.
Amigos, antes que me lo pregunten qué deseo, les diré que les traigo la restauración del espíritu desencantado. ¡Está aquí dentro!, dijo, señalando el paquete en sus manos que ya desenvolvía a fin de mostrarles el cuerno.
¡Gracias a Dios!, mis plegarias han sido escuchadas, exclamó el que tenía cara de más cornudo.
¡Gracias Altísimo!, exclamó a su vez el que debía de ser el menos cornudo, a juzgar por la facha. Entonces ambos largaron lo que hacían y rodearon al portador del cuerno.
Caballeros, caballeros, cálmense, como pueden ver solamente me queda uno solo. El peón "Miranda", todavía rascándose la cabeza, la jeta abierta, babeando la camisa y los ojos como dos huevos fritos, no creía lo que estaba viendo.
En ese caso me lo vende a mí, ¿Cuánto quiere?, dijo, prontamente, el más cornudo.
¡Yo le pago el doble!, se apresuró a decir, casi gritando, el menos cornudo, demostrando de esa manera que entraba en el pareo dispuesto a ganar.
¡De ninguna manera!, la jerarquía debe ser respetada a rajatablas, yo soy el jefe y como tal cabe a mí la primera opción de compra, dijo el jefe, imponiendo su autoridad. Pero el otro, ni lerdo ni perezoso, y mucho menos achicado, retrucó de inmediato:
¿Y qué me dice del favor que aún me debe de las elecciones pasadas?, si no fuese por mi voto de ninguna manera estaría ahora sentado en la silla de jefe de la obra.
El hombre del cuerno en venta pensó que el menos cornudo, que contaba con un as bajo la manga, el muy ladino, si fuera así de astuto en su casa no andaría por ahí dando lástima como un cornudo a medias, siempre dejando al pasar el rastro de la traición marital tras de sí. Y también pensó que entre la oferta y demanda, debido a la intensa disputa sostenida entre ambos cornudos, debía supervalorizar el cuerno, con lo que pediría el doble de lo que inicialmente pretendía pedir.
Y los cornudos seguían en el tire y afloje.
Pero usted me dio su voto porque quiso, de cualquier manera en uno de los dos candidatos tenía que votar, ¿no es así? Y bué, fue en mí, qué le vamos a hacer. Además yo no lo extorsioné, ¿no es verdad?, se atajó el jefe.
No, pero me hizo promesas, aclaró el subalterno, mirándolo desafiante.
¿Y no cumplí por acaso? ¿O qué cree que está haciendo en esta empresa, jugando a la bolita? El jefe dijo esto poniendo cara de jefe enojado, temiendo quizás que si aflojaba el otro se haría con el cuerno, por eso redobló el ataque antes que el otro abriera la boca:
Y ni más un pero, que ya está todo resuelto: yo me quedo con el cuerno y usted no termina en el depósito barriendo hasta que la muerte lo encuentre agarrado al palo de la escoba. Además, recuerde que usted es menos cornudo que yo, con lo que el peso sobre los hombros es mucho menor que el mío. Así que tenga un poco de compasión con un cornudo mayor, por favor. Como puede apreciarse el jefe ya daba el juego como ganado.
Y no dio otra.
Sí, jefe, respondió el cornudo menor, de orejas caídas y la vista en el piso.
Entonces, salvador de la patria cornuda, diga nomás, ¿cuánto quiere por el cuerno?, preguntó el jefe al hombre del cuerno único.
El peón, ya de vuelta al montículo de tierra, se quedó mirando de quijada caída al hombre que había vendido un cuerno sucio por un platal alejarse mientras contaba el dinero que tan fácilmente había conseguido, entonces tuvo la certeza que palearía tierra hasta el fin de sus días.
EL VENDEDOR ANÓNIMO por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución 4.0 Internacional.
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