martes, 11 de agosto de 2020

ENAMORADO


Marito se puso a pensar seriamente en el amor que sentía por Clarita. Se movió desde lo urgente a lo importante buscando la certeza del amor que ya tenía, pero que él aún no sabía. 
Había escuchado alguna vez que lo importante está por encima de lo urgente y por eso esas reiterativas idas y vueltas, que lo urgente, que lo importante, como si estuviera deshojando una margarita.  

   Pero si Marito supiera la verdad no estaría como dando vueltas como un trompo, porque nada había de más importante que pudiera reemplazar, posponer ni postergar el amor que sentía por Clarita. Porque ella era "LO IMPORTANTE", con mayúsculas, y se acabó, pero él aún no había advertido tal verdad. 

   Pero de tanto darle vuelta al asunto, como si la certeza que buscaba inútilmente fuese una tuerca con la rosca mellada que había que ajustar y ajustar hasta que en una de esas encajara en el tornillo, Marito dio en la tecla y esto se debió a que el corazón empezó a palpitar como nunca, parecía que quería rasgarle el pecho para decir algo de vida o muerte, y Marito, el encandilado por el brillo de los encantos del amor más sublime que solo Clarita podía despertar, paró las orejas y el corazón entonces le mostró que lo único que importa en la vida es lo más importante y dentro de lo importante, como si lo más importante fuese una concha marina, estaba Clarita, la perla más perfecta. 

   ¡Caso cerrado! ¡Decisión indeclinable!, se dijo Marito, literalmente, porque para ello se paró delante de un espejo, como si tuviera la necesidad de contárselo a alguien, y quién mejor que él para contárselo ya que no le encontraría peros al asunto. 

   No obstante, y esto Marito lo tenía claro desde el vamos, se dijo que si tuviera que sufrir por el amor que le profesaba a su amada correría el riesgo, lanzándose sin titubeos de cuerpo y alma a transitar los intrincados y laberínticos caminos del amor. Y en un arrojo de pasión, el enamorado Marito evocó a los antiguos griegos y dijo, bien alto y sonante: 

   ¡Los helenos seguidores de Dioniso que se vayan al carajo! Qué podían saber esos degenerados recién salidos del salvajismo primitivo que, abocados al culto dionisíaco, se revolcaban lujuriosamente entre varones, relegando a la mujer a simple paridera; reduciéndola a la condición de un mero accesorio, a un simple cántaro jónico cualquiera apoyado en un rincón; condicionándola a propiedad privada, como una mercancía más. ¡Al demonio con Aristóteles también, que la consideraba inferior al hombre! 

   Eso mismo, Marito no sería un griego libertino más, en absoluto; a lo sumo, a la única deidad griega a la cual habría de rendirle culto sería a Eros, el dios del amor, y a ningún otro. 

   Fue en ese instante relámpago, pero no exento de eternidad, que Marito percibió que estaba perdido, o mejor dicho rendido, entregado. Él mismo se cortaría las alas, eliminando con ese acto de despojo de toda voluntad propia, la posibilidad del vuelo más efímero. Acababa de tornarse un esclavo del amor; un esclavo de otro ser; un yo sin identidad propia; en alma dedicada, única y exclusivamente, a la adoración de su amada. Ese convencimiento absoluto e incontestable de que Clarita era su completud, fue la chispa que encendió la mecha que propició la explosión en la mente de Marito, entonces todo fue luminosidad esclarecedora, gracias a la cual supo el enamorado Marito que ya era suyo aquéllo que siempre lo fuera pero que él hasta ese momento no sabía: el amor, para bien o para mal.

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Enamorado por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata


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