domingo, 16 de agosto de 2020

LA MOSCA


"De nuevo otro fin de semana", 
se quejó Ambrosio Santillán para sus adentros. La queja venía a cuenta del olor a madera quemada que a través del tapial inundaba el patio, anunciando anticipadamente el asado con que el vecino acostumbraba provocarle la envidia los fines de semana. 

   Ya en la cocina de su casa, el guiso de mondongo estaba en marcha. 

   Ya me tiene hasta acá guiso de mondongo todos los santos fines de semana, murmuró Ambrosio, insatisfecho con la comida que le llenaba el estómago los sábados y domingos. 

   Quién me diera ser una mosca para relamberme la jeta con el jugo del asado del desgraciado que me tocó por vecino, se quejó una vez más Ambrosio. Abatido y decepcionado, dejó de dar vueltas como perro que no encuentra la posición de echarse a gusto y se sentó en el tronco que hacía de banco en el patio. Ambrosio cerró los ojos y se concentró en los primeros olores de la carne recién tirada sobre el fuego. Al poco tiempo se durmió. 

   Algo, un ruido cualquiera, lo despertó de golpe. Todo le pareció gigantesco y al mirar a un lado el tronco, en el cual hasta hacía poco estaba sentado, ahora era una inmensa plataforma de madera lejos del suelo, con lo que se llevó un tremendo susto que enseguida se convirtió en terror cuando se miró a los costados y descubrió que tenía dos alas transparentes adheridas al cuerpo y en lugar de los brazos tenía dos apéndices negros y asquerosos, o seis, porque las piernas, que ahora eran cuatro, se les parecían; también se dio cuenta que su visión abarcaba mucho más que de costumbre. Entretanto, demoró unos momentos en darse cuenta que ya no era el hombre que siempre fuera, sino que se había transformado en mosca. 

   Por unos instantes intentó pensar cómo tal metamorfosis  fuera posible, pero la subjetividad propia del ser humano lo fue abandonando rápidamente y entonces, ya hecho insecto por dentro y por fuera, siguió su instinto. 

   Levantó vuelo, revoloteó un par de veces por el patio y apenas captó el olor del asado se frotó las manos y dirigió su vuelo a la casa del vecino. No bien llegó a sus dominios se zambulló a todo vuelo hacia la parrilla que, para su decepción, ya estaba completamente vacía. Sus ojos buscaron desesperados en los alrededores el paradero de la carne, hasta que vio el perfil del vecino, ya entrando a la casa con la fuente repleta entre sus manos. El instinto le dijo que no podía demorarse en preguntas que de nada servían en ese momento crucial, así que disparó en el aire tras el manjar. Pero con tanta mala suerte, que justo cuando ya alcanzaba el objetivo, el hombre ya había entraba en la casa, y se estampilló contra el mosquitero de la puerta. 

   Resignada no tuvo otro remedio que contentarse con lamer la parrilla, no sin antes esperar por mucho tiempo a que las brasas se extinguieran por completo y la parrilla se enfriara. 

   Del otro lado del tapial se oían gritos: 

   ¿Dónde se habrá metido este hombre?, se preguntaba la esposa. 

   ¡Ambrosio¡ ¡Ambrosio!, gritó más alto la mujer,  pero Ambrosio, la mosca, ya no comprendía el lenguaje humano. 

Licencia Creative Commons                                                                      
La mosca por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata


No hay comentarios:

Publicar un comentario

EL SUICIDA Y EL LOCO

    Rapallo, Genova -  Febrero de 1883  Parado al borde del acantilado, Amedeo flexionó las piernas y cuando estaba a punto de dar el gran s...