domingo, 16 de agosto de 2020

LOS HOMBRES DEL FUTURO


Justo cuando paró la lluvia, que castigaba hacía once días seguidos la ciudad, faltó la energía eléctrica y, según los noticieros radiales, el corte era general y sin previsión para su restauración. El abuelo frunció el ceño. Eso no era bueno, en el campo vaya y pase, antiguamente, igual, pero en los días actuales era una catástrofe. 
   Dirigió su mirada cansada hacia sus dos nietos,jugando con los teléfonos; dentro de poco, luego que acabara la carga de las baterías, los vería ir reduciéndose gradualmente a simples y fantasmales organismos sin función. 
   Y el fin del mundo llegó, entonces sus mentes ya no comprendieron la bastedad del mundo a su alrededor, las formas perdieron sus contornos, los colores se recogieron en un gris nebuloso y los ruidos callaron. Un simple apagón y la vida se les había evaporado en un instante, secándoles los sesos. 
   Ahí quedaron, inmóviles como dos robots desconectados; dos seres casi muertos simulando ver el vacío bajo sus pies con la mirada nula, perdida en el enigma oscuro en que se había transformado la vida; dos tristes criaturas esclavas del artefacto más codiciado de la creación humana: el celular. 
   El abuelo arrancó una pluma del plumero y la acercó a sus narices; un leve movimiento le hizo saber que sus nietos aún estaban vivos.
   El abuelo entendió que debía arremangarse y hacer algo por esos dos pequeños enajenados del mundo y de la vida que, tiesos, iban hundiéndose de a poco, como piedras en un pozo de brea líquida, en el sofá donde la tragedia los encontró sentados.

   De pronto, un grito suyo los devolvió al mundo real, al mundo de los vivos; al viejo se le había ocurrido una idea, una idea cuya solución se remontaba al pasado remoto de su infancia. Subió a su habitación y hurgó en el baúl de los recuerdos hasta dar con lo que buscaba. Examinó con cuidado cada pieza y cuando estuvo satisfecho con el resultado del examen las guardó en una bolsa de lona. Volviendo hasta donde los nietos, les ordenó acompañarlo. Mudos y semimuertos como zombis, los nietos se pusieron de pie y lo siguieron.

   El automóvil atravesó la megalópolis el resto de la tarde y durante toda la noche y para cuando amaneció las últimas construcciones ya habían quedado atrás una hora antes. 

   Los críos escucharon que el abuelo les decí­a: 

   ¿A que no sabían que aún existí­a todo esto? 

   Los niños miraron la majestuosa naturaleza que los rodeaba con ojos recién devueltos a la vida y asintieron en silencio con un cabeceo. El abuelo no entendió la ambigüedad de la respuesta, que tanto podía estar afirmando que efectivamente no sabían que existía tal lugar, como que sí sabían de su existencia; con lo que pensó que pedirles que le aclararan la duda sería inútil, ya que demostraban claros signos de estar con la mente aún medio aturdida. 

   El abuelo, por fin, estacionó a la orilla de un camino de tierra por el cual se había desviado de la carretera asfaltada. Todo alrededor era como la tierra era antes para el viejo, sin embargo, un mundo extraño para los niños que la única tierra que conocían era el nombre del planeta en que vivían. 

   Vengan, les dijo, mientras se encaminaba a la parte de atrás del automóvil, de donde, luego de abrir la puerta del baúl, extrajo sacó la bolsa de lona y de ella, tres arcaicos artefactos del ingenio humano, que desplegó sobre el suelo. Los nietos miraban confundidos para aquellas cosas sin conseguir descifrar para qué servían, pero el abuelo, atento a sus reacciones, vino a socorrerlos explicándoles su uso. 

   Durante el resto del día hasta el atardecer, los animales que merodeaban por los alrededores fueron testigos del baile de colores de tres barriletes en el cielo y de las carcajadas que los críos desparramaban en el aire, al oír las ocurrentes y divertidas historias que su abuelo les contaba. En el fondo, el abuelo sabía que aquella era la última aventura de su vida y muy probablemente la única de sus nietos. Luego, con la electricidad restablecida, todo volvería a lo que la sociedad llama de normalidad, la tecnología a ocupar la mente de sus nietos, y los tres barriletes al baúl del olvido, quizás para morir definitivamente.

 Licencia Creative Commons

Los Hombres Del Futuro por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.

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