miércoles, 12 de agosto de 2020

LOS CANARIOS

 

A Marcelino le llamó la atención no oír el canto de los canarios. Nomás salió a la galería vio el desparramo de plumas amarillas sobre las baldosas. Una jaula estaba caída a un lado del macetero con los claveles rojos, la otra, todavía pendía medio inclinada del clavo en la solera. Marcelino insultó a los gatos del vecino y juró vengarse. Ya sabía él que el día menos pensado se lanzarían con sus garras sobre sus canarios. 

   Deme dos kilos de bife, por favor, le pidió al carnicero. 

   "Si les gusta comer fino, yo les voy a dar el gusto entonces", dijo para sus adentros; después fue a la tienda de productos agrícolas y compró Warfarina, el poderoso veneno para ratones. 

   Cortó la carne en trocitos pequeños y en un tacho la mezcló con un poco de sal y el veneno, por la noche desparramó platos con la carne envenenada sobre la mesa de la galería y sobre el techo. 

   Y por la mañana descubrió con satisfacción que los gatos habían limpiado los platos. 

   "Muy bien hecho mininos, esta noche habrá más", se dijo. 

   Esa misma mañana Marcelino volvió a ir al centro y en los cuatro días subsiguientes, según indicaban las instrucciones del veneno que deberían repetirse las dosis. 

   La noticia de que a don Pedro, el vecino de Marcelino, le habían envenenado los gatos corrió de boca en boca en todo el barrio. 

   En la verdulería Marcelino puso cara de sorprendido, cara de ingenuo en la carnicería, la que siguió frecuentando para no levantar sospechas, cara de bobo en la panadería y cuando don Pedro se le quejó, una mañana en que coincidieron mientras sacaban la basura a la vereda, con una palmadita en el hombro Marcelino le dijo que lo sentía mucho, que el pueblo ya no era el de antes, que la juventud de hoy en día estaba perdida, etcétera.  

   A fin de mes, Marcelino tomó el rumbo de la capital de donde retornó con varios casales de canarios. 

3

  ¿Che, me parece a mi o estos canarios son otros?, le preguntó un amigo a Víctor, otro vecino del barrio, mientras le hacía una visita. 

   Sí, estos son otros, los míos se agarraron una peste y se me murieron todos, dijo Víctor. 

   Ajá, ¿pero de dónde los sacaste?, si me dijiste que andabas sin un peso partido al medio, volvió a interrogarlo el amigo. 

   Bueno, te cuento: ves aquella casa amarilla. 

   El amigo miró en la dirección indicada. 

   Si, la veo, ¿qué pasa? 

   Bueno, resulta que al dueño también le gustan los canarios... 

   El amigo lo interrumpió. 

   ¿Y?   

   Bueno, que le arranqué las plumas a los míos y de madrugada fui saltando de techo en techo hasta su casa y le robé todos los canarios, y para despistar simulé una escena desparramando plumas por todos lados, como si los hubieran comido los gatos. 

   ¡Qué hijo de puta! ¿Y no sospechó de nada el dueño? 

   ¡Claro que sospechó!, por eso nadie me saca de la cabeza que fue él quien le mató todos los gatos a don Pedro, el vecino de al lado. 

                                                                              

 Licencia Creative Commons

Los canarios por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata



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