martes, 22 de septiembre de 2020

EL MOTEL


El viejo era ya un despojo humano. Una estropeada entidad que se arrastraba por la vida con un único propósito: levantar muchachitas.
   Hacía tres horas que el viejo verde estaba recostado contra el muro del motel, cerca de la entrada y a pocos metros de la parada de colectivo, que era su coto de caza preferido.  
   ¡Qué mierda!, rezongó por enésima vez, tres horas en este calor de los infiernos y solo aparecen viejas chotas y bolivianas oliendo a pimentón. 
   Estaba en ese rezongar de amargado cuando de pronto vio a una muchacha cruzar la ruta hacia la parada, que para su suerte estaba vacía. 
   "Ajá, por fin las leyes del universo empiezan a confabular a mi favor", pensó. Entonces fue aproximándose a pasos furtivos y silenciosos, deteniéndose a centímetros de la incauta muchacha, sin que ella lo advirtiera.
   Buenas tardes, señorita, dijo, con voz resbaladiza. En ese momento recordó que no se había puesto bastante Corega en la dentadura postiza, de inmediato el cínico se acordó de Dios y le pidió que no le fuera a jugar una mala pasada. 
   La muchacha, sospechando de inmediato de las oscuras intenciones del Don Juan de quinta categoría recauchutado, respondió, como para darle un parate desde el vamos: 
   Buenas tardes, abuelo. 
   El viejo verde sintió la resistencia en las palabras de la muchacha en el acto. 
  "Bueno, bueno, mocosa insolente, parece que nadie te ha enseñado a respetar a los mayores", masculló para sus adentros, pero perseveró en su asqueroso ataque. 
   Ejem, pero ¿qué calor que hace, no?, le largó y esperó el pique. 
   A mí no me parece, pero a su edad me imagino que debe ser terrible. Digo, por la presión, ¿no?, le respondió la perspicaz muchacha. 
   El viejo verde achicó los ojos y tragó en seco mientras pensaba: "Eso que ni me viste en acción, nena. Bueno, a ver si zafas de esta", y atacó nuevamente.  
   ¡Qué le vamos a hacer!, pero nada como una cama y aire acondicionado para reponerse, le largó esta vez. 
   La muchacha hizo una mueca de desagrado; el colectivo estaba demorando, con lo que tenía que seguir aguantando a un viejito calentón que no se había dado cuenta que su tiempo de correr atrás de jovencitas ya era cosa de un pasado remoto.
   Tiene razón, abuelo. Y yo que me la paso todo el día de pie entonces, ni me lo diga. Pero como soy joven y saludable me la aguanto sin rezongar, no como ustedes los de la tercera edad, le devolvió. 
   "Por más que te la quieras dar de viva conmigo, al alpiste caíste, torcacita perdida en la ciudad", se dijo el verde. Por lo visto aún contaba victoria.
   ¿Y que te parece si entramos ahí y nos acostamos unas horitas, ¿he? No te preocupes que yo pago todo, dijo el verde, señalando con un pulgar el motel, detrás del muro. 
   La muchacha se arrepintió hasta la punta de los cabellos no haber sido más dura y directa con el viejo insolente y degenerado desde un principio, que sin tacto para convencerla a acostarse con él recurría a frases pifias. Pero aún estaba a tiempo de ponerlo en su debido lugar.
   ¡Ay, no abuelito!, no se lo recomiendo. Yo vengo todos los fines de semana con mi novio, joven, atlético y vigoroso, y le puedo asegurar que las camas son de terror. La columna vertebral le va a quedar más torcida de lo que ya la tiene. Pero si un día antes de morir aplastado como un sapo, que por lo que veo no le falta mucho, así que es mejor que se apure, milagrosamente encuentra un huequito donde meter el maní quemado que tiene cara de tener, le recomiendo que no lo haga acá. 
   ¡Pro, pero... 
   Y le digo más, espero que sea muy amiguito de Dios, porque, créamelo, el día del juicio final lo va a necesitar y mucho, viejo anacrónico de mierda. 
   El gong salvador del viejo baboso fue el colectivo que llegó justo en ese momento, por lo que no tuvo mucha vergüenza que pasar delante de la muchacha. Y apenas se repuso de la afronta se marchó con la cabeza gacha y el orgullo por el piso, puteando a la inocente muchacha que no hizo más que ponerlo en su debido lugar. Pero no bien dobló la esquina vio a otra, que venía hacia la parada; enseguida se olvidó de la bofetada de realidad que acababa de recibir y se dijo, entre dientes: 
   No está muerto quién pelea, y se quedó al acecho. 
 

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