jueves, 24 de septiembre de 2020

UNA CAJA PARA PANDORA




Se cuenta en el pueblo que el carnicero Zeus Gamarra, para vengarse de su empleada Pirra por haberle robado unas tiras de chorizo y dárselas a uno de los obreros que estaban poniendo los tubos de desagüe en la calle frente a la carnicería, y del cual estaba prendada, se le dio por meter en una caja plástica chorizos, morcillas, mollejas, pedazos de carne junto con tripas y vísceras de cerdo y vaca, que luego, herméticamente cerrada con zunchos de acero, dejó bajo el sol durante dos semanas. 

   Pasadas las dos semanas, Zeus envió la caja a la casa de Pirra por correo. Zeus había tenido el cuidado de enviarla en un horario en que Pirra estaba en la carnicería trabajando, porque sabía que a esa hora en su casa solo estaría su madre Pandora Paniagua, la cual tenía dos manías obsesivas, las flores (ésta compartida con igual enfermiza obsesión con su hija) y una incontrolable curiosidad por todo, no necesariamente en este orden.

   Una encomienda para su hija con remitente desconocido, le dijo el mensajero a Pandora, cuando ésta fue a atenderlo, pero le advirtió que no la abriera bajo ningún motivo, porque solo podía ser abierta por el destinatario. 

   Pandora esperó junto al portón que el mensajero doblara la esquina para salir corriendo al galpón, de donde salió arrastrando el cajón de herramientas, después llevó la caja a la cocina, cinchando como un animal de carga, pues la caja no pesaba menos que la de herramientas. 

   Abrir la caja misteriosa no le fue fácil, pero después de cuarenta minutos consiguió abrirla. El hedor a podrido encapsulado durante dos semanas bajo el sol escapó de su interior y en el acto envenenó el aire. Pandora atinó a cerrarla de inmediato, pero ya era demasiado tarde, sus sentidos se embotaron con rapidez y cayó redonda en el piso. El hedor nocivo, además de desmayarla, en pocos minutos descascaró las paredes de toda la casa y como la puerta de la cocina había quedado abierta, tal vez por eso Pandora vivió para contarla, invadió el patio, donde las flores del hermoso jardín marchitaron y murieron en el acto, y a los árboles se les cayeron las hojas, como si fuera pleno otoño. 

   Pirra casi que pasa de largo, pues no reconoció su casa que parecía una casa abandonada. Corrió a su interior gritando el nombre de su madre, pero apenas puso un pie adentro el hedor pestilente en el aire la hizo retroceder de inmediato, con lo que tuvo que sacarse la camiseta que vestía para taparse la nariz y la boca, y de esa manera pudo encontrar a su madre todavía desvanecida y verde como un cactus, tirada a un lado de la mesa. Pirra la arrastró al patio como pudo. Luego le tiró un balde de agua en la cara y empezó a ventilarla hasta que Pandora recobró los sentidos. 

   La caja, la caja, repitió la vieja mientras señalaba apenas la cocina. 

   Pirra la dejó recostada contra una pared y volvió adentro para sacar la caja pestilente y tirarla al medio del patio, pero al caer algo que no era carne podrida saltó de entre la podredumbre y rodó hacia un costado. Pirra se acercó al objeto y vio que se trataba de una cajita de metal. Cuando la abrió, después lavarla con detergente y cloro unas diez veces para sacarle el hedor, vio un papelito dentro, que desdobló con el mayor cuidado. El papelito decía lo siguiente: "Lo que aquí se hace, aquí se paga". 

Licencia Creative Commons
UNA CAJA PARA PANDORA por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.

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