1- LA OPORTUNIDAD
Mamá puma no estaba, había salido a cazar al monte. "No se alejen demasiado de la cueva", les había recomendado a los dos cachorros supervivientes de los cuatro que había parido dos meses atrás. Pero ellos, inquietos como eran, no le hicieron caso y, apenas la vieron desaparecer en la espesura del monte, salieron a dar una vuelta por los alrededores.
En un dado momento uno de los pumitas percibió, en un pastizal cercano, algo moviéndose de una manera que le pareció sospechosa, lo que activó su curiosidad.
2- LA SORPRESA
Le hizo señas al hermano para que se acercara.
Llegaron, agazapados y haciendo el menor ruido posible, a centímetros del lugar donde el pasto seguía moviéndose no sabían por qué. Una mirada los sincronizó para el salto decisivo hacia el punto fijado. Cayeron sobre aquello que estaba escondido allí con sus pequeñas garras listas para atraparlo.
Y "aquéllo" resultó ser una pequeña liebre que, al ver a los dos pumitas que caían de sorpresa sobre ella, no atinó a moverse siquiera; apenas cubrió los ojos con las orejas, se agachó lo más que pudo y esperó los pinchazos y las mordidas predecesoras del final de todo.
La liebre corrió con suerte, pues los pumitas, los ojos muy atento, apenas le vieron el pelaje automáticamente retrajeron las garras y, arqueando el cuerpo, la esquivaron. Pero éso no garantizaba que no se la comieran. Y como si ese día fuese su día de suerte, los pumitas no estaban para nada hambrientos, pero, además, tampoco sabían que las liebres hiciesen parte de su dieta. La madre llegaba de cazar, regurgitaba algo comestible, y después de saciados, de postre, les daba de mamar y listo.
Y ya pasado el susto de la liebre y la conmoción de los pumitas, los tres se hicieron amigos y al rato estaban jugando a las escondidas, y cuando se cansaron de jugar a lo mismo, empezaron a jugar a la mancha. Y como es de suponerse, entretenidos en los juegos como estaban, los pumitas no se dieron cuenta que hacía mucho tiempo que estaban lejos de la cueva. ¡Tremenda reprimenda se iban a llevar si mamá puma llegase y no lo viera!
3- NUEVAS SORPRESAS
Pero fue lo que sucedió.
Cuando mamá puma llegó a la cueva y no vio a sus hijitos sintió un apretón en el corazón y pensó en lo peor, como todas las madres. Pero como la esperanza es la última que muere, hasta para los pumas, salió a ver si andaban por las cercanías.
4. LA AMONESTACIÓN
Uno de los pumitas correteaba alrededor de un árbol tentando darle alcance a la liebre y tocarla cuando ella rodeó un árbol y no la vio más, como si se hubiera esfumado en el aire. Miró a su hermanito buscando una explicación, pero el otro tampoco había visto nada. Entonces se acercaron al árbol con sigilo y, no viendo nada, se quedaron parados, cabeceando en todas las direcciones.
De repente sintieron caer algo detrás suyo y, al darse vuelta, con horror vieron el cuerpo de la liebre seccionado en dos partes, cabeza por un lado y el resto por otro. En segundos pasaron de la estupefacción al horror y de éste al asco. La impresión desagradable de los chorritos de sangre que le salían por el cogote de la liebre, les revolvió el estómago. Y ya iban a vomitar cuando la silueta de su madre apareció junto al árbol, se les crisparon los pelos. Ella tenía la mirada dura, la respiración agitada... y las fauces rojas de sangre.
Mamá, ¿por qué mataste a la liebrecita?, se animó a preguntarle uno de sus hijos, y la madre, mirando para ambos hijos con aire severo y negando con una de sus patas delanteras, de la cual asomaba una garra filosa, les dijo:
¡Presten atención, hijos míos, y aprendan una cosa!: con la comida no se juega, es malo.
LOS PUMITAS por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución 4.0 Internacional.Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.
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