Definitivamente, niño es niño y el resto es cuento.
Todos a bordo habían muerto quién sabe de qué y ahora el único tripulante en aquel navío a la deriva era un grumete. Pero aunque todo lleva a pensar que, al verse rodeado de cadáveres putrefactos, estaría aterrado en un rincón, lo cierto es que se lo estaba pasando de lo lindo: se entretenía todo el día tirándole a los tiburones pedazos de cadáveres que cortaba con un cuchillo cebollero chino y a cada tanto, cuando algún tiburón asomaba demasiado la cabeza del agua, ¡zas!, le zampaba un remazo.
El Grumete por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.
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