domingo, 18 de octubre de 2020

LA TRANSFORMACIÓN

 

 1 

Todos los días, desde que descubrió el paradero del cuerpo de su hermano (muerto en manos de cazadores furtivos), o lo que quedaba de él, el tatú iba a verlo. 
   Pero antes, atrás de su rastro, en un recorrido casi interminable, tuvo que atravesar por territorios desconocidos y hostiles sorteando cuestas y cerros, laderas y quebradas, valles y ríos, lagunas y caminos pedregosos, puentes y vías ferroviarias, cañadas y carreteras asfaltadas; además de verse, en más de una ocasión, frente a frente con innumerables depredadores, humanos y del reino animal. De lo único que se salvó fue de las lluvias, del resto le pasó de todo. 

                                                                        2 

Por el ventanuco en la parte trasera de una casa, el cual alcanzaba gracias a unos cajones providenciales amontonados debajo de él, todas los atardeceres, antes de emprender la búsqueda nocturna del sustento diario, observaba la lenta transformación de su hermano. Su cuerpo reposaba inmóvil sobre una mesa, rodeado por varios bártulos desconocidos, que un viejo de manos habilidosas lo transformaba, poco a poco, en inmortal.  

                                                                        3 

Un día, lo sabía, la imagen de su hermano se escondería en un rincón de la memoria y solo buscándolo en el recuerdo podría volver a verlo, por eso aprovechaba todos los atardeceres para asomarse al ventanuco. Intuía que lo llevarían para muy lejos, quizás a recorrer el ancho mundo que él, preso al estrecho espacio que lo rodeaba, no conseguía ni imaginar. 

                                                                        4 

Y finalmente llegó un atardecer en que vio por última vez a su hermano (ésto vino a saberlo al día siguiente cuando partió para siempre), pero antes de la partida hacia lo desconocido, a través de las manos del viejo, le dejó el recuerdo de su voz, como un último adiós. 
   ¡El viejo habilidoso no solo le había otorgado la inmortalidad del cuerpo sino también la del alma! 
   Entretanto, no era la misma voz de siempre que él aún recordaba, no, ésta era como la voz del viento cuando roza las piedras de los cerros, melodiosa y triste, y que jamás lo abandonaría hasta el día de su muerte. 

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