Hay personas que por distintas razones ya no comen en la calle, ya sea porque no hay nada como la comida hecha en casa o por la sospecha de que las cocinas donde se sirve o se expende comida no cumplan debidamente con las medidas sanitarias. Pero también hay un caso que atañe a una sola persona en especial, si es que se la puede denominar así, en que en esto de no comer en la calle aplica también a ella, que es nada más y nada menos que Drácula; y todo porque su problema es dental. Después de quinientos años enterrando colmillos en miles de cuellos ha ido perdiendo no solo los colmillos, tan necesarios para su supervivencia, sino todos los otros. Y la pregunta del millón es: ¿y cómo hace ahora? Bien, ahora le cuesta demasiado conseguir la sangre sagrada de cada día. En carnaval la cosa es más fácil porque puede moverse con más libertad entre la gente porque las personas creen que va al corso disfrazado de conde Drácula, pero el resto del año la cosa se le pone brava. Vive en el gran Buenos Aires y eso, ya de por sí, es un gran problema porque todo el mundo anda siempre apurado y encontrar a alguien dispuesto a detenerse para escucharlo con tantos ladrones sueltos acechando en la calle no es fácil; de lo contrario, si se mudara a un pueblo chico, donde todo va más despacio pero el infierno es grande, sería descubierto en menos de lo que canta un gallo; después es necesario que le presten atención mirándolo a los ojos y como se sabe ya nadie mira a los ojos cuando le hablan. Pero siempre, después de haber parado a medio mundo, acaba encontrando a alguien que se detiene y lo mira a los ojos. Es en ese momento que puede usar la última arma que le queda: el hipnotismo. Luego de hipnotizar a la víctima debe llevarla a su escondrijo, que nunca es cerca, porque en su búsqueda infinita sabe alejarse hasta varios kilómetros para encontrar a la víctima ideal, entonces debe volver sobre sus pasos y cuando pasa por alguien fingir que conversa con la víctima, que sin decir nada lo acompaña caminando a su lado como un zombi. Antes, cincuenta o sesenta años atrás, si venía al caso se la cargaba a la espalda y disparaba por las calles tan rápido que nadie se daba cuenta de nada, pero ahora con esos achaques de la vejez, que ni él consigue driblar, le es imposible. Y si tiene suerte y no lo asaltan antes, porque también está esa, que tenga o no tenga nada encima los ladrones dispararán primero para robar después, así que debe fingir que está muerto y esperar que desvalijen a la víctima y apenas huyan, ahí sí debe abandonar el lugar lo más rápido que le den las artríticas piernas porque los curiosos se aglomerarán en seguida y entonces "bye bye cena". Por lo menos ese tipo de percance de ser baleado no le suma mayores contratiempos que esperar un par de horas que los agujeros cierren solos. Pero de los siete días de la semana, unas tres noches (a veces cuatro, nunca más que eso) consigue su objetivo. Entonces ya en la guarida, un hueco en un cañaveral al costado de las vías del ferrocarril Mitre, entre López Camelo y Garín, debe pasar varias vueltas de alambre alrededor de la víctima y después, con la ayuda de una barrita de hierro, hacerle un torniquete y ajustar y ajustar hasta que la sangre empiece a brotarle por la boca y ahí como no puede dejar de retorcer porque el flujo se detiene no le queda otra que apoyar la boca en la de la víctima y beber. Cuando es una mujer vaya y pase, pero cuando le toca un hombre debe hacer tripas corazón y prenderse como ternero guacho o quedarse con hambre. ¿Y cuando la sangre brota por las partes íntimas?, esa es una pregunta obligada que a nadie se le escapa, porque es imposible no imaginarse al pobre conde arrodillado y mamando de lo lindo a un macho y eso sería la peor de las degradaciones para el pobre Drácula. Pero no, eso no ocurre porque si es una mujer le pone un tapón con lo que tenga a mano y si es un hombre, con sumo cuidado para no toquetearlo mucho, le ata bien fuerte el miembro con una cuerda de nylon. Después de todo eso y ya más cansado que Hércules después de los doce trabajos impuestos por la Sibila Délfica, debe descartar lo que sobra del cuerpo, bien más liviano por cierto, pero que, no obstante cierto riesgo, no le resulta tan complicado, aunque nunca puede cometer el error de repetir el mismo modus operandi con los descartes. Algunas veces los abandona en algún contenedor de basura, dentro de una bolsa de consorcio siempre, porque de lo contrario alguien siempre lo verá, y en diferentes barrios; otras, abandonados en la panamericana, que le queda cerca o en algún arroyo, alguna cuneta, una esquina o bien, a cada tanto y si está muy cansado, lo deja cruzado en la vía, más o menos lejos de la guarida, para que el tren lo pase por encima y que los del ferrocarril se hagan cargo del muerto. Y ahí sí, a salir rajando para la guarida porque ya está cerca el amanecer. Como se ve, el conde Drácula ha llegado hasta nuestros días, pero no la tiene nada fácil.
DRÁCULA 5.0 - por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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