Phillip Moon era un hombre muy violento y todos los días cuando no le andaba dando sopapos a su esposa era porque estaba dándoles palizas a los tres hijos varones, y el día que despertaba demasiado inspirado les sacudía a los cuatro juntos. Todo el pueblo se compadecía de Emily, la esposa, e, imaginando un probable futuro, no había quién no viera en los tres hijos otro padre de familia golpeador. Pero cuando crecieron ninguno se casó, se mantuvieron solteros y viviendo en la casa paterna. El mayor, Roderick, durante un tiempo se aventuró en el pugilismo amador, pero apenas juntó unos buenos pesos abandonó el ring y puso un gimnacio de boxeo. El del medio, Mortimer, montó una herrería en el fondo de la casa y el menor, Ferdinand, al parecer menos ambicioso que sus hermanos, trabajó siempre en una empresa de propaganda. Como se dijo, ninguno se casó; con lo que nunca se pudo saber si de haberlo hecho hubieran salido a su padre. De eso se habló mucho en el pueblo y nadie nunca vio la relación que tenían con sus respectivos trabajos; que Roderick se la pasaba golpeando la bolsa de arena, el puching ball o haciendo de sparring con sus alumnos; que Mortimer daba mazazos en el yunque de la noche a la mañana y que Ferdinand, que sin dudas debió ser el menos traumatizado, se conformó en pasarse la vida pegando carteles en cuanta superficie se le presentara apropiada.
LOS HIJOS DE MOON por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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