El guepardo, que era muy amigo de una manada de elefantes, corrió a toda velocidad, como solo él es capaz de hacerlo, hasta el interior de la selva donde se escondía la manada para darles una noticia que la alegraría sobremanera.
Repítelo una vez más, que nos cuesta creer que sea verdad, le dijo la matriarca de la manada.
Está bien, dijo el guepardo, aún jadeando por el esfuerzo del carrerón; oí de la boca de un guía nativo de safaris, que conoce la lengua de los cazadores, que en un país llamado Bejiga o algo así un hombre ha inventado un producto llamado plántico o algo así y con el cual se puede suplantar sus colmillos para sea lo que fuere que con ellos se fabrique.
Esa noche los elefantes ofrecieron una gran fiesta invitando a todos los animales de la selva para festejar que con el tal nuevo invento las bolas de billar ya no serían fabricadas con marfil, lo que significaba que ya podrían abandonar la selva, tan húmeda que hace fatigoso hasta el respirar, donde se escondían y volver a la sabana. Todos los invitados bailaron y rieron a carcajadas compartiendo la felicidad de los amigos paquidermos, menos las tortugas, que se mantuvieron apartadas de la algarabía festiva con caras serias. Las tortugas alegaron que hasta que no vieran una armazón de anteojos o un peine de plántico se mantendrían escondidas en la selva.
PLÁSTICO por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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