lunes, 26 de octubre de 2020

LA SENTENCIA

 

Viena, Austria: entre 1908 y 1913. 

Ya casi la tenía vendida, es más, el cliente ya sacaba la billetera del abrigo, cuando alguien le chistó. El cliente se dio vuelta y se encantó con la acuarela que otro pintor le mostraba, desinteresándose por completo de la suya. 

   Esa noche no le quedó otra que comer pan seco y mientras masticaba juró que se vengaría de aquel pintorcito judío y mediocre; y como su rencor aumentaba bocado tras bocado extendió el juramento de su venganza a toda la raza judía, y para reafirmar su pensamiento, tras el último trozo de pan, sentenció:

   "Como que me llamo Adolf".

                                                         

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La Sentencia por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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ESCLAVITUD ORGANIZADA

 El despertador le avisó que eran las seis de la mañana. Se levantó y fue directamente al baño. Orinó, se cepilló los dientes y fue a la cocina, donde puso agua a calentar. Volvió a la pieza, se vistió y de vuelta en la cocina, tomó un té con unas rodajas de tostadas con manteca. Después de lavar la taza, la cucharita y el cuchillo de untar y guardar la mantequera en la heladera fue hasta la sala de estar, agarró el portafolio sobre el sofá y salió de casa. Bajó los tres pisos por la escalera y ya en la vereda se dirigió a la parada de colectivo, con una rápida parada en el kiosko de revistas para comprar el diario. En el trayecto leyó las noticias sin mucho detenimiento, levantando de vez en cuando la vista para ver por donde iba. Bajó en el centro, caminó dos cuadras y entró en el edificio donde trabajaba. Subió por la escalera hasta el segundo piso, ya en el pasillo dio unos veinte pasos y entró en la oficina. Saludó a la secretaria, a sus compañeros, al jefe, porque en ese momento pasó por él, y se dirigió a su escritorio. Allí se zambulló de cabeza en su trabajo sin moverse de la silla hasta el mediodía, cuando bajó a la calle con el diario en la mano. Caminó hasta la hamburguesería, a treinta metros del edificio, almorzó dos panchos que empujó con una botellita de agua mineral en el mismo local; después cruzó la calle y continuó leyendo el diario sentado en un banco de la plaza. A la una y media volvió a la oficina y se hundió en su trabajo. A las seis guardó unas planillas en el portafolio, se despidió de los compañeros, saludó a la secretaria y bajó con pasos rápidos por la escalera y se dirigió corriendo a la parada del colectivo, del otro lado de la avenida. En el trayecto de vuelta se distrajo leyendo el diario de pie, cuando bajó ya estaba oscuro. Cruzó la calle, saludó al kioskero, entró en la panadería, compró medio kilo de pan y siguió camino a su casa, encaró las escalera con dignidad y cuando llegó al tercer piso bufaba de cansancio. Después de cerrar la puerta dejó el portafolio en el sofá, el pan en la cocina y fue a desvestirse a la pieza. Al rato salió en calzoncillos y se dirigió a la cocina, puso agua a calentar y luego se metió al baño. Cuando volvió a la cocina preparó un té, se hizo un par de sanguches de mortadela y allí mismo consumió la cena. Ya en la pieza encendió el televisor y sintonizó un canal deportivo. Cuarenta minutos más tarde lo apagó, puso el despertador para las seis y se dispuso a dormir, poniendo fin así a un día más de esclavitud organizada. 

                                                                         Fin.

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Esclavitud Organizada por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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EL BALDÍO

  

A pesar de vivir en la ciudad, o tal vez por eso mismo, Fabio amaba la naturaleza. Por ejemplo, cuando iba a las plazas o a los parques jamás se sentaba en los bancos, prefiriendo el césped, y en su casa, a pocos días de la muerte de su padre, que era lo opuesto en todo a él, levantó el piso de cemento del patio y lo transformó en un espléndido jardín, perfumado y de alegre colorido. Dentro de casa, como una extensión de selva, incontables macetas de varios tamaños con plantas de interior ocupaban gran parte de los cómodos, hasta los floreros habían sido suplantados por maceteros. Y la cosa no quedaba por allí. Sobre las paredes, porters con paisajes idílicos; en los manteles, servilletas,  repasadores, alfombras y cortinas, motivos florales. 

Un amigo se lo cruzó una noche en la calle, Fabio iba con una colchoneta debajo del brazo. 

   ¿Adónde vas con eso?, le preguntó el amigo, con un gesto de la cabeza indicándole la colchoneta. 

   Voy a pasar la última noche con un baldío que jamás volverá a ver el mundo, ¿querés venir conmigo?, lo invitó Fabio. 

El amigo medio que no entendió, "pasar con" no es lo mismo que "pasar en". Pero de cualquier manera con "con" o sin "en", el amigo no tenía la más mínima intensión de cambiar su cama confortable por ningún baldío infestado de ratones, cucarachas y quizás hasta con alguna culebras venenosa, si es a éso que se refería Fabio. 

   No, gracias Fabio, respondió el amigo. Pero Fabio insistió, diciéndole que el baldío quedaba a pocas cuadras y, además, que pensara que era una parte de la naturaleza que moría aplastada bajo el cemento. 

   Pero al amigo, hijo del progreso y poco proclive a sentimentalismos extremos, volvió a negar la invitación: 

   "No, gracias Fabio". 

   El amigo pensó que Fabio se tomaba todo muy a pecho y que, quizás, esa idea podría tratarse de la primera señal de un enajenamiento mental. 

   Finalmente, los amigos de despidieron. 

   Pero el amigo de Fabio se quedó con la pulga atrás de la oreja, por lo que, movido por una curiosidad irrefrenable, apenas Fabio dobló la esquina, lo siguió a distancia. En la segunda cuadra lo vio meterse por un hueco en el tapial del terreno baldío que estaba entre la farmacia y la panadería. Una cuadra antes, se quedó unos quince minutos oculto en la esquina, oculto detrás de un árbol, esperando verlo salir, pero como no lo vio hacerlo se fue a su casa. 

   Al día siguiente, a eso de las diez de la mañana, la madre le pidió que fuese a la panadería, aquella junto al baldío, entonces se acordó de Fabio. Ya en la cuadra, vio camiones y maquinarias delante del baldío, y, llegando al lugar, que ya habían derrumbado el tapial. 

   A los tres meses un nuevo edificio poblaba el barrio, entre la farmacia y la panadería. Cada vez que el amigo de Fabio pasa por allí se acuerda de él, pero ya no está muy seguro que estuviera tan loco como pensaba tres meses atrás.

                                                                             

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El Baldío por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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DESPUÉS DE UNOS POCOS TRAGOS TODO ES COMO UN SUEÑO

 Hacía, como todas las mañana, mi acostumbrada caminata por la playa cuando a cierta distancia vi un bulto oscuro, justo donde morían las olas. Lo primero que me vino a la mente fue la imagen de un delfín muerto. Seguí caminando con mi paso habitual, pero cuando estuve más cerca pude ver claramente que se trataba de un cuerpo humano, entonces me lancé a toda carrera hacia él. Se trataba de un náufrago, un ahogado traído por la corriente. Era un hombre joven, entre treinta y cuarenta años estimé; estaba descalzo y vestía una bermuda de Jean y una camiseta blanca con un dibujo de una copa con una rodaja de limón incrustada en el borde y al lado tenía una frase en inglés en cursiva desprolija, que no me detuve a leer de inmediato porque antes me urgía revisarle los bolsillos para ver si tenía algún tipo de documento que lo identificase. Pero nada encontré. Por un momento me quedé observando su rostro sereno, si no fuera por su pecho inmóvil parecería como si estuviera durmiendo. Finalmente me fijé en la camiseta y lo escrito decía así: "After a few drinks everything is like a dream". Tenía sentido. 

                                                                             

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Después De Unos Pocos Tragos Todo Es Como Un Sueño por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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UN LARGO DÍA

 Nacer fue como despertar de un sueño. Fui un bebé muy querido; tuve una niñez feliz; mi adolescencia fue divertida y sin traumas; de adulto no tuve mayores dolores de cabeza y mi vejez fue tranquila, y cuando me llegó la última hora tuve la sensación de haber vivido un largo día. Entonces volví a dormir. 

                                                        

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LAS MASCOTAS

 Cuando era chico por un tiempo tuvimos dos mascotas: un perro pequinés llamado Mateo y una gata siamesa llamada Canela. Con el tiempo notamos que Mateo y Canela se habían enamorado el uno del otro. Y sería insensato pensar en lo inverosímil ya que a Mateo, que era muy cascarrabias y alborotador, nunca lo sacábamos a pasear y Canela, como le dábamos pastillas anticonceptivas, tampoco salía de casa para nada. Entonces teniéndose el uno al otro, ¿qué esperar sino que acabaran enamorándose, aunque sea por falta de opción? Pero a partir de cierto tiempo, mis padres a menudo se enojaban con él y lo correteaban por todo el patio. Al principio, cada vez que les preguntaba el motivo de aquellas carreras contra Mateo, me decían cualquier cosa. Hasta que una tarde descubrí que lo que mis padres llamaban de "bailar la cumbia", tenía otro nombre y era parecido a lo que ellos hacían por las noches. 

   Una vez vino a visitarnos una amiga de la familia, traía un bebé en los brazos; ella le dijo a mi madre que a pesar de las pastillas anticonceptivas igual había quedado embarazada, por eso no nos sorprendimos cuando a Canela le empezó a crecer la panza. En seguida temimos por los gatitos cuando Mateo, por celos, quizás los quisiera matar. Pero nos engañamos redondamente, porque su comportamiento fue ejemplar, como el de un verdadero papá podría decirse. Y con el tiempo nos dimos cuenta del porqué de su adorable comportamiento y hoy somos los únicos dueños de gatos que ladran y perros que maullan. 

                                                                                   

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EL PLAN PERFECTO

 Enajenado del mundo desde chico, váyase a saber por qué traumática experiencia vivida, sabía que él mismo acabaría con su vida. Cada día anotaba en un cuaderno las minucias de un plan que nunca terminaba de convencerlo por completo; repasaba las anotaciones, hoja por hoja, y siempre encontraba una falla que fatalmente lo postraría en una cama, imposibilitándolo de concretizar con éxito el final de sus días en el mundo. Con ello, innumerables cuadernos, ya sin lugar para más correcciones, envejecían en un baúl a los pies de la cama de su autor mientras él ya trazaba en otro cuaderno un nuevo plan. Un día, ya viejo y vencido, escarbando entre sus pensamientos enredados encontró la clave por tanto tiempo buscada, que haría que su plan fuese perfecto, sin fallas, infalible. Entretanto lamentó el hallazgo tan a destiempo, porque la muerte ya entraba por la puerta de la habitación, trayendo consigo su propio plan; éste sí, perfecto e infalible.  

                                                                          

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El Plan Perfecto por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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EL SUICIDA Y EL LOCO

    Rapallo, Genova -  Febrero de 1883  Parado al borde del acantilado, Amedeo flexionó las piernas y cuando estaba a punto de dar el gran s...