lunes, 18 de enero de 2021

LAIAN Y LOS ALIENÍGENAS - parte 5

 21- EL NUEVO HOGAR 

En el lugar donde los aldeanos, Laian y el mago se habí­an establecido, después del éxodo forzado, fue levantada una nueva aldea con precarias chozas en las márgenes de un riacho de aguas tranquilas y cristalinas y la vida de Laian hubiera seguido como antes en aquel apacible lugar y un dí­a él también sería un mago, con seguridad no tan notable como su maestro, pero un buen mago, si no fuera porque desde que había visto la nave plateada sobrevolando el lago un algo indescifrable le rondaba los pensamientos. Una tarde, Elser Masgrís lo encontró sumido en sus pensamientos, sentado sobre un tronco caído con la vista perdida en el horizonte, exactamente hacia las montañas que rodeaban el antiguo valle y ahora convertido en lago. 

   Si estás con la duda de si volvieron a su planeta o están aún aquí, en algún lugar, te diré que sí­, aún están por aquí, le dijo el mago, leyéndole los pensamientos. Laian lo miró sorprendido. 

   ¿Usted cree, maestro, que son malos también, como los otros alienígenas?, preguntó. El mago se quedó pensando un momento. 

   Pareciera que no, mi querido amigo..., tendrías que descubrirlo por ti mismo, creo. Elser Masgrís notó que en los ojos de Laian había tristeza, pero también algo más. 

   No se puede tener todo en esta vida, mi querido amiguito. Muchas veces, para obtener una cosa hay que perder otra, es la ley de la vida. Nos guste o no, dijo el mago. 

   Me gustaría conocer a esos alienígenas, su cultura; saber cómo es el lugar de donde vienen. Pero no creo estar preparado. Además podrí­an no gustarles las visitas, dijo Laian, con cierta tristeza en la voz.  

   Todo tiene un precio, Laian, hasta la curiosidad lo tiene, dijo el maestro, pero no creas que si decides ir tras ellos te dejaré ir así como así, aún no estás preparado para salir solo por este mundo que esconde misterios y peligros que tú ni imaginas. Debo enseñarte muchas cosas antes de aventurarte solo. Elser Masgrís se quedó esperando alguna pregunta de su discípulo. 

   ¿Será que algún día lo estaré, maestro?, preguntó Laian. Elser Masgrís sonrió. 

   Nadie nunca lo está para ninguna cosa, Laian, pero se puede llegar muy cerca. Ambos se quedaron en silencio unos momentos. 

   Dame un año, dijo por fin el mago, y te enseñaré a valerte por ti mismo por el mundo afuera. Laian se levantó de un salto y abrazó a su maestro y le prometió que se esmeraría como nunca antes en aprender todos los enseñamientos que le transmitiera. 

Y al cabo de poco más de un año Laian estaba preparado ya. Habí­a aprendido a fabricar trampas, a evitar ser sorprendido por animales salvajes, a construir moradas pasajeras, a encontrar agua, a prender fuego y a preparar brebajes, aunque no ninguna mágia, ya que ello llevaba más tiempo de aprendizaje. También le regaló un recetario y un libro donde, entre otras maravillas, con perseverancia, dedicación y, principalmente paciencia, podría llegar a levitar y hacerse invisible algún día. 

   De todas maneras un día te lo iba a enseñar, pero dadas las circunstancias tendrás que aprenderlo solo, le dijo el maestro, poco antes de la partida. 

   Cuando llegó el día, Elser Masgrís apareció trayendo con él un morral de cuero. Laian pensó que tendría alguna cosa dentro, pero cuando lo tomó se dio cuenta que pesaba lo que pesa un morral de cuero sin nada dentro. Elser Masgrís rió al ver la cara de desconcierto de Laian. 

   Es un morral mágico, Laian, y los morrales mágicos no pesan nada, y ¿sabes por qué?, porque la magia no pesa, porque si tuviera peso no sería magia sería alguna cosa cualquiera; y su contenido dependerá de tu inmediata necesidad, no lo olvides, de lo contrario no encontrarás nada dentro. Contiene únicamente lo que puedas necesitar, basta poner la mano dentro y lo que necesites vendrá a ti, ¿has entendido?, dijo el mago. 

   Si, maestro", respondió Laian y abrazó a su maestro. Sabía que lo extrañaría cada minuto de su vida. La noche anterior a su partida Laian acomodó el libro y el recetario, una manta, un tazón y un plato de madera en un morral de lana. Además llevaba una bota de cuero para el agua, el morral mágico, un cuchillo, la espada, una brújula, otro morral de cuero con pan, queso y algunas frutas y el sombrero de cuero. 

   Nada mal, suspiró y se echó a dormir con la cabeza repleta de sueños. 

22- LA TRAVESÍA 

Laian partió al amanecer con rumbo al antiguo valle, donde nadie más se había acercado por considerarlo un lugar maldito. Un extraño "tum tum" había empezado a oí­rse desde hacía mucho, de cuando en vez, de día y de noche, un rui­do asustador que todos atribuyeron a un monstruo desconocido. Tampoco él pensaba acercarse demasiado, sino llegar hasta el comienzo de las montañas y contornarlas por el este, donde se encontraban los grandes bosques y más allá, las aguas sin fin. Si, por el contrario, lo hiciera por el oeste se internaría en los pantanos, una zona húmeda y traicionera. Y aunque cruzar los grandes bosques le demandaría mucho más tiempo, alcanzando la playa el resto del camino, siempre hacia el norte, se le haría menos arduo y más placentero, además, siempre había deseado conocer las Aguas Sin Fin. Laian le echó una última mirada a la aldea, un humeante caserío gris, y se puso en marcha. 

   La primera noche la pasó trepado en un árbol y se sintió extraño, como si habitara otro cuerpo, en medio de ruidos desconocidos. Desde algún lugar el "tum tum" continuaba incesante. Dos días después llegó a las montañas, más allá de la represa sus laderas ya no se veí­an tan azules como antaño sino grises, sombrías, lo que le produjo escalofrí­os, pues recordó que bajo las aguas del lago se encontraba sepultada la nave negra. Consultó la brújula y se dirigió al este. La segunda noche trepó a otro árbol, pero, pese al cansancio, no consiguió dormir, el "tum tum" retumbaba más cercano y le provocaba miedo. Escudriñó el cielo por entre follaje en busca de alguna tormenta formándose a lo lejos que lo tranquilizara, pero el cielo límpido y estrellado le quitó toda esperanza. El "tum tum" era provocado por otra cosa y que nadie sabía qué era. Después que amaneció pudo dormir un par de horas. Al despertar comió el último pan que le quedaba y prosiguió la marcha a pasos largos, pidiéndole a los dioses que la noche de ese día no lo atormentara ningún "tum tum". Por la tarde, entrando en los límites de los grandes bosques, avistó a uno o dos días de marcha el Monte Solitario, un montículo rocoso gigantesco que dominaba los Grandes Bosques. 

   Desde allá tal vez pueda ver las Aguas Sin Fin, pensó; después la vegetación lo envolvió por los cuatro costados de verde y humedad y siguió abriéndose paso a golpes de espada y recogiendo frutas hasta que notó que el día no demoraría en acabar. Debía encontrar un buen lugar donde pasar la noche. Cuando caía la tarde encontró un lugar no tan denso de vegetación; después de varias noches durmiendo arqueado sobre troncos le dolían las costillas y la espalda, así que dormir a ras de piso lo reconfortó, a pesar de los peligros que eso representaba. Laian descubrió que las noches en el bosque eran diferentes que en otro lugar y no porque bosque era bosque y otro lugar no, sino por los mosquitos y los insectos, escorpiones y serpientes que habitaban allí. Buscó en el morral algo que le sirviera para esa ocasión. "Cuando tengas necesidad de algo basta introducir la mano que lo que necesites vendrá a ti", le había dicho su maestro al entregarle el morral mágico. Laian siguió las instrucciones de su maestro, pero al sacar la mano estaba tan vacía como había entrado. Algo no estaba haciendo bien. Pensó y pensó hasta que se dio cuenta que no sabía qué era lo que necesitaba, entonces miró a su alrededor, estaba oscureciendo. 

   ¡Listo!, dijo; necesitaba luz. Entonces volvió a introducir una mano en el morral, tocó en algo, lo tomó. Era un tubo de cristal, como los que usaba su maestro, pero completamente sellado; contenía un polvo blanco y que al examinarlo con detenimiento pudo ver pequeños destellos multicolores. 

   ¿Y la luz?, se preguntó, pero si su maestro le habí­a dicho que lo que necesitara vendría a él, no tení­a por qué dudar; así que se quedó esperando, y al poco tiempo, a medida que iba poniéndose más oscuro. el tubo empezó a iluminar la noche. Laian sonrió y lo colocó junto a él y se puso a encender un fuego para calentarse, aún tení­a un pedazo de queso, otro de carne seca y algunas frutas para comer antes de dormir. Laian demoró en darse cuenta que la luz emitida por el tubo cumplí­a una doble función: alumbrar y ahuyentar. Los mosquitos no lo picaban, a pesar de oírlos zumbar más allá de la luz, y las hormigas no venían a llevarse los pedacitos de queso que caían al piso, y ni sombra de algún otro insecto o animal. Después de comer estiró la manta de lana, doblándola en dos sobre un montón de hojas secas y se acostó y olvidándose de los posibles peligros de la noche; y satisfecho por poder estirarse. Esa noche el "tum tum" no le importó demasiado. Sin embargo, de madrugada lo despertó el barullo de la lluvia sobre las hojas de los árboles, pero al levantarse para recoger sus cosas notó que estaba tan seco como una paja de lino dentro de un establo, así­ como el suelo hasta donde resplandecía la luz que emanaba del tubo, que además le servía de techo protector.

23- EL MONTE SOLITARIO 

El calor sofocante lo despertó. La mañana había comenzado hacía bastante tiempo, la altura del sol y la plena actividad de sus habitantes, preocupados en comer y no ser comidos y en sobrevivir un día más, corroboraba esa impresión. "Es la ley de la naturaleza", pensó al tiempo que guardaba el tubo luminoso en el morral mágico. 

   Mientras avanzaba, el bosque se volvía más denso y ahora el "trac trac" incesante de los golpes de su espada abriéndose paso entre la maleza, sonaba como cualquier otro instrumento en la orquesta de voces y ruidos del bosque. De pronto, detrás de una cortina de gajos y hojas, Laian se deparó con un río de aguas pardas y apresadas, cerrándole el paso. Calculó que tendrí­a unos siete u ocho metros de ancho y cruzarlo no le sería tan fácil. Miró alrededor y no vio nada que pudiera auxiliarlo. A no ser un árbol lo bastante alto, que si lo cortaba correctamente podía hacer que cayera en la otra orilla. Pero su espada no era suficientemente gruesa, y no estaba dispuesto a arriesgarse siguiendo el curso del río y al final comprobar que se había desviado demasiado de su camino. 

   Necesitaba un hacha, entonces miró el morral mágico. 

   No puedo creer que encontraré un hacha ahí dentro, dijo, pero recordó las palabras de su maestro: "La magia no pesa". Laian introdujo una mano y algo le rozó los dedos. Era un hacha, tan filosa que podía derrumbar mitad de los árboles del bosque. 

   El estruendo de la caída del árbol hizo callar las voces del bosque por un momento, luego poco a poco todo volvió a lo de siempre. Subió al tronco y medio tambaleando cortó los gajos atravesados para facilitarle el cruce. Luego guardó el hacha en el morral, maravillándose al verla irse achicando a medida que la metía. Después juntó el resto de sus pertenencias y prosiguió su marcha del otro lado. 

Un día más del previsto, cerca del mediodí­a, llegó al Monte Solitario. 

   Era en verdad un aglomerado de rocas verticales que le hizo imaginar ser un capricho de algún niño gigante que las había amontonado, enterrándolas en la tierra en tiempos muy remotos. De la cima caía un hilo de agua, chorreando suavemente sobre las rocas y algunos tentáculos de la maleza, trepando hacia la cima como dedos alargados. "Sin dudas me facilitarán la escalada", pensó Laian. Tenía razón, sin grandes dificultades consiguió llegar a lo alto del gigante rocoso, demorándose en ello lo que demora una buena siesta. En la cima la brisa fresca lo reconfortó. Abajo quedaba el sofocante aire caliente y vaporoso del bosque. Desde allí pudo comprobar la vastedad del coloso. No habí­a grandes elevaciones y más al medio parecía ser una única roca, diferente a como hacía pensar visto desde abajo; la superficie totalmente verde se debía a la vegetacíon casi rastrera compuesta de unos escasos arbustos sobre el piso cubierto de musgo y charcos de agua cristalina, esparcidos aquí y allí. Calculó que llegar al extremo opuesto le llevaría casi todo el día, lo mejor sería avanzar hasta el atardecer lo más que pudiera, acampar y por la mañana continuar hasta el otro lado, donde pernoctaría la noche siguiente para bajar por la mañana siguiente bien temprano, cosa de continuar la marcha por el bosque de día. Al caer la noche, Laian se acomodó sobre el piso frío de una roca sin musgo. Lamentó no haber pensado en traer un atado de leña seca, el tubo luminoso alumbraba y ahuyentaba bichos y hacía de techo, pero no calentaba. "Lo que necesites vendrá a ti", volvió a decirle el mago dentro de su mente. 

   Pero ¿será que hasta fuego hay dentro del morral mágico?, se preguntó. Así que metió una mano en el morral y algo le quemó la punta de los dedos. Era un leño encendido que largó rápidamente sobre la roca desnuda. Ya un tanto más ducho en el manejo del morral mágico, Laian sacó pedazos de leña e hizo una buena hoguera para calentarse, y cuando le vino el hambre el morral mágico le proporcionó más queso y más pan. Esa noche, tan cerca del cielo, Laian creyó que si lo quisiera podía tocar las estrellas.

24- LAS AGUAS SIN FIN

Al despertar, una densa neblina cubrí­a la cumbre y Laian pudo oler el aire húmedo más allá del haz de luz del tubo luminoso. Los recuerdos que poblaban la vida que había dejado atrás no hacía mucho tiempo vinieron a él. El mago, la aldea y su gente, mezclados a escenas en el castillo, tales como los preparativos de las bolsitas explosivas, cuando observaba las dos naves que parecían estrellas o cuando voló sobre la espalda del mago. De pronto, como en un sueño, escenas futuras junto a sus imaginarios amigos alienígenas irrumpieron en sus pensamientos. Luchaban lado a lado contra un monstruo poderoso y nauseabundo, pero llegando a esa parte sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo que hizo que abriera los ojos de inmediato, espantando así la horrible imagen creada en su mente. Poco a poco una brisa fresca empezó a disipar en girones la neblina, dejando aparecer el cielo de un azul como jamás había visto. De pronto, a lo lejos y debajo del sol vio pasar una nave plateada, se levantó de un salto, pero ya la nave, veloz como un rayo, se perdía en el horizonte, rumbo al norte. Laian, acometido por una urgencia repentina, reunió sus cosas rápidamente y reanudó su camino. A media tarde llegó al borde del coloso de piedra, en el horizonte se veía la fina lí­nea azul oscura de las Aguas Sin Fin dividiendo agua y cielo, y a sus pies, el verde del gran bosque, cortado por el cordón pardo de un río serpenteante, que quizás fuera el que cruzara unos días antes, que desembocaba en las Aguas Sin Fin. 

   Fabricaré una balsa, se dijo, pensando en la marcha cuando bajara al bosque, ya que de esa manera acortaría el último tramo hasta llegar a la playa. El descenso le dio más trabajo de lo que pensaba, a pesar de bajar sus cosas con una interminable soga que sacó del morral mágico. Una vez en tierra firme, siguió en dirección del río y al llegar a la orilla sacó nuevamente el hacha y en seguida se puso a buscar y a cortar los troncos que después ató con la soga interminable para hacer la embarcación. Para el mediodí­a tenía una pequeña balsa y una larga vara para lanzarse al rí­o. 

   La tarde ya se iba cuando la brisa fresca que soplaba desde las Aguas Sin Fin le dio la bienvenida en la desembocadura del río, donde las aguas se juntaban y se mezclaban haciéndose una sola. En el horizonte de las Aguas Sin Fin la noche traía las primeras estrellas. Laian fue empujando la balsa a la izquierda hasta sentir que tocaba en la orilla, donde arrojó sus cosas sobre la arena saltando detrás. La balsa, arrastrada por la corriente del río, siguió viaje en solitario hacia el olvido. 

   La música de las olas le resultó de los más agradable, así como el olor penetrante de las Aguas Sin Fin. Había oído que algunas personas no solamente navegaban, sino que también entraban en ellas para bañarse, pero eso tendría que quedar para el día siguiente, lo que no quedaría para mañana sería sacarse las botas y sentir la arena bajo sus pies.

25- LA VASTEDAD DEL MUNDO 

Esa primera noche junto a las Aguas Sin Fin, Laian demoró a dormir, maravillado por la cercanía de las aguas y por la contemplación del cielo estrellado, que desde allí le parecía tan inmenso cuando visto desde el monte solitario. Junto con las sensaciones agradables del momento, acudieron a su mente los pormenores de la travesía, desde que abandonara la aldea hasta ese momento hasta el error de no haber pensado en una balsa cuando encontró el río la primera vez, ya que siempre habí­a oí­do que todos los rí­os terminaban en las Aguas Sin Fin. Se dijo que debí­a aprender a usar mejor los mágicos recursos contenidos en el morral, que era una suerte de bolsa de los deseos, o mejor dicho, de sus necesidades. Lo que no le habí­a explicado el mago era si el mágico contenido equivalí­a al tamaño de sus necesidades que podían, con seguridad, ser muchas. "Eso lo tendré que descubrir sobre la marcha", reflexionó. 

Comía tranquilamente al amparo de la luminosidad del tubo y aún sumido en los pormenores del viaje cuando empezó a ver que la tonalidad oscura de la noche sobre las Aguas Sin Fin empezaba a cambiar, a tornarse más clara, como si la noche volviera hacia atrás. Hasta que de pronto, desde la profunda oscuridad tachonada de estrellas, empezó a emerger la luna, tan gigantesca y tan próxima que parecía poder tocarla con solo estirar los brazos, mostrándole que la vastedad también estaba en otros mundos. Solo cuando la luna estuvo bien en lo alto, con el tamaño de siempre, Laian se durmió. 

Un trueno lo despertó poco antes del amanecer, pero cuando abrió los ojos una luz a gran velocidad se perdía en el horizonte. Laian pensó en la nave plateada, aunque todo, trueno y luz, ocurrió tan de prisa que no estuvo seguro si aquello fuera realidad o sueño. Para cuando el astro rey asomó de las aguas, como una gran bola de fuego, tal cual lo hiciera la luna por la noche, Laian ya lo estaba esperando, y volvió a maravillarse y se sintió tan pequeño como una hormiga. Sin dudas era algo de lo cual no se olvidaría jamás. 

Licencia Creative Commons
LAIAN Y LOS ALIENÍGENAS - parte 5 por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.

domingo, 17 de enero de 2021

LAIAN Y LOS ALIENÍGENAS - parte 4

 16- LA ESPERA 

Cuando la superficie del planeta se encontraba a pocos kilómetros el radar de la nave wirmiana indicó una extraña anomalía climática sobre la posición de la nave negra de Malditas Werk. Rápidamente se dirigieron al lugar. Al llegar, los wirmianos contornaron la tormenta por encima y por los lados; imposibilitados de aterrizar se vieron obligados a hacerlo fuera de su rayo de alcance, del otro lado de las montañas, donde se extendía una planicie boscosa. La tormenta les pareció sospechosamente intencional, tal su extraño comportamiento, ya que más allá del valle el cielo estaba claro. Luego del aterrizaje en un claro del bosque, los soldados al mando de Opzmo rápidamente se dispusieron a colocar los dispositivos de invisibilidad alrededor de la nave. Opzmo caminó unos metros fuera del perímetro y se volteó. El cuadro con el cielo límpido, las distantes montañas azuladas sobre el bosque verde y florido que presenciaban sus ojos lo dejó impactado. 

   ¡Qué planeta!, exclamó, tras un largo suspiro. Al volver tras sus pasos cruzó entre los dispositivos, los soldados se hicieron visibles y se encaminaban hacia la plateada nave wirmiana. 

   Todo listo, Fluo, estamos seguros ya, dijo Opzmo. 

   Gracias, Opzmo, ¿has visto a Koki-Loki?, preguntó Fluo Max. 

   Cuando entré a la nave lo vi pasar hacia el depósito de armamentos, dijo Opzmo. 

   Ok, voy hasta allí a darle instrucciones y ya vuelvo, dijo Fluo Max y abandonó la sala.

   Koki-Loki revisaba los armamentos de los soldados a su cargo cuando Flou Max irrumpió en el depósito. 

   Hola, Fluo, saludó Koki-Loki. 

   Hola, Koki, quiero que reúnas a tu escuadrón y le eches un vistazo al lugar donde se encuentra Malditas Werk. Fluo Max estaba intrigado con la tormenta que se mantenía sin moverse del valle donde se encontraba el enemigo. 

   Muy bien, Fluo, en veinte minutos partimos, dijo Koki-Loki, tomando la radio para llamar a sus muchachos.

   Buena suerte, amigo, mantente en contacto, le recomendó Fluo Max. 

   Así lo haré, Fluo, descuida, respondió Koki-Loki. 

Algunas horas después el escuadrón de koki-Loki estaba de vuelta en la nave plateada. En la cabina de comando todos esperaban ansiosos noticias sobre el enemigo. 

   Por ahora, amigos, no hay mucho qué hacer, les dijo, apenas entró en la sala de comando, la extraña tormenta hace imposible cualquier intento de aterrizar en el valle donde está el maldito, pues me temo que se ha convertido en un inmenso lago, ya que los derrumbes de las laderas en la desembocadura ha formado un dique que impide que el agua escurra. Eso sí, hemos avistado a muchos tedosianos yendo hacia los bosque. Por si acaso dejé parte del pelotón apostado en las cercaní­as vigilando la entrada al valle. Ahora quiero mostrarles algo que captó la cámara del Miniflayer que introdujimos en la tormenta, y que explicará los derrumbes. Aquí está la grabación. 

   ¡Veámosla entonces!, sugirió Opzmo. Fluo Max y compañía miraban asombrados como un tedosiano se desplazaba flotando en el aire mientras arrojaba explosivos contra las montañas que rodeaban el valle haciendo que de las paredes cayeran toneladas y toneladas de piedra y tierra sobre las aguas. 

   ¿Será posible que ese doble mío haya provocado con esas cosas explosivas la formación del dique?, preguntó Opzmo. 

   Es lo que parece, dijo Fluo Max. 

   Pero la pregunta es ésta, dijo Atchiki Licki, mirando a Opzmo, ¿cuándo tu padre anduvo por aquí? Lo único que falta es que el tedosiano volador también empiece a sudar violeta.

   Muy gracioso, Atchiki, dijo Opzmo, riendo junto a los otros. 

   Puede que sea alguna especie de brujo, sugirió Fluo Max. 

   Sea lo que sea, parece que está de nuestro lado, dijo Opzmo. 

   Eso lo veremos cuando nos crucemos con él, dijo Atchiki Licki. 

17- EL NEGRO DESPERTAR 

En la nave negra todos aprovecharon el mal tiempo para poner el sueño en dí­a, hasta quienes deberí­an estar despiertos haciendo guardia habían sucumbido al encantamiento del barullo de la lluvia contra el metal de la nave y ahora dormían la mona en sus puestos. Menos Malditania, que, enajenada del encantamiento del golpeteo de la lluvia gracias al ruido de su incesante masticación, no se había percatado de ello. Afuera, la lluvia inclemente seguía cayendo sin parar, mientras Elser Masgrís seguía haciendo lo suyo, aflojando la tierra de las laderas con las bolsitas explosivas. Al cabo de algunas horas toneladas de barro y piedras sepultaron la nave mientras sus ocupantes roncaban y soñaban con el reino a conquistar cuando parara de llover. 

Malditas Werk soñaba que estaba sentado en un gran trono de oro y diamantes, a lo lejos escuchaba al pueblo corear su nombre entre vítores y alabanzas mientras en el cielo explotaban juegos artificiales multicolores; el subcomandante Guanakeitor, que miraba sonriente por la escotilla como la figura siniestra de Malditas Werk flotaba en el espacio mientras él se alejaba en su nave; Malditoulas, que inventaba un nuevo artefacto para hacer sufrir, pero aún no sabía cómo hacerlo funcionar; Malditilio, que descuartizaba vivo un gatito siamés al que previamente habí­a despojado de sus pelos con una pinza de depilar las cejas; Malditolê, que explotaba ratas dentro de un minimicroondas fabricado por su abuelo exclusivamente para tal fin y Malditania, que saciaba su gula con una torta gigante de chocolate, vainilla, dulce de leche, mermeladas de higos y frutillas, confites, duraznos en almíbar y varios tipos de crema, la cual comía confortablemente sentada dentro de ella. El primero en despertarse fue Malditas Werk, del otro lado del casco se oían truenos, que en un principio pensó que fuesen los gases de Malditania retumbando en la oquedad de la nave. Se acercó a la escotilla, abrigando la esperanza de ver un cielo hermosamente azul, pero solo vio la negrura absoluta. Demoró unos segundos en percibir que si no habían gotas sobre el vidrio ni chorreaba el agua era porque ni parara de llover ni era de noche, sino que estaban sumergidos. Su corazón se aceleró y, horrorizado, corrió fuera de su recámara. Los soldados encargados de los controles aún dormían cuando Malditas Werk irrumpió en la cabina personificando al mismo demonio. Los soldados ya se sentían picadillo de carne cuando su jefe pasó por encima de ellos, arrojándose sobre la consola. Al parecer, el jefe tenía cosas más urgentes para hacer que matarlos, pensaron, respirando aliviados, sin saber que su destino de muerte ya estaba sellado y que ya ocupaban la propia tumba. 

   ¡Urgente! Tú, marmota, pon en marcha los motores que nos vamos de este infierno inmediatamente, ordenó Malditas. El soldado accionó el botón de encendido, pero los motores no respondieron. Intentó varias veces y nada. 

   Sal de ahí, inútil y recuérdame más tarde de matarte como a un perro, ordenó Malditas Werk, pero ni él consiguió poner en marcha los motores. 

   ¿Dónde está el tarambana del subcomandante?, vociferó. 

   Aquí­ estoy, señor. El subcomandante Guanakeitor acababa de entrar. 

   Vaya a ver con sus propios ojos qué carajo sucede en la casa de máquinas. ¡Corra, infeliz!, gritó Malditas Werk y se dio vuelta para mirar a través del vidrio de la cabina, del otro lado, claramente, se podía ver el barro comprimido contra el cristal. 

Cuando el comandante Guanakeitor llegó a la casa de máquinas los mecánicos estaban durmiendo sentados y con los pies enterrados hasta los tobillos en el barro que brotaba lentamente de uno de los motores. Al sentir que alguien se acercaba gritando furiosamente se pusieron de pie, pero el sedimento no los dejó moverse del lugar. 

   Señor, ¿qué ha sucedido?, preguntó uno de ellos mientras se sacaba las lagañas de los ojos. 

   Eso es lo que pregunto yo, idiota, contestó encolerizado el subcomandante, y tú, deja de mirarte los pies como un retardado y haz algo, le dijo al otro que miraba sin entender lo que sucedía con sus pies que no le obedecían. 

   Al jefe no le va a gustar nada la noticia, pensó, aprensivo, el subcomandante, pasándose  una mano por el cuello mientras se dirigía de vuelta a la cabina de mando.

   ¿Cómo es posible que esto nos haya ocurrido? Alguien que me explique, por favor, inquirió Malditas Werk, mirando a los soldados que, esquivando la fiera mirada del jefe, miraban hacia otro lado. Estaba claro que nadie tenía la respuesta y mismo teniéndola, ¿quién se atrevería a darla? Hacerlo era lo mismo que condenarse a la muerte instantánea, porque el jefe se cobraría con su vida la negligencia de saber el problema y no subsanarlo a tiempo. Malditas Werk iba a decir algo cuando de repente las luces se apagaron. 

   Solo me faltaba esto ahora, protestó. Cuando las luces de emergencia se encendieron, unos segundos más tarde, Malditas Werk y el subcomandante Guanakeitor se viron en la cabina completamente solos, el resto, aprovechando el corte, desaparecieron antes que la matanza sistemática empezara. 

   ¿Y tú, energúmeno, qué esperas para ir a ver ver qué demonios pasó con la energía?, le ordenó al subcomandante mientras se agarraba en cualquier cosa para no caer, pues las piernas le empezaban a flaquear con la indisposición que sentía creciendo dentro de sí. 

   Sí, señor, respondió el subcomandante y salió corriendo­, más impelido por alejarse de Malditas Werk que por cumplir la orden. Al salir de la cabina de mando al subcomandante se le ensombreció el rostro, el barro brotaba por las paredes de la nave lenta e inexorablemente. Era el fin de la aventura. 

18- EL DESAPARECIMIENTO

Atchiki Licki llamó a Fluo Max para que viniera a ver una cosa en el radar. 

   Mira esto, Fluo, dijo, apuntando para el punto luminoso que indicaba la posición de la nave negra que iba apagándose gradualmente. 

   ¿Se estará alejando?, preguntó Fluo Max, tan sorprendido como su compañero. 

   Eso mismo me pregunto yo, respondió Atchiki Licki, dando de hombros. En ese instante la puerta de la cabina se abrió y entró Opzmo. 

   ¿Qué sucede, muchachos?, preguntó.  

   Mira esto, Opzmo. Fluo Max le mostró el radar, donde ya no se veía el punto luminoso. 

  ¡Qué! ¿Dónde está la nave? No me digas que Malditas Werk ha escapado. Opzmo empezó a chorrear el famoso sudor violeta. 

   No sabemos qué pasó. En un momento estaba, luego empezó a debilitarse la señal y de repente, ¡zas! ¡Desapareció!, dijo Fluo Max, chasqueando los dedos. 

   ¿No crees que el desaparecimiento de la señal de la nave está relacionado con la represa ocasionada por el tedosiano volador?, le preguntó Atchiki Licki a Opzmo. 

   Tal vez, respondió Opzmo. 

   Tendremos que averiguarlo, sugirió Atchiki Licki.

   Es lo que haremos ahora mismo, dijo Fluo Max.

19- LA PARTIDA DEL CASTILLO

Laian estaba apoyado sobre la amurada de la torre, a un metro suyo el agua continuaba cayendo a cántaros y no demoraría mucho en cubrir el castillo; creía firmemente en su maestro, pero dudaba que al llegar hasta la cima del castillo las aguas respetarían el poder del mago. En ese momento Elser Masgrís se materializó a su lado. Laian se llevó un susto, pero al ver al maestro se le pasó en seguida.

   ¡Maestro, qué alegría! ¿Qué ha sucedido?, dijo. 

   Ve a mis aposentos y recoge las cosas que están en mi escritorio y vuelve aquí en seguida, que nos vamos, ordenó el mago. 

   ¿Vamos a viajar, maestro?, preguntó, ingenuamente, Laian. 

   No, hijo mío. Debemos abandonar el castillo y buscar un nuevo hogar, pero no preguntes más nada y haz lo que te pedí. El tiempo urge, ordenó el mago, con el rostro turbado. 

   Sí, maestro, respondió Laian prontamente y desapareció por la escalinata de piedra. Cuando volvió a la torre la lluvia había cesado de caer y las nubes se disolvían en el aire. Elser Masgrís le ordenó que montara en su espalda. 

   Sujétate fuerte, Laian, dijo el mago, y salieron volando rumbo a los bosques. 

   

   Sin dudas en este momento Malditas Werk, su estirpe maldita y su ejército despiadado estar­án sepultados bajo toneladas de sedimento y piedras, y si no murieron ahogados seguramente lo harán de hambre, comentó Fluo Max con Opzmo mientras se dirigían al lago. 

   No sé, amigo. El maldito nunca jugó limpio, ¿quién nos garantiza que no sea otra de sus tretas, hum? Opzmo podía estar con la razón, no sería la primera vez que Malditas Werk los sorprendía con una de las suyas. 

Para cuando llegaron el cielo estaba tan azul como siempre, con algunas pocas nubes disolviéndose en el aire. La nave plateada sobrevoló sobre el gran lago que se había formado en el otrora valle durante algunos minutos. Tenían la esperanza de poder avistar la nave de Maldita Werk desde las alturas, pero con las aguas barrientas les fue imposible. 

   Resulta extraño, exclamó Fluo Max, que la señal de Malditas Werk desaparezca justo cuando la terrible tormenta acaba. 

   Para mí que el dedo del hermano de Opzmo está metido en ese pastel, opinó Atchiki Licki. Nueva onda de risas resonó en la cabina.

   ¡Adiós, maldito Malditas! Púdrete en el infierno, tú y tu estirpe maldita, dijo Opzmo. Todos se echaron a reír más fuerte aún con la cara que puso Opzmo al decir aquello. 


Desde un lugar del bosque donde se habían refugiado los aldeanos, Elser Masgrís y Laian vieron en la bola de cristal cómo la nave plateada sobrevolaba el lago un par de veces y luego partía más allá de las montañas. 

   Creo que estos alienígenas ya no volverán más por aquí, dijo Elser Masgrís. Laian sin saber por qué, sintió algo parecido a la tristeza.

20- LA TRAMPA MORTAL 

Cuando en la nave negra la carga de las baterías de las linternas y los reflectores acabó las cadenas de mando dejaron de tener sentido, entonces fue cada uno por sí­ propio. Tanto los soldados que intentaron abrir las compuertas cuanto los que abrieron a hachazos grietas en el casco en un intento desesperado de escapar murieron aplastados y ahogados por el barro que avanzó con fuerza al interior. Otros, sabiendo que si Malditania se les adelantaba y llegaba primero a la comida acelerando su muerte por inanición, se encerraron en la cámara fría y en el depósito de los alimentos imperecederos. A través de las gruesas puertas escuchaban los golpes de Malditania queriendo entrar y su voz estridente gritando: "comida", "quiero comida". Los que no pudieron entrar en la cámara ni en el depósito se escondieron donde pudieron y cuando oían que Malditania se acercaba prendí­an la respiración, acaso intuyendo que la voracidad de la glotona angurrienta no respetaría ni la carne humana con tal de apaciguar su insaciable apetito. Malditania, vagando en la total oscuridad, empezó a devorar cualquier cosa que encontrase en su peregrinar a ciegas. Pero llegó un momento en que la desesperación por encontrar el cada vez más escaso alimento fue tanta que apuró el olfato, entonces ya nadie estuvo seguro. A pesar que contaban con armamentos, las balas que entraban en su cuerpo se atascaban en la gruesa capa de grasa del monstruo devorador sin hacerle cosquillas; así que Malditania los fue cazando uno por uno y comiéndolos vivos, como las hienas. Incluso a su clan maldito: al abuelo junto con los cachibaches con que inventaba cosas macabras; a Malditillo y su colección de mascotas aún por ser torturadas; a Malditolê junto con sus juguetes maquiavélicos y por último a su padre, que queriendo zafar de sus fauces la quiso engatusar con la imagen holográfica de su madre. Ya nada podía detener a Malditania, padre, máquina holográfica y hasta el subcomandante Wanakeitor, que se había escondido debajo de la cama de Malditas Werk, acabaron también en su estómago. Los soldados que se escondieron en la cámara fría, después de varios dí­as y ya no aguantando más la fetidez de las carnes putrefactas, no tuvieron otra alternativa que abrir la puerta. Pero Malditania que también había percibido la fetidez los esperó del lado de afuera. Mientras devoraba al primer soldado que asomó la cabeza los otros aprovecharon para escabullirse. Después de acabar con el soldado Malditania siguió su festín diabólico con las carnes podridas, no sin antes luchar para pasar por la entrada, que aunque era amplia Malditania había quintuplicado su tamaño desde que empezara a comer humanos. Dos dí­as después cuando la carne podrida acabó Malditania, decidida a ir por más, no consiguió atravesar por el marco de la puerta. Un alarido gutural reclamando comida se oyó hasta en los rincones más remotos de la nave negra y los que aún quedaban con vida se estremecieron de miedo. Malditania desgarró el marco de la puerta con sus poderosos brazos, y ya en el pasillo empezó a olfatear y cuando captó el olor de los víveres del depósito de los alimentos imperecederos se encaminó hacia allí, rozando su cuerpo voluminoso por las paredes de los pasillos que ya empezaban a serle demasiado estrechos. Al llegar al depósito una furia demoníaca tomó cuenta del mostruoso ser que arremetió con la fuerza de un elefante encolerizado, arrancando el marco metálico, derrumbando la puerta y ensanchando la abertura; con todo su ser ocupando la totalidad de la abertura los soldados que se encontraban en su interior no tuvieron ninguna chance de salvar la piel, ellos y todo lo que encontró allí fue devorado sin descanso durante los días en que permaneció adentro. El rechinar de las placas metálicas, al ser rasgadas por el cuerpo de Malditania al salir de la cámara, así como el alarido al salir de cámara fría, volvió a recorrer cada recámara de la nave, y si alguno de los soldados que aún estaban vivos albergaba la esperanza de salir con vida de esa trampa mortal se le acabó en ese mismo instante, porque en verdad fue el último aviso, pues ella fue por ellos. 

Licencia Creative Commons
LAIAN Y LOS ALIENÍGENAS - parte 4 por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.

LAIAN Y LOS ALIENÍGENAS - parte 3

 11- EL POLVO EXPLOSIVO 

Cuando la primera nave entró en la atmósfera de T2, la noche había caído hacía varias horas. Laian, al ver la gigante bola de fuego aproximándose, pensó que su maestro se habí­a equivocado, confundiendo un cometa con una nave alienígena, y que era el fin del mundo. Elser Masgrís, parado a su lado, viendo que su discípulo temblaba como una vara verde y adivinando sus pensamientos, lo calmó explicándole que el fuego que estaba viendo no era un cometa, que cualquier objeto a gran velocidad venido del espacio al entrar en contacto con el aire ardía en llamas, tamaña la velocidad con que lo hacía. 

   Mañana al amanecer podremos ver la nave claramente, dijo el mago, con su calma habitual. La explicación, lejos de calmar a Laian le infundió más temor. Pensaba que si la nave ardí­a en llamas y al día siguiente sus ocupantes salían de ella como si nada hubiera pasado debí­an ser invencibles, y siendo así, ¿quién podría salvar a todos los habitantes de la aldea? Elser Masgrís ya les había advertido a los habitantes de la aldea que aquello que se aproximaba desde el cosmos no era nada bueno y que lo más sensato por el momento era huir hacía cualquier lado. Entretanto, sabía que era inútil pedirles que huyeran de allí porque los aliení­genas podí­an aterrizar en cualquier lugar, lo que significaba que no existía en todo el planeta un lugar seguro para nadie; pero sin duda, como sucede con las manadas de animales salvajes, mientras unos eran cazados otros salvan el pellejo, aún así la dispersión era lo más sensato a hacer. De cualquier manera todos creyeron que la hipótesis de una nave con seres de otro planeta era delirio de un viejo loco. 

   Luego que el fuego se extinguió el cielo nocturno volvió a su silenciosa quietud, todos concordaban que había sido apenas un meteorito cuando de pronto un resplandor iluminó el valle, seguido de un ruido ensordecedor y un vapor nauseabundo infestó los campos y la aldea. Esa noche nadie pudo seguir durmiendo, al amanecer irían a ver de qué se trataba todo aquéllo. Pero cuando amaneció un ejército de seres extravagantes emergió de la nave y avanzó hacia a la aldea. Elser Masgrís, desde la torre del castillo, la mirada puesta en el cielo, invocó al viento en una lengua que Laian, a su lado, jamás oyera. Un momento después el viento empezó a soplar cada vez con más fuerza, trayendo consigo nubes de polvo en forma de remolinos. La tormenta de polvo cubrió todo el valle, castillo, aldea, la nave y al propio ejército, a medio camino entre la nave y la aldea. Los alienígenas, enceguecidos por la polvareda, quedaron desorientados. Laian sintió que el mago lo tironeaba del brazo y en un momento estaba dentro del castillo. 

   Y ahora, ¿qué haremos, maestro?, preguntó Laian, que estaba tan blanco de miedo como la luna llena. 

   Hacer lo que se pueda, dijo secamente el mago, y preparar algo para defendernos. 

   En el subsuelo del castillo se encontraba una recámara que Laian ignoraba que existiera, a pesar de los muchos años que llevaba en él. El muchacho debió subir hasta el salón donde el mago fabricaba sus magias los pequeños toneles que estaban almacenados allí abajo. Luego el mago le instruyó a recorrer todo el castillo en busca de todo lo que estuviera confeccionado con tela.

   Quiero que recorras el castillo de punta a punta y traigas aquí toda las ropas, cortinas y sábanas y cualquier otra cosa hecha de trapo. Después quiero que cortes pequeños cuadrados de no más que un palmo con los cuales formaremos pequeñas bolsitas explosivas, dijo mientras preparaba una fórmula mágica. 

   Pero si saco las cortinas de las ventanas, ¿no entrará polvo al castillo, maestro?, preguntó Laian, preocupado en no poder realizar su trabajo si el polvo invadía el interior encegueciéndolo todo. 

   No te preocupes por eso, el polvo no puede entrar aquí, respondió el mago sin más explicaciones. Cuando el muchacho terminó de hacer lo que su maestro le indicó, juntos se pusieron a fabricar las bolsitas explosivas. 

   Ven, te mostraré lo que hace este polvo, le dijo el mago al muchacho que lo miraba atentamente. Elser Masgrís agarró una bolsita y la arrojó contra una de las paredes del castillo. Laian se llevó un tremendo susto ante la gran explosión que aquel aparente polvo inofensivo provocó, en seguida una niebla gris oliendo a azufre cubrió el recinto, y al disiparse un gran orificio dejaba ver la recámara al otro lado de la pared. 

   Ahora ayúdame a poner dentro de estas alforjas todas las bolsitas que sea posible, dijo el mago. 

   ¿Los atacará con ellas, maestro?, quiso saber Laian. 

   Más o menos, pero todavía no. Primero tengo que averiguar algo, respondió el mago. Un momento después Laian vio desde la torre cómo su maestro se elevaba en el aire y rápidamente se zambullía dentro del torbellino polvoriento que cubría el mundo más allá del castillo. Laian se puso nervioso, temí­a que los alienígenas fueran tanto o más poderosos que su maestro y lo capturasen, o peor, que le dieran muerte. 

12- ATRAPADOS EN LA NIEBLA 

   ¿Y ese maldito polvo de dónde salió?, vociferó, furioso, Malditas Werk desde la cabina, al percibir cómo el polvo impedía la visión del exterior. Decidió comunicarse por radio con el subcomandante Guanakeitor. 

   Subcomandante Guanakeitor, ¿me escucha?, cambio. Después de un largo silencio la voz intermitente, por causa de la estática, del subcomandante se escuchó: 

  Aquí, el subcomandante Guanakeitor, una nube de polvo repentina nos envolvió y no podemos proseguir, señor. Adelante y cambio, dijo, tosiendo sin parar. 

   Por acaso, ¿no llevan linternas o reflectores portátiles encima? Cambio, preguntó Malditas Werk, espumando como un perro rabioso. 

   No, señor. Cambio, respondió el subordinado, aún tosiendo. 

   ¿Y por qué no llevaron los reflectores, bando de idiotas?, ¿cómo vamos a conquistar a estos salvajes tedosianos? Así no voy a ser emperador nunca, inservibles. Cambio. Malditas miró a su alrededor pero no encontró a nadie con quien descargar la rabia que sentía.

   Señor, no trajimos reflectores porque es de día. Cambio. Respondió el subcomandante. Malditas Werk ignoró su aclaración y le ordenó que volviera con sus hombres a la nave inmediatamente. 

   Imposible, señor, no se ve nada. Nos quedaremos aquí estacionados hasta que la nube de polvo se disipe. Cambio". 

Malditas Werk maldijo el clima inestable del planeta y salió furioso de la cabina de comando. Un soldado que pasaba por el corredor en sentido contrario se convirtió en la víctima de la furia de su jefe, perdiendo la cabeza de un sablazo que no vio venir. En el pasillo Malditas tropezó con su padre, que se llevó un susto al verlo salpicado de sangre.

   Hijo mío, ¿qué pasó que estás manchado con sangre? Malditoulas pensó en lo peor, que su hijo se había cortado sin querer al intentar matar algún cerdo o alguna oveja, pues escuchara los chirridos de Malditania no hacía mucho pidiendo comida. 

   Nada, nada, papá. El clima de este planeta, el inservible subcomandante y el diablo a cuatro están en mi contra, eso es lo que pasa, contestó Malditas, apretando los puños de impotencia. 

   Espera un poco, hijo mío que no estoy entendiendo nada, ¿qué tienen que ver esos tres elementos con la sangre?, preguntó el padre, afligidísimo. Malditas Werk le contó, casi sollozando, los últimos acontecimientos que lo llenaron de odio e impotencia y cómo se descargó con el infeliz soldado. 

   De alguna manera me tenía que desestresar, ¿no?, justificó Malditas. Malditoulas abrazó a su hijo y acariciándole paternalmente la cabeza le explicó que ser emperador no se conseguía de un dí­a para el otro y que se fuera olvidando eso de la dinastí­a. 

   Cuando se empiece a hablar de la dinastía Werk, tú ya no estarás en este mundo para verlo, hijo. Es como plantar árboles para que otros disfruten de su sombra. Malditas Werk no dijo nada, siguió su camino y se recluyó en sus aposentos. 

   Nadie me comprende, nadie en esta maldita vida me comprende, le rezongó al espejo mientras se lavaba la sangre.

13- ENTRE ENEMIGOS 

Los soldados de Malditas Werk, estancados en el mismo lugar donde la tormenta de polvo los había sorprendido, no se atreví­an a avanzar ni a retroceder por temor a perderse en terreno desconocido. Elser Masgrís se aproximó a los alienígenas y pudo comprobar que sus siluetas no diferí­an de las de los seres humanos. Invisible y silente se paseó entre ellos oyéndolos hablar. Poco a poco su extraña lengua fue haciéndosele comprensible y al cabo de un rato pudo entender con claridad lo que conversaban. Así se enteró de dónde venían y que sus intenciones eran quedarse, y algo más, que la otra nave que aún no habí­a llegado los perseguía. Pero ésto no significaba que no pudiera considerarlos como enemigos también. Seguro de que el ejército no se movería de allí, el mago se dirigió hasta donde estaba estacionada la nave alienígena. Al llegar al lugar comprobó que era una nave gigantesca y que contornarla para encontrar una entrada, que al final no encontró, le llevaría unos buenos diez minutos o más. Con las uñas hacía pequeñas marcas sobre los vidrios de las escotillas que encontraba y por donde podía espiar sin ser descubierto. Notó poco movimiento en su interior, pero en una escotilla vio un grupo de alienígenas que le llamó bastante la atención. Eran cinco individuos que parecían pertenecer a un grupo familiar, y ahora más claramente pudo comprobar que realmente se parecían a los humanos. Uno de ellos caminaba de un lado para el otro gesticulando todo el tiempo, claramente nervioso, le hablaba a otro más viejo que no le prestaba mucha atención porque estaba manoseando un artefacto que Elser Masgrís no tení­a la menor idea de lo fuera ni para qué servía. Cerca de ellos, uno más joven que el que hablaba sostenía en una de sus manos un animal pequeño, peludo e indefinible, el pobre animalito se retorcía y pataleaba queriendo escapar de su torturador, que con la otra mano le daba golpesitos en la cabeza con un martillo mientras reía como un débil mental. A su lado estaba uno más pequeño todavía, jugando con una guillotina en miniatura, ése por lo menos le cortaba uno a uno la cabeza a los soldados de un batallón entero de soldaditos de madera o de algún material similar. Y más allá de todos ellos había una alienígena parecida a una abominable bola de grasa, aislada de los otros por una pila descomunal de comida que consumía con gran gula, como si nunca hubiera comido en la vida, o después de estar mucho tiempo sin probar un bocado. Elser Masgrís constató que la pila estaba compuesta de todas las carnes y los fiambres y las verduras que él conocía en este mundo y de otros elementos comestibles que nunca había visto en su vida. 

Laian aún estaba dentro de la torre cuando el mago emergió del torbellino. 

   ¡Maestro, al fin llegó!, dijo, aliviado al ver llegar a su maestro sano y salvo. Estaba muy preocupado por usted, ¿desea que le prepare algo para comer? Debe estar con hambre, dijo el diligente aprendiz. 

   No, gracias Laian. Creo que si coloco algo en el estómago lo he de vomitar en el acto, respondió el mago, aún con la imagen de la alienígena glotona en su mente, mientras se sacudía el polvo que lo cubría de la cabeza a los pies. Durante cinco días el mago mantuvo a los soldados sitiados en el mismo lugar, bajo el torbellino infernal. Pensó que a esas alturas tendrían suficiente hambre como para querer volver a la nave que avanzar hacia la aldea. 

14- LA DECEPCIÓN 

Malditas Werk, poseído por la ira, iba de un extremo a otro de la nave balanceando la espada amenazadoramente. Todos en la nave se escondían a su paso, nadie quería terminar degollado como el infortunado soldado el día de la tormenta de polvo. Gruñí­a, como un oso hambriento, improperios contra el tiempo, contra la mala suerte y, principalmente, contra el inepto subcomandante Guanakeitor y el bando de inútiles de sus soldados, que en lugar de seguir habían retornado a la nave. 

   Estábamos con hambre, se quejó el subcomandante. 

   ¿Y la ética militar? ¿Y la abnegación?, gritaba Malditas Werk al oí­do del subcomandante Guanakeitor, que no osó decir ni más una palabra y se mantuvo sumiso y con la cabeza gacha, temiendo lo peor. Entre tanto, Malditas Werk, sudando horrores, seguía despotricando a los cuatro puntos cardinales. 

   Si se tratara de Malditania serí­a comprensible, la pobrecita sufre del mal de la gula, pero soldados barbudos como ustedes. Se supone que deberían estar preparados para este tipo de situación. De esta manera no vamos a dominar ni el bosque encantado del hada madrina. !Inútiles! Malditas Werk se detuvo al depararse con su imagen reflejada en el vidrio de la cabina de mando. Pensó que en ese momento debí­a estar portando una corona de oro y diamantes sobre su cabeza, no su raído casco de fieltro negro.  

   Ahora vaya a comer con el bando de inútiles si es eso que tanto quieren que después hablamos del nuevo plan de ataque, si es que hay uno, y báñese que parece un oso hormiguero después que se le derrumbó encima el termitero, ordenó Malditas. El subcomandante se apresuró a salir. 

   Sí, señor, respondió mientras cerraba la puerta, aliviado por sentir su cabeza en el lugar que siempre la había tenido. Malditas Werk escrutó el radar: la nave wirmiana estaba llegando a la atmósfera tedosiana.

   ¡Maldición!, hurró. La queja de Malditas Week sonó a derrota.

15- LA GRAN TORMENTA 

Desde la torre, Elser Masgrís invocó una vez más a las fuerzas de la naturaleza, estaba en la hora de hacer llover, pensó. Esta vez, a pedido del mago, en viento volvió a soplar trayendo nubes cargadas desde el mar que se aglomeraron sobre el valle, haciendo que el cielo oscureciera siniestramente; enseguida empezó a tronar y a relampaguear como anunciando el fin del mundo. La tormenta se abatió con furia sobre todas las cosas y sobre todos los seres. Los viejos y los nuevos planes de los alienígenas se verían postergados una vez más. Laian y el mago, desde un gran ventanal miraban aprensivos en la bola de cristal cómo el siniestro bulto oscuro de la nave en medio del valle reflejaban los rayos y las centellas que surcaban el cielo tenebroso en todas las direcciones. Elser Masgrís no creía que los otros aliení­genas fueran a atreverse a posar con semejante tormenta. Lo más probable era que lo hicieran muy lejos del valle, pensó el mago. 

   De las laderas de las montañas que rodeaban el valle la lluvia torrencial empezó a desprender grandes masas de tierra mezcladas con rocas, que el torrente de las aguas arrastraba valle abajo. Elser Masgrís supo que ahora sí había llegado el momento de usar las bolsitas explosivas. Laian ayudó a su maestro a cargar los morrales con las bolsitas hasta la torre y a colocárselos sobre los hombros. Una vez más Laian vio a su maestro zambullirse dentro del torbellino desatado alrededor del castillo y una vez más volvió a temer por su suerte. Elser Masgrís cruzó con la velocidad de un rayo a lo largo del valle y se detuvo donde las montañas que rodeaban el valle confluían, formando entre ambas laderas una especie de desembocadura. El mago se precipitó hacia un lado y empezó a bombardear con bolsitas explosivas la ladera rocosa, haciendo que desmoronaran tierra y rocas. Después de varias explosiones se dirigió al otro extremo y realizó la misma operación y así se mantuvo, yendo y viniendo de un extremo a otro, hasta que los escombros formaron un dique lo bastante alto y ancho como para impedir que el agua y el sedimento se escaparan, un inmenso corral que la lluvia torrencial no demoraría en transformar en un gran lago. O los alienígenas huían mientras había tiempo o perecerían de hambre atrapados en la nave bajo toneladas de piedra y barro, pensó el mago. 

Entretanto los habitantes de la aldea, temiendo morir ahogados, apenas vieron formarse la amenazante tormenta sobre sus cabezas, creyeron que ya estaba en el momento de buscar un lugar más seguro; así que huyeron a tiempo con lo poco que pudieron llevar hacia los bosques, justo antes que el mago empezara el bombardeo. 

Licencia Creative Commons
LAIAN Y LOS ALIENÍGENAS - parte 3 por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.


 

LAIAN Y LOS ALIENÍGENAS - parte 2

 6- TRAS LOS MALOS 

   Puede que sea un viaje sin retorno, les advirtió el capitán Kinio Kiniones Pauers, con voz grave, en la plataforma de lanzamiento poco antes de partir. Fluo Max, Opzmo y los demás oficiales, tan afligidos cuanto él, lo levantaron a upa para que les pudiera dar una lamida de despedida. Cuando la nave desapareció en el cielo el capitán Kinio Kiniones Pauers aulló de tristeza por un largo momento. Luego nunca más nadie lo vio mover la cola con efusividad, como si la alegría lo hubiera abandonado aquel día en que sus amigos partieron hacia T2. 

   En la cabina de comando Opzmo se lamentaba de la vez que tuvo a Malditas Werk a punto de tiro y por culpa de una mosca irritante, que insistí­a en posarse en el mismo lugar, provocándole un molesto cosquilleo, lo dejó escapar. 

   Deberí­as agregar un matamoscas a tu equipamiento, Opzmo, pues adonde vamos abundan las moscas, le aconsejó Fluo Max. Todos rieron, hasta Opzmo, olvidándose por un momento que estaban en una misión de la cual posiblemente ninguno podría volver. El operador de radar Atchiky Licky aprovechó el momento de distracción para seguir jodiéndolo.

   Yo conozco un arma antimoscas más efectivo que un matamoscas, pero será mejor que te mantengas alejado del trasero de la hija de Malditas Werk, se dice que sus gases son tan potentes que además de matar moscas provocan daños cerebrales irreversibles. Así pasaban la mayor parte del tiempo que estaban despiertos, distrayéndose para no deprimirse. Otro momento de alegrí­a se producí­a cuando se comunicaban con el capitán Kinio Kiniones Pauers, a través del monitor a cada 24 horas. Cuando se escuchaba por los altavoces: 

   ¡Atención muchachos, el capitán Kinio Kiniones Pauers en el aire, todos abandonaban lo que estaban haciendo y acudían corriendo hasta el monitor, apretándose como moscas sobre una gota de miel para poder compartir un momento con su querido jefe. Los ojos de Kinio Kiniones Pauers, aunque al ver a sus amigos su corazón se llenaba de alegrí­a, demostraban su tristeza, y si pudieran verlo de cuerpo entero advertirían su cola menearse vagarosamente de lado a lado, cosa que nunca más hizo en público. Pero cuando se cortaba la comunicación en ambos lados el silencio que quedaba los dejaba casi sin acción. Fluo Max y Opzmo, entre todo el equipo, eran los más tocados por la falta de su superior. Sin advertirlo siempre estaban recordando alguna anécdota suya, con lo que a menudo algún episodio en la nave los remitía a su entrañable amigo, porque siempre estaba con ellos en espíritu. 

7- EXTRAÑOS EN EL NIDO

   Mañana hará un buen día, comentó Laian a su maestro, mientras observaba el cielo estrellado. Elser Masgrís, el mago, también observaba el cielo, aunque no veía lo mismo que su discípulo, porque más allá de ver, también sentía "algo". Y lo que él sentía no era cosa de este mundo, provení­a del espacio, de un lugar tan distante y diferente a la tierra que Laian no sería capaz de imaginar. Elser Masgrís tuvo pena de la ingenua alegrí­a del muchacho, pues lo que venía de otros mundos no era nada bueno. Esa noche, como siempre, había subido a la torre del castillo para observar un punto de luz en el firmamento que crecía noche a noche, desapercibido para todos los mortales, como el ingenuo Laian, por confundirse con las estrellas. El mago recorrió con la mirada el valle; en la aldea, bañada por la luz plateada de la luna, todos dormí­an el sueño de los inocentes, ajenos al mal que venía desde el infinito. Entretanto, Elser Masgrí­s pensó en sus habitantes como seres afortunados por ignorar las cosas que él sabía, despertando cada dí­a y viviendo sus vidas entre pequeñas tragedias y alegrías hasta el día en que una desgracia mayor sobrevenía, y era solo en esos momentos, no antes, cuando el miedo los tocaba. Él, en cambio, con su sabiduría estaba condenado a sufrir desde mucho antes que las catástrofes sucedieran. Como bien sabía, ser sabio tení­a sus pros pero sus contras también. Él podía protegerse de muchas maneras, pero ésto no lo eximía de sufrir por el padecimiento ajeno. Pensaba que ninguna vida valía la pena ser vivida en un mundo donde también existí­a el mal, pero así era el vivir. La tierra tan bella por naturaleza una vez más se tornaría fea; se acercaban alienígenas sanguinarios y quién sabía con qué maldades desconocidas en sus mentes. Elser Masgrís sabía que saber que estaban llegando no era lo mismo que saber el para qué. Podía ser que lo hicieran con intenciones de conquista como podía ser que lo hicieran transitoriamente, a modo de reabastecimiento. "Habrá que pagar para ver, de cualquier manera nunca es bueno tener a extraños en el nido", pensó el mago, antes de bajar a su recámara. 

   Entretanto, Laian se quedó un rato más, le fascinaban las estrellas.

8- LAS NAVES 

"No hay duda, son dos", se dijo por dentro Elser Masgrís, sin desviar la vista de las estrellas a la noche siguiente. Hubiera querido tener más sabiduría para hacer que el planeta se hiciera invisible, como él podí­a hacer con las cosas y con su cuerpo, y que las naves pasaran sin verlo, pero su magia no era tan poderosa. Entretanto, su bola de cristal solamente mostrab­a brumas que podían ser muchas cosas, desde tiempos de tinieblas a plagas y de esclavitud hasta guerra y muerte. Dudaba de sus poderes por no saber qué clase de tecnología poseerían los alienígenas, sin duda más avanzada y poderosa que la que él pudiera concebir. 

    Laian podí­a no tener cerebro suficiente para entender las cosas del universo, pero sí el suficiente para notar la aprensión de su maestro. Intuí­a que si lo interpelase el mago le responderí­a con evasivas por entender que él ignoraba muchas cosas, o quizás por aún no estar preparado para ciertos asuntos, o bien porque eran asuntos privados del alma del mago. Pero aún así, una mañana, al ver a su maestro con cara de preocupación, se le plantó delante. 

   Maestro, ¿sucede algo que lo preocupa demasiado? Aunque conocía la suavidad del hablar del mago, cerró sus ojos y esperó una buena reprimenda por su atrevimiento. 

   Esta noche, cuando vengas conmigo a la torre, quiero que veas algo, le respondió el mago. Laian abrió sus ojos y puso cara de alegría, sin duda la respuesta del mago lo había sorprendido. 

   Ahora debo consultar algo, dijo el mago; luego abrió el libro mágico que tenía entre las manos y no dijo nada más. 

   Sí, maestro, respondió Laian y salió dando brincos de alegría. En el camino fue pensando que le gustaría que su maestro le enseñar­a a leer el futuro a través de las estrellas. Pero el mago pensaba algo diferente, creyó que su aprendiz necesitaba enterarse de lo que se avecinaba antes que nada. Tal vez así,­ en el momento del arribo de los aliení­genas, tuviera alguna chance de salvar su vida. 

   Cada vez que Laian subía por las noches a la torre tenía la sensación de estar suspendido en medio de las estrellas,  sumergido en sus pensamientos sentía todo el mundo a sus pies desaparecer. La llegada de Elser Masgrís, lo sacó de sus sueños; el mago traía consigo una tabla con un pequeño orificio, que posicionó en un determinado lugar. 

   Por este agujero podrás observar un determinado grupo de estrellas, le dijo el mago, durante todas las noches.

   Sí, maestro, respondió Laian, sin saber el propósito de tal observación, por eso se quedó parado esperando algo más. 

   Yo la posicionaré en este mismo lugar y quiero que al observar prestes mucha atención en dos estrellas únicamente, aunque hoy y por algunas noches no has de notar nada extraño, pero con el pasar de las noches las identificarás claramente. Entonces el mago le contó lo que sabía y lo que presentía también. Laian no tendrí­a tiempo de aprender a dominar la invisivilidad para cuando llegaran los alienígenas como él, pero saber con anticipación determinado acontecimiento le daría cierta ventaja. Era lo menos que podí­a hacer por su aprendiz, aunque pensaba mantenerlo a su lado para protegerlo tanto como le fuera posible.

   ¿Esas naves tienen luz propia, maestro?, quiso saber Laian.

   Sí, aunque lo que las hace visible es la luz del sol reflejada sobre el metal del casco, por eso parecen estrellas, respondió el mago. 

   ¿Será que existen aliení­genas buenos, como algunos de nosotros?, preguntó Laian. 

   No lo sé, hijo, pero si las leyes que rigen el universo son las mismas en todos los lugares y en todos los seres puede que así­ sea. Pero recuerda que siempre hay que estar preparado para lo peor, porque es mejor descubrir la bondad en lo que se cree malo, que maldad en lo que se cree bueno, dijo sabiamente el mago. 

   Sí­, señor, respondió Laian, contento por los nuevos enseñamientos que Elser Masgrís le transmití­a. 

Una noche Laian le dijo a su maestro, que observaba el firmamento junto al él:

   Maestro, creo que ya he descubierto­ las dos estrellas, o mejor dicho las dos naves. Laian señalaba las estrellas.

9- PERSEGUIDOS 

Los hijos de perra nos han descubierto y los tenemos en nuestra cola, bramó, furioso, Malditas Werk. Los wirmianos podían echarlo todo a perder y sus sueños de emperador del universo ser tragado por un agujero negro. 

   ¿Qué cree usted que sea lo más conveniente, subcomandante?, le preguntó Malditas Werk a su segundo, que estaba a su lado. El subcomandante Guanakeitor pensaba que lo mejor era continuar viaje, aprovechando la ventaja de la delantera, y una vez en T2 atacarlos al momento de aterrizar. 

   Estarán ocupados con el aterrizaje mientras nosotros, ya instalados, los podemos atacar por todos los flancos; además podemos usar los tedosianos como escudos. Recuerde usted que ellos no son tan malditos como nosotros, advirtió el subcomandante. 

   Tiene usted toda la razón, subcomandante. Sigamos adelante a toda marcha entonces, respondió Malditas, más serenado con la táctica formulada por su subordinado. 

Malditas Werk fue al encuentro de sus hijos en la recámara familiar, que desde que tomara la resolución de empezar una dinastía pasó a llamarla de Recámara Imperial. Malditoulas estaba con sus nietos narrando un episodio de una de sus malvadas andanzas juveniles. 

   "... Entonces derramé la solución de sal, limón y alcohol sobre su cuerpo despellejado, en ese momento el infeliz empezó a patalear como un loco. Hasta el día de hoy escucho sus gritos desesperados". Sus nietos se retorcí­an en el suelo de tanto reírse. Menos Malditania, porque si lo hacía vomitaría el tacho de helado de frutilla, durazno, chocolate, vainilla, limón, arándanos, crema chantillí, confites y nueces picadas que acababa de comer. "¡Qué hermosa escena familiar!", pensó Malditas Werk, apenas entró al recinto.

   Hola papá, hola hijos, dijo. 

Malditolê corrió a su encuentro. 

   Papá, ¿el abuelo ya te contó cuando despellejó a un hombre bueno vivo y después le echó encima sal, limón y alcohol?, preguntó el malvado chiquillo. 

   Sí­, hijito. Unas mil quinientas veces. Esa historia es del tiempo en que tu abuelo era menos sabio pero más sádico, ¿no es, papá?, le preguntó Malditas al padre. 

   Hola, hijo. ¿Alguna novedad?, quiso saber Malditoulas.

   Una y mala. Los infelices wirmianos nos están persiguiendo, contestó Malditas, medio preocupado.

   Hmm, ¿ y qué es lo que haremos al respecto?, se interesó el padre.

   Por ahora seguir adelante y estar atentos. Suponiendo que lleguemos antes que ellos, les tenderemos una trampa cuando estén aterrizando, respondió Malditas. 

   Parece lo más conveniente, dijo Malditoulas. 

10- MALVADOS A LA VISTA 

   Ya los tenemos a la vista, Fluo, dijo Atchiky Licky. Fluo Max se acercó.

   Gracias, Atchiky. Nos llevan una buena ventaja, ¿no crees?, preguntó Fluo Max. 

   Sí­, y está claro que también nos vieron. Pero por alguna razón no se atreven a atacarnos, dijo Atchiky Licky. 

   Lo más probable es que Malditas opte por lo obvio, es decir atacarnos cuando estemos por aterrizar. Debemos pensar en una estrategia, dijo Fluo Max. 

Opzmo opinaba que lo mejor era aterrizar del lado opuesto del planeta.

   Malditas pensará que como los estamos siguiendo, lo más probable sería que lo hiciéramos cerca de ellos. En cambio, si lo hacemos del lado contrario a su posición ellos serán los que tendrán que venir hacia nosotros, entonces ahí la ventaja será nuestra, ¿no creen?, dijo Opzmo, sonriendo.

   Bien pensado, Opzmo, dijo Fluo Max, que también compartía la misma opinión de su amigo.

   Por ahora no nos queda más que estar atentos a sus movimientos y esperar, concluyó Opzmo. 

   Cierto, dijo Fluo, Atchiky, ¿cuándo debemos llegar? 

   Si todo sigue como hasta ahora en doscientas cuarenta horas, o diez días, puedes elegir", respondió bienhumorado Atchiky.

   Muy gracioso, ja, ja, ja, contestó Opzmo, con gesto burlón, y los tres se echaron a reír. Órdenes a la tripulación fueron impartidas y enviado un mensaje a Wirm: "MALVADOS A LA VISTA. ESTAMOS EN LA COLA. ÉL LLEGARÁ PRIMERO". Kinio Kiniones Pauers les transmitió que mantuvieran mucha cautela y dentro de lo posible evitar daños contra los tedosianos. 

   Apenas necesitamos una parte del planeta y allí hay espacio suficiente para que el cultivo sea beneficioso para todo el mundo, si se pudiera llegar a un acuerdo ambas partes saldrán beneficiadas, recomendó Kinio, tiempo más tarde cuando entablaron comunicación.

   ¿Y qué pasará si hay resistencia?, le preguntó Opzmo a Fluo Max. 

   No creo que tengamos que llegar a un acuerdo con nadie. T2 es un planeta inmenso y hay vastas zonas deshabitadas donde nadie notará que haya alguien por allí, dijo Fluo Max. 

   Tienes razón, Max. La única vez que nos cruzaremos con los tedosianos con seguridad será cuando luchemos contra Malditas Werk, opinó Opzmo. 

   Fluo Max buscó en el ordenador de bordo las zonas del planeta donde los tedosianos se concentraban. 

   Ellos viven alrededor de las zonas donde hay minerales y es allí donde Malditas Werk posará, con certeza. No creo que llegue hasta T2 con la intención de envenenar su suelo. Necesita alimento tanto como nosotros y además no queda otro lugar donde conseguirlo ni cultivarlo, por lo menos en esta galaxia, dijo Fluo Max. 

   Tienes razón, Fluo, pero además hay otro motivo por el cual necesita alimento, dijo Opzmo, sin aclarar cual era ese motivo. 

   ¿Y cual sería el motivo?, preguntó Fluo Max, intrigado. 

    Y cual debería ser..., ¡la hija glotona! Nuevas carcajadas invadieron la cabina. 

Licencia Creative Commons
LAIAN Y LOS ALIENÍGENAS - parte 2 por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.


LAIAN Y LOS ALIENÍGENAS - parte 1

 1- MALAS NOTICIAS

Fluo Max miraba su programa favorito cuando vio la figura violeta de su amigo Opzmo, flotando y haciéndole señales del otro lado del ventanal. Su amigo le pareció un tanto desesperado, sin embargo como era inclinado a exageraciones, lo dejó esperando mientras masticaba un bocado de torta de chocolate. 

   Un poco de aire fresco no le hará mal, pensó. Fluo max estaba de buen humor. Luego, a través del comando de voz, ordenó que el ventanal se abriera. Apenas entró, Opzmo le recriminó a su amigo: 

   Cómo puedes comer esa porquería, Fluo? El bizcochuelo es de trigo modificado y el chocolate es sintético. Fluo Max se sorprendió, pues esperaba de su amigo una recriminación por haberlo dejado tomando fresco un rato al aire libre.

   Pero sabe bien, ¿quieres un poco? Fluo Max sabí­a que Opzmo odiaba ese tipo de alimentos.

   Claro que no, respondió Opzmo, poniendo cara de asco mientras se atajaba con ambas manos.

   Bien, dime entonces, ¿qué te trae por aquí tan temprano?, preguntó Fluo Max. Opzmo tomó asiento. 

   Kinio. Nos quiere a todos ya en el cuartel general, dijo, arqueando las cejas. 

   ¿Kinio Kiniones Pauers?, preguntó Fluo Max, sorprendido.

   ¿Hay, por acaso, otro Kinio Kiniones Pauers que conozcas que no sea tu jefe?, ¿estás dormido aún o acabas de fumarte un Superchurro Intergaláctico, preguntó Opzmo, con otro arqueo de cejas.

   Nada de eso, es que me tomaste por sorpresa, y tú sabes bien que no fumo, aclaró Fluo Max. Luego añadió: 

Pero bien, dime, ¿qué sabes?. 

   Poco, o casi nada. Apenas rumores. Ya lo sabes, lo de siempre, algunos ataques, sospechas de invasión, amenazas de bombas. Pero si Kinio nos manda a llamar con urgencia, por algo debe ser, aclaró Opzmo, balanceando la cabeza. 

El capitán Kinio Kiniones Pauers consultaba unos papeles cuando Fluo Max y Opzmo irrumpieron en su despacho. 

   Muchachos, tengo noticias de la casa de Wirm, dijo el capitán, sin embargo, sus facciones caninas no demostraban claramente el carácter de esas noticias. 

   Pero, ¿son buenas o malas?, se apresuró a preguntar Opzmo. 

   Me temo que malas, y es necesario salir universo afuera en busca de nuevas zonas de cultivo, ¡urgentemente!, dijo el capitán, ahora con expresión seria. Al oír "urgentemente", casi ladrando, Fluo Max, que en ese momento estaba distraído mirando a través de un ventanal cómo el sol dibujaba extrañas formas geométricas sobre los edificios de la ciudadela capital, se interesó, dándose vuelta inmediatamente. 

   Malditas Werk ha vuelto a atacar esta madrugada,continuó el capitán, y esta vez ha envenenado el suelo de los nueve planetas circundantes y nos hemos quedado con las zonas de cultivo inutilizadas quién sabe hasta cuando. Ahora contamos únicamente con las reservas que tenemos aquí en Wirm.

   Entonces, ¿qué haremos?, preguntó Opzmo, que ahora transpiraba su peculiar sudor violeta, señal de que estaba nervioso.

   Ir tras él, sabemos que va hacia T2. Difícilmente lleguemos antes que él, pero debemos hacer el esfuerzo de detenerlo para impedir que haga lo mismo ahí­. ¡Qué el Gran Diseñador nos libre y nos guarde! Si envenena también el suelo del único planeta más cercano nos será muy difícil sobrevivir, dijo Kinio, con la mirada en ambos muchachos. 

   ¿Y cuándo debemos partir, señor?, preguntó Fluo Max. El capitán Kinio Kiniones Pauers no esperaba menos de Fluo Max, ni de Opzmo, pues eran inseparables.

   Ayer, respondió, enérgicamente, y no me llames de señor. Tengo demasiado pelo, demasiadas pulgas, cuatro patas, una cola y cuando estoy de mal humor gruño como un chacal y cuando triste aúllo como un lobo en medio de la noche, para que me llames así. Aunque hoy no estoy malhumorado ni triste, apenas soy un perro angustiado repasando urgentísimas instrucciones, dijo el capitán, con la mirada grave.

   Está bien, capitán, se rectificó Fluo Max. 

   Los dos amigos se retiraron al salón de los pasatiempos, dentro de poco empezarían a llegar los demás miembros del comando. 

2- MALDITAS WERK, EL CABALLERO DEL MAL

Malditas Werk, un bandolero espacial que gobernaba un tercio del planeta Wirm desde hacía décadas, era el único enemigo que los pacíficos wirmianos tenían. El caballero del mal deseaba apoderarse del rico planeta y por ello le había declarado la guerra a los wirmianos, pero nunca había conseguido avanzar más que unos pocos de cientos de metros más allá de los territorios que tomara pose al llegar a Wirm, cincuenta años atrás. Por suerte Malditas Werk no era tan buen estratega como él se consideraba ni tan ingenioso, pero era muy tramposo, y para peor de males su ejército, un rejuntado de escorias, andrajoso y mal equipado, era menos competente que su jefe supremo, con lo cual sus sueños de poder siempre acababan truncados. 

   Pero esta vez será diferente, le dijo Malditas Werk al espejo que tenía delante y que parecía ser el único a comprenderlo. 

   En los confines oscuros de la galaxia hubo, o hay, ya no se sabe, un planeta llamado Guel, una estrella fría y sombrí­a. En sus entrañas, único lugar habitable, vivían unas malévolas criaturas dueñas de cierta inteligencia, que en pocos miles de años ya exploraban el universo, buscando materia prima y todo lo que pudieran encontrar a su paso. Seguramente desde algún planeta saqueado habí­an exportado sin querer la muerte, un virus letal, que casi exterminó a todos sus habitantes y redujo su población a sólo cinco individuos: Malditas Werk, el gobernante de Guel, su padre Malditoulas y sus tres hijos: Malditilio, el primero, Malditania, la del medio y Malditolê, el tercero. La familia gobernante entonces abandonó la siniestra estrella y vagó de planeta en planeta, saqueando y reclutando a todo aquel que quisiera seguirlo en lo que Malditas Werk llamó La Conquista Espacial. Malditas Werk siempre soñaba alto, aunque nunca conseguía subir más que algunos escalones, pero cuando descubrió el planeta Wirm cambió de planes y le modificó el nombre a la conquista espacial llamándola ahora de La Conquista de Wirm. Entonces ocupó el único espacio deshabitado de Wirm, una tierra pobre y poco iluminada por el sol, lugar lúgubre, gris y frí­o, muy parecido a Guel si no fuera porque los dí­as eran más claros. Y allí se encontraba aún, después de cincuenta años de guerra infructuosa, cuando tuvo una idea genial: matar de hambre al enemigo. Siempre había robado alimento a los wirmianos, asaltándoles los almacenes y los cultivos en los planetas circundantes, pero ahora solo tení­a que almacenar suficiente alimentos para luego envenenar el suelo de dichos planetas. Después huiría hacia algún planeta distante donde esperaría durante algunos años que la raza wirmiana desapareciera para siempre, dejándole el planeta libre para él. 

3- T2 

Malditas Werk entró al laboratorio con aires de victoria. 

   ¿Cómo vamos, papá?, preguntó Malditas. El viejo Malditoulas Werk estaba debruzado sobre unos papeles llenos de ilegibles anotaciones y complicadas fórmulas matemáticas que la vana y limitada inteligencia de su hijo nunca alcanzaría a comprender. Malditas Werk intentó leer alguna cosa sobre los hombros de su padre, pero por desgracia el viejo Malditoulas tenía muy mala letra; tan mala que muchas veces ni el mismo entendía muy bien su propia letra. Por eso había inventado el Descifrador de Letras Malditoulas, el cual siempre llevaba colgado al cuello. 

   No sé por qué siempre miras lo que escribo si ya sabes que ni yo consigo entender mi letra, rezongó el padre. 

   Porque como dibujitos son agradables de ver, papá, respondió Malditas, risueño. Malditoulas le explicó la fórmula del veneno que habí­a creado y cómo debí­a ser aplicado para garantizar un óptimo resultado. 

   Te garantizo y firmo abajo que por 10 años en ese suelo no crece ni la gramilla, dijo Maldipoulas, con una sonrisa de oreja a oreja. 

   Gracias papá, no entiendo ni medio lo que está escrito ahí pero vale un imperio, te lo aseguro, respondió su hijo. Después Malditas Werk impartió órdenes a tuerto y derecho a todos sus hombres, pues habí­a mucho trabajo por hacer: robar los componentes del veneno, fabricarlo y por último esparcirlo por el suelo de los nueve planetas circundantes. Pero abastecer la nave negra con suficiente agua y comida para la tripulación y, principalmente para Malditania, la del medio, que comía como un elefante, era lo más trabajoso. Por lo demás, Malditas Werk no se preocupaba, Malditoulas hacía mucho que habí­a inventado el Combustible Malditoulas, compuesto gaseoso a base de materias urinaria y fecal. En el espacio exterior el combustible se les harí­a muy necesario, y para eso contaban con los desperdicios de la tripulación y, principalmente, con los de Malditania, la del medio, encargada del noventa por ciento de la producción de combustible. "Suficiente para llegar al borde del universo", pensaba Malditas. Con el armamento no había problema ya que funcionaban con el mismo combustibles. 

Después del derrame del veneno Malditas Werk, su familia y su ejército partieron de Wirm rumbo a T2, un puntito casi imperceptible entre millones de millones de puntitos de estrellas parecidas entre sí en el vasto infinito estelar. 

   Allí vamos, T2. Malditas Werk oyó su voz lejana, pues se estaba durmiendo, y entre sueños llegó a pronunciar "La Casa de Werk", en seguida se durmió.

4- EL DIOS MALDITO

A bordo de la nave negra Malditas Werk meditaba sobre su plan de ataque. El planeta T2, según sus informes, poseía muchos habitantes. Estos eran, en su gran mayorí­a, supersticiosos y proclives a creer en cualquier cosa, más aún si esa cosa vení­a del espacio. En ese punto se detuvo, imaginando una multitud de millones de habitantes rindiéndole culto al Gran Dios Malditas Werk. Una obediencia ciega al divino que baja de los cielos con su familia real y su propio ejército. 

   "Seguramente habré que exterminar a unos cuantos, porque rebeldes y los que no se creen el cuento que baja del cielo siempre los hay en cualquier tiempo y en toda civilización, pero el resto me ha de adorar", soñaba Malditas. Él siempre acostumbraba a decir que si hay que soñar debía soñarse en grande y él tení­a grandes aspiraciones como para que sus sueños se considerasen grandiosos. Uno de los tantos era ocupar el trono de la Casa de Wirm, a la que le darí­a un nuevo nombre apenas llegase al poder: la Casa de Werk. Para ensayar, apenas fundara su reino negro en T2, planeaba llamar a su palacio de esa manera. "Un golpe maestro que me hará ser dueño y señor de dos planetas; primero conquistaré T2 y después Wirm, entonces la Divina Dinastí­a Werk gobernará, qué digo, reinará por siempre". Ese breve sueño Malditas lo transformó en el breve discurso con el cual le informó a su familia y al subcomandante de su ejército su última decisión. 

   ¿Y será que demoran mucho en morir de hambre los Wirmianos, papá?, quiso saber Malditillo, el primero, que hasta ese momento estaba alejado del parloteo de su padre entretenido desplumando un pajarito vivo, pluma por pluma. 

   Claro que no, hijo mío, respondió, casi con ternura, Malditas Werk, a no ser que aprendan a comer piedras. Todo el mundo se desternilló a carcajadas. Menos Malditania, la del medio, que, interrumpiendo su pasatiempo favorito (comer), dejó de masticar e hizo a un lado, pero no mucho, el sandwich de salchicha, jamón, queso, panceta, chorizo, pollo, lechuga, tomate, zanahoria, cebolla, papas fritas y semillas de sésamo y preguntó, angustiada, si eso de comer piedras aplicaba también a ella. Pero antes que su padre le respondiera volvió a su sandwich.

   No, hijita, no te preocupes, respondió el padre, con ternura. 

   Hmm, respondió, atascada, Malditania, tal vez queriendo decir "está bien papá" o "sí, ya entendí­", no quedó muy claro. 

   Mira papá, mi nuevo juguete de tortura que me regaló el abuelo, dijo Malditolê, el tercero, mostrándole una esfera metálica. Malditas Werk miró la esfera sin conseguir adivinar cómo funcionaría el juguete. 

   ¿Y cómo funciona, hijito?, se interesó. El pequeño demonio le mostró una víbora de unos treinta centímetros, después abrió la esfera por la mitad, introdujo el reptil, cerró la esfera y la depositó en el suelo. Luego con un control remoto empezó a hacerla girar a toda velocidad hasta llegar a mil rotaciones por segundo durante un minuto. Todos los presentes se mantenían en silencio, atentos al resultado final, menos Malditania, que ahora atacaba otro sandwich igual al anterior. Un minuto después Malditolê detuvo la esfera, la abrió, dijo: 

  ¡Chan, chan! y sacó la víbora del interior con asombrosos dos metros y medio de largura. 

   El juguete estira víboras, papá, respondió el pequeño Judas, dando risotadas. El padre y todo el mundo aplaudió y festejó la hazaña del pequeño. Menos la hermana, por razones obvias, sus manos aún sostenían el sandwich. En medio del alboroto apareció Malditoulas. Traía en sus manos una pequeña caja negra con un círculo de cristal en la parte superior. 

   Malditania, te traigo un regalo, dijo el abuelo inventor. La muchacha apenas levantó la vista sin preguntar qué era aquello, por la misma obvia razón que anteriormente, pues estaba ocupada en cosas más sabrosas dentro de su boca insaciable.

   Mira, dijo el abuelo, apretando este botón la imagen holográfica de tu madre aparecerá a través de este círculo de cristal en la parte superior, con los maléficos enseñamientos que te dejó grabados antes de partir al más allá. Inmediatamente el viejo apretó el botón y la imagen de su madre, Maldoca, apareció gesticulando pero sin voz, pues para eso debía ser accionado otro botón. Pero Malditania por el momento no estaba dispuesta a escuchar nada, pues estaba comiendo; aunque, aprovechando el espacio entre mordisco y mordisco, se molestó en agradecerle el regalo. Pero en seguida volvió a la masticación, no manifestando ninguna otra reacción. 

   ¡Ay, mi bella Maldoca! ¡Cómo te verí­as hermosa vestida de reina!, suspiró Malditas Werk, recordando a su fallecida esposa, que había sido una de las primeras víctimas del virus mortal. Después Malditas Werk se retiró a su camarote, donde se estiró en la cama, cerró sus ojos y volvió al futuro, donde sería rey. "No", se corrigió al instante, sin perder la costumbre de soñar alto y en grande, "emperador, mejor". Esta idea lo llenó de felicidad. Cuando iba por el quinto planeta conquistado y le estaba por cortar la cabeza al rey se durmió y soñó algo diferente.

5- LA PLANTACIÓN 

Era un día como tantos días y noches en el planeta, con sus alegrí­as y tristezas, sus conflictos y alianzas cuando, de pronto y sin ningún tipo de avi­so previo, millones de naves cubrieron por completo el planeta, iluminando la parte que era de noche con luces de intensidad cegadora y la parte de día también, porque la oscura y hermética sombra de las naves posicionadas unas contra las otras, si no encendieran las luces, los invasores no hubieran podido ver nada. En ese mismo instante el mundo paró. Los habitantes de donde era de noche y que estaban durmiendo continuaron dormidos y los que estaban despiertos desmayaron en el acto y a los que estaban del lado que era de día les ocurrió exactamente lo mismo, pero al contrario. Mientras los habitantes dormían el sueño abducido, los invasores disolvieron y transformaron en nutrientes a todos los habitantes no aptos para el trabajo: bebés, niños pequeños, viejos, locos y portadores de alguna discapacidad. Las otras especies de la escala animal también corrieron con la misma suerte. Los habitantes fueron introducidos a las naves y trasladados a los hibernaderos construidos en los polos. Ya sin interferencias de ninguna especie, los invasores deconstruyeron el planeta, literalmente; tirando abajo lo edificado y desenterrando construcciones subterráneas. Los escombros fueron dispersos en la orilla de los continentes, luego aplanaron el planeta entero y esparcieron la tierra de las montañas en los lagos, depresiones y en las orillas del mar, para nuevas zonas de cultivo. Después cavaron millones de túneles interconectados los unos con los otros, dejando pequeñas entradas a cada cien kilómetros. A lo largo y lo ancho del globo levantaron extrañas construcciones, gigantescas pistas de aterrizaje y amplias rutas pavimentadas. Cuando trajeron a los habitantes de vuelta y los despertaron, éstos se vieron cercados por extrañas estructuras que no eran propias del ingenio humano y por sus captores, soldados robóticos cromo-metalizados, parecidos a ellos; que los trasladaron hasta las entradas de los túneles y los obligaron a entrar, después las entradas se cerraron para siempre. La plantación al poco tiempo se tornó productiva. Mientras tanto, debajo de la superficie, los habitantes primitivos se adaptaron a su vida de lombriz, haciendo su parte al oxigenar y nutrir la tierra con sus deshechos orgánicos y con los eventuales cadáveres. El hacedor supremo de la osada conquista miraba, y admiraba, su gran obra desde la torre de la fortaleza cuando a sus espaldas alguien lo llamó: "Comandante, comandante". Y hasta allí llegó el sueño de conquista de Malditas Werk, que con un humor de los mil demonios respondió que ya iba a quien fuese que lo llamaba. 

Licencia Creative Commons
LAIAN Y LOS ALIENÍGENAS - parte 1 por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.

                     


EL SUICIDA Y EL LOCO

    Rapallo, Genova -  Febrero de 1883  Parado al borde del acantilado, Amedeo flexionó las piernas y cuando estaba a punto de dar el gran s...