viernes, 4 de junio de 2021

LAS NOVELAS

 


 

   Ya estamos jodidas, murmuró una novela, a las dos que tenía a ambos lados. Del otro lado de la vidriera de la librería, la gente, los ojos en la pantalla inquieta de sus celulares, pasaba sin mirar por donde pisaba. 

   A espaldas de las novelas, se oía el diálogo entre un cliente y el dueño de la librería: 

Cliente: ¡No, novelas no! 

Dueño: ¿Quién sabe un libro de cuentos? 

Cliente: ¡No, los cuentos suelen ser largos también! 

Dueño: Bueno, siendo así, ¿qué le parece este aquí, de narraciones breves? 

Cliente: ¡No, no, tampoco! Esas narraciones suelen tener hasta diez renglones. Yo quiero algo más breve todavía. 

Dueño, después de algunos segundos: Mire, aquí tiene varios libros de microrrelatos, ¿qué le parece? 

Cliente, luego de unos instantes donde se oyó un rápido pasar de hojas: ¡Ah, esto sí que me interesa! 

    Después la voces se alejaron hasta hacerse inaudibles, pero al poco tiempo volvieron y se oyeron un "adiós, muchas gracias" y un "hasta luego y vuelva pronto". 

   ¿Cómo no va a volver pronto si un libro de microrrelatos se acaba antes de salir del baño, donde la gente dice que es el mejor lugar del mundo para leer?, volvió a murmurar la novela que había iniciado la conversación. 

   Especie rara la humana, ¿no?, comentó la que estaba a la izquierda, y la de la derecha acotó: 

   Yo presumo que piense así porque el baño es el único lugar donde el lector está solo y esto le permite concentrarse más en la lectura. 

   Sí, mientras huele la propia mierda, objetó la novela del medio. 

  Como el mundo, amiga, como el mundo, le contestó la de la derecha. 

   Después no dijeron más nada y se quedaron mirando a la gente pasando de prisa, los ojos en la pantalla inquieta del celular y sin mirar por donde pisaba. 

Licencia Creative Commons
LAS NOVELAS por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.

LOS NUEVOS TIEMPOS



¡Quién lo diría!, la fábrica ACME presentó quiebra y cerró definitivamente sus puertas. 

   

   ¿Nos puede decir cuál ha sido la causa?, le preguntó el periodista de una renombrada publicación de economía al dueño de la fábrica. 

   El dueño dio de hombro y, señalando el desierto extendiéndose hasta el norte de México, dijo: 

  La culpa es toda de él. El periodista se dio vuelta, pero no vio nada que le llamase la atención, solo desierto y más desierto. 

   Pero, no veo nada, manifestó, pero el hombre ya le alcanzaba un largavistas. 

  Mire y observe, le dijo. 

  El periodista escrutó la inmensidad: a lo lejos se veía a un coyote guiando un bando de indocumentados cargando críos en los brazos y bultos en la espalda. Por veces el coyote se detenía y, levantando una pata trasera, les hacía señales a los que lo seguían para que también se detuviesen; después miraba para todos lados, y enseguida repetía otra señal con una de las patas delanteras. Entonces volvían a emprender la marcha. 

   Cosa de no creer, murmuró el periodista. 

   Pero es verdad, respondió el dueño de la ya extinta ACME. 

   ¿Y dígame, ha sobrado mucha mercadería? 

  ¿Qué si nos ha sobrado?, mire usted. El hombre tecleó en la computadora y enseguida giró el monitor. El periodista agrandó los ojos y soltó un silbido de admiración al ver una serie de fotografías mostrando galpones abarrotados hasta el techo de cajas y cajas de mercadería lista para la venta.

   Y eso no es nada, siguió hablando el hombre, lo peor es que ni vendiendo por debajo del costo logramos que alguien se interese; con lo que a medida que los productos se vayan venciendo tendremos que tirarlos en algún basurero municipal.

   ¿Y que piensa hacer de ahora en más? 

  Bueno, como se dice: hay que adecuarse a los cambios sino se quiere morir en el olvido. Con lo que hemos pensado reestructurarnos y ya para principios del año que viene debemos empezar a fabricar alimento procesado para correcaminos, ya que ahora está aumentando considerablemente su población. 


Cuando el periodista abandonó la oficina, el dueño de ACME abrió una carpeta con la inscripción "TOP SECRET", donde estaban los planos de los futuros túneles que pensaba excavar a lo largo de la frontera. No era justo a él, taimado empresario, que se le iban a escapar los coyotes, los mejores clientes que siempre había tenido. 

   Por ahora que sigan haciendo sus negocios, dijo, dándole palmaditas a la carpeta, pero dejen que llegue la maquinaria; a partir del año que viene tendrán que pagarme el peaje. 

Licencia Creative Commons
LOS NUEVOS TIEMPOS por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.

PORFIRIO EL PARRANDERO


Lo sorprendió justo cuando retiraba la loza mortuoria sobre la tumba. El casero del cementerio había salido al patio, en medio de la madrugada, a echar una meada cuando sintió ruidos extraños en algún lugar del cementerio. 

   El individuo, acuclillado junto a una lápida, se sacudía la ropa cuando se le tiró sobre la espalda.

   ¡Te agarré con la mano en la masa, raterito de mierda!, le gritó.  

   El ladrón no largó ni un quejido siquiera, tampoco opuso resistencia, apenas se dejó estar, aplastado debajo del casero. Ni ante las preguntas de los dos policías dijo algo porque simplemente había perdido el habla, no que se hubiera quedado mudo de repente o porque se le olvidara el idioma que hablaba, sino porque los gusanos ya le habían comido la lengua y los dos ojos. 

   De esto se dieron cuenta, casero y policías, cuando, llegados estos últimos, el supuesto ladrón de tumba fue dado vuelta y advirtieron que era Porfirio El parrandero, fallecido días atrás, pero que por alguna razón inexplicable había resucitado. De lo que no estaban seguros es si Porfirio regresaba de un paseo de alma penada, y ya volviendo a su última morada fue sorprendido por el casero, o si acababa de salir en ese momento. 

   Y en esa discusión estaban.

   ¿Dado un paseo?, preguntó en voz alta uno de los agentes mientras se pasaba una mano por el mentón. 

   ¿Y por qué no?, los zorros pierden el pelo pero no las mañas, opinó el otro agente. 

   Podría ser, pues era domingo y varios bailes habían estado agitando el silencio nocturno del pueblo hasta clareado el día. 

   Seguro que al oír el bochinche el Porfirio no se aguantó, por fuerza de la costumbre digo, arriesgó el mismo agente. 

   ¡Claro!, y entonces, revelándose contra el destino, rumbeó para el pueblo, completó el otro. 

   Pero en ese caso, no creen que alguien hubiera denunciado su presencia, al final, no todos los días se ven fenómenos como este, además, es cosa de asustar a cualquier cristiano, opinó el casero. 

   Seguramente se ha quedado por las inmediaciones para no asustar a la gente, no ven el estado lamentable en que se encuentra el desgraciado, consideró el agente que habló primero. 

   Sin embargo, me pregunto yo: ¿cómo iba a encontrar la entrada el infeliz sin ninguno de los dos ojos?, dijo el otro agente y  los dos agentes se echaron a reír. 

   No sé, yo tengo mis dudas, dijo el casero. 

   ¿Cómo así? Sí, ¿cómo así?, preguntaron los agentes. 

   Lo digo porque puede que solo haya salido de la tumba y al no poder ver nada ni ha salido del cementerio, porque pensemos que de haberlo hecho si no encontró la entrada de los bailes mucho menos iba a encontrar el camino de vuelta, no les parece?

   Y en ese dilema se quedaron los tres.

   Cuando los agentes aparecieron con el muerto en la comisaría, después de considerar mentalmente algunos aspectos respecto al muerto el comisario exclamó: 

   ¡Esto está más transparente que agua de manantial! Enseguida llamó a uno de los agentes y lo envió a la casa de la madre de Porfirio, encomendándole para que se acercase a la iglesia y le pidiese al cura párroco para rezar otro responso por el muerto, porque según parecía Porfirio una de dos: o no se había enterado que había muerto o no había muerto completamente, con lo que las vibraciones fiesteras aún ejercían alguna influencia sobre él. 

   Al rato aparecieron los de la funeraria, entonces el comisario despachó el muerto, no sin antes recomendarles: 

   Y a ver si le echan bastante cemento a la tumba, que la semana que viene es la fiesta del pueblo y no quiero líos. 


Licencia Creative Commons
PORFIRIO EL PARRANDERO por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.

 

LA PELOTA



Nunca se aventuraba más allá de los límites del barrio, pero ahora, con la bicicleta que le regalaron para el cumpleaños, podía aventurarse por calles nunca transitadas. Y una de esas calles, que era por la que iba, perdía el asfaltado a metros de la última casa y continuaba y, ya hecha calle de tierra cortando un abierto descampado, llevaba directamente a una villa, donde decían que los niños se divertían de verdad. 

   ¿Qué tan cierto será eso? 

   Y hacia allá se dirigía, pedaleando feliz mientras la madre, en ese momento en el mundo de la luna con la novela de las dos, quizás lo imaginase dando vueltas a la manzana, ablandando la bicicleta como se hace con los autos nuevos. 

   La calle estaba bordeada de altos pastizales, donde se veían caminitos estrechos que llevaban a quién sabe donde y pequeños basureros obstruyendo la canaleta de las zanjas, donde el agua estancada despedía olores  nauseabundos, y en los cuales algunos perros flacos revolvían bolsas de residuos en busca de algo comestible. 

   Antes de llegar a las primeras casillas, a un costado y detrás de la copas de unos árboles que aparecían sobre el pastizal, oyó pelotazos y gritos: gente, seguramente chicos como él, jugando a la pelota. 

    ¡Y con le que le gustaba al fútbol! 

   ¿Faltaría uno? 

   No, de arquero no. 

   En la defensa tampoco. 

   Sí, del medio campo para adelante en cualquier posición. 

   Gracias, chicos, mi nombre es Sebastián.

   Frenó y se puso a escuchar con atención. A unos metros vio un caminito que parecía llevar a la cancha escondida detrás de los árboles. Alzó la bicicleta y saltó la zanja, y unos pasos más adelante la dejó bien escondida entre los pastizales. Después siguió por el caminito. Las voces se oían más claras ahora; perfectamente distinguió entre el barullo un "hijo de puta", un "guacho de mierda", un "andá a cagar", un "andá a buscarla vos" y un "si no vas vos, te cago a trompada". En ese momento se detuvo y espió por entre el pasto: dos chicos, rodeados de otros diez, se peleaban, y entre cabeceos hacia arriba y amagues de trompadas, se daban empujones con el pecho y a cada pechazo se decían lo mismo: "dale, pegá primero", "no, pegá primero vos", "no, primero vos". Y detrás del conflicto se oía una voz que insistía para que alguien fuese a buscar la pelota que había caído "por allá". 

   Y por allá, era donde él estaba. De manera que de inmediato se puso a mirar por todos lados y entonces la vio: una maravilla, nuevita y modelo del último mundial. La que tanto quería para el cumpleaños, pero que su padre le negó bramando: "¡¿Qué?!, con lo cara que está me compro un taladro eléctrico y todavía me sobra para un par de birras!, para finalmente comprarle esa bicicleta usada. 

   Pero ahí estaba la pelota. ¡Y con lo que le gustaba el fútbol! 

   Con la pelota debajo de la remera y pedaleando a mil por hora mientras por veces miraba hacia atrás para ver si aparecía alguien en la calle, se dirigía a su barrio, como si corriera por su vida; ya no oía más ningún "¡dale pelotudo!", ningún "por ahí no, forro, más allá", las últimas voces que alcanzó a oír. 

   Ya a salvo, en la segunda cuadra del barrio, frenó. Tomó la pelota entre sus manos y la acarició bastante, fijándose en los detalles de los dibujos por todo alrededor. No veía la hora de llegar a casa y llamar a los chicos para jugar en la vereda. El otro equipo sería Alemania y él le haría los goles que el huevón de Messi no hizo, y ésto le hizo recordar las palabras de un periodista pelotudo que había escuchado en la tele decir algo así como: "pero si lo tenemos a Messi, el mejor del mundo. Ya ganamos, muchachos, ya ganamos". 

   Volvió a mirar la pelota.  

   ¡Qué linda era! ¡Y con lo que le gustaba el fútbol! 

Licencia Creative Commons
LA PELOTA por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.

   

LA ÚLTIMA COCA-COLA DEL DESIERTO



¡Sí!, estaba en lo cierto, nunca había sido una ilusión óptica. Allí, en medio del desierto, en medio de la nada de las nadas, en aquel inhóspito océano de arena y debajo de ese sol asesino y ese aire inflamado, había encontrado el asentamiento de una tribu de beduinos nómadas. 

   ¡Tanto que había sufrido durante días infernales y noches de hielo, pensando que caminaba atrás de un espejismo!, y, sin embargo, allí estaban las tiendas. Acarició la lona, las panzas de los camellos y la cabeza de unos chiquillos que lo recibieron saltando de júbilo a su alrededor, sintiendo que era lo mismo que tocar la gloria y la salvación. 

   Un viejo beduino barbudo, que estaba sentado detrás de una mesa repleta de quesos de cabra, frascos con yogurt fermentado, paquetes de cigarrillos y de café, cajitas de té y algunas pocas botellas de whisky, le preguntó, con una sonrisa de pocos dientes, qué se le ofrecía. 

   ¡Agua!, dijo el extranjero, escupiendo unos cuantos millares de granos de arena sobre la mesa y la cara del viejo. Éste se sacudió los granos de arena que habían caído en su tupida barba y, sin dejar de sonreír, le dijo que tenía algo mejor que agua, por apenas unos cuantos dólares más. 

   ¿Y qué es?, preguntó el extranjero, escupiendo los últimos cientos de granos que le quedaban en la boca. Esta vez el viejo beduino actuó con prudencia: se atajó con las manos del bombardeo de arena y después respondió: 

   Coca-Cola, _y señaló una hielera de telgopor_, pero solo me queda una lata de 250 ml., aclaró. 

   El extranjero pensó: "Entonces es cierto, no era un cuento; es verdad, la última Coca-Cola del desierto existe". 

   ¡Tome el dinero!, dijo, casi gritando mientras arrojaba los billetes sobre los productos, y enseguida, como exigiendo: 

   ¡La quiero! 

   El viejo guardó el puñado de dólares en una alforja y, estirando un brazo hacia la hielera, extrajo la dicha lata de Coca-Cola. 

   Tenga usted, amigo extranjero, la última Coca-Cola del desierto, dijo, con otra sonrisa. 

   El extranjero casi que se abalanza sobre la lata, pero apenas la tocó, la largó de inmediato: la lata hervía, como recién sacada de un horno. 

   ¡Pero esto está que hierve!, gritó, entre furioso y decepcionado. 

   El viejo beduino entonces se puso a hurgar en busca de algo debajo de la mesa, cuando lo encontró el extranjero vio que se trataba de un cartelito, que enseguida el viejo enterró en un queso de cabra, y en el cual estaba escrito: NO SE ACEPTAN DEVOLUCIONES, en seis idiomas. 

Licencia Creative Commons
LA ÚLTIMA COCA-COLA DEL DESIERTO por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.


UN NIÑO IDÉNTICO A OTRO NIÑO IDÉNTICO A ÉL



El dueño del kiosko de diarios leía las noticias al momento en que un niño que pasaba por allí le preguntó: 

   Señor, ¿no ha visto por aquí a un niño igual a mí? 

   El hombre pensó que o se trataba de una broma o ese niño tenía un hermano mellizo. Pero como estaba de mal humor, se le puso que era lo primero. 

   Lo estoy viendo en este exacto momento, dijo, con una voz llena de burla, y por detrás de la sarcástica respuesta, inmovilizó una sonrisa socarrona y se quedó mirando al niño, fijamente sobre el marco de los lentes. 

   El niño miró hacia todos lados, pero no como si buscara al otro niño idéntico a él, como el kioskero afirmaba estar viendo en ese exacto momento, sino como cerciorándose de que nadie lo veía o lo escuchaba. Entonces dijo: 

   Bueno, en ese caso puede decirle que un niño igual a él lo está buscando. 

   Las palabras del niño borraron al instante la risa burlona que aún conservaba el kioskero, que de inmediato empezó a ponerse colorado mientras la frente se le humedecía de un sudor repentino. 

   ¡¿Conque sí?!, dijo, como un perro bravo ladrando rabiosamente; bueno, siendo así te cuento niño-igual-a-otro-niño-igual-a-vos, que el niño que estás buscando está parado justo, justo ahí donde vos estás parado, ni un pulgada demás ni un centímetro de menos. 

   El niño volvió a mirar alrededor, y luego de un par de vueltas sobre sí mismo, como no viendo a ningún otro niño idéntico a él, pensó que el kioskero, aunque no lo pareciera, debía ser bizco o algo parecido y que sería una pérdida de tiempo seguir indagándole al respecto. 

   Bueno, de cualquier manera le agradezco, señor Clarence, dijo el niño, antes de dar media vuelta y seguir su camino. El kioskero tardó en darse cuenta que el nombre por el cual el niño lo había llamado no era el suyo, sino el del león bizco de la vieja serie Daktari. 

   ¡Maldito crío deleznable!, gritó, acompañado de un escupitajo rabioso, y enseguida largó el diario y saltó a la vereda, dispuesto a correr detrás del niño y gritarle en la cara que era un tremendo hijo de puta. Pero apenas salió del kiosko se detuvo en el acto: allí estaba él, parado en la esquina, conversando con otro niño exactamente idéntico a él. 

Licencia Creative Commons
UN NIÑO IDÉNTICO A OTRO NIÑO IDÉNTICO A ÉL por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.

EL MORIBUNDO


Faltaba poco para el final, sentía algo así como un irse alejando poco a poco de todo. 

   Le quedaba poco, sí; y se iba de esta para otra, quién sabe mejor o peor, inexorablemente. Y si bien era cierto que había hecho mucho mal también lo era el hecho de que los peores tormentos, no solo los físicos sino también los de orden espiritual, venían acuciándole, uno tras otro y sin tregua, desde que la vejez lo alcanzara. Por lo tanto, debía encontrar la paz para partir sin remordimientos ni culpas. 

   Pero esto solo es posible a través del perdón, dijo el moribundo, más para sí que para los que lo asistían en triste vigilia alrededor suyo.  

   No tenía tiempo qué perder, ya no; cada segundo valía oro. 

   Le hizo señas a su secretario particular para que se acercara y le encomendó la tarea de hacerle llegar a la mayor brevedad posible al único desafecto que había tenido en la vida, y aún tenía quién sabe hasta dentro de cuanto, su pedido de perdón. 

   Sí, mi señor, contesto el secretario, y en el mismo instante salió del aposento, dispuesto a cumplir su difícil misión. Y cuando, una hora y algo después, regresó el desafecto, otro viejo bichoco, pero que podía caminar por su cuenta, vino con él. 

   El viejo se acercó al moribundo, que trataba de decirle algo a través de palabras apenas audibles y se inclinó sobre él a fin de poner un oído junto a sus labios, pero, para espanto de todos los presentes, un instante después, resbalando lentamente, cayó al piso con ambas manos agarradas alrededor del cabo de un puñal clavado en el abdomen. 

   Entonces el moribundo, con las últimas fuerzas que le restaban, se asomó al borde del lecho de muerte y, mirando fijo a los ojos del otro, le dijo, esta vez bien audible: 

  Ahora sí ya puedo partir en paz. 

Licencia Creative Commons
EL MORIBUNDO por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.


EL SUICIDA Y EL LOCO

    Rapallo, Genova -  Febrero de 1883  Parado al borde del acantilado, Amedeo flexionó las piernas y cuando estaba a punto de dar el gran s...