1-
¡Otra mañana de mierda!, se queja María de los Dolores mientras abandona pesadamente la cama; y continúa pensando lo mismo cuando despierta a los hijos y durante el trayecto a la escuela.
"Otra semana esperando el maldito miércoles y él solo ha pensado en sí mismo: cinco miserables minutos de calentura y se acabó".
"¡Y yo que me joda!"
Y yo esto y yo aquello y así María de los Dolores llega a la casa.
2-
Mientras toma mate aplastada en el sofá, María de los Dolores sigue masticando rabia; y para completar su drama particular, al encender el televisor, un hombre y una mujer están dándose un beso de lo más romántico. En ese momento la imagen grotesca y repulsiva de su detestable marido toma fuerza y se instala en su pensamiento con la férrea determinación de apoderarse definitivamente de sus retinas. Pero la imagen aborrecible no viene sola, viene acompañada de baranda a achuras, a grasa rancia, y ésto provoca que su odio, no, ya no es odio lo que siente María de los Dolores, que su aversión hacia él aumente considerablemente.
María de los Dolores está que muerde la bombilla, sin importarse con la dentadura, cuando, de pronto, golpes en la puerta de calle la apartan bruscamente de las negras visiones que perturban su existencia.
3-
¿Quién será?, se pregunta.
Va a ver.
Por la mirilla ve que se trata de un hombre.
¡Un hombre!
Algo en su interior se enciende.
Abre la puerta.
¿Qué desea?, pregunta mientras sus ojos, transformados en dos escáneres lascivos, examinan al desconocido milímetro a milímetro.
Complacerte, contesta él.
La respuesta es directa, y ésto inmediatamente provoca en María de los Dolores un cosquilleo allá abajo, exactamente en "aquel lugar".
El desconocido lo percibe y se ataja:
Pero no nos confundamos, señora. Déjeme presentarme, me llamo Damián.
¿?
Sí lo sé, mi nombre no le suena; quizás si le digo que todo el mundo me conoce por diablo, demonio, Belzebú, etcétera, sepa quién soy.
Un chisporroteo rojizo en los ojos de mirar penetrante del hombre le confirma a María de los Dolores su identidad.
María de los Dolores siente encoger su corazón, y ya no ve al hombre como hombre, sino como lo que él dice ser; pero aun así consigue articular algunas palabras con la finalidad de que la hagan parecer dueña de sí.
¡Por favor, tenga la gentileza de retirarse inmediatamente!
Después, con un resto de coraje, cierra la puerta en la cara del maligno, pero cuando se da vuelta, el hombre está sentado lo más pancho en el sofá.
¡Pero...
Si aún tenías alguna duda, podrás darte cuenta que realmente soy quien digo ser, y como tal en todos lados estoy, le dice Damián.
María de los Dolores gira sobre sus talones, con la intensión de abrir la puerta. Se precipita hacia ella, se aferra al picaporte con uñas y dientes; tironea, zamarrea con todas sus fuerzas pero el picaporte no responde. Y para peor el rosario, que siempre estuviera colgado en la puerta para evitar que las malas energías entren en la casa, un día se rompió y nunca más fue repuesto. Ahora, el clavito solitario donde colgaba se le burla en la cara haciéndole "pito catalán".
María de los Dolores se vuelve, entorpecida y pálida.
El miedo ha dibujado una máscara de horror en su cara.
¿Qué.. qué... quiere de mí?, alcanza a articular.
Que seas feliz, responde Damián, impasible.
So... solo Dios tiene el poder de hacerlo.
Ajá, y por eso es que estás con el ánimo por el piso, ¿no?
María de los Dolores todavía piensa en el rosario; necesita del artilugio sagrado para repeler al maligno. Pero no todo está perdido, a falta de rosario buenos son los dedos, de manera que para reforzar lo que dirá pone los indicadores en cruz delante de sus ojos, a la viaja usanza, y dispara:
¡En el nombre de Dios, va de retro Satanás!
Damián arquea una ceja y levanta un dedo.
A propósito, ese es otro de mis nombres; es que tengo tantos... Pero, ¡epa!, creo que a quién le pides ayuda no te ha dado bolilla; lo que es lógico, con tantos problemas para resolver en el mundo una mujer mal amada qué importancia puede tener, por lo menos para Él.
María de los Dolores quiere salir de donde está parada, pero teme que las piernas le fallen, entonces suelta un grito dilatado, que suena patético y cómico a la vez:
¡Desalmadoooo!
No tanto como te han hecho creer desde que te han bautizado, objeta Damián mientras se limpia una uña con displicencia.
De pronto, María de los Dolores se percata de algo que ha dicho el demonio.
¿Y... qué es eso de mal amada, qué... sabe usted de mí?
Todo, contesta Damián.
¿Todo? María de los Dolores se queda absorta.
"¿Qué querrá decir con "todo", el maldito demonio?" Ahora María de los Dolores se ve dando brazadas inciertas en un mar de incertidumbres.
Todo, confirma Damián.
Pero...
Qué anoche tu maridito chapado a la antigua te dejó con las ganas, como todos los miércoles a la noche.
"¿Pero qué se traerá entre manos, este demonio del infierno?" María de los Dolores sigue nadando en la oscuridad.
¿Y... y a qué viene todo esto, si se puede saber?, se atreve a preguntar la ya no asustada, sino afligida María de los Dolores.
Solo quiero traerte la felicidad, responde Damián, extendiendo las palmas de las manos hacia los lados.
La felicidad solo la trae...
Sí, sí solo la trae Él, pero ¿dónde está ahora, hum?
María de los Dolores no sabe qué responder, solo tiene una certeza: que en el clavito de la puerta no está.
Hay problemas en el mundo más urgentes que los mío, le sale, como para zafar.
¿Por ejemplo...?, pregunta Damián, ahora de brazos cruzados y mirada escrutadora.
Qué se yo, los niños hambrientos de África, le larga.
Que siguen hambrientos. ¿Qué más, las guerras? Nunca dejó de haberlas. ¿Homicidios, violaciones, robos, injusticia?, tam-po-co.
María de los Dolores no sabe como refutar tales verdades, pero sabe a quién adjudicárselas.
De eso usted debe saber mucho, ¿no?
Ah, sí, dicen que es por mi culpa. Es más, todos los males del mundo son culpa mía.
¿Y por acaso, no es cierto?
No es bien así, sino dime, ¿qué pito tocaría Él si no existiera yo? Quiero decir, si estuviera todo bien en el mundo, si no hubieran guerras ni crímenes, ni robos, ni injusticia, etcétera.
Bueno..., bueno...
Exactamente, no tendría razón de ser, pues para ser lo que Es precisa de mí, es por eso que me creó.
¡Blasfemo!, escupe María de los Dolores, sin medir sus palabras.
Nada de eso, señora; yo fui creado por Él para que los hombres le dieran pelota. Y la verdad es que sin mí no habría Dios, al final, a alguien hay que echarle la culpa de las imperfecciones y defectos imperantes en el mundo, ¿no crees?
Ante semejantes calumnias, María de los Dolores ya iba a poner el grito en el cielo cuando Damián la interrumpe para, en tono obsceno y procaz, decirle:
Pero no nos apartemos del tema que me ha traído aquí: es decir, tus ganas de ñaca ñaca un poco más prolongado.
Eso de "ñaca ñaca" la desarticula.
"¿Qué carajo será éso?", se pregunta con desconcierto María de los Dolores, entonces, incrédula, lo interpela al respecto:
¿Ñaca ñaca?
Sí, lo de los miércoles por la noche, confirma Damián.
"¡Lo que me faltaba!, ojalá no sea chismoso", piensa María de los Dolores, temerosa de que su nombre esté en boca de todo el pueblo.
¿Y... usted cómo sabe sobre... eso?
Ya te dije: estoy en todos lados; por eso cuando falta Él, yo entro en acción. Como ves, no soy tan malo como me pintan.
María de los Dolores medio que se confunde, ¿de quién hablará el demonio, de su marido o de Dios? A no ser que... No, no puede ser, debe estar alucinando; ya ha tenido fantasías inconfesables, pero ésto...
Espere ahí, ¿no estará pensando que yo... con usted...?
No, no, para nada; yo estoy más allá de las miserias humanas. Pero... puedo llenar tu cama de machos, y solo me costaría un soplido de nada.
"¡Epa!, ¿he escuchado bien?" María de los Dolores de pronto siente otra vez el cosquilleo en "aquel lugar".
Pero... pero... , María de los Dolores balbucea tontamente.
No te resistas, mujer, tu naturaleza lo reclama, le dice Damián, sonriendo cínicamente.
Pero... pero..., ahora el balbucear de María de los Dolores es un modo de espera.
No te preocupes, yo me encargo de tu marido, la tranquiliza Damián.
Bueno, no sé..., María de los Dolores ha caído en la trampa. Entorna los ojos, imagina "cosas ricas", pero cuando abre los ojos Damián ya no está.
4-
Damián, en ese mismo instante, se materializa en la esquina, y allí se queda a la pesca de candidatos.
Al rato, un hombre se acerca por la vereda; Damián sonríe y cuando el hombre pasa por él, le sopla la oreja.
El hombre se rasca la oreja, y enseguida es acometido por una sed terrible, entonces, como zombificado, sus pasos lo llevan a la casa del número 1648.
5-
Laman a la puerta.
¿Quién será?, se pregunta María de los Dolores.
Va a ver.
Es un hombre, otro hombre, uno de verdad.
¡Un hombre!, suspira.
Abre la puerta.
¿Qué desea?, pregunta.
El hombre, que repentinamente ha perdido la sed, pero ahora, en cambio, tiene ganas de otra cosa, le dice:
Complacerte.
María de los Dolores vuelve a sentir un cosquilleo allá abajo, en "aquel lugar". Pero como esta vez no se trata de ningún demonio, lo invita a pasar.
Un minuto después están revolcándose en un ñaca ñaca infernal.
Mientras tanto, Damián, tarareando una canción que los Rolling Stones le han dedicado, espera que el hombre salga.
El hombre sale, va hasta la esquina y sigue por la dirección en la que iba antes del soplido.
Al rato, pasa otro hombre.
Damián vuelve a soplarle en una oreja y el hombre, como el anterior, empieza a sentir una sed terrible, y sus pasos, también, lo llevan derechito a la casa del número 1648.
6-
A la hora de ir a buscar a los hijos a la escuela, Damián se retira de la esquina y va a dar una vuelta por el pueblo, y sus pasos lo llevan hasta la carnicería "El cuerno de oro", cuyo dueño no es otro que el marido de la mal amada María de los Dolores; sí, el mismísimo, aquel que solo lo hace, y en forma relámpago, los miércoles a la noche.
Damián mira a través de la vidriera.
La cabeza del carnicero gira hacia afuera.
Damián lo saluda y el cornudo corresponde.
7-
A la mañana siguiente, después que María de los Dolores vuelve de la escuela, Damián aparece en la esquina, y las cosas ocurren como el día anterior: un "entra y sale" de hombres sin parar hasta la hora de ir a buscar a los hijos a la escuela.
Y así continúa la vida, con Damián apostado en la esquina, dele que dele al soplido de orejas, y María de los Dolores chocha de la vida, tanto que hasta se ha olvidado del rosario, de Dios, de los miércoles de pesadilla y hasta del clavito de la puerta, que ha arrancado y boleado a la calle.
Demasiada dicha, según Damián, por lo tanto, estima que ha llegado el momento de la puñalada trapera: hacerle saber al marido de María de los Dolores que está siendo traicionado a troche y moche. De modo que, después de enviar otro hombre a la casa del número 1648, a fin de mantener a María de los Dolores ocupada, Damián se materializa junto al mostrador de la carnicería.
El carnicero, entretenido con la preparación de una tanda de chorizos, no advierte su presencia, con lo que Damián tiene que carraspear para que levante la vista y le pregunte qué va a llevar.
Pero Damián no responde nada, sino que sopla por sobre el mostrador y el soplido se incrusta en una oreja del carnicero; después se retira y deja al manso totalmente trastornado, revolcándose solo en la turbiedad de sus pensamientos más fúnebres.
Antes de salir, Damián lo oye vociferar:
¡Con razón, la hija de puta de un tiempo a esta parte solo me da comida recalentada!
Y al rato, desde la esquina donde se ha quedado a observar la reacción del carnicero, Damián lo ve salir atropelladamente a la calle con una cuchilla y una chaira en cada mano, rugiendo como una locomotora desgobernada, encolerizado como un toro picaneado en los cojones.
Damían esboza una sonrisa de satisfacción y suspira:
¡Flor de soplido!
8-
Al mediodía los hijos vuelven de la escuela acompañados por el padre.
Papá, ¿y mamá?, preguntan, con asombro ante la alteración de la costumbre.
Nos ha abandonado, responde secamente el carnicero.
¿Abandonado, y por qué, papá?
No sé por qué, hijos, si no le faltaba nada.
9-
Al día siguiente.
Una señora va a comprar carne, pero llegando a las inmediaciones de la carnicería, se depara con una cola que dobla la esquina.
¿Y esta cola?, le pregunta al que está por último.
¿Ah, no sabe?
No, ¿saber qué?
Lo de la oferta del día.
¿Qué oferta?
La oferta de la carnicería, señora: tres kilos de carne picada por cien pesos.
¡¿Tres kilos de carne picada por solo cien pesos, y por qué tan barato?!
Eso mismo me pregunto yo, señora. Pero bueno, como dice el dicho: menos pregunta Dios, ¿no?
LOS SOPLIDOS por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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