martes, 3 de noviembre de 2020

SUPLICIO

 La muerte la acechaba. Presentía como si un ser hambriento la comiera por dentro; quería tener el coraje de quitarse la vida, pero no lo tenía. La única salida era el gato de la casa, que siempre veía sentado en el jardín con los ojos cerrados, y que nunca se había molestado en atraparla, quizás por su fama de astuta e inteligente. Pero tan simple le resultaría acabar con su suplicio, apenas un zarpazo y dos mordidas; una muerte rápida como lo es el relámpago, si aquel gato en el jardín no practicara el zen budismo. 

                                                                               

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SUPLICIO por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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EQUIVOCADO

 Iba por Florida, mirando vidrieras, cuando lo vio por casualidad entre aquel mundo de gente. De espalda, pero inconfundible; además la chica que lo acompañaba tomada de su brazo corroboraba su sospecha. Atropellando transeúntes fue dándole alcance metro tras metro. Ya estaba muy cerca y podía ver con nitidez que se sostenía en un bastón. "¡Claro que es él!", se dijo y apuró el paso. Hasta que, casi llegando a la av. Córdoba, por fin pudo llegar a su lado. 

   ¡Borges! ¡Maestro!, lo llamó, con voz parecida aun grito. 

   El señor se detuvo, giró lentamente y con una sonrisa le respondió: 

   Siento decepcionarlo, amigo, pero se ha equivocado, Borges hay uno solo. 

                                                                      

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EQUIVOCADO por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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HOMENAJE

 En toda la historia de la humanidad hubieron hombres buenos y hombres malos y a cada uno de ellos otros hombres los eternizaron con estatuas y bustos, pero las palomas, !quién diría!, que no distinguen buenos de malos, les rinden homenaje a ambos por igual. 

                                                       

                                                                       

LA REBELIÓN

 La rebelión tomó a todos de sorpresa. Los peones de ambos bandos se aliaron y gritando "muerte al rey, muerte al rey" montaron sobre los caballos y embistieron contra los alfiles que, sin tiempo para ninguna reacción defensiva, rodaron fuera del tablero, cayendo al abismo más allá del borde de la mesa.  Después los rebeldes arremetieron contra las torres, que fueron fácilmente derrumbadas y tuvieron la misma suerte que los alfiles en el abismo incierto. 

   "Ahora vayamos por el tirano", gritó el cabecilla rebelde y llegando junto al rey los insurrectos lo rodearon con sus briosos corceles. El rey suplicó por su vida, pero la horda enfurecida no tuvo piedad y el rey fue despedazado bajo los cascos de los caballos. Cuando hubieron terminado con el monarca se giraron hacia la reina, que esperaba su fin acurrucada en un rincón del tablero. Los peones desmontar y corrieron hacia ella gritando como enloquecidos: "es hora de la diversión, es hora de la diversión", entonces la reina supo que si se mostraba dócil y solícita su vida sería salva. 

                                                                            

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LA REBELIÓN por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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ABURRIMIENTO

 Estaba aburrido, como todos. La inundación del mes pasado había sido la última gran emoción en el pueblo, entonces, ¿sobre qué hablar que ya no se hubiera hablado hasta el cansancio? 

   "Tengo que hacer algo por todos", se dijo, aunque sabía que nadie se lo agradecería nunca. ¿Y su premio? Su premio sería el íntimo regocijo de saberse el hacedor de lo que se hablaría por mucho tiempo. Afuera, todos dormían y la helada teñía el mundo de escarcha plateada. 

   "Ya está en la hora", pensó mientras encendía la antorcha; después salió a recorrer el pueblo, casa por casa. 

                                                                            

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ABURRIMIENTO por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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EL GRITO DE GOL

 


   "Con solo empatar ya éramos campeones", dijo, llorando sentidamente, cuando faltaba medio minuto para terminar el partido. De pronto sintió un vacío en el alma y sin poder resistir la tristeza que se abatió sobre su espíritu ni pensar en nada más que en borrar de su memoria el fracaso, corrió hacia el balcón y se arrojó al vacío. 

   Durante los sesenta y ocho pisos que lo separaban del suelo y la muerte sucedieron muchas cosas: tres segundos después del salto fatal, fue viendo a través de los ventanales del edificio el penal a favor de su equipo, la ejecución del mismo, el gol del empate y la alegría de todos aquellos que mantuvieron la fe hasta el último instante. Sin embargo, su último recuerdo de despedida que se llevó al más allá fue una mano amiga que lo saludó desde el balcón del segundo piso. 

   Se trataba de un tipo que salió para ver quien era aquel hincha que gritaba "goool", más alto que todos los hinchas juntos. 

                                                                                   

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EL GRITO DE GOL por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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EL HACHERO DEL FIN DEL MUNDO

 


El hachero estaba en el monte desde la mañana temprano y calculó que el último hachazo que derribaría el árbol milenario estaba cerca. Siguió golpeando una, dos, tres veces, y al cuarto hachazo sintió la primera queja lastimosa del árbol y, en seguida, una fuerte sacudida que lo lanzó hacia un costado. Entretanto, el suelo osciló unos instantes en un lento balanceo hasta que, finalmente, el mundo se desprendió del árbol y en un vertiginoso irse infinito se perdió en la negrura del abismo cósmico. La suerte del hachero fue que alcanzó a abrazarse al tronco, sino...

                                                                            

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EL HACHERO DEL FIN DEL MUNDO por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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EL SUICIDA Y EL LOCO

    Rapallo, Genova -  Febrero de 1883  Parado al borde del acantilado, Amedeo flexionó las piernas y cuando estaba a punto de dar el gran s...