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martes, 11 de agosto de 2020

EL HIJO DE DIOS

 

El jefe de la guardia suiza volvió a observar al hombre inmóvil que miraba insistentemente hacia la basílica, parado en medio de la plaza San Pedro. No cargaba cámara fotográfica ni parecía turista, razón por la cual se dijo que tendría que ir a ver qué hacía allí. 

   Un rato más tarde en el palacio apostólico, el Santo Padre leía su pasaje favorito de La Biblia cuando su secretario particular lo interrumpió: el jefe de la guardia suiza quería verlo con urgencia y hablarle en privado. 

   Dile que pase, Giovanni, le dijo el Santo Padre. 

   El jefe de la guardia entra.

   ¿Qué sucede, Marius?, preguntó el Santo Padre, cerrando con calma el libro y poniéndolo sobre el escritorio con la misma parsimonia. 

   Su Santidad, tenemos un serio problema, dijo Marius, sumamente preocupado. 

   ¿Un serio problema, Marius? ¿Qué clase de problema? El Santo Padre entrelazó las manos sobre el regazo. 

   Bien, creo que no cabe a mí clasificarlo, Su Santidad, respondió Marius. 

   Bueno, no importa, dígamelo asimismo, autorizó el Santo Padre. 

   Está bien, Su Santidad. Hay un hombre afuera que dice ser..., que dice ser Jesucristo, respondió Marius, hesitante ante la incómoda noticia que transmitía. El Santo Padre se lo quedó mirando un momento, después dijo: 

   ¿Sabe cuántos hombres han dicho lo mismo, Marius? 

   Marius tragó en seco. 

   No, Su Santidad, a decir verdad nunca supe de ninguno.  

   Bien, yo se lo diré, Marius. Uno solo, el mismo Jesucristo. Otros, en cambio, si lo dijeron, lo dicen o lo dirán y los conozcamos o no, fueron, son y serán blasfemos, mentirosos e impostores, dijo el Santo Padre, sonriendo con benevolencia. 

   ¿Entonces, Su Santidad, qué debo hacer?, preguntó Marius. 

   El Santo Padre, examinándose displicentemente las uñas, respondió: 

   Haga su trabajo, Marius. 

   Después, sin levantar la vista, el Santo Padre volvió a La Biblia. 

   El jefe de la guardia suiza se retiró sin decir palabra. Desde el pasillo lateral por donde iba vio a través de los ventanales al falso Cristo todavía en el mismo lugar. Bajó con pasos decididos las escaleras y se dirigió directamente al medio de la plaza. 

   Al rato, el secretario Giovanni volvió a entrar en el despacho del Papa: el jefe de la guardia quería verlo nuevamente. 

   ¡Otra vez!, exclamó el Santo Padre, cerrando con vehemencia esta vez La Biblia, enseguida carraspeó y con una señal le ordenó que lo hiciera pasar. 

   ¿Qué pasó ahora, Marius? 

   Marius al ver el semblante crispado del Papa, visiblemente irritado, volvió a tragar en seco. 

   El hombre de nuevo, Su Santidad, dice que hasta que usted no lo reciba no piensa moverse de la plaza, respondió Marius, refregándose nerviosamente las manos. 

   El Santo Padre lo miró achinando los ojos. 

   ¿Entonces, debo creer que usted no sabe hacer su trabajo, Marius?, inquirió. 

   Marius por dentro rogaba a Dios que la tierra se lo tragara. 

   De ninguna manera, Su Santidad, pero sucede que el hombre dice que de una forma o de otra la humanidad se enterará de la verdad. Marius cerró los párpados cuando el Santo Padre golpeó el escritorio con las palmas de las manos, con lo que no vio la tapa de La Biblia elevarse levemente. 

   ¿Qué verdad, Marius, qué verdad? ¿La de ese infeliz impostor o la mía? ¿A quién cree usted que van a creerle, a un lunático que dice ser hijo de Dios o a mí que soy su representante en la tierra, eh? El Santo Padre, enrojecido de ira, espumaba de rabia. 

   A usted, Su Santidad, sin dudas, respondió Marius, sudando frío. 

   Muy bien, Marius, entonces vaya con los hombres que hagan falta y retire a ese impostor de allí de inmediato, ordenó el Santo Padre. 

   Marius, enmudecido, dio media vuelta y desapareció en el acto. 

   Minutos más tarde, Giovanni volvió a entrar al despacho papal. 

   ¡¿Qué sucede ahora, Giovanni, otra vez el jefe de la guardia?!  

   No, no, Su Santidad, pero le ruego que venga a ver una cosa. El secretario, parado frente a la ventana, le señalaba la plaza. 

   Pero hijo, primero di de qué se trata, respondió el Santo Padre, la voz cansada y el ánimo por el piso. 

   No sé qué pensar, Su Santidad, se trata del hombre que dice ser Cristo, pero venga, venga y asómese a la ventana y vea por usted mismo, insistió el secretario. El Santo Padre cerró con desgano La Biblia y se acercó a la ventana, rezongando algo entre dientes. 

    En el medio de la plaza San Pedro, el hombre que afirmaba ser el hijo de Dios estaba rodeado por Marius, los guardias que lo habían acompañado y algunos turistas, todos postrados a sus pies mientras algunos turistas filmaban y les sacaban fotos. El Santo Padre se santiguó dos veces y exclamó: 

   ¡Por el amor de Dios, qué locura es esta! ¡Rápido, Giovanni, ve tú mismo a hablar con ese demente y dile que voy a recibirlo. Debo persuadirlo de su error antes que todo pase a mayores. El Santo Padre pensó que el lugar más apropiado para recibirlo era la Capilla Sixtina. Allí le mostraría a Dios, Su creación y el rostro del verdadero Jesucristo. Estaba más que seguro que delante de las incontestables evidencias el infeliz entraría en razón. 

   El Santo Padre contemplaba la grandiosidad divina cuando escuchó la voz de Giovanni a sus espaldas. 

   Aquí está él, mi señor. 

   El Santo Padre se dio vuelta con cierta violencia, encarando al secretario con fiereza en la mirada, entonces lo amonestó: 

  ¡¿Giovanni, qué insolencia es esa?!  

   Giovanni lo miró confundido.

   ¿Ah?, oh, perdón, Su Santidad, le hablaba a él, al Salvador, respondió. 

   El Santo Padre no esperaba por eso.

   ¡Hasta tú, brutus!, explotó el Santo Padre, mira, hazme el favor de desaparecer de mi vista, y más tarde tendremos una pequeña conversación. El secretario, pareciendo no darle importancia a las palabras de su jefe, le hizo una reverencia al hijo de Dios y desapareció con pasos rápidos, dejando a ambos hombres cara a cara. 

   Antes de empezar a hablar, el Santo Padre miró al falso Cristo de la cabeza a los pies; le pareció demasiado oscuro, muy feo y bastante roñoso para ser quien pretendía ser.

   Entonces, ¿con que tú eres Jesucristo?, le dijo, con demostrada repugnancia. 

   El hombre, que lo contemplaba sin pestañear, respondió sin titubear: 

   El propio, en carne y hueso. He regresado y traigo la paz y la verdad. 

   ¿Ah, sí? Bueno, entonces te mostraré algo: ¿ves a aquel hombre allí arriba?, Él es el verdadero Jesucristo, dijo el Santo Padre, con una sonrisa burlona, señalando al hijo de Dios. 

   El hombre miró la pintura. 

   La verdad, no se me parece en nada, respondió, imperturbable. 

   ¡Qué desfachatez!, exclamó el Santo Padre. Bien, continuó: ¿ves a aquel otro apuntando con un dedo, no el joven sino el más viejo?, Él es Dios, el padre de Cristo. Mientras hablaba el Santo Padre mantenía la misma sonrisa burlona. 

   El hombre llevó la mirada hacia la cúpula y contempló La creación de Adán y dijo: 

   Es la primera vez que le veo la cara a ese señor. El rostro del supuesto hijo de Dios continuaba sereno. 

   ¡Increíble!, volvió a exclamar el Santo Padre, bueno, entonces mira todo lo que está representado en todas las pinturas, todo eso es la creación de Dios. Bien, ahora dime, ¿crees por acaso que un ser supremo como es Dios, capaz de crear todo el universo y el mundo, caería tan bajo como para crear una cosa, una... una... una basofia como tú? Ahora el semblante del Santo Padre se transfiguró de tal manera que parecía más un monstruo que un un hombre religioso. 

    Pero el Santo Padre tenía más aún para decir:

   Y para que lo sepas y te quede bien claro, yo, solamente yo tengo la autoridad para hablar en nombre de Dios ¿Será que puedes entender esto? 

   El hombre que todavía estaba contemplando los frescos de Miguel Ángel, bajó la vista del techo y, encarando al Santo Padre, le dijo:

  En primer lugar, ¿de quién fue la idea del pelo largo y rubio y los ojos azules? En segundo, ¿cómo conocen la cara de mi padre? Y en tercer lugar, ¿quién te ha adjudicado el derecho de hablar en su nombre? 

   El Santo Padre ya estaba que explotaba de rabia. 

Ok, ok, ok, basta de farsa, hombre, ¿dime cuánto quieres para salir de circulación y lo arreglamos acá mismo y acá no ha pasado nada?, dijo el Santo Padre. 

   Al hombre que decía ser hijo de Dios se le ensombreció la mirada y enfurecido gritó: 

   ¡Diabólico! ¡Hereje! ¡Idólatra! ¿Cómo te atreves? ¿Es eso lo que les enseñas a los hombres en nombre de mi padre y del mío? ¿Qué han entendido ustedes cuando dije que no debían adorar falsos ídolos? ¿Qué significa toda esta inmundicia? ¡Santos, vírgenes, ángeles, riqueza, oro, dinero! ¿Qué pretenden con una falsa  imagen mía crucificada? ¿Acaso les da placer verme así? Los ojos del hombre escupían fuego. 

   Pero el Santo Padre, para no quedar por bajo, también elevó el tono de voz. 

   Entonces, le dijo, desafiante, si realmente eres el Jesucristo verdadero, ¿por qué no me lo demuestras? 

   El otro lo miró con lástima.

   Como tú quieras, hereje, haré que este palacio de perdición se desmorone hasta que no quede piedra sobre piedra. Tienes un minuto para salir o morirás aplastado debajo de los escombros, dijo el hombre que decía ser hijo de Dios; luego dio media vuelta y se encaminó a la salida. 

   El Santo Padre soltó una sonora carcajada a sus espaldas que llenó todo el espacio de la capilla sixtina, recorrió pasillos, se metió en cada dependencia y en cada recobeco y cuando, por fin, se escurrió hasta las catacumbas ya había transcurrido un minuto. En ese instante el suelo y las paredes del palacio apostólico empezaron a temblar y fatalmente todo se vino abajo en cuestión de segundos, sin chance alguna para el Santo Padre que, atónito y boquiabierto, no tuvo tiempo de moverse del lugar. 

   Cuando los bomberos consiguieron dar con su cuerpo soterrado bajo los escombros, con asombro vieron que el dedo de Dios ya no le era extendido al dedo de Adán, sino que apuntaba a la cabeza del Santo Padre.

 Licencia Creative Commons

El Hijo De Dios por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata


domingo, 6 de septiembre de 2020

EL INMORTAL


 

1- EL VELORIO 

Aníbal Pérez tendría unos cinco o seis años cuando le agarró un miedo terrible a la muerte. Todo se originó el día que su tío Manuel murió y al pobrecito de Aníbal le hicieron besar al muerto, frío como el mármol. Como su abuela no tuvo con quien dejarlo se lo llevó al velorio con ella. Además del beso al muerto, que fue como darle un beso a la misma muerte, la parentela se pasó toda la noche entre accesos de llanto (de los lastimosos y de los histéricos), quejidos moribundos y lúgubres lamentaciones. ¡Y todo alumbrado a velas! Con lo que Aníbal todavía tuvo que vérselas con siniestras sombras fantasmales reptando temblorosas por las paredes grises. Y para terminar de completar el trauma, al otro día se lo llevaron al cementerio bajo una lluvia fina, que caprichosamente se le había antojado caer justo esa mañana. El aterrado Aníbal, como una garrapata, no soltaba la falda de su abuela ni para ir al baño, y la cosa no paró por ahí; de yapa tuvo un poco más, porque pesadillas aterradoras lo persiguieron durante una semana. 

2- CATALEPSIA

Su abuela tenía una amiga que vivía del otro lado de la calle, doña Juana se llamaba, que todas las noches la visitaba. Mientras ponían los chimentos en día tomaban té negro en bombilla en una taza enlosada amarilla con el borde verde, el famoso "chupe y pase". A veces, después de los chismes, contaban oscuras historias que iban desde la luz mala hasta apariciones de fantasmas que rondaban las cercanías del cementerio o asombraban algunas casas antiquísimas, y entre tantas historias siempre aparecía la de alguien que había muerto de "muerte mala", como decían ellas. En esos momentos Aníbal, sin escapatoria, porque la casa de la abuela constaba de una habitación y la cocina (el baño era un excusado en los fondos), no tenía otra opción que oírlas. De todos los tipos de muerte de las que hablaban las viejas, dos de ellas a Aníbal le aterraban sobremanera, y de las cuales temía que le fueran a tocar el día que le llegara el turno: morir ahogado o morir quemado. Pero una noche oyó hablar de algo más macabro todavía y que se tornó, inmediatamente, en lo más terrible que le pudiera suceder al momento de morir: la catalepsia. Que era como morir ahogado pero mucho peor, porque en lugar de agua uno se ahogaba con tierra. ¿Acaso había otra forma de morir más atroz y terrorífica que ser enterrado vivo? Desde ese día, antes de dormir, Aníbal le pedía a Dios que cuando se lo llevara al cielo no usara la catalepsia como medio de transporte y, de ser posible, que lo hiciera morir mientras dormía, así no sentía nada. 

   Así, Aníbal creció oyendo a cada tanto sobre alguien al que le había dado la tal catalepsia y al otro día encontraban en la tumba sus manos heridas con las astillas del cajón asomando entre la tierra removida; en esos momentos volvía a pedirle a Dios lo mismo, pero sin esperar la hora de ir a dormir, no vaya a ser que se olvidaran, él, en sus plegarias antes de dormir, y Dios, por estar ocupado con tantos asuntos en el mundo requiriendo su accionar. 

3- EL AMIGO DE TODOS 

Por ese miedo atroz a la catalepsia, Aníbal era amigo de todo el pueblo, hasta de los perros; creía que cuantas más amistades tuviera era menos probable que la catalepsia lo fuera a sorprender, al final, pensaba, Dios es grande pero... 

   Pero ser amigo de todos iba un poco más allá de la amistad por la amistad misma, la verdad, tenía una finalidad práctica que funcionaba así: cuanto ya agarraba bastante confianza con las amistades les confesaba su miedo y después les pedía que cuando muriera, si lo hacía antes que ellas, no dejaran que sellaran el ataúd; y por las dudas se las ingenió para hacerse amigo de todos los médicos y todas las enfermeras también y a todos le confesó su temor, y a todos les pidió que, si él moría antes que ellos, claro, no le taponaran la boca ni la nariz con algodón, por las dudas, no vaya a ser que le diera catalepsia. Después de un tiempo se le ocurrió perfeccionar su pedido y se hizo redactar un documento en el registro civil que luego le hizo firmar a todo el mundo. En dicho documento constaba que dentro del ataúd deberían ponerle una barreta, por las dudas, no vaya a ser que le diera catalepsia y por los nervios no pudiera abrir la tapa. 

4- EL VELORIO MULTITUDINARIO 

Cuando ya su temor era harto conocido por todos los habitantes de Santa Carmen y aledaños y Aníbal contaba con veintidós años le sobrevino la muerte, de repente. El velorio de Aníbal fue comparado al de una eminencia; todo el pueblo compareció en masa a la funeraria porque todos querían ver y tocar al amigo tan querido por última vez. Con tamaña multitud atascando el tránsito en la avenida principal al intendente se le ocurrió interrumpir el velorio y trasladar el muerto al gimnacio del club Recreación, para eso se cerraron las calles que daban acceso a la plaza principal. Y allá fueron todos, detrás del amigo tan querido. Los amigos más íntimos del finado no se separaban del cajón (esta posible eventualidad también constaba en el documento), por las dudas, no vaya a ser que alguien bajase la tapa con demasiada fuerza haciendo posible que por algún capricho inexplicable no la pudiera abrir más ni con la ayuda de la barreta, en caso de que su muerte se tratara de una jugarreta de la catalepsia. 

5- POR LAS DUDAS 

En medio del velorio, allá por las once de la noche, una vieja de repente soltó un alarido tal que hasta las chapas del tinglado y los tableros de basquet temblaron: Aníbal se había enderezado y se desperezaba arqueando el cuerpo, que lo tenía medio acalambrado; después tensó los brazos con los dedos de las manos entrelazados como hacen los pianistas antes de un concierto. Algunas viejas, incluida la del alarido, se desmayaron, a otras se le subió la presión y a algunos viejos se les bajó, y el beataje que no se impresionó con el fenómeno empezó con los aleluyas y los agradecimientos a Dios. Hubo algún que otro reclamo, principalmente por parte de la gente de campo que se levanta temprano, pero en general todos se alegraron, al final, Aníbal era amigo de todos.

5- EL HOMBRE QUE RESUCITÓ DE LA MUERTE 

Aníbal también agradeció a Dios y a la gente reunida en su honor, pero más tarde le confesó a sus amigos más íntimos (los mismos que vigilaban el ataúd) que todo había sido una prueba, un ensayo para ver si su velorio corría tal cual él lo había previsto, por las dudas, no vaya a ser que lo sorprendiera la catalepsia y acababa muriendo de verdad por alguna falla inesperada. Otro amigo de Aníbal, Estevanéz, el cual tenía facilidad con las palabras y siempre andaba atrás de historias, aprovechó el inusual suceso y escribió un cuento que intituló: "El hombre que resucitó de la muerte". Alguien le dijo que el título le parecía un tanto redundante, ya que resucitar solo se puede hacer desde la muerte, pero Estevanéz alegó que había pensado en poner "volver", pero que al dramaturgo Narciso Ibáñez Menta ya se le había ocurrido antes. 

   ¿Entonces por qué no usó otro verbo como, por ejemplo, regresar?, propuso la persona. 

   Lo pensé después, pero ya era demasiado tarde porque ya había mandado a imprimir la historia, respondió Estevanéz. 

   Aníbal, siempre por las dudas, creyó mejor modificar el documento, ahora en lugar de la barreta, que no lo terminaba de convencer, deberían ponerle dos criques hidráulicos botella a cada lado del cuerpo con las palancas ya puestas y sujetas a sus manos, no vaya a ser que el miedo le quitara las fuerzas allá abajo, en caso siempre, que le diera catalepsia. 

6- EL HOMBRE QUE RESUCITÓ DOS VECES

Cuando la falsa muerte de Aníbal iba a camino de convertirse en el principal evento del folklore local ocurrió que, antes de finalizar el mes, la muerte, la muerte verdadera, le sobrevino. Los amigos íntimos acudieron a la morgue del hospital provistos de plumas para hacerle cosquillas en las costillas y en la planta de los pies para estar seguros que el muerto estaba bien muerto, por las dudas, no vaya a ser que se hiciera el muerto para certificarse bien en un segundo ensayo. El intendente ordenó que esta vez lo velaran directamente en el gimnasio, y, como se esperaba, no solo todo el pueblo concurrió al velorio sino gente de los pueblos vecinos también; nadie quería perderse el velorio del hombre que había muerto dos veces en un mismo mes. A pedido del intendente varias mesitas fueron distribuidas estratégicamente en diferentes puntos del gimnasio con alcohol y analgésicos, por las dudas, no vaya a ser que al finado se le diera por volver a resucitar y a alguna vieja le diera un síncope cardíaco. Pero Aníbal esta vez no resucitó.

   No resucitó ese día, porque a la mañana siguiente el casero del cementerio lo trajo al pueblo en su camioneta porque al pobre resucitado le resultaban demasiado pesados los dos criques botella. Estevanés, ni lerdo ni perezoso, se apuró a escribir otro cuento: "El hombre que resucitó dos veces", ya que la falsa muerte quedó solo entre lo íntimos, con lo que para todos los efectos Aníbal había muerto y resucitado dos veces. El nuevo cuento fue un verdadero éxito local, y además tuvo que hacer nuevas copias del cuento anterior porque hubo gente que no lo había comprado y ahora quería tener los dos. 

6- EL HOMBRE QUE NO PARA DE RESUCITAR 

Y como una desgracia repetida del destino, aconteció que al otro mes Aníbal volvió a morir. Esta vez vino un equipo médico de la capital para constatar si ahora Aníbal había muerto de verdad de una vez por todas. Los amigos íntimos no se despegaron en ningún momento del finado, acompañándolo a la morgue donde dijeron: "nada de algodones en la boca ni en la nariz". Después fueron en la ambulancia acompañando el cadáver hasta la funeraria con los criques botella y las palancas. 

Y nuevamente la multitud llenó el gimnasio. 

Al otro día cuando la tapa del ataúd empezó a levantar la tierra que la cubría, los amigos, que habían tenido una corazonada, ya lo estaban esperando. Hasta Estevanéz, provisto de un grabador de bolsillo para narrar lo sucedido y que le serviría de argumento para el nuevo cuento que vino a llamarse, unos días después: "El hombre que no para de resucitar". El dueño de la funeraria aceptó de buena gana guardar el féretro para el mes siguiente y la comisión directiva del club no quiso programar ninguna actividad deportiva para la misma fecha, por las dudas, no vaya a ser que a Aníbal se le diera por morir otra vez. 

7- ANÍBAL, EL INMORTAL 

Pero al otro mes Aníbal, caprichosamente, volvió a morir y nuevamente una multitud llenó el pueblo y en esta ocasión hasta un canal de televisión capitalino vino a cubrir el evento, o mejor dicho, los eventos, porque el equipo se quedó hasta el otro día, donde transmitió en vivo para todo el país la increíble nueva resurrección de Aníbal. 

   Pobre Aníbal, respondió como quinientas veces las mismas preguntas. ¿Es cierto que hay un túnel? ¿Vio la luz? ¿Habló con Dios? ¿Qué cara tiene? A las tres de la tarde Aníbal consiguió desvencijarse de los micrófonos argumentando que tenía ganas de ir al baño. A los tres días Estevanéz lanzaba el cuarto cuento: "Aníbal, el inmortal", otro suceso de ventas. 

8- EL ENIGMA ANÍBAL

Para cuando sucedió la nueva muerte de Aníbal, al mes siguiente, ya dada por sentada de antemano por todo el mundo, un equipo de científicos alemanes apareció por el pueblo, cargando aparatos modernos que nadie sabía para que servían pero que los alemanes dijeron que era para estudiar el "Enigma Aníbal", como lo llamaron. 

   En esta nueva muerte de Aníbal, el clima ya no era de tristeza sino más bien festivo. Alrededor del club se llenó de carritos con choripán y parrillas donde no faltaban los chinchulines rellenos con chimichurri y otras delicias de la cocina criolla. Un vendedor de sanguches de milanesa tuvo la idea de bautizar a su producto, escribiendo en un pedazo de cartón: "Chegusán, como le gustaban a Aníbal" y, en seguida, el vendedor de choripán de enfrente ni lerdo ni perezoso se apresuró a copiarlo escribiendo, antes que a otro se le ocurriera: "Choripán, como le gusta a Aníbal". Este nuevo slogan más acertado, ya que Aníbal nunca moría completamente sino por unas pocas horas, como unas minis vacaciones en el más allá. Ya en la entrada del club, Estevanéz había montado un puesto donde vendía como loco los cuentos del muerto no muerto del todo. Al otro día, cuando Aníbal volvió de nuevo de la muerte, una multitud lo esperaba afuera del cementerio con los cuentos en una mano y lapiceras en la otra para que se los autografiara. Aníbal ya era una celebridad. 

9- MÁS PORFIADO QUE LA MUERTE 

Aníbal pensó que amigos son los amigos y todo lo demás es negocio, así que tendría que conversar seriamente con Estevanéz, que ya escribía las primeras líneas del próximo cuento: "Más porfiado que la muerte". 

   Después de pasar quince días estudiándolo exhaustivamente los alemanes dijeron que Aníbal moría y resucitaba sin ninguna razón aparente, luego reunieron sus equipamientos y nunca más se les vio el pelo. 

   Como era de esperarse, al mes siguiente Aníbal, ya socio de Estevanéz, volvió a morir. Para este velorio la humareda del festín fue tan grande que la nube de humo cubrió los cielos de varios pueblos vecinos, actuando como aviso, porque cuando esto sucedió todo el mundo pensó o dijo casi lo mismo: "Aníbal ha vuelto a morir otra vez". 

   Esta vez Santa Carmen fue invadido por centenares de ómnibus. Uno de ellos exclusivamente con chinos. Ellos dijeron ser turistas, pero todo el mundo creyó que eran científicos disfrazados de turistas para intentar descubrir qué hacía resucitar a Aníbal. 

   ¿Cómo fue que se enteraron?, le preguntó el intendente a uno de los chinos. 

   Fue pol el olol de los cholipanes que llegó hasta Belglano "ELE", mientlas lecolíamos el balio chino, dijo el chino (confundiendo la "R" con la "C" que identifica al barrio capitalino con su homónimo, el cual no tiene barrio chino); cosa que nadie creyó, porque como ya se dijo, todos pensaban que fuesen científicos, pero como muchas veces sucede una cosa lleva a la otra y finalmente todo el mundo acabó sospechando que se trataba de una investigación secreta que encerraba un secreto mayor aún: hacer resucitar a Mao Tse Tung. Entretanto los chinos, entre sonrisas complacientes típicamente chinas, continuaban alabando los "liquísimos cholipanes". Ya entre los que no creían en conspiraciones descabelladas, las preguntas que se hacían giraban alrededor del resucite de Aníbal; para la mayoría no había otra explicación que un milagro de Dios, pero don Esteban El sabio, un gaucho viejo contador de historias del pueblo, discordaba y declaraba a los cuatro vientos que la única explicación posible era que Aníbal sufría de catalepsia crónica, pero que nadie debía preocuparse, que cuando se muriera de verdad se le iba a pasar.

10- UN AÑO DESPUÉS...   

Un año después de la primera muerte de Aníbal, el pueblo ya era otro. ¿Comprar zapatos, ropas, muebles?, solo yendo a otro pueblo, porque todos los comercios habían cambiado de rubro: ahora todos (menos los de alimento o servicios como los de mecánica, de electricidad, de construcción y, claro, los funerarios, que ahora promocionaban los ataúdes con dos criques hidráulicos botella incluidos) vendían los souvenires "Aníbal", que iban desde llaveros hasta estampitas. Estevanéz ya producía los libros de cuentos sobre Aníbal en la imprenta propia a escala industrial, ya sea con nuevos cuentos o los mismos con ligeras alteraciones, al final, la gente ya los compraba como recuerdo más que por la lectura en sí. La parte más difícil, decía él, era ponerles los títulos, ya que lo único que hacía Aníbal era morir y resucitar. Para todo esto los amigos íntimos, a principios de año, habían abierto una agencia matrimonial porque todas las chicas, las solteronas y alguna que otra viuda que, no conforme con haber enterrado uno deseaba repetir la experiencia, querían casarse con Aníbal. La innovación matrimonial consistía en que era un casamiento que duraba solo un mes, con derecho a álbum de fotos del casorio y luna de miel en alguna estancia de los alrededores, hasta la próxima muerte de Aníbal, donde una nueva agraciada era elegida. Lógicamente, por el propio Aníbal, por las dudas, no vaya a ser que le tocara aguantar un mes entero un bagallo fulero. Ésto acarreó que Santa Carmen y los pueblos vecinos empezaran a llenarse de ex viudas momentáneas, pero lejos de crear una antipatía subjetiva por parte de los varones contra Aníbal, como se pensaría, al contrario, lo veían como una honra porque Aníbal les confería a las falsas viudas una especie de pedigrí que las hacía especiales. 

   Y como una plaga, nuevos chinos o probablemente los mismos (¿cómo saberlo si son todos iguales?) se establecieron en el pueblo y abrieron supermercados (como no podía ser de otra manera), suscitando la vieja sospecha de que era otro plan para descubrir el secreto de Aníbal para resucitar al "Gran Timonero", aunque ellos negaban con la misma disculpa para todo el mundo: que habían venido a instalarse en el pueblo por causa de los "licos cholipanes con chimichuli". 

11- EL ELEGIDO 

El boom de Santa Carmen se dio al segundo año cuando fueron abiertos grandes complejos hoteleros, porque ya no cabía una aguja en ningún lugar en los días en que moría y resucitaba Aníbal. Para esa fecha las parejas llegaban a raudales no sólo para casarse sino también para pasar la luna de miel; y matrimonios traían a sus hijos recién nacidos para el bautizo, movidos por la esperanza de que la catalepsia de Aníbal se les contagiara y vivieran para siempre; y parientes traían a sus muertos para ser velados y enterrados en el pueblo, pero con oto tipo de esperanza: que imitaran a Aníbal y volvieran al ceno de la familia. Así que después del entierro de los difuntos foráneos sus familiares se quedaban haciendo guardia delante del cementerio, pero ningún difunto volvió nunca del más allá para contar la historia, solo Aníbal era el elegido. 

   Para ese entonces Aníbal ya vivía del diez por ciento de todo aquel que lucrara con su nombre, menos de Estevanéz, con el cual el negocio era del tipo "miti y miti", cincuenta por ciento para cada. Pero hacerse rico de morir y resucitar tenía también sus problemillas. Un día Aníbal tuvo que presentarse en la oficina regional de la AFIP, en una ciudad cercana. Cuando se presentó, la empleada le preguntó por su profesión. 

   Autónomo, respondió Aníbal. 

   ¿Autónomo de qué?, insistió la empleada. Aníbal se quedó helado sin saber qué decir. ¿Decirle qué? ¿A qué profesión correspondía morir y resucitar, al final? Optó por la corta.

   Trabajo de morir y resucitar, dijo, finalmente. Y como la empleada le dijera que eso no era profesión sino un don solo concedido por Dios a su hijo Jesucristo, Aníbal dejó el asunto en manos de sus abogados. 

   Ser rico es más difícil que ser pobre, se dijo y volvió a Santa Carmen enseguida, porque la fecha de volver a morir estaba cerca. 

   El nuevo intendente, que era uno de los íntimos amigos de Aníbal, ese año inauguró la primera "Fiesta Anibalista mensual", con lo que Aníbal no pudiendo negarse a recibir su parte de la torta volvió a decirse que ser rico es más difícil que ser pobre, ya que como atracción principal de la fiesta lo tenían como maleta de loco, fotos de aquí, autógrafo de allá... 

   Al tercer año vino al pueblo una comitiva de un partido vecino, ofreciendo varios millones de pesos para que Aníbal se fuera a vivir a la cabecera de dicho partido. Pero Aníbal pensó que su suerte podría cambiar si se mudaba del pueblo por eso no aceptó la millonaria propuesta, prefiriendo quedarse en esa especie de cinta de Moebius en que se había convertido su vida. 

   Por las dudas, dijo y añadió: no vaya a ser que en tierra extraña me muera de verdad y para siempre. 

Licencia Creative Commons
EL INMORTAL por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.

jueves, 3 de septiembre de 2020

NI CIELO NI INFIERNO


I- CIELO

Después del desgarramiento de la muerte la vieja anduvo medio perdida vagando sin rumbo fijo de nube en nube hasta que chocó en algo duro, sopló para despejar la bruma que impedía descifrar aquella dureza y vio que se trataba de una puerta. Arriba estaba escrito: CIELO, entonces tocó timbre y esperó a que San Pedro viniera a abrirle. 

   Un ángel con cara de angelito abrió la puerta. 

   Buenas, soy el ángel Miguel, ¿qué desea, señora?, dijo, con cortesía, el espíritu celeste. La vieja se decepcionó, esperaba ser recibida por el mismo San Pedro; lo había oído desde chica, en cambio, la recibía un ser de rango menor. 

   Pero bueno, qué se le va a hacer, suspiró por dentro. 

   ¿Que qué deseo?, deseo entrar m´hijo, le aclaró, sarcásticamente, olvidándose que en el cielo ciertas costumbres terrenas no son admitidas. Por lo menos hasta donde se sabe. 

   Me temo, señora que llamó a la puerta equivocada. Usted no puede ser admitida en el reino del señor, respondió el ángel, abriendo las manos.

   ¿Cómo que no puedo entrar?, reclamó la vieja, saltando como leche hervida. 

   El ángel miró a ambos lados de los hombros cerciorándose de que nadie andaba cerca, entonces para estar a la altura de la vieja prepotente engrosó:

   Lo siento mucho ente pecador, pero la ley es la ley. No insista que es al pedo. 

   La vieja, viendo que el ángel de angelito solo tenía la cara, bajó el tono.

   Pero si yo ya me arrepentí de mis pecados, le confirmó. 

   El ángel fue determinante y rotundo. 

   Sí, sí, todo lo que usted quiera, pero aquí en el informe dice (el ángel sacó una planilla debajo de la túnica) que se arrepintió unos minutos antes del deceso. Lo que no quiere decir absolutamente nada, si eso contara el cielo no sería cielo, sería infierno y entonces tendríamos dos. ¡Como si con uno ya no fuese suficiente! Ay, ay, ay, nada peor que un arrepentido de última hora. 

   Entonces exijo hablar con Dios, exigió la vieja, volviendo a ser ella misma 

   ¡¿Qué?!, negativo, el único que puede hablar con él es su hijo, aclaró el ángel, cruzándose de brazos. 

   No es lo que se dice en la tierra, argumentó la vieja. 

   En la tierra se dicen muchas cosas, depende del bando y según la conveniencia, advirtió el ángel. 

   Bueno, entonces exijo hablar con el hijo. La vieja tampoco estaba dispuesta a dar el brazo a torcer.

   Negativo, tiene prohibido abrir la boca. Después de la confusión que hizo allá abajo, su padre le prohibió dar entrevistas y hablar con extraños, dijo el ángel, y se quedó negando con la cabeza. 

   Entonces exijo ser atendida por su jefe inmediato, es decir San Pedro, angelucho de mierda, bramó la vieja. 

   El ángel, ya hasta por acá con la vieja pendenciera, perdió los estribos y golpeó pesado:

   A ver si entiende, vieja chota. Primero: acá nadie exige nada; segundo: tanto hace como tanto hizo si quiere hablar con Dios o con Cristo, nadie puede hacerlo sin autorización expresa firmada por el mismo Creador, lo que quiere decir: cuando a Él se le cante las santas pelotas; y tercero: Cristo pagó, y bien caro, por gente como usted para que venga exigiendo atención exclusiva e inmediata; el pobrecito todavía está de penitencia mirando la pared. Claro, que fue por su manía de hablar por medio de parábolas lo que acabó provocando que nadie entendiera un carajo. 

   Bueno, que se joda por no hablar en criollo. Pero de cualquier manera ese informe ahí debe estar equivocado, insistió la vieja.

   ¿¡Pare de mentir, ente infame!, es que nunca va a decir una verdad siquiera, ni después de muerta. ¡Qué descaro! ¡Y en las mismas puertas del cielo! Definitivamente, el mundo está perdido, se descargó el ángel. 

   ¡Pero se lo juro angelito!, gimoteó la vieja, bajando la cresta otra vez. 

   ¡Ah, con que ahora soy angelito! ¡Angelito las pelotas! Aquí sin ficha limpia no entra ni el papa, es más, el día que entre uno me pego un tiro. El ángel incorruptible la tenía clara y no iba a ser una vieja granuja que lo embaucara así nomás.

   Pero fíjese bien, seguro que es de otra persona, imploró la vieja.  

   Aquí­ nadie se equivoca, así que hágame el favor de dar media vuelta y desaparecer de mi vista­, no ve que dificulta el tránsito. Mire la cola hasta donde llega. Así no hay nubes que lleguen, puntualizó el ángel, manteniéndose inflexible. 

   Le reitero que debe ser una equivocación, insistió la vieja, reprimiendo la rabia. 

   Desmienta entonces que nunca se ganó el sustento con el sudor de su frente como se debe, increpó el ángel, seguro de lo que decía. 

   Claro que no, se atajó la vieja. 

   ¡Ah, entonces lo admite!, dijo el ángel, apuntándola con el dedo indicador de la mano derecha.

   ¡Pero si le dije que no, bestia!, explotó la vieja. 

   Ente retardado, le dije que desmintiera y usted respondió que no. A ver, ¿dígame, qué parte de la gramática no entiende? El ángel se quedó esperando la respuesta con las manos en la cintura.

   ¡¿Gramatiqué?! Bueno, me equivoqué. Yo creí que... 

   El ángel la interrumpió.

   Claro, siempre se equivocó en la vida porque siempre creyó mal. ¿Sabe lo que es usted? ¿No?, bien, yo se lo digo: una yocreísta, dijo el ángel, soltando una risotada.

   Pero entonces, ¿adónde voy a ir?,  dijo la vieja, haciendo pucherito con la boca. 

   Al mismí­simo infierno, señora y que le sea tibio, dijo el ángel y le cerró la puerta en las narices. 

II- INFIERNO 

Después del rechazo en el cielo la vieja volvió a errar entre los meandros del limbo hasta que encontró un cartel indicativo que decía: AL INFIERNO POR AQUÍ. Una flechita mostraba una cueva.

   ¿Cómo que acá tampoco puedo entrar?, le reclamó la vieja, como lo hiciera antes con el ángel del cielo, al guardián patovica parado delante de las puertas del infierno. 

   La ley es la ley, enemiga de lo bueno y lo noble. No insistas, dijo el gorila infernal. 

   Pero en el cielo me dijeron que el infierno es mi lugar, le explicó la vieja. 

   Y a mí qué me interesa lo que dicen en el cielo. No sabes que allá está lleno de mentirosos. Esos granujas siempre mandan la peor escoria para acá, gruño el guardián.

   Que yo sepa el mentiroso es su patrón, objetó la vieja.

   Usted por lo visto no entiende nada de nada, ¿no?. No sabes acaso que la verdad y la mentira es una cuestión de conveniencia, aclaró el patovica. 

   Diablillo, por favor se lo pido, hágame un lugarcito, ¿sí?, suplicó la vieja. 

   ¡Imposible!, acá en el informe dice que te has pasado de la cuenta, zorra. Una cosa es un pacadillo aquí, otro por allá, pero hacer del pecado una religión ya es competir con el mismo demonio para ver quien es más diablo, ¿no lo crees tú?, dijo el guardián, achicando los ojos.  

   Pero... pero..., titubeó la vieja. 

   Shhhito y a llorar al campito, dijo el gorilón, anteponiendo un dedo delante de los labios. 

   ¡Qué shhhito ni nada, pelirrojo de mierda! ¡Exijo hablar con el diablo, qué carajo!, chilló la vieja, mostrando su verdadero carácter

   ¡Epa, epa! En qué antro oscuro has aprendido esos modales, guarra; dentro de una iglesia seguro que no. Pero si es así como te gusta jugar, lamento decirte que has perdido por goleada, vieja, respondió con una carcajada el patovica infernal. 

   No pienso moverme de acá hasta ser atendida como corresponde a una dama, advirtió la vieja. 

   ¿Pero quién se cree que es esta vieja chocha, la última Coca-cola del desierto?, preguntó en voz alta para sí el oscuro guardián. 

   Es que ese informe tiene que estar equivocado, señaló la vieja. 

   Aquí lo único equivocado es tu cerebro, macabra, retrucó él.

   Entonces, si es así yo no me muevo de acá, sentenció ella. 

   El guardián estaba que no se aguantaba más de zamparle una patada en el culo a la vieja insistente.

   Pero mira vos, cómo serás de jodida que no te importa ni un poco arder en el infierno por el resto de la eternidad. !Anda a ser mala de ese modo a la casa del carajo! Quiero ver si no salís de acá cuando te zampe un tridente al rojo vivo en el culo, quiero ver, sentenció el guardián.

   Pero entonces, si no puedo entrar ni en el cielo ni en el infierno, ¿adónde voy a ir?, preguntó la vieja. 

   Al purgatorio, vieja podrida, y espero que se haya acabado todo el estoque de papel higiénico para que te hundas en tu propia mierda, dijo el guardián, soltando una risotada que despeinó las greñas de la vieja, después cerró la entrada de la cueva con una pesada piedra. 

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NI CIELO NI INFIERNO por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución 4.0 Internacional.
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martes, 3 de noviembre de 2020

DOS PALABRAS

 El artesano terminaba de fabricar una baratijas de lata que le había encomendado un judío dueño de una tienda, cuando recibió la visita de un ser invisible. El ser tomó un cubo con agua y un vaso y por medio de chorritos escribió sobre la tierra que deseaba tener rostro, habla y movimiento. El artesano, no muy bien repuesto del susto de haber visto un cubo y un vaso flotando en el aire y del chorro de agua escribir un mensaje, pensó que se tratase de un alma en pena buscando la paz eterna. Sintiéndose un tanto ridículo, le habló al aire que debía ser más específico, de otra manera no sabría qué hacer ni por dónde comenzar. De manera que el ser volvió a usar el mismo método para escribir lo siguiente: "te veré en sueños". Y esa noche el ser se le presentó en sueños y le explicó quién era. Por la mañana el artesano, a la vuelta de la entrega del comerciante judío, se puso a trabajar y para la noche ya tenía el rostro listo, pero los mecanismos para darle movimiento le llevó un par de días, y la parte del habla le demandó más tiempo, aunque solo consiguió hacerle dos palabras nada más, pero que si repetidas hasta el hartazgo podían llegar hasta el mismo infinito. Cuando hubo terminado no necesitó hablarle al aire para avisarle al ser que ya estaba listo su pedido, porque éste ya le había advertido que estaba presente en todos lados. Cuando el ser invisible incorporó el rostro, el artesano le preguntó: 

   ¿Y qué tal, le gustó, jefe?, y el ser invisible le respondió con las únicas dos palabras de su limitado lenguaje: 

   Tic tac. 

                                                                                

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lunes, 31 de mayo de 2021

LOS PERSEGUIDOS


 

1 - EL PERSEGUIDOR 

Los pasos son como deben de ser, dada la situación: sigilosos. 

   Nunca se sabe, susurra muy bajito. 

   Y los movimientos, milimétricamente calculados. Cualquier vacilación puede ser el principio del fin. ¿Quién puede saber con exactitud adónde se dirige, si la respuesta está en cada próximo paso?

   Es cierto, sabe que perseguir y ser perseguido no se debe únicamente a que uno va atrás de otro, muchas veces el que va detrás es el que está siendo conducido por el perseguido, adonde él tiene más ventaja. ¿Entonces, quién es realmente el perseguido: él, yo, o ambos lo somos?

   Lo que ha de suceder, sucederá, es una ley ineludible, como la muerte... Y tal cual ella está presente en todos lados, para cualquiera, vuelve a decir casi inaudible mientras sigue adelante. 


2 - EL PERSEGUIDO 

Tropezó de nuevo. El ruido producido se multiplicó escandalosamente en algunos ruidos idénticos que salieron rebotando contra los paredones del profundo desfiladero hacia todos lados. 

   Se detiene. Tiene ganas de maldecir pero se contiene, apretando con fuerza las mandíbulas. 

   Una piedra irregular, que no se acomoda ante el peso del paso sino que se desliza, choca contra otra y, trabándose en ésta, el tropezón se anuncia con demasiado ruido. 

   Es lo que sucedió.

   Debe tener más cuidado; tiene que mantenerse sereno, es necesario que así sea.  

   Se vuelve... No ve al otro. 

   Por un lado éso le parece bueno, ya que supone una ventaja; pero por otro lado, en ese mundo por donde se mueven, ocultarse a metros sin ser visto es bien factible. Entonces no se siente tranquilo. 

   Sigue mirando hacia atrás. 

   Estudia la huella pedregosa por la que ha estado viniendo. Por veces el camino, que parece una culebra, se pierde en un recodo, imperceptible en aquel todo-igual-de-piedra, para reaparecer, un poco más allá, y continuar siendo más de lo mismo hasta el próximo recodo.

   Allí siempre se ve lo mismo, se mire desde el ángulo que se mire: piedra, piedra y más piedra. Piedra atrás, adelante y alrededor, haciendo del mundo que ha quedado afuera apenas un montón de recuerdos, que lo mejor es evitarlos. 


3 - EL PERSEGUIDOR 

Se detiene en seco: algo más se mueve... 

   Ha oído un ruido y éste ha rebotado, como un eco, unas pocas veces... ¿De hombre o de animal, o es solamente un pedazo de roca desprendido? Le gustaría saberlo. Por ahora es solo un ruido, producido no muy lejos. 

   Tal vez sea la costumbre de oír hasta lo que no hace ruido. Apenas mueve los labios para decir esto. 

   Mira con atención en derredor pero con más atención a lo que hay adelante. Cada detalle merece una mirada exhaustiva. 

    Solo hay rocas hasta perderse de vista, mire para donde se mire. El cielo, en lo alto, donde terminan los dos colosos de piedra es una lonja azul retorcida, igual al camino serpenteando el roquedal. Allá arriba las crestas de las cimas son de un marrón claro, pero acá abajo es distinto: una sombra omnipresente se extiende a lo largo del día y que se vuelve noche antes que arriba. Después de tres días allí dentro sabe que es así. 


4 - EL PERSEGUIDO 

Nunca mira seguido para el cielo, ni por mucho tiempo. Le da vértigo hacerlo. Le pasa como cuando era niño y se pasaba horas acostado en la hierba mirando como hipnotizado el cielo. 

   En un momento todo se invierte y entonces ya no se siente estar abajo sino arriba, flotando. Entonces los ojos ya no ven el cielo como cielo, sino como las aguas de un océano infinito. Nube que pasa boyando en el eterno azul es cualquier cosa menos una nube, toda forma corresponde a algo concreto, siempre, como las manchas en las paredes y el cielo raso; que la corriente imperceptible se lleva hacia más allá de los ojos, donde la curvatura de la tierra muestra el límite último del horizonte y se traga todas las formas. 

   Él lo sabe, desde niño lo sabe. Pero ahora es distinto. 


5 - EL PERSEGUIDOR 

No mira el cielo porque lo que busca no vuela; también sabe que después de haber intentado apresurar el paso, sin conseguir más que tropiezos traicioneros por un par de metros, se mantendrá caminando con especial cuidado de no dejar huellas. Lo que no es difícil dado que allí, menos el aire y la luz, todo es piedra. 

   Sus ojos van y vienen, deteniéndose en formas parecidas a otras formas. Nada. Ningún movimiento, ninguna forma que no parezca hecha de piedra. Mira bien cada roca, cada hueco; no puede correr el riesgo de distraerse con ninguna abstracción, pues de los sentidos en alerta constante dependerá la luz de un día más.


6 - EL PERSEGUIDO 

Está arrepentido de no haber seguido por la selva, pero fue la distancia, mucho mayor, y los tantos peligros a que se está expuesto allí, que lo hicieron tomar el atajo por el desfiladero. Ahora duda sobre la elección tomada. 

   Mucho ha oído hablar de este pasaje entre la montaña, desde siempre, pero una cosa es oír hablar y otra muy diferente conocerlo de cerca. 

   ¿Qué pensará él? Seguramente algo parecido.

   Se vuelve: nada se mueve. Retoma el andar. 

   No saber cuánto falta para la salida es lo que lo desespera, éso y ser alcanzado. Pero sabe bien que tampoco la encontrará hoy: allá en las alturas, el azul del cielo se está volviendo más azul. 

   Tengo que buscar un rincón seguro, una grieta en las paredes rocosas, donde esperar la luz de mañana, fue lo último que pronunció tan inaudible como en las otras veces que dijo algo. 

   De allí en más solamente hablará en pensamientos. 


7 - EL PERSEGUIDOR 

Mira, a la distancia, lo que hay por delante. A veces da mareo mirar todo igual, como en el desierto, como en medio del océano las rocas. Piedra y solo piedra, y el camino que sigue, culebroso, perdiéndose por momentos entre los paredones rocosos, para reaparecer luego allí; y de "luegos allí" está harto. 

   El camino siempre le está pareciendo sin final, infinito; donde solo él se mueve... porque del otro... ni señal de vida hasta ahora; y ésto, su ausencia, es una perturbación constante. 

   Cualquier lugar es potencialmente un lugar de emboscada. 

   Abre bien los ojos, para las orejas, huele el aire. Todo es piedra, todo es quietud, menos el hilo de cielo donde terminan los paredones, donde se ven algunas nubes pasando. 

   La noche ya cae, inexorable. Sus ojos buscan por una grieta.  


8 - EL PERSEGUIDO 

Se ha decidido por una, entra a la grieta y se acurruca en lo más hondo que puede, donde no llega la luz de las estrellas. 

   ¿A que distancia será que se encuentra? Dudo que él conozca este atajo. En este caso estamos a la par, por todo lo demás estoy en plena desventaja: no dispongo de ninguna arma; a no ser una piedra, pero que es una pedrada comparada a una bala, con más alcance y velocidad. 

   A no ser que... 

   El sueño lo agarra pensando en lo que se le acababa de ocurrir momentos antes. 


9 - EL PERSEGUIDOR 

Está recostado sobre la pared, la noche ya se ha tragado todas las formas, todas las tonalidades del marrón predominante allí. Solo se oyen el siseo rumoroso de la brisa contra las aristas de las rocas y su respiración, nada más.

   Tiene sed, hambre, cansancio... Él lo aguanta todo, está hecho para ello, pero ¿hasta cuándo...? Y el otro, ¿hasta dónde también?

   Sobre esto aún piensa cuando el sueño lo vence. 


10 - EL PERSEGUIDO 

La luz ha clareado todo ya, desde hace rato. Cuando despertó todavía estaba oscuro, y desde entonces ha permanecido hecho un ovillo en el fondo de la grieta, como un perro asustado, los ojos fijos más allá de la salida: en el camino. 

   En cualquier momento de hoy o de mañana, a más tardar, o de pasado mañana, que sea, no importa cuánto tenga que aguardar, aguantando la sed y el hambre, lo verá pasar, y entonces todo terminará. Sí, todo terminará cuando lo vea pasar y seguir, en un avanzando ciego atrás de una ilusión, porque cuando crea que ya está tan lejos que ni volteándose pueda verlo, ahí, justo ahí, saldrá de la grieta y volverá por donde ha estado viniendo. 

   Esto es lo que se le ha ocurrido anoche al perseguido, y sobre lo que se ha quedado pensando hasta que el sueño lo agarró, y en lo que seguirá pensando hasta que su perseguidor pase por él. 


11 - EL PERSEGUIDOR 

Cuando las formas empiezan a insinuarse, sale de la grieta. Escruta hacia adelante, el camino ya se destaca entre el roquedal, lo suficiente para devolverle una imagen de piedras milenarias, pero no ve al otro. Ya esperaba por ello, pues nunca lo ha visto, solo su rastro hasta en la entrada del desfiladero, donde se ocultó en las rocas. 

   ¿Y si no ha agarrado por el desfiladero? ¿Y si es tan bueno para huir como él lo es para perseguir? Acepta esos pensamientos con movimientos de cabeza. 

   Entonces se acomoda el fusil y avanza... pero en sentido contrario. 

   Ese ya está muerto, dice, por primera vez no cuidándose en bajar la voz. Eso fue lo último que dijo antes de volver por donde había venido, el perseguidor. 


12 - EL PERSEGUIDO 

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viernes, 12 de marzo de 2021

EL BOTELLÓN

 Era el primer día de vacaciones de Frank Sandbucket, y no bien entró a su habitación, se deshizo de la ropa y bajó a la playa, descalzo y vistiendo un calzón de baño. 

   Adiós por un mes a los zapatos, al traje y corbata, se dijo, apenas sintió la arena en la planta de los pies, y como cuando era niño, se lanzó a caminar sin descanso hasta que tuviera hambre. 

   Le habían dicho los empleados del hotel que no debía preocuparse en llevar agua, pues varios arroyos cortaban la playa despejando sus frescas y cristalinas aguas en el mar, y también que caminara con calma, de lo contrario daría la vuelta a la isla en un par de horas, a pesar que en su interior había tantas diversiones como para mantenerse bastante ocupado durante el mes que pensaba quedarse. Pero ¿para qué tener prisa después de todo? 

   Cerca de una hora, en un recodo, se deparó, confundido entre la maleza, con un antiguo caserón destartalado pero aún conservando un vago vestigio de lo imponente y bello que fuera alguna vez. Atravesó una espesa vegetación hasta llegar a la entrada principal; la puerta, ligeramente caída a un lado, estaba abierta. Era evidente que el interior había sido saqueado. Inspeccionó todos los cómodos y después de media hora lo único que encontró para llevarse de recuerdo fue un botellón de vidrio mugriento que yacía olvidado sobre una opaca y polvorienta repisa. No tenía etiqueta pero a pesar de estar tapado con un corcho, lo sintió liviano. "Vacío", musitó, pero ¿qué esperaba, un licor añejo acaso? De todas maneras lo llevó consigo, sin saber por qué, tal vez para recordar el hallazgo del viejo caserón cuando regresara a Nueva York, dentro de un mes. 

   Al regreso, en el primer arroyo que cruzó se detuvo para lavarlo y desprender la costra que vaya a saberse cuántos años llevaba adherida en su superficie. Lo remojó y con ayuda de arena se puso a sacarle la mugre. De pronto lanzó un grito de susto y dejó caer el botellón a sus pies: adentro había un hombre, pequeñísimo, apoyando sus manos en el cristal. Una especie de genio, supuso. El hombrecillo vestía apenas un taparrabos. Desde donde estaba parado le pareció que el hombrecillo gesticulaba con los labios, como queriendo decirle algo con urgencia. Por fin se animó a volver a agarrar el botellón, no así a destaparlo, quién sabe qué intenciones tenía aquel pequeño ser. 

   Cuando pasó por el lobby del hotel, nadie le prestó atención al botellón que llevaba debajo de un brazo; al final, los turistas nunca volvían con las manos vacías de sus paseos, cualquier caracol vacío, cualquier semilla rara adquirían en sus manos carácter de recuerdo inestimable. No bien entró a su habitación, lo metió dentro de un bolsón y allí lo dejó hasta el último día de sus vacaciones, aunque todos los días le echaba un vistazo, apenas para comprobar que el hombrecillo continuaba allí. A veces lo encontraba durmiendo, otras sentado, como meditando, o andando en círculos; pero cuando el hombrecillo se percataba de su presencia, corría a la pared cristalina, apoyaba los brazos y empezaba a gesticular con insistencia, entonces Frank simplemente volvía a taparlo 

   Sabía que cuando llegara a Nueva York en un momento u otro tendría que destapar el botellón y preguntarle muchas cosas al genio; eso si conseguía driblar la vigilancia en las aduanas de los aeropuertos. Por suerte, o tal vez de propósito, cada vez que el botellón fue examinado, el hombrecillo permaneció duro como una piedra, hasta cuando fue sacudido con fuerza por un agente aduanero desconfiado. "Es un muñequito de goma, un recuerdo de mi hijo que por descuido se me ha caído adentro", era la disculpa dada. "¿Y por qué no quebró el botellón para sacarlo de allí?", fue una de las tantas preguntas. "Porque el botellón en un recuerdo de viaje", la disculpa siempre dada. Entretanto, corrió con suerte y llegó a Nueva York con el botellón sano y salvo.

   Ya en su departamento, dejó el botellón en un rincón, y demoró una semana de examen a distancia hasta animarse a sacarle el corcho. 

   ¿Quién eres?, le preguntó al hombrecillo, a cierta distancia del pico. 

   Un genio, le respondió el hombrecillo, con una voz distante pero amplificada por la concavidad. Pasó varias veces ambas manos por la boca y el mentón mientras pensaba que no podía ser real, que aquello era humanamente imposible, algo ilógico y que iba en contra de las leyes de la física. 

   No existen los genios, dijo Frank, más para sí que para el supuesto genio, a no ser... a no ser... No encontró palabras para decirle al genio lo que se le había ocurrido en ese instante. 

   Volvió a tapar el pico. 

   ¿Y si es una especie de demonio?, esta sospecha hizo que le arrojara una toalla encima y, empujándolo con un pie, arrimó el botellón al balcón. 

   Necesitaba pensar. 

   Miró a su alrededor, la verdad el estante se vería mucho mejor con los libros que siempre quiso leer, pero que ,sin embargo, no estaban allí; no por falta de dinero, sino que siempre tenía otras prioridades más urgentes. El televisor igualmente, bien que podía regalárselo al portero del edificio, y en su lugar poner uno de 68" pulgadas; el sofá de cuerina sintética, gastado y hundido, podría arrojarlo a la basura y comprar uno de cuero legítimo, y los posters en las paredes suplantarlos por pinturas originales, y las salchichas en la heladera sustituirlas por bifes de lomo y camarón, y el trabajo que aborrecía, y las mujeres que ni lo miraban..., y esto y aquello y todo y todo... 

   Buscó el botellón y lo destapó. 

   ¿Por acaso realizas cualquier deseo?, le preguntó al genio. 

   Lo que se te ocurra, amo, respondió el genio. 

   Entretanto, titubeó un instante, ¿y si estuviera alucinando? Se pellizcó con fuerza el dorso la mano izquierda. 

   ¡Ay!, exclamó y se quedó viendo la marca rosada. No alucinaba. 

   Está bien, si es como tú dices, le dijo, quiero que me conviertas en un hombre podrido en plata. 

   Ajá, pero ¿qué me darás a cambio, amo?, respondió el genio. 

   Volvió a dudar, ¿desde cuándo los genios pedían algo a cambio? ¡Cómo saberlo! Nunca había tratado con uno, es más, ignoraba que existieran los genios. Pero ¿qué podría ofrecerle a un genio que le daría todo el dinero que quería para pensar que la vida es bella? Paseó la vista por la sala: televisor viejo, libros usados, sofá destartalado, ¿será que le gustan las salchichas?

   No sé que ofrecerte, quizás si me ayudas..., le dijo, finalmente. 

   Quiero la libertad, amo, respondió el genio, pues a pesar de ser pequeño, la abertura del pico lo es aún más, con lo que tendrás que romper el botellón para liberarme. 

  ¿Y si es una artimaña y después desaparece en el aire, dejándolo con las ilusiones nada más? Pero... ¿y si no lo es? La verdad, de nada le servía mantenerlo allí adentro, tendría que arriesgarse a liberarlo y si se esfumaba, mala suerte. 

   Está bien, confiaré en ti y te liberaré, le dijo. 

   Buscó cinta adhesiva y martillo, forró el botellón y le dio pequeños martillazos hasta quebrar el vidrio.

   El genio, una vez liberado del botellón, se infló hasta adquirir el tamaño de un adulto. 

   Gracias amo, dijo, juntando las manos delante de sus ojos e inclinándose tres veces. 

   Ahora, cierra los ojos por un momento y cuando los vuelvas a abrir estarás podrido en plata, tal es tu deseo. 

   Ok, dijo Frank y cerró los ojos, pero al cabo de unos minutos se quedó dormido. Soñó con torres de cristal, con doscientos subordinados gravitando a su alrededor con bandejas de plata en sus manos, repletas de manjares; soñó con anillos de oro y rubíes adornando ocho dedos de sus manos y con mujeres hermosas esperando, ansiosas, ser llamadas a su lecho de sábanas de seda y almohadas de plumas de ganso, y... hasta que despertó. 

   Estaba en un quirófano, entubado por todos los orificios. Una máquina emitía "píes" de un segundo de duración, unos tras otros. Quiso moverse pero el cuerpo no le respondió, y hablar, pero tampoco pudo hacerlo. De pronto médicos y enfermeros se acercaron y uno de ellos preguntó: 

   ¿Qué tiene este paciente? 

   Infección generalizada, creo que no pasa de hoy, respondió el que estaba más cerca suyo y que parecía ser el doctor principal. 

   ¿Y quién es?, preguntó otro. 

   Así como lo ve, es el hombre más rico del planeta, dijo el doctor, con un ligero encogimiento de hombros. 

   En ese exacto momento, en el departamento de Frank Sandbucket, el televisor viejo le hacía compañía al genio, que leía un libro mientras masticaba una salchicha, confortablemente acostado en el sofá destartalado. 

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EL SUICIDA Y EL LOCO

    Rapallo, Genova -  Febrero de 1883  Parado al borde del acantilado, Amedeo flexionó las piernas y cuando estaba a punto de dar el gran s...