viernes, 30 de octubre de 2020

LA POSADA MALDITA

 Llegó de mañana a aquel pueblo, donde la única atracción turística era una antigua posada cuyo atractivo era haber sido el palco de múltiples asesinatos perpetrados por el dueño y su criado. Según el taxista que lo llevaba al centro, más de cien personas habían sido asesinadas e incineradas en el horno de la caldera por el dúo asesino, hasta que fueron desenmascarados y ejecutados en la silla eléctrica. Desde ese día el morbo de la gente había convertido a la posada en objeto de culto, donde todo el año multitudes de turistas la visitaban, y con esto la ex mujer del dueño, que en la época de los asesinatos ya estaba separada de él, se estaba haciendo rica con la venta de las entradas. La tal posada quedaba en frente del hotel donde el viajante se hospedaría, por eso ni bien el taxi lo dejó en la puerta del mismo, antes de entrar, se quedó contemplando la fila interminable de visitantes que esperaban su turno de ingresar al siniestro edificio del otro lado de la avenida. Junto a la puerta del hotel se encontraban dos hombres conversando, no muy alto pero lo suficiente como para que el viajante oyera lo que hablaban. No quiso voltearse para no pasar por entrometido. Los hombres hablaban sobre la posada y la fortuna que caía como gotas de lluvia en las manos de la dueña. 

   ¿Qué te parece la idea?, preguntó uno de ellos. 

   Me parece muy buena, respondió el otro y acotó en seguida: podríamos empezar hoy mismo, ¿no te parece? 

   Sí, sí, y será con el primer cliente que aparezca que empezaremos a hacernos ricos nosotros también, dijo el primero, pero ahora bajando más la voz. 

   Ya imagino la fila interminable delante de nuestro negocio y la lluvia de billetes, dijo el otro, con el mismo tono. A partir de ese trecho de la conversación una lúgubre sospecha se instaló en la mente del viajante, que no se animó a verles la cara; y, disimulando el nerviosismo que se apoderó de todo su ser, se encaminó hacia la esquina, donde paró un taxi que lo llevó de vuelta a la estación de tren. 

   Cuando el hombre que estaba parado delante de los dos hombres se retiró, éstos se encaminaron hasta la camioneta estacionada del otro lado de la avenida y bajaron el carrito de panchos y lo arrimaron cerca de la gente que aguardaba su turno para visitar la posada maldita. 

                                                                                

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LA POSADA MALDITA por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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DRÁCULA ENAMORADO

 Desde hacía un tiempo Drácula venía sufriendo de insomnio, con lo que durante el día se aburría como un hongo. De manera que un día, no bien anocheció, entró a una librería dispuesto a comprar un libro para entretenerse y quién sabe conciliar el sueño, pensaba. Y, lógicamente, se interesó por libros de vampiros, pero como nunca había sido ni siquiera lector casual, con sorpresa  descubrió que había miles de libros que hablaban de él. "Qué interesante", se dijo, al tiempo que se le ocurría una idea; por lo que le pidió un lápiz y papel al librero y anotó todos los nombres de los autores que habían escrito sobre él. De modo que, dedicó se dedicó a chuparle la sangre a los autores que le dedicaban libros sin pagarle un céntimo siquiera a modo de derechos de autor. Da a pensar que de esta manera no se sentiría culpable por tener que matar para mantenerse vivo, y algo de eso debió haber sido porque a cada muerte siempre repetía lo mismo: "he sido resarcido". Y así pasó meses y meses hasta que una noche llegó a la casa de Anna Rizzo, una insipiente escritora que había escrito un solo libro sobre él, "Entrevista con el conde". Pero ¡no es que Drácula se enamoró! y lo más sorprendente, fue correspondido. De esta manera Drácula vampirizó a su amada y desde ese día ella se convirtió en una escritora famosa, que gracias a las historias que Drácula le contó (y aún le cuenta), ya que después de tantos siglos tiene más historias acumuladas que Matusalén, ella ha estado inundando el mundo con libros de vampiros hasta el día de hoy. En su segundo libro, "El vampiro está", Anna narra las andanzas de su amado por Francia en el siglo XVIII; en "En el rey de los sentenciados", trata de la época en que al vampiro se le dio por la ópera y la música clásica, que luego abandonó por la exposición pública que ambas actividades conllevan; en "El cleptómano corporal", cuenta la lucha trabada contra un brujo sofisticado que falsificaba certificados de nacimientos que al descubrir su inmortalidad quiso extorsionarlo; en "Mimoso el diablo" narra la cruenta lucha que sostuvo contra el demo, que quería llevarse al infierno sus víctimas con sangre y todo; en "El vampiro armado", trata de una época en que tuvo un dolor de dientes y se vio obligado a usar un punzón para pinchar la yugular de sus víctimas; en "La mulata de New Orleans", cuenta sus peripecias con la tal mulata que quería porque quería ser vampira a toda costa, pero a Drácula le gustaban más las rubias; en "Sangre y porro", como lo indica el título, es basada en una época en que Drácula se le dio por la psicodelia y las experiencias alucinógenas; en "El Sanctasanctórum", vuelve a relatar sobre su estadía en New Oleans, pero sin la mulata, que en la historia contada por Drácula estaba, pero Anna, que no se tragó eso de que solo le gustaran las rubias, decidió omitirla olímpicamente; en "La canción ensangrentada", cuenta cuando su amado enfrentó a una banda de brujas que le hacían la competencia porque también estaban atrás de sangre humana para sus rituales sangrientos y en el último libro hasta la fecha "El príncipe está", narra cuando Drácula estuvo preso en un castillo asediado por un ejército enemigo por varios meses y para no morir de hambre tuvo que alimentarse con todos los que estaban presos junto con él, incluido el príncipe del título, al cual engañó jugando al lobo hambriento cuando, desde afuera de una habitación, él preguntó: ¿lobo está?, y el príncipe boludo, como no era lobo, respondió que no, delatándose a sí propio. Y así, quién lo diría, una tarde lluviosa, mientras contaba nuevas aventuras por fin se durmió. Y Anna, que apuntaba todo en un cuaderno sentada a su lado, salió de la habitación en puntillas de pie para no despertar a su amado que con las trasnochadas, la prolongada vigilia diurna y las revolcadas en cualquier lado que se daban, tenía una ojeras horribles. 

                                                                           Fin. 

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EMBRUJO DE AMOR

 Desde chico se había sentido atraído por las historias de brujas, con lo que al crecer la buscó por todo el mundo, y su búsqueda lo llevó a las profundidades desconocidas de los misteriosos bosques cercanos a Ipswich, Estados Unidos. Allí, acabó encontrando una cabaña solitaria en la cual casualmente vivía una bruja; muy bonita por cierto, aunque él siempre desconfió que fuera un artificio para que él la viera de esa manera. Lo cierto es que de aquel encuentro nació un amor que traspasó los límites de la vida continuando más allá de la muerte, porque el día que su amada murió él, incapaz de soportar la vida sin ella, le siguió los pasos una hora después. En Ipswich ya nadie recuerda al extranjero que una vez al año dejaba el bosque y bajaba a la ciudad, donde se dirigía a una tienda de artículos de limpieza y compraba siempre lo mismo: varias escobas. Un día, muchos años después, unos cazadores descubrieron por casualidad la cabaña abandonada de la bruja, dentro de la cual encontraron, entre otras cosas, ciento noventa y siete ramos de escobas. 

                                                                        

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jueves, 29 de octubre de 2020

LA CAMPANA

 

Por disposición expresa del alcalde quedó terminantemente prohibido, so pena de una abultada multa, que los entierros de tumba rasa, salvo los sepelios en bóvedas, se efectúen a la vieja usanza. De ahora en más, la tierra sobre el cajón debía de ser de carácter simbólico, quedando para el día siguiente el despeje total de la tierra y la posterior colocación de la losa definitiva; y, además, la tapa del féretro debería contener un pequeño orificio por donde saldría una cuerda, previamente atada a la muñeca del difunto, y por el otro extremo de la misma debería atarse a una campana, posteriormente montada sobre un soporte sobre la tumba luego del entierro. 

   Con esto el alcalde pretendía evitar la inexplicable incidencia de ataques catalépticos en gran cantidad de habitantes del pueblo. El temor generalizado de que estuvieran bajo la influencia de una maldición, hizo que el alcalde tomara al toro por los cuernos y buscara una solución. Y ésta fue la campana, con la finalidad de que si el difunto no pasaba al otro mundo, a través de tal dispositivo, podría alertar sobre su estado y evitarse así una muerte horrible, por si acaso el flagelo cataléptico se ensañara con él. 

   Muchos se preguntaron por qué simplemente no dejaban la tapa del cajón medio abierta y así se ahorraba tanta parafernalia alrededor del difunto, pero había el problemas de los bichos nocturnos comedores de carne y, además, cabía la posibilidad de que el despertado de la muerte aparente sufriera algún tipo de parálisis momentánea, de manera que no pudiera destapar la tapa y entonces muriera de susto. Sin embargo, con un simple tironcito de la cuerda bastaba para avisar que todavía andaba por acá.

    El hombre que se despedía del mundo aquel día, una semana después de la susodicha disposición, era, infelizmente, el primero a inaugurar el nuevo sistema de entierro. Este gris evento reunió a buena cantidad de pobladores, la mayoría curiosos por ver cómo era la cosa, y el alcalde, rápido para los negocios, aprovechó la triste ocasión para hacer un poco de proselitismo político, porque siempre hay que mirar hacia el futuro. Después de las palabras del alcalde, orientadas a aumentar su prestigio como administrador del pueblo, y las del cura, para enaltecer el pasaje por la vida del difunto, y el postrero adiós de la parentela, amigos y allegados, el cuidador del cementerio esparció las simbólicas paladas de tierra sobre el cajón. Después unos operarios de la municipalidad dispusieron el soporte sobre la tumba y para finalizar la ceremonia el propio alcalde, previa pose para la fotografía oficial del acto fúnebre, procedió a atar el extremo de la cuerda que salía del cajón al badajo de la campana. 

   Y como venía sucediendo frecuentemente, el enterrado había sido otra víctima de catalepsia. 

    Pero al día siguiente, bien temprano, el casero fue despertado por los clamores de una campana enloquecida. Se levantó de la cama de un salto, se vistió a toda prisa y, atropellando mesas y sillas, salió de la casa. Cruzó el patio a toda carrera, agarró la bicicleta que estaba apoyada en un árbol y tomó el rumbo del pueblo, pedaleando con todas sus fuerzas. En el camino se preguntaba, una y otra vez, quién de tanta importancia habría muerto en el pueblo para que la campana de la iglesia repiqueteara con tanta insistencia. 

                                                                            

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FELICIDAD

 Muchas personas deciden gastar fortunas en sus bodas, porque casi siempre es el último día de felicidad en sus vidas, y quieren quedarse con un recuerdo inolvidable. 

                                                                    

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LA GARRA INVISIBLE

 La cola de autos de la estación de servicio se extendía por tres cuadras hacia el sur. Con la estación de servicio de la otra esquina también pasaba exactamente lo mismo, pero hacia el oeste. La chica de la caja de la farmacia, en frente de la primera estación, entró tapándose los oídos. Los conductores, agobiados por el calor sofocante, descargaban su bronca con bocinazos interminables y ella, víctima inocente de la mufa ajena, casi se quedó sorda. Cuando entró cerró la puerta con urgencia, pero pasados algunos minutos, ya sentada detrás de la registradora, el zumbido estridente la seguía molestando como una mosca cargosa. 

   ¿Qué te pasa Rita?, le preguntó la farmacéutica, al verla con los dedos meñiques sacudiéndose los oídos. 

   Los bocinazos persistentes, le dijo, señalándole la calle. La farmacéutica desvió la mirada. 

   Sin dudas, les debe gustar sufrir, dijo. Anuncian aumento de combustible y corren a llenar los tanques, piensan que así se ahorran unos cuantos pesos; una tremenda mentira porque todos los meses es la misma cosa; lo que quiere decir que lo ahorrado el mes pasado de todas maneras lo gastarán hoy, y así el gobierno igualmente los tiene agarrado de las pelotas. ¡Qué le vamos a hacer!, la garra invisible nunca para de dar el zarpazo. 

                                                                                 

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LA DECLARACIÓN DE GUERRA

 

Casi todos los hombres de la aldea, armados con lanzas, hoces, guadañas y horquillas, se habían organizado para la cacería de lobos. Ya estaban cansados de ver disminuir sus rebaños de ovejas, y si las autoridades no hacían nada, ellos sí. 

   Embreñados en el bosque se movían con sigilo, hasta que uno de ellos alertó a los demás sobre un lobo, entre las rocas de la montaña. Los hombres formaron un cerco humano y se aproximaron hasta que el animal se vio acorralado y sin ninguna salida a la vista; entonces, desesperado, encaró contra ellos, gruñendo y mostrando los colmillos, pero los múltiples chuzazos detuvieron su escapada. 

   Se trataba de una loba. 

   Allí mismo la desollaron, y luego de estaquear su piel con dos ramas en X la dejaron colgada de un árbol, para advertencia de algún otro lobo que por ventura pasase por allí. 

   Esa misma noche, más de trescientos lobos hicieron un concilio delante de la piel de la loba, aullando al unísono por más una hora; después bajaron a la aldea. 

                                                                      

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EL SUICIDA Y EL LOCO

    Rapallo, Genova -  Febrero de 1883  Parado al borde del acantilado, Amedeo flexionó las piernas y cuando estaba a punto de dar el gran s...