jueves, 26 de noviembre de 2020

DON ESTEBAN Y EL ORIGEN DEL TIMBRE

 Don Esteban El sabio degustaba una copa de vino en la vereda del bar "Amanecer argentino", sentado en su mesa preferida. El reloj marcaba casi las seis de la tarde. Dentro de un rato el lugar empezaría a llenarse con los peones de don Pepe, volviendo del horno de ladrillos como siempre, y se quedarían por allí mismo un par de horas antes de seguir para sus casas, al final, lo primero estaba en primer lugar. También llegarían los albañiles, los ayudantes y, al trotecito manso, los peones de las estancias. Después de las seis ya nadie pasaba por la vereda, las personas debían pasarse a la vereda de enfrente o corrían el riesgo de ser atropelladas cuando, para eludir el atascamiento de clientes, bicicletas y caballos, se vieran obligadas a transitar por la calle. Pero esa tarde, antes que llegaran los clientes de costumbre, don Esteban vio aportar por allí a dos viajantes venidos de la capital. Cada uno cargaba un bolsón lleno de timbres recién llegados de China, "lo último de lo último", dijeron casi al mismo tiempo cuando sacaron de sus bolsones los timbres para que el dueño del bar los viera. Por el interés con  detallaban las cualidades sonoras y lumínicas, don Esteban pensó que no habían vendido mucho o era fuerza de la costumbre. Don Esteban observó,curioso, a través de la vidriera las maravillas chinas, pero no se sorprendió con lo que vio. Eso sí, eran vistosos los timbres, pero apenas eran dos pedazos de plástico que hacían ruido y emitían luces. Éso mismo le dijo a un conocido que se le sentó en la mesa al lado cuando éste le preguntó qué le parecían esas cosas chinas. En eso estaban, cuando los peones de don Pepe saltaron de la caja del viejo Mercedes que acababa de llegar. Al rato, alrededor de don Esteban se había formado una rueda, y hasta los dos viajantes se habían arrimado para escucharlo  contar el surgimiento del timbre. 

   El primer timbre surgió en los albores de la humanidad, empezó a decir el gaucho viejo, más precisamente en la prehistoria, y fue un perro (todos se miraron entre sí, arremolinando los ojos o haciendo muecas). Resulta que había un cavernícola más enamoradizo que conejo, que por esa misma cuestión salía poco de la caverna, apenas para cazar, juntar leña y hacer las necesidades. Y parece que a la cavernícola con la cual estaba acollarau también le gustaba en demasía el hueso porque tampoco se la veía mucho afuera de la caverna. Pero resulta que otro cavernícola, que vivía en una caverna vecina, y que tal vez por celos o por envidia o ambas cosas, a cada rato se le metía en la caverna, ya sea para pedirle el mazo prestado o para preguntarle si en la esquina estaba lloviendo. El cavernícola calentón, bastante fastidiado con las interrupciones del otro, se puso a pensar en una manera de inhibir sus sorpresivas entradas. Un día salió a cazar y en un par de horas apareció con un oso grizzly cargado en el lomo. Después de cuerearlo colgó la piel en la entrada. Pero al rato, en lo mejor que estaba en lo oscurito con la cavernícola, la caverna se iluminó de repente. Al darse vuelta vio la cabeza del vecino asomando entre la piel del oso; el maldito quería un pedernal prestado para encender la hoguera. "Será posible", habrá pensado quizás el cavernícola calentón. Pasaron unos cuantos días pensando en una manera de impedirle la entrada al otro metido, pero la verdad en esos primeros tiempos de la humanidad no había mucha cosa adentro de los sesos como para que encontrara la solución enseguida. Pero de tanto machacar encima de la cuestión, una mañana, mientras corría detrás de unos ciervos, al arrojarse sobre el que iba por último lo cazó por la cola; el bicho al sentir el tirón emitió un tremendo balido y en seguida, con una patada en la barriga del cazador, consiguió zafar y se perdió en la espesura de la mata virgen. Pero el cavernícola, a pesar del dolor terrible en el estómago y de haber perdido la cena de esa noche, volvió a la caverna contento y feliz y ya veremos por qué. En ese momento don Esteban se echó un trago porque las palabras le habían secado el garguero. A la mañana siguiente, continuó el gaucho viejo, cuando el vecino curioso, como siempre, se acercó a la caverna del cavernícola enamorado se deparó con un perro colgando de las patas delanteras de un palo enterrado al lado de la entrada. En ese momento salió el enamoradizo, seguro que lo estaba espiando detrás de la piel de oso, empujó al otro hacia un lado y se puso en su lugar, entonces tironeó con fuerza de la cola del perro y el bicho emitió un aullido de dolor; un momento después, para terminar la demostración, su mujer corrió la piel y le hizo un gesto con las manos que significaba más o menos: "¿qué quiere, usted?". Y bueno, fue así cómo se inventó el timbre. Es por eso que los perros de hoy en día tienen la cola larga, terminó de decir don Esteban. Uno de los viajantes entonces le preguntó al viejo: 

   ¿Y me puede explicar por qué hay perros que tienen la cola corta entonces?. Don Esteban lo relojeó de arriba abajo, pensó unos segundos y respondió: 

   Porque ésos no descienden de los primeros perros timbres. 

                                                                               

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DON ESTEBAN Y EL ARCA DE NOÉ

 Algunas veces a don Esteban El sabio se le presentaban asuntos espinosos de difícil abordaje, como suele ser el religioso, pero el gaucho viejo no le esquivaba el bulto y decía lo que pensaba. Como lo sucedido una noche de lluvia torrencial cuando se encontraba en un boliche de los arrabales de Santa Carmen, degustando un vinito rosado. 

   ¡Se viene el diluvio universal!, dijo un cliente, apenas irrumpió en el boliche sacudiendo la capota encharcada. 

   ¡Sí!, y si sigue así vamos a tener que fabricar un arca como la de Noé para volver a las casas, contestó otro, que estaba recostado en el mostrador, y uno que estaba cerca de don Esteban, al verlo cabecear negativamente, pensó en hacerlo hablar un poco para que los divirtiera con sus historias bolaceras. Entonces le preguntó: 

   Don Esteban, usted que sabe de todo un poco, ¿cree haya existido el arca de Noé? Don Esteban giró la cabeza, lo encaró por un momento y dijo: 

   No, mi amigo, yo soy evolucionista, creo en Darwin, respondió. Todo los presentes, presintiendo que el viejo ya se venía con una de sus ocurrencias, pararon las orejas. El hombre pensó que había que chucearlo un poco para que el viejo no quedara solo en aquello.

   ¿Cómo es eso, don Esteban?, le preguntó entonces. 

   Y bueno, si insiste, respondió don Esteban. El otro sonrió, el viejo ya había tragado el anzuelo. Entretanto el gaucho meditó unos instantes, antes de proseguir.

   Sabe que las preguntas más interesantes son aquellas que como respuesta suscitan nuevas preguntas y lo del arca de Noé suscita muchas, empezó. Una es, ¿de dónde sacó Noé tanta comida para alimentar la interminable cantidad de especies terrestres que Dios le dijo que salvara?, y como se sabe que eran dos de cada y el cautiverio sería prolongado debemos pensar que mientras tanto para no aburrirse los bichos habrían de echar más cría, y Noé, de haber contado con eso, debió de acumular más comida. Otra pregunta interesante es esta: ¿qué comieron los animales que solamente se alimentan de carne, durante los cuarenta días y cuarenta noches que estuvieron allí dentro? Dentro de mi ignorancia lo único que puedo imaginar es que se comieron a los más débiles, con lo que muchos no habrán llegaron a dar cría. De manera que si Noé acumuló más comida, trabajó al pedo. Porque con un par de leones, de tigres, de leopardos, de cocodrilos, de guepardos, de hienas, perros salvajes, lobos y otros pares de carnívoros menores no creo que sobraran todas las especies que hay en la tierra en la actualidad. En definitiva creo que lo de Noé y el arca es puro grupo, concluyó don Esteban. 

   Sí, don Esteban, pero como ninguno de nosotros estaba allá para contarlo, puede que sea verdad, ¿no?, insistió el que empezó todo, para que el gaucho viejo siguiera bolaceando. 

   Sí, puede que sí, pues en este mundo todo es posible m´hijo, pero en este supuesto yo me sigo haciendo más preguntas, ¿cómo hizo para llegar al polo norte para buscar a los osos polares y los otros bichos terrestres que viven allí?, o ¿cómo los mismos osos no murieron de calor dentro del Arca amontonada como debió estar la bicharada?, o ¿cómo llegaron al arca los animales que viven hoy en América, o será que Noé también anduvo por acá?, y sí así fue ¿cómo llegó, si Colón aún no había nacido para descubrirla? Bien, esas son solo algunas preguntas entre tantas que me sugiere la idea del arca. Con esto, mi amigo, quiero decirle que la cabeza no fue hecha solo para poner la cara en ella, sino para pensar y preguntarse cosas; es lo mejor que el ser humano puede hacer para que no se la anestesien y acabe aceptando cualquier disparate sin pie ni cabeza de los tantos que se dicen por ahí. De manera que el evolucionismo, a mi ver, es lo que más se acerca a lo razonable para explicar la vida, por lo menos más aceptable que el bla bla blá bíblico.  

   Entonces, don Esteban, ¿usted no cree en Dios?, preguntó un otro conocido del viejo, desde un rincón. 

   Si existe o no, yo, un simple mortal, no puedo afirmarlo, ni yo ni nadie. Más bien creo que sea un invento de los hombres, pues la historia está muy mal contada, llena de contradicciones. Un ejemplo nada más para ir terminando: si fuera el amor de Dios para con sus hijos tan grande, pero tan grande como proclaman por ahí, ¿por qué en lugar de mandar el diablo a los confines del universo lo envió a la tierra?  Digo yo, y si me equivoco, paciencia, apenas pienso según lo que veo alrededor. Y le digo más, de llegar a existir y un día me lo presentan, me tendrá que responder muchísimas preguntas. ¿Y, usted, dígame cree en Él? 

   ¡Yo, sí!, dijo el otro, persignándose. 

   ¿Entonces, por qué no está en su casa con su familia como Dios manda y con la plata que deja todos los días acá en el boliche le compra unas alpargatas decentes a sus hijos que los veo todos los días ir a la escuela  con los deditos afuera? No creo que a su Dios le guste demasiado eso, ¿no cree, usted? El otro no dijo nada y parece que sintió cargo de consciencia, porque enseguida pagó y se retiró sin decir hasta mañana. 

   Bueno, veo que paró de llover, dijo don Esteban, creo que voy a aprovechar para irme yo también. En ese momento el que había empezado la conversación, le preguntó antes de salir: 

   Pero, dígame, don Esteban, ¿sí no cree que en el arca de Noé ni en Dios, quién cree que  hizo el mundo? Don Esteban tomó el último trago de vino, miró fijo al interlocutor y le dijo: 

   Esa pregunta que se la responda Einstein, porque yo no tengo ni idea, y dicho ésto saludó a todos y se marchó.                                                                           

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lunes, 23 de noviembre de 2020

QUIÉN SABE...

 

Y la lluvia se desprendió del cielo plomizo con la disposición de no perdonar incautos.

   Entre esos incautos se encuentran Juana y Mario. 

   La casualidad del vendaval hace que ambos converjan bajo el mismo tinglado de la terminal de ómnibus y en el mismo banco, donde ya no los alcanza la lluvia, solo el viento helado. 

   ¿Solo el viento helado...? 

   Ellos conversan, se cuentan cosas, y entre palabra y palabra son atrapados por el amor. 

   Las nubes de plomo pronto pasan, como un fantasma burlón que se aburrió enseguida de asustar al pueblo, y el sol vuelve a dorar las calles. Entonces ellos se despiden sin promesas de volverse a encontrar, aunque esto no es lo que realmente deseen, pero en ambos la timidez es más fuerte que la osadía. 

   Juana sale de la terminal caminando hacia la izquierda, sin rumbo, lamentando que el aguacero haya pasado sin demorarse mucho. Por su parte, Mario se va en sentido opuesto, puteando por dentro al temporal por el mismo motivo que Juana. 

   Juana deambula y deambula y acaba llegando a la plaza del pueblo, donde se sienta en un banco al que le da el sol. Al rato, siente que alguien se sienta a su lado. Ella mira discretamente y ve que se trata de Mario. Él también ha estado caminando sin saber a donde se dirigía y sin querer ha ido a parar a la plaza, y al mismo banco, y con la misma idea de sentarse un rato al sol. 

   Ambos vuelven a conversar, se cuentan otras cosas mientras por dentro tratan de encaminar la conversación a un punto donde puedan confesar que están enamorados el uno del otro. 

   Quién sabe, si consiguen superar la timidez que los embarga, esta vez logren abrir el corazón; de lo contrario tendrán que contar con una tercera casualidad que los vuelva a juntar en el mismo lugar. Algo que en pueblo chico es difícil que no suceda. 

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viernes, 20 de noviembre de 2020

JEAN ARISTIDE


Jean Aristide oye que la losa de la tumba donde ha sido enterrado por la mañana está siendo arrastrada. Enseguida, luego de unos ruidos como pasos o murmullos, que la tapa del ataúd empieza a abrirse. 

   Es de noche, y el aire fresco le recuerda el de la noche de anteayer, cuando volvía del trabajo y desde una puerta sombría emergió una nube de polvo, que se le metió en el alma y lo transportó al lugar frío y tenebroso donde se encuentra ahora. 

   Días más tarde, Jean Aristide es dócilmente embarcado en un navío carguero rumbo a Argentina por el hougan François, su amo y señor y dueño de su voluntad. 

   Semanas más tarde, ya instalado en una pensión de mala muerte de Constitución, en Buenos Aires, consigue, a través del programa de ayuda a refugiados haitianos, un trabajo de sereno en una constructora, cerca del puerto. 

   Todos los meses, después de recibir la paga, Jean Aristide se acerca a la oficina de Correos Argentinos, donde hace un giro postal hacia su patria, a nombre del bokor que lo ha esclavizado. 

   La chica que siempre lo atiende piensa que el silencioso y taciturno Jean Aristide debe ser una buena persona, porque nunca se olvida de sus parientes en Haití. 

   ¿A nombre de François Duvalier como siempre, don Jean?, le pregunta la chica. Jean Aristide, con aire ausente y la mirada vidriosa, apenas asiente con un breve cabeceo.


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miércoles, 18 de noviembre de 2020

DOS ENCUENTROS Y LA POSIBILIDAD DE UN TERCERO

 

1- EL SEGUNDO ENCUENTRO 

El hombre que se vio a sí mismo dos veces se llama Hermino, y ahora está parado en la playa a punto de ver la segunda visión de sí mismo. 

   El navío mercante asomó por la salida del canal que conecta el puerto con el mar hace un par de minutos y tuerce hacia su lado, es decir, al sur. 

  Cuando tiene el navío bien enfrente, Herminio lo mira con hambre de rever detalles de aquel mundo marítimo que le es tan caro, tan todo suyo; aquel mundo que le fue arrancado y en el cual en ese instante, y desde hace mucho, solo puede acceder a través de la memoria, y de lejos porque en el portón de entrada al puerto un cartel dice que está prohibida la entrada a extraños. ¿Extraño yo? La puta madre... 

El mar, el aroma del mar, sin duda le ayuda a encontrar en la memoria olfativa el olor de aquel mundo y en la del tacto, las distintas texturas que le dan cuerpo y forma. Mientras tanto marineros van y vienen por la borda pero Herminio se concentra solo en uno que está apoyado en la barandilla del lado derecho de la proa. ¿Por qué? Porque allí cree verse a sí mismo en alguna parte del ayer. El navío no pasa tan alejado de la playa como para que Herminio no perciba que el marinero que puede ser él lo está mirando. De pronto, el posible él del ayer lo saluda agitando una mano. Herminio le devuelve, o se devuelve, el saludo.

   ¿En qué estará pensando ese marinero/yo? ¿Será que se/me pregunta/pregunto lo mismo sobre este yo que puede ser él? Las preguntas de Herminio, que en sí no buscan respuestas sino que le salen como otra exhalación, se vuelven aire en el exacto momento en que su mirada se alarga y se alarga hasta casi tocar el navío, algo parecido a cuando se ingresa al interior de un cine y la película ya ha empezado y uno se dirige a las butacas más cercanas a la pantalla. Ahí, casi tocando el navío, Herminio ve como en un espejo mágico que refleja el pasado que aquel marinero es él mismo, no el que es ahora sino el que fue en su juventud, y antes que el navío desaparezca para siempre detrás del verdor de la selva y solo quede el penacho de humo disolviéndose en el aire, le vuelve una parte de su memoria del ayer, exactamente cuando a bordo de un navío que también se dirigía al sur se vio a sí mismo por primera vez, pero en un mañana que por aquel entonces no pensó que pudiera ser este ahora. Entonces la mirada de Herminio deja rápidamente el rostro del marinero y va hasta el antebrazo derecho: le falta el ancla que él se hizo tatuar en las Filipinas, si no fuera por ese detalle... 

   Pronto el navío desaparece completamente y el mundo continúa con otras versiones de sí mismo. Ahora, sin embargo, a Herminio no se le ocurre excluir la posibilidad de un tercer encuentro consigo mismo. ¿En dónde? Quién puede saberlo.

2- EL PRIMER ENCUENTRO CONSIGO MISMO

   El navío ya había torcido hacia el sur y Herminio se encontraba en la proa, con los brazos apoyados en la barandilla, la mirada puesta en la playa. Cerca de donde la arena moría en la selva indómita, había un viejo parado mirando al navío. 

   ¿Qué estará pensando? ¿Será que se pregunta qué estoy pensando yo en este momento? Se preguntaba mientras lo saludaba con una mano. El viejo le respondió de la misma manera. Aquel saludo recíproco le provocó una suerte de alargamiento de la vista que lo proyectó a pocos metros de la playa. Ahí, le pareció encontrar en el rostro del viejo una semejanza con él, pero no de su él en ese momento sino como su probable yo de un mañana todavía muy lejano. 

   Entonces la mirada de Herminio se aparta rápidamente del rostro del viejo y se desplaza hasta el antebrazo derecho: tiene tatuada un ancla tatuada, si no fuera por ese detalle... 

   Cuando llegue a Manila quizás me haga tatuar una igual. 

   Pronto la playa fue tapada por la selva exuberante y el navío continuó su curso por otras versiones del mundo. Sin embargo, desatento a la visión que acabó de tener, a Herminio no se le ocurrió la posibilidad de un segundo encuentro consigo mismo.                                                                           

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martes, 17 de noviembre de 2020

LES MATILDES

 

Había una vez una niña inocente y soñadora llamada Matilda, que vivía en un orfanato. Todas las noches Matilda se arrodillaba al pie de la cama y rezaba, pidiéndole al Papá del cielo un hogar. 

   También por esa época había una jovencita despampanante y cazafortunas llamada Matilde, que vivía pidiéndole a Dios un viejo millonario que la sacara de la miseria permanente. Y, por coincidencia, también había un viejo millonario y verde llamado Matildo, pero este señor nada le pedía a Dios porque de todo tenía, y de sobra. 

   Así como esas cosas raras de la vida, que algunos llaman milagro y otros destino,  mientras Matilda rezaba, fuera del orfanato, Matilde y Matildo coincidían en un teatro, que él frecuentaba porque le gustaba la cultura y ella porque era uno de sus cotos de caza. Pero a pesar de Matildo tener más corridas que plaza de toros sucumbió a las pornográficas argucias de Matilde, al final la carne es débil, ¿no?, y ambos se casaron. A ahora bien, resulta que Matilde, muchacha precavida, no pensaba solamente en el hoy inmediato sino en el futuro, "su" futuro, claro; por eso quería porque quería tener un hijo de Matildo, algo imposible por los medios naturales porque el hombre, también precavido, se había realizado una vasectomía. Claro que bastaba una simple operación para restituírle la facultad de reproducir, pero el viejo alegaba que ya estaba muy viejo para enfrentarse a un bisturí. De manera que a Matilde no le quedó otra que apelar a sus lujuriosos encantos para convencer al marido de formar una familia "tipo", aunque para ello tuviesen que recurrir a un orfanato. 

   Y fue así que una soleada mañana de primavera (cosa del destino dirán algunos; no, de ninguna manera, eso se llama milagro opinaran otros), Matilde y Matildo aparecieron por el orfanato donde Matilde amargaba sus días. Y, claro, entre tantos niños y niñas, unos ,ás encantadores que otros, la coincidencia de los nombres abogó a favor de la concreción del sueño de Matilda de tener un hogar, del de Matilde de asegurarse el futuro y del de Matildo de hacer feliz a su joven esposa, aunque eso le significase pasar más como abuelo que como padre. Pero muchas veces así son las cosas y así ocurrieron. Lógicamente, la adopción estuvo lista y certificada en menos de lo que canta un gallo, al final dinero es poder. 

   Desde entonces, a Matilda se le dio por prenderle una vela a Dios, en agradecimiento por haberle dado un hogar. Y Matildo por su parte, a pesar de nunca haberle pedido nada a Dios, la niña era mismo un regalo del cielo, así que pensaba que el Creador merecía aunque sea una vela de vez en cuando. Pero también Matilde se acordaba del Señor, pero no se engañe nadie pensando que sus velas tuviesen un sentido de agradecimiento pues no era así, sino que ella seguía pidiéndole algo más a Dios: nada más y nada menos que la librase lo más pronto posible del estorbo de su viejo y baboso marido. 

    Y sucedió que Dios, seguramente conmovido por los homenajes en su honor y los pedidos tan sinceros, decidió meter una vez más su dedo divino, dejando a los tres conformes. Fue así que una mañana el cuerpo de Matilde amaneció duro como una piedra. Ya Matildo vivió muchos años más, con lo que tuvo tiempo de ver crecer a su hija y a la tierna e inocente Matilda el Señor le concedió una vida larga y feliz. 

   Y colorín colorado el cuento ha terminado. 

                                                                          

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viernes, 6 de noviembre de 2020

DON ESTEBAN Y EL CABALLO ALADO

 

Era domingo de cuadreras en el pueblo y don Esteban El sabio, tempranito se había arrimado al callejón donde se efectuarían las carreras. Estaba parado junto al hilo de alambre que delimitaba la raya por donde correrían los caballos, cerca de las mangas de largada, como para no perder pisada. Entre los caballos que competían en la primera carrera se encontraba uno, blanco como la nieve y de porte majestuoso, pero por el cual nadie apostaría nada porque tampoco se sabía mucho de él; su dueño, Perseo Bermúdez, apenas lo presentó como un caballo como nunca se vio en el pago. Y vaya que lo era, porque en minutos nada más el gauchaje reunido allí presenciaría el mágico renacimiento de Pegaso, el caballo alado. 

   No bien se abrieron las compuertas de las mangas, el caballo blanco dio cuatro pasos y estancó los bazos en la tierra; dejó que sus contrincantes le sacaran varios metros de ventaja y entonces, para el espanto general, desplegó dos espléndidas alas de los costillares y empinó las patas delanteras, y en seguida salió volando como un rayo, moviendo las patas como si en realidad estuviera corriendo por el aire. Pero antes de la mitad del recorrido, pasó sobre las cabezas de los otros caballos cual pampero enfurecido, arrancando el cartel indicativo de la llegada, que al jinete, el mismo Perseo Bermúdez, se le ciñó al cuerpo como un poncho letreado. Así, caballo y jinete, siguieron su vuelo hasta que se los tragó el horizonte. El gauchaje, sombrero en manos, la quijada babeando, se rascaba el marote no entendiendo nada mientras se hacía preguntas inexplicables para su pobre entendimiento sobre los asuntos sobrenaturales, que morían a centímetros de las narices sin revelarle una uñita de asunto para suposición siquiera. 

   Un gaucho advirtió la presencia de don Esteban que, abstraído en sus pensamientos y ajeno a la conmoción a su alrededor, tenía la vista adherida al horizonte. 

   Acá está el que me ha de aclarar las cosas, dijo el gaucho, y a los codazos se abrió paso entre el gauchaje atónito que se interponía entre ambos, deseoso de que el gaucho sabio le dilucidara aquel enigma alado que le carcomía los sesos. 

   ¿Podría explicarme lo ocurrido, don Esteban?, preguntó y don Esteban, apartando la vista del horizonte de un sacudón, le contestó: 

  Y cómo no, amigazo, se trata nada más y nada menos que de la encarnación ecuestre de Pegaso, el caballo alado del mito griego, que en una suerte del eterno retorno ha querido volver a la vida por estos pagos, y hasta me arriesgo a afirmar que fue obra del propio Mandinga, pues no creo que el patrón de arriba sea tan creativo, contestó don Esteban,  apuntando un dedo hacia arriba. El gaucho miró al cielo y se santiguó dos veces. Entretanto, don Esteban apenas sonreía de la temerosa reacción del gaucho supersticioso.

   Pero ¿y pa´ dónde será que se jueron esos dos?, volvió a preguntar el gaucho. 

   Para mí, tengo que han agarrado el rumbo del Olimpo, allá por los pagos de Grecia, dijo don Esteban. El gaucho estiró el cogote como para ver el lugar citado. 

   Ni pierda tiempo, mi amigo, queda del otro lado del océano, le aclaró don Esteban, como adivinándole la intención. 

  ¿Y del Perseo, don Esteban, qué va a ser de él?, quiso saber el gaucho.  

   ¿Perseo Bermúdez?, ah..., si tiene suerte y no lo pica un mosquito ni se cae del recado mientras cruza el océano, llegará sano y salvo al pago helénico; y quizás no le volvamos a ver el pelo jamás de los jamáses, dijo don Esteban y se calló. El gaucho preguntón creyó mejor dejarlo solo con sus pensares; y no bien se retiró, don Esteban desvió la vista y la clavó sobre las marcas de los cascos en la pista, quizás sumido en algún pensamiento metafísico, aunque lo más probable es que estuviera lamentándose por no haberle apostado siquiera unos pocos pesos al caballo alado como para salvar el día. 

                                                                         

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EL SUICIDA Y EL LOCO

    Rapallo, Genova -  Febrero de 1883  Parado al borde del acantilado, Amedeo flexionó las piernas y cuando estaba a punto de dar el gran s...