lunes, 26 de octubre de 2020

LAS MASCOTAS

 Cuando era chico por un tiempo tuvimos dos mascotas: un perro pequinés llamado Mateo y una gata siamesa llamada Canela. Con el tiempo notamos que Mateo y Canela se habían enamorado el uno del otro. Y sería insensato pensar en lo inverosímil ya que a Mateo, que era muy cascarrabias y alborotador, nunca lo sacábamos a pasear y Canela, como le dábamos pastillas anticonceptivas, tampoco salía de casa para nada. Entonces teniéndose el uno al otro, ¿qué esperar sino que acabaran enamorándose, aunque sea por falta de opción? Pero a partir de cierto tiempo, mis padres a menudo se enojaban con él y lo correteaban por todo el patio. Al principio, cada vez que les preguntaba el motivo de aquellas carreras contra Mateo, me decían cualquier cosa. Hasta que una tarde descubrí que lo que mis padres llamaban de "bailar la cumbia", tenía otro nombre y era parecido a lo que ellos hacían por las noches. 

   Una vez vino a visitarnos una amiga de la familia, traía un bebé en los brazos; ella le dijo a mi madre que a pesar de las pastillas anticonceptivas igual había quedado embarazada, por eso no nos sorprendimos cuando a Canela le empezó a crecer la panza. En seguida temimos por los gatitos cuando Mateo, por celos, quizás los quisiera matar. Pero nos engañamos redondamente, porque su comportamiento fue ejemplar, como el de un verdadero papá podría decirse. Y con el tiempo nos dimos cuenta del porqué de su adorable comportamiento y hoy somos los únicos dueños de gatos que ladran y perros que maullan. 

                                                                                   

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Las Mascotas por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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EL PLAN PERFECTO

 Enajenado del mundo desde chico, váyase a saber por qué traumática experiencia vivida, sabía que él mismo acabaría con su vida. Cada día anotaba en un cuaderno las minucias de un plan que nunca terminaba de convencerlo por completo; repasaba las anotaciones, hoja por hoja, y siempre encontraba una falla que fatalmente lo postraría en una cama, imposibilitándolo de concretizar con éxito el final de sus días en el mundo. Con ello, innumerables cuadernos, ya sin lugar para más correcciones, envejecían en un baúl a los pies de la cama de su autor mientras él ya trazaba en otro cuaderno un nuevo plan. Un día, ya viejo y vencido, escarbando entre sus pensamientos enredados encontró la clave por tanto tiempo buscada, que haría que su plan fuese perfecto, sin fallas, infalible. Entretanto lamentó el hallazgo tan a destiempo, porque la muerte ya entraba por la puerta de la habitación, trayendo consigo su propio plan; éste sí, perfecto e infalible.  

                                                                          

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El Plan Perfecto por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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domingo, 18 de octubre de 2020

UN HUEQUITO AL SOL

 La brisa fría del río la empujaba a buscar un lugar cualquiera donde alumbrara el sol. Desde la cornisa del hotel vio un huequito soleado sobre un banco de la plaza y hacia allá se dirigió a calentarse. No había alcanzado a calentarse satisfactoriamente cuando un grupo de turistas japoneses invadió la plaza y, a pesar del día despejado, casi la dejan ciega con la metralla de flashes de sus cámaras fotográficas. Como no se consideraba ninguna Miss Belleza, se preguntó qué gracia había en perpetuar su imagen sobre un banco de una plaza mugrienta y oliendo a orín. Cuando los turistas se cansaron de ella le dieron la espalda y siguieron apuntando y disparando flashes en todas direcciones, como si fueran indios desorientados. Todavía medio encandilada alcanzó a percatarse de un culo inmenso que se aproximaba reculando peligrosamente hacia ella, y si no fuera porque voló a tiempo a un costado por poco no la aplasta cuando se desplomó con un sordo "plaf". Por un instante se quedó mirando rencorosamente para aquella japonesa gorda que se apoderó de "su" huequito al sol sin pedirle siquiera por favor, pero el frío la urgió a encontrar otro hueco soleado. Y en eso estaba cuando la señora empezó a tirarle pedacitos de factura, y como tenía más hambre que frío eligió la comida. Mientras se acercaba a las migas percibió que la señora la apuntaba con la cámara. 

                                                                           

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Un Huequito Al Sol por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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CONSUELO

 

La comida era malísima, pero igual yo perseveraba en ir todos los días, sin importarme con mi estómago que me demostraba su desagrado "repitiendo" cada dos por tres. Pero tenía mis motivos. Solo me importaba... ¿cómo decirlo...?, ¿con mi estado mental?, sí, debe ser eso, porque estar allí cada día era como una droga. 

   La fonda no habría los domingos, mi estómago agradecía, como te podrás imaginar, sin embargo, para mí era el peor día de la semana, como debes suponerlo. Hasta que un día, siempre llega un día, antes de fin de año, me acuerdo como si fuero hoy, el dueño me dio la noticia fatídica de que cerraría las puertas definitivamente. 

   La crisis, vio. Este país no se levanta más, ¿entiende?

   No, no lo entendía, digo, sí lo entendía pero no lo comprendía.

   Entonces el mundo desapareció bajo mis pies. 

   Esa misma tarde contraté los servicios de un detective privado. 

   Averígüeme esto, averígüeme esto otro. 

   Una semana después el detective me contactó. 

   ¡Buenas noticias! 

   Ahora el nuevo restaurante que frecuento queda más lejos, lo que me obliga a tomar un colectivo para llegar, pero vale la pena, de veras. No por la comida, que por cierto es mejor, sino por quien la sirve: la misma camarera de la fonda. Ella es una chica adorable, que ignora que me tiene enamorado desde el primer día que la vi, nunca se lo dije, ni se lo diré jamás, ¿con qué derecho, si puedo ser  su abuelo? Además, a mi edad ya sé que es mejor la ilusión que las trompadas de la realidad. Pero con solo verla todos los días y conversar un ratito, aunque sea para consultarla sobre el menú del día, o qué lindo día hace hoy, ¿no te parece?, para mí ya está de diez, como dicen ahora.

                                                                              

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Consuelo por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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SUEÑO MOJADO

 Soñaba que caminaba por una vereda arborizada cuando de pronto, detrás de un árbol, una vieja me echaba un balde de agua en la cara. Desperté en el acto y de inmediato llevé mis manos a la cara, la sentí húmeda. Pensé que fuese sudor, pero al mirar al costado de la cama caí en la real: mi perro, meneando la cola y poniendo cara de inocente, me miraba como diciendo "yo no hice nada". 

                                                                            

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LA INTROMISIÓN

 ¡Qué alma insondable la del ser humano! 

   "No, no quiero, suélteme degenerado", oí al pasar por aquel callejón en penumbras. Me detuve de inmediato y vi a un tipo que forcejeaba con una mujer, a la cual ya había medio desnudado. En el momento no pensé en nada, simplemente apreté los puños y sin avisarle, llegando junto al sátiro, le di un potente puñetazo en la sien. Él debió caer inconsciente, porque ni se movió. Entretanto al volverme, la inesperada sorpresa: la mujer no me dio tiempo de atajarme siquiera, se me tiró encima haciéndome trastabillar y caer junto al tipo. Aún confundido por aquella reacción desconcertante, alcancé a oír que me decía: 

   "Entrometido de mierda, no ves que a mí me gusta así". 

                                                                              

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MUNDO DESCONOCIDO

 Entró al bar como un huracán y fue directo al baño, pero la puerta estaba con llaves, o quizás estuviera ocupado. Volvió al salón y pidió la llave. 

   ¿Qué va a querer, primero?, le preguntó el barman. ¿Entonces era así?, si quería descargar su desgracia en el retrete tendría que pagar, aunque la cobranza estuviera disfrazada de una consumición cualquiera. 

   Un Whisky, pero antes quiero pasar al baño, dijo, haciendo muecas de dolor. 

   Hay que pagar antes, respondió el barman, desconfiando que usara el baño y después se fuera como había venido. Pagó y corrió al baño. Mientras se aliviaba no pudo evitar leer las puercas inscripciones y las audaces proposiciones seguidas de números telefónicos escritas en la puerta mugrienta. "Y bueno, se dijo, hay de todo en la viña del señor", y entre ese todo descubrió un sugestivo recado de una tal Fabianne y sin saber por qué, lo asaltó la idea de conocerla. Anotó el número y volvió al salón, allí lo esperaba el vaso de whisky y el vuelto. 

   Cuando salió soplaba un viento helado desde el sur, en la esquina vio un teléfono público. Llamó. 

   Cuando la puerta se abrió, vio que ella era un "él" vestido de mujer, y tuvo que admitir que era más bonita que muchas mujeres por ahí. Mientras no encontraba las palabras para decir aunque sea "hola", pensaba en lo tonto que había sido al pensar que una mujer tuviera tanta osadía de entrar al baño masculino de un bar para dejar un recado. 

  ¿Vas a entrar?, le preguntó. "Y bueno, ya que estoy aquí", pensó y sus pasos lo llevaron a un mundo que hasta ese momento le era desconocido. 

                                                                              

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EL SUICIDA Y EL LOCO

    Rapallo, Genova -  Febrero de 1883  Parado al borde del acantilado, Amedeo flexionó las piernas y cuando estaba a punto de dar el gran s...