martes, 3 de noviembre de 2020

AMOR A PRIMERA VISTA

 Fue amor a primera vista, nos miramos como el poeta mira una flor y en ese instante supimos que era para siempre. En seguida él entró a la tienda y cuando me tomó entre sus manos, el roce de su piel me hizo sentir que estaba siendo tocada por las manos de la propia gloria. Finalmente nos fuimos juntos y nunca más nos separamos. Todas las noches él me da cuerda y yo bailo con la misma alegría de la primera vez. 

                                                                                  

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AMOR A PRIMERA VISTA por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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POLIFEMO

  

Esa mañana a Polifemo le costó mucho encontrar la comida, las ovejas y los humanos parecían haberse achicado. En el transcurso del día tuvo la plena certeza que estaba perdiendo la vista, los objetos se alejaban, al caminar lo hacía con pasos desconfiados. Esto lo alarmó enormemente, un descuido y ¡al abismo, Polifemo! 

   ¿Un solo ojo y encima chicato?, se lamentó. Tenía que hacer algo, y con urgencia. 

   Al día siguiente aventuró su andar hasta una óptica, donde pidió un par antejos de aumento. El dueño no dudó en responderle que en una librería encontraría lo que buscaba: una lupa. 

   Polifemo paseó la vista, la poca vista, en verdad, por las estanterías: solo había anteojos para gente con dos ojos, es decir, para gente normal. 

   Polifemo salió a la calle más desanimado que cuando entrara a la óptica. Nuevamente su andar sobre un suelo inestable lo llevó hasta una librería. Allí compró la lupa más grande que encontró, no le cubría todo el ojo pero era mejor que nada. Y aunque ahora focalizaba bastante bien los objetos, hacer lo que hiciera con una sola manos sería un inconveniente bastante inconveniente, pensó el gigante. 

    Vaya a ver a un zapatero, le sugirió el dueño de la librería. 

   El trayecto hasta lo del zapatero tampoco fue una maravilla. Polifemo se sintió ridículo, un botánico buscando plantas donde no las había, o un entomólogo buscando insectos donde solo había gente, o peor todavía, un detective tras las huellas de un criminal imaginario. 

   Eso deben pensar de mí, pensaba Polifemo mientras se aproximaba a lo del zapatero para que le hiciera un cinto para la cabeza, donde pensaba sujetar la lupa. 

   Listo, acá lo tiene, le dijo el zapatero, luego de terminar el larguísimo cinto. 

   A los dos días Polifemo volvió a lo del zapatero, esta vez le encargó una visera, pues el sol le había quemado las pestañas.

                                                                              

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POLIFEMO por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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EL PERRO POLICÍA

 Fueron a buscarlo a la perrera bien temprano y media hora más tarde estaba en el lugar de la requisa. Él se las había ingeniado para que le dieran libertad de acción, de manera que, sin acompañamiento alguno, ni bien encontraba la droga avisaba con tres potentes ladridos; rápidamente los agentes procedían a su incautación.  

   Recorría las habitaciones y los recovecos de la vivienda olisqueando el aire y hociqueando entre ropas y baúles cuando en el dormitorio principal percibió el perfume que emanaba desde la cama, precisamente del colchón. Aflojó las patas, se tiró al piso, se acomodó boca arriba y empezó a arañar entre los listones de madera. Al poco tiempo, empezaron a caerle sobre la cara las hilachas del forro del colchón, trozos de goma espuma, pedazos de la envoltura plástica con que habían recubierto la substancia y, finalmente, la lluvia blanca sobre su cara. 

   "La encontré", gruñó, todo victorioso. Entonces clavó el hocico y aspiró con fuerza hasta que en los pulmones no le cupo ni un miligramo más. Era coca de la mejor calidad, porque esta vez no pudo dar ni un ladrido y apenas si tuvo fuerzas para llegar hasta la sala donde los agentes estaban reunidos esperando su aviso. Perplejos, lo vieron aparecer por la puerta enchastrado hasta las orejas, los ojos desorbitados, riendo como un débil mental y con la pata izquierda señalando confusamente hacia la habitación. 

                                                                              

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EL PERRO POLICÍA por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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LAS LETRAS

 Una mañana, se ignora el motivo del desacuerdo, se pelearon las letras del cartel, y el conflicto fue tan grande que las vocales se arrinconaron a la izquierda y las consonantes a la derecha. El dueño del establecimiento no se explicaba porque la gente amagaba ingresar y se detenía en la puerta, la indecisión en sus piernas, la turbación en la mirada, hasta que contrariadas seguían de largo. Mientras tanto en el cartel las letras divididas empezaban a dudar de las drásticas medidas que habían tomado; las vocales no estaban conformes por el modo gangoso como la gente las nombraba y, al final, no entendiendo el mensaje, seguían por la vereda buscando un establecimiento similar con miradas urgentes. Y las consonantes no estaban para menos, la gente ni las nombraba y eran leídas como se leen las siglas; y así, al igual que las vocales, en silencio se preguntaban si la discordia valdría la pena. La solución para las cuatro partes envueltas en la cuestión, consonantes, vocales, dueño del establecimiento y la gente, vino de la mano de un pobre desgraciado que las sensibilizó y las hizo recapacitar. El infeliz tenía el cachete de la cara derecho hinchado como un globo, lloraba de dolor e impotencia y le daba puñetazos desesperados a las paredes: el dolor de muelas casi lo estaba matando. De manera que las letras enemistadas se miraron de reojo y sin decirse nada se fueron arrimando, pasando unas sobre las otras y acomodándose en el orden adecuado; justo a tiempo cuando el pobre hombre levantaba la vista y dificultosamente agradecía a a Dios por haber encontrado finalmente una farmacia. 

                                                                                         

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LAS LETRAS por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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EL CANTO DE LAS SIRENAS

 

Ulises insistió en que le taparan los oídos con cera y lo ataran para no sucumbir al canto de las sirenas. Con lo que fue el único en Carmen de Areco cuando empezó el bochinche de los bomberos a no acudir a ver el incendio de la vieja tienda de los Pocztaruk, sobre la av. Mitre. 

                                                                          



EL ÚLTIMO RECUERDO 2

 Un viejo ya en las últimas llama a la enfermera que está a sus cuidados y le confiesa que le gustaría llevarse de recuerdo al otro lado un último momento de lujuria. 

   Cómo no, don Antonio, dice ella, espere un ratito que ya vuelvo. 

   El viejo, lleno de felicidad, espera pacientemente con una sonrisa calcada en la cara y la mirada lúbrica los veinte minutos que ella demora en regresar. De pronto, la puerta se abre y la enfermera ingresa envuelta apenas con una toalla. El viejo intenta incorporarse pero no lo consigue, entonces se resigna y espera que ella haga todo. Pero detrás de la enfermera aparece su novio sacándose el slip, enseguida ella deja caer la toalla y mirando al viejo baboso le pregunta:

   ¿Ya podemos empezar, don Antonio?

                                                                         Fin. 

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EL ÚLTIMO RECUERDO 1

 El viejo moribundo le confesó a la enfermera, sentada a su lado, que le quedaría eternamente agradecido si le brindase un último momento de lujuria. Como el viejo no daba mayor trabajo ella no vio ningún problema en acceder a su lujurioso deseo. 

   Ok, le dijo, ya vuelvo. 

   El viejo se puso contento y para ir recalentando el motor empezó a recordar viejas aventuras amorosas. A su regreso ella le dijo: 

   Tome esta pastillita, don José, que se sentirá como un toro, al tiempo que le pasaba una pastilla azul y un vaso de agua. Después prendió la videocasetera, introdujo un video porno y lo dejó solo, para que no se inhiba con su presencia. 

                                                                           

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EL SUICIDA Y EL LOCO

    Rapallo, Genova -  Febrero de 1883  Parado al borde del acantilado, Amedeo flexionó las piernas y cuando estaba a punto de dar el gran s...