miércoles, 4 de noviembre de 2020

BABY, EL PERRO

 Cuando los hijos se lo regalaron, faltando tres meses para navidad, apenas le puso el ojo encima lo llamó Baby, como el lechoncito de la película; y no lo engordó para comerlo en navidad o año nuevo, como pensaban los hijos, que se lo habían regalado con la doble intensión de que el padre lo engordara, carneara, asara y los invitara a degustarlo. El hombre, que había perdido la costumbre de una compañía animal, se lo quedó como mascota. Y, claro, a falta de gato, mientras fue lechoncito sustituyó la representación felina con caricias entre sus piernas y, a veces, durmiendo sobre el regazo del hombre, cuando por las tardes leía novelas sentado debajo de la parra. Pero cuando ya se hizo demasiado grande y pesado su función fue la de perro. Recibía a las visitas desconocidas con gruñidos intimidatorios, que de inmediato los visitantes reconocían, en su terca determinación de impedir el paso, su perfecto desempeño de perro guardián. ¡Y ni qué hablar de los carteros entonces! Lo cierto es que Baby fue compañero fiel del hombre durante los dieciocho años en que duró su vida; una soleada mañana de primavera, perfumada de jardín florido, se despidió de la vida persistiendo en su último sueño. 

                                                                                   

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BABY, EL PERRO por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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FASTIDIO

 Lo agarró distraído; él miraba tranquilamente vidrieras por la calle Florida cuando fue abordado por una gitana. 

   ¿Le adivino el futuro, señor?, le dijo ella, mirándolo de un modo que él creyera ser hipnótico.  

   No, gracias, ya lo sé, respondió con convicción el paseante, mirándola de una manera que la gitana creyó ser una disculpa para sacársela de encima. 

  Deme lo que usted pueda, dijo ella, demostrando que solo quería unos pesos. 

   Ya le he dicho, que ya conozco mi futuro, pero si quiere ganarse un dinero cuénteme mi pasado y le daré todo lo que llevo encima, que no es poco. La gitana, dudó un momento y sin decir nada se dio vuelta y salió detrás de un turista que casualmente pasaba por ellos. 

   Aquella intromisión lo había fastidiado de verdad, de manera que se desmaterializó y volvió al futuro. 

                                                                                    Fin.  

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FASTIDIO por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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DEJAR DE EXISTIR

   "¡Juancho dejó de existir!" El grito hizo que clavara los pies en el piso. Un conocido lo había alertado mientras pasaba en el auto. Juancho, su amigo de la infancia, había muerto. 

   "No lo puedo creer", repetía una vez tras otra mientras sus pasos doblaban en la esquina y ya lo llevaban a la florería para encomendar una corona. Viejos recuerdos volvieron a su mente, ya no amables y risueños, sino cubiertos por el manto gris de la tristeza más profunda; el primer encuentro en un recreo de segundo grado; su casa; los partidos de fútbol en el potrerito de la esquina; unas vacaciones juntos en Córdoba; las aventuras nocturnas en ese pueblo que la gente vivía diciendo que nunca pasaba nada y la despedida cuando se fue a vivir a la capital, cinco años atrás ( después ya no había sabido más de él). En fin, toda su historia juntos se le vino encima de un solo envión, de manera que las lágrimas, incontenibles, le llegaron silenciosas y sentidas. 

   Un silbido lo trajo al presente, un silbido igual al modo de silbar de Juancho, como no podía ser de otra manera; de ahora en adelante sabía que todo remitiría a su querido amigo. Se dio vuelta, porque, como hace todo el mundo, creyó que estaba dirigido a él. Era una muchacha, que del otro lado de la vereda lo saludaba con una mano. ¿Quién sería? Estaba seguro que nunca la había visto, pero ella actuaba como si lo conociera. Su cara se arrugó de dudas. Ella cruzó la calle, llegó a su lado y, ¡oh, sorpresa!, se parecía terriblemente a Juancho. 

   ¿Juancho?, preguntó, confundido. 

   Juancho no, dijo ella, Vichy; Juancho dejó de existir. 

                                                                                  

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DEJA DE EXISTIR por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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LOS DUELISTAS

 

Discutieron por una nimiedad, pero las cosas fueron a más y ofensas hubo por ambos lados, entonces uno de los dos se sintió más ofendido en su honra que el otro y exigió lavar la afrenta con sangre. 

   De modo que así quedaron las cosas. 

   Cuando los carruajes llegaron, casi juntos, al punto señalado en el bosque los padrinos ya estaban esperándolos, cada uno sosteniendo la caja de madera con el arma previamente escogida por ambos duelistas. 

   Los hombres bajaron, los pasos decididos, los semblantes solemnes, y detrás de ellos los ayudantes, cada uno cargando los cuerpos amordazados de sus respectivas suegras, que debían suplantarlos al momento de los disparos. 

   ¡¿Cómo?!, habrá exclamado algún escandalizado.

   ¡Que sí, que en esta vida hay que ser práctico!, habrá contestado un adepto del pragmatismo.

   Bueno, acá se hace necesaria la aclaración del desenlace: el duelo terminó en empate, como para que ninguno de los contendientes se sintiese damnificado. 

   Horas después en la taberna, los duelistas, ya amigos como antes, festejaban con sendas jarras de vino a la memoria de las muertas, que, al final, no resultaron tan malas como suele pintarse a las suegras, pues gracias a ellas la vida, para ellos, continuaba. 

                                                                               

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LOS DUELISTAS por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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LA LÁMPARA MÁGICA

 

Ella tenía un deseo profundo, una imperiosa necesidad de escribir un poema: esa tarde su amante había marchado a la guerra. Y justo ahora, noche ya, habían cortado la energía eléctrica y para peor en ningún cajón ni un pedazo de vela encontró. 

   Subió a una silla y tanteó en la oscuridad, urgida por las ideas que con la misma facilidad que venían también así se iban. Por fin, dio con la lámpara. Bajó y con un repasador la frotó y frotó hasta que la lámpara mágicamente se iluminó. Con cuidado volvió a enroscarla en el portalámparas y así fue que pudo terminar el poema de amor a su bien amado que quizás nunca volviera a ver. 

                                                                       

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SUEÑOS BLANCOS, VACÍOS

 

Voces violentas protestando contra el gobierno lo despiertan. Asoma la cabeza escondida debajo del cartón al día que ya amaneció hace quién sabe cuándo. Se desentumece, desarticulando trabajosamente los huesos después de una noche entera en un acurrucamiento de caracol. Recostarse contra la pared también le demanda un considerable esfuerzo. Siempre es así desde hace mucho, despertar cansado, no importa lo mucho que haya dormido. 

   Hace frío, como conviene al invierno que llegó temprano pero que él no sabe porque él esta al margen de casi todo, esas tantas cosas con las que se preocupa la gente; los días son fríos o son calurosos, o no muy fríos ni tal calurosos, y ya, para qué saber más, qué gana con saber eso. El año en que está, la fecha y el mes es un enterarse involuntario, a la fuerza, le llegan desde voces anónimas que pasan por la vereda, como tantas cosas que sabe sin querer saberlas. 

    Se arropa con los trapos que dejó caer a un lado al erguirse y busca en una bolsa mugrienta una petaca. La encuentra, toma un trago y se queda a la pesca de una cara que le parezca amigable entre las que pasan para mangarle un faso. El cigarrillo le hes concedido, bebe otro trago y sus ojos cansados se apoderan de la masa en movimiento que lo ha sacado del olvido momentáneo que representa estar dormido. Miles de hombre y mujeres pasando delante suyo y haciendo que no lo ven, sin embargo, saben que él sabe que ellos fingen no saber que él está ahí. Él larga un chistido y se dice que todo ese circo es una reverenda mierda. Cuántas veces ha visto lo mismo, cuántas veces todo siguió igual. Nunca nada cambia, ni para él ni para nadie, pero parece que solo él lo sabe. De seguro, por eso un día se tiró en la vereda y no salió más de ahí. Después de cinco o seis intentos fallidos de obtener otro cigarrillo vuelve a acomodarse entre los trapos y vela el mundo cerrando los párpados, detrás de ellos se hunde en un sueño blanco, vacío. Más allá, en la procesión que continúa gritando al cuete, el sueño ajeno pretende inútilmente no ser igual al suyo.

                                                                              

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FUCK YOU

 


Un hombre, sentado en la terminal de colectivos de Luján, observa la conversación por señas de dos mudos, sentados cerca suyo, y que a él, por alguna oscura razón, le resulta cómica. De pronto, nota que las señas se parecen más a ademanes violentos que a simples señas de una conversación. 

   El hombre se pone tenso y se levanta. Ahora los mudos se rozan las caras con dedos frenéticos que señalan quizás mutuos agravios. El hombre empieza a caminar hacia ellos, piensa que debe intervenir a fin de evitar una pelea. Los mudos empiezan a empujarse y en seguida un par de cachetadas, errando el blanco, pasan rozándoles las mejillas. 

   Ahora el hombre corre hacia ellos, que persisten en una discusión que él presiente que va a camino de una lucha corporal, donde quizás ambos salgan heridos. 

   El hombre llega y los aparta, poniendo ambas manos sobre sus pechos, pero los mudos lo hacen a un lado y él vuelve, con dificultad, a interponerse en el medio. Siente en la cara el viento de las cachetadas que los mudos se lanzan sin parar. Sin embargo, eso lo tiene sin cuidado, solo quiere que los mudos no se lastimen. 

   ¡Paren! ¡Paren, muchachos!, les dice, aunque quizás no sea escuchado, ya que es muy probable que, además de mudos, también sean sordos. De pronto consigue empujar contra la pared a uno y cuando quiere empujar al otro, irrumpe en la escena otro hombre, que ha estado presenciando todo. 

   ¿Hey, qué piensa que está haciendo?, le dice el recién llegado. 

   ¿Cómo que qué estoy haciendo, no ve que los estoy apartando para que no se maten a golpes?, responde el apartador mientras sigue su lucha contra los peleadores. 

   ¿Y de dónde sacó que están peleando, no ve que solo están jugándole una broma?, le aclara el recién llegado. 

   ¿Cómo que una broma, y usted cómo lo sabe eso si acabó de llegar?, retruca el apartador esquivando los manotazos que pasan a centímetros de su nariz. 

   No es nada de eso, señor. Yo estaba parado detrás de usted y vi todo y, además, conozco el lenguaje de señas porque tengo una hermana muda, y a ellos también los conozco; viven cerca de mi casa, explica.

   ¿Entonces... ?, pregunta el apartador, empujando a los mudos. 

  Yo le explico: los muchachos estaban conversando sobre cualquier tontería cuando notaron que usted no les sacaba los ojos de encima, entonces pensaron hacerle una broma, fingiendo que peleaban para ver su reacción. 

  ¿Una broma, una broma de mal gusto, por cierto?, arguyó el apartador. 

  Y bueno, son chicos, responde el recién llegado. 

   ¡Son chicos!, son chicos sí, que darían buenos actores, dice el apartador mientras se mete la camisa dentro del pantalón. 

  Tiene razón, pero deje que le explique todo desde el principio: después que se propusieron jugarle la broma, este (señaló a uno) dijo: "Mira cómo se pone serio", y este otro (señaló al otro) respondió: "En cualquier momento se para", que fue el momento en que usted pareció ponerse nervioso. Después este volvió a decir: "Ya se paró", ahí fue cuando usted se paró, y este: "Sí, y mira la cara de preocupado que pone". Entonces este dijo: "Ahí viene, no te dije", y este respondió: "Sí, dale, hagamos más espamento". En eso usted empezó a caminar hacia ellos. Ahí, cuando usted empezó a correr hacia ellos, este dijo: "Dale, dale que empezó a correr", y este otro: "Seguro que piensa que nos vamos a agarrar a las piñas en serio". Y mientras usted tentaba separarnos, este dijo: "Mira cómo se desespera por apartarnos", y el otro: "Sí, pero sigamos simulando que ahora el asunto se puso bueno". Hasta que usted empezó con los gritos para que pararan; de ahí en más no dijeron nada más, sino que apenas continuaron con la pantomima. 

   ¡Pedazos de mierda!, les dice el apartador a los mudos, pero el recién llegado lo alerta de que ellos también son sordos. 

   Entonces hágame el favor de decirme qué seña corresponde a que se vayan a la mierda. En ese momento los mudos, que sabían leer los labios, estiran los brazos hacia él, cierran los puños, giran los pulsos hacia arriba, desprenden los dedos medios y un segundo después, entre risitas cómplices, salen corriendo. 

   Así es como se dice en señas, le contesta el recién llegado, aunque ya no hace falta, el apartador de peleas lo ha comprendido en el acto.

                                                                                 

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FUCK YOU por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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EL SUICIDA Y EL LOCO

    Rapallo, Genova -  Febrero de 1883  Parado al borde del acantilado, Amedeo flexionó las piernas y cuando estaba a punto de dar el gran s...