miércoles, 24 de febrero de 2021

VIDA NUEVA

 

Hoy hemos empezado, mi madre y yo, una nueva vida. Cuando salí al patio, mi madre lavaba en la bomba la cuchilla preferida de mi padre, tenía un ojo semicerrado y amoratado. Al mirarme, con una sonrisa amarga desdibujando su rostro ya de por sí bastante demacrado por la vida de penurias y sufrimientos, me dijo que mi padre se había aburrido de golpearnos y que por eso se había marchado de casa para siempre. 

   No dije nada, y mi silencio debió sorprenderla porque me preguntó si no estaba contento con la noticia. ¿Cómo no estarlo?, si aún me dolía la espalda de la paliza de ayer a la tarde. Lo que me pasaba es que la discusión que tuvieron de madrugada me despertó y solo pude volver a dormir cuando ya clareaba el día; con ello quiero decir que oí las puteadas y amenazas de mi padre y el llanto ahogado de mi madre, sus quejidos y el silencio que quedó después. La calma no duró mucho, porque al rato me pareció como que arrastraban algo pesado hacia el fondo, donde están los chiqueros. Pese a que tuve la intención de levantarme y espiar por el ventanuco, no me atreví; entonces me quedé solo con mis conjeturas sin respuestas. 

    Sí, madre, estoy contento, le respondí pero sin demostrarlo; después la dejé sola y fui a ver los chanchos. 

                                                                        

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VIDA NUEVA por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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jueves, 18 de febrero de 2021

LA INSIDIA

 1) El hombre detrás del ciprés

El hombre parcialmente escondido detrás de un ciprés llamó a un niño que pasaba por la vereda. 

   ¿A mí me llama?, preguntó el niño, con un dedo apuntando a su pecho. 

   Sí, ¿quieres ganarte un dinerillo? El niño lo miró con desconfianza, pero el hombre advirtiendo el recelo se aprontó a aclararle que solo tenía llevar un sobre hasta la casa estilo victoriana, justo a algunos metros de allí, y meterlo en la casilla del correo. El niño miró hacia la casa señalada. 

   ¿La casa de los Wilbur?, preguntó. 

  Exactamente, contestó el hombre, y añadió: pero con discreción, y si por casualidad te pilla alguien dile que te la ha entregado un desconocido, lo cual es verdad. 

  Está bien, dijo el niño mientras agarraba el sobre y un par de billetes de la mano del hombre. 

  Y si te place y quieres seguir ganando más dinerillo, acotó, andaré por las cercanías todas las mañanas, siempre a esta hora, con nuevos recados. 

   Está bien, puede contar conmigo, respondió el niño con una sonrisa. 

   El niño se acercó a la casa señalada y dejó caer el sobre por la rendija de la casilla del correo; al darse vuelta el hombre ya doblaba la esquina. 

2) El veneno

 Bernard, el mayordomo, como todas las mañanas fue a inspeccionar la casilla del correo y un minuto después llamó a la puerta del despacho del patrón. 

   El señor Wilbur se extrañó al ver entre la correspondencia un sobre sin remitente, justamente el primero a ser abierto. 

   "No me place en lo más absoluto que un hombre de bien sea el último a saber que es un reverendo cornudo", decía el recado y lo firmaba un tal "amigo anónimo". 

   De inmediato su mente del señor Wilbur viajó hacia el consultorio del médico en donde su esposa se encontraba en ese exacto momento e imaginó lo que imagina todo cornudo al saberse tal. 

3) Las dosis diarias 

El hombre detrás del ciprés continuó, con la ayuda del niño, administrando la dosis diaria del veneno alimentador de sospecha de traición. Hasta que un día el niño fue pillado y se las tuvo que ver por su cuenta; de manera que de madrugada pasaba por delante de la casa y dejaba el recado insidioso. 

4) La tragedia 

Sucedió que una madrugada, el hombre del ciprés se deparó con unos cuantas calesas estacionadas delante de la casa de los Wilbur. Junto a ellas tres o cuatro cocheros conversaban mientras fumaban. Y haciendo como que pasaba por allí como un transeúnte cualquiera, los inquirió al respecto del movimiento inusual en la casa con un comentario amigable. 

   ¡Una fiesta, entonces!, dijo, sonriendo y señalando el interior de la vivienda. 

  No, un velorio, dijo uno. 

  La señora Wilbur, dijo otro, y otro, que había sido asesinada por el marido al descubrir que lo corneaba. 

   ¡Caramba, qué tragedia!, exclamó el hombre del ciprés y siguió su camino, refunfuñando para sus adentros la falta de curiosidad del inepto de Bernard, a quien culpaba por la desgracia de los Wilbur

5) Un día después 

Totalmente a cubierto detrás del ciprés, esperaba que Bernard terminara de barrer la vereda y entrara en la casa. Y cuando por fin éste entró, cruzó rápidamente la calle, depositó otro sobre en la casilla, hizo sonar fuertemente la aldaba y volvió corriendo a esconderse detrás del ciprés. 

6) Papeles para atizar el fuego de la chimenea 

La esposa de Bernard acababa de encender la chimenea cuando éste apareció con un sobre en las manos. 

   Lo dejó caer sobre la mesa. 

   ¿Quién era?, preguntó ella. 

   El cartero creo, pues en la casilla estaba este sobre, seguramente debe estar dirigido al pobre señor Wilbur, aunque nada hay escrito por ninguno de los dos lados. A ver, tú que sabes leer fíjate si es para él. Ella le echó una mirada por ambos lados: ni remitente ni destinatario. Entonces abrió el sobre y sacó un papel. Una mueca de desagrado se dibujó en sus labios mientras leía en silencio. 

    ¿Entonces, mujer?, inquirió, impacientado, el marido. 

    ¿Ah...?, no, un chistoso que no tiene otra cosa mejor para hacer que burlarse de la desgracia ajena; un adversario político, seguramente, lo bastante cobarde para mantenerse en el anonimato, dijo, moviendo la cabeza hacia los lados, y enseguida se apresuró a arrojarlo al fuego mientras, suspirando bajito, maldecía por dentro a Harold (el hombre del ciprés), que insistía en joderle la vida desde que dejaron de verse, de eso hacía un mes ya. 

                                                                     

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miércoles, 17 de febrero de 2021

DIÁLOGO A ESCONDIDAS

 

ELLA, MIRÁNDOLO A ÉL: ¿Estás seguro de lo que me acabas de decir? 

Él, MIRÁNDOLA A ELLA: Sí, plenamente. 

ELLA, ACHICANDO LOS OJOS: ¿Y de dónde has sacado tanta información? 

ÉL, MIRANDO HACIA ARRIBA, DONDE EL CIELO SE TORNA DE UN GRIS DIFUSO: Ayer me escapé del libro. 

ELLA, FRUNCIENDO EL CEÑO: ¿Ayer, ayer...? 

ÉL, MIRÁNDOLA FIJAMENTE: Recuerda que en el capítulo de ayer tú te encontrabas durmiendo en tu recámara mientras yo me encontraba aquí. 

ELLA, ASINTIENDO CON LA CABEZA: Ah, es cierto, pero ¿cómo fue posible sin que él se diera cuenta? 

ÉL, MIRANDO HACIA LOS LADOS: Sucedió cuando a mitad del capítulo, quién sabe por qué ni para qué, detuvo la historia y dejó el manuscrito abierto. No lo dudé un instante siquiera, salté al escritorio y corrí hacia la ventana.

ELLA, CRUZANDO LOS BRAZOS SOBRE SU PECHO: Realmente, el mundo admirable que me describes parece de ciencia ficción. 

ÉL, ACERCÁNDOSE A ELLA: Quizás si vuelve a descuidarse y nosotros coincidimos en la misma página podremos ausentarnos por algunos instantes. 

ELLA, HACIENDO UNA MUECA CONTRADICTORIA: ¡Pero y si no vuelve a descuidarse! 

ÉL, ABRIENDO LOS BRAZOS: Eso es irrelevante, porque de cualquier manera seremos replicados en miles de libros y no es imposible que entre miles de lectores, alguien alguna vez no deje por descuido el libro abierto, ¿no crees? 

ELLA, ASINTIENDO PRIMERO Y LUEGO MIRÁNDOLO FIJAMENTE: Sí, Pero ¿y si el que lo haga lo hace cuando no coincidimos en el mismo capítulo? 

ÉL, DANDO DE HOMBROS: Bueno, en ese caso debemos esperar, porque recuerda que una vez impresa, la historia es para siempre; pero si la oportunidad se te da solo a ti y si te atreves, puedes aunque sea asomarte a la orilla de la página y echar un vistazo al entorno, solo para que te des una idea. 

ELLA, BALANCEANDO LA CABEZA: No sé, me da un poco de chucho

ÉL, TOMANDO UNA POSTURA RÍGIDA: ¡Epa!, cuidado ahí vuelve. 

   De inmediato Julia corre y se zambulle en el sofá, manoteando el libro que había quedado sobre él y simula que lee, mientras que Román vuelve junto a la chimenea y simula, él también, que revuelve las cenizas con un tizón. Tres segundos después Benjamín Arbelloa deposita la taza de té que ha ido a buscar en la cocina, toma asiento, recarga la pluma con tinta china y continúa escribiendo la historia de Julia y Román, dos hermanos recluidos en una casa en las montañas. 

                                                                        

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martes, 16 de febrero de 2021

EL MUERTO

 

Como si acabara de despertar, la realidad le sobrevino de golpe. La noche ya se había tragado las formas del mundo. Por mucho que se esforzó en tratar de comprender qué hacía y cómo había ido a parar a ese lugar, víctima del razonamiento abstruso, no pudo atar cabos que le dieran un poco de luz sobre ese momento. Se sentía como el explorador que ha extraviado la brújula y encima, como el común de los hombres modernos que ya no sabe guiarse por las estrellas. Estaba en el monte (eso lo sabía por el aroma inconfundible desprendido de la vegetación salvaje y por las voces de los bichos nocturnos que viven allí); pero ¿qué hacía allí? ¿Y la cuchilla viscosa en su mano, qué diablos significaba? Se la acercó a la nariz: olía a sangre. ¿Estaría, por acaso, cazando? ¿Un puma, un jabalí? Nada, sus pensamientos estaban perdidos en las brumas de la incertidumbre.

   No se atrevió a moverse siquiera, hacerlo equivalía a un irracional errar sin rumbo; de momento no le quedaba otra que permanecer hundido en las sombras, debajo de la bóveda oscura donde solo había estrellas para mirar. Indagaciones vanas, vacías de respuestas y despobladas de indicios y sin prefiguraciones de su ahora ni de su antes de ahora, acompañaron su espera, que resultó eterna.  

                                      ´                                     

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QUIERO DECIR ROMA Y NO ME SALE

 Cuando digo roma no pienso en Roma, la capital de Italia; ni en la Fontana di Trevi, ni en Sofía Loren, porque cuando digo roma digo roma porque no consigo decir roma al revés. Es por ese motivo que no puedo pararme delante de la chica que me gusta y declararle mi roma sin que me tome por un estúpido, que no dice cosa con cosa.  

                                                                             

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lunes, 18 de enero de 2021

LAIAN Y LOS ALIENÍGENAS - parte final

 31- LO INSACIABLE

Malditania, cuando ya no encontró más ningún cadáver, ninguna cucaracha, ningún ratón, ninguna araña ni nada que se moviera, arremetió contra cualquier cosa que pudiera arrancar con sus poderosos brazos. Desmanteló el interior la nave, derrumbando paredes y desarmando motores; en definitiva, se comió todo lo que cupiera en su gran bocaza, cables, puertas, ventanas, madera, aluminio, tornillos y el barro que entraba por las grietas, hasta convertirse en un monstruo insaciable; y cuando ya no tuvo más qué comer empezó a enloquecer de hambre. El retumbar de sus arremetidas contra las paredes exteriores de la nave vacía subía por las aguas del lago hacia la superficie y se dejaba oír como un aterrador "tum" más allá de las Montañas Azules y los bosques a su alrededor. Solamente el cansancio y el sueño la hacían detenerse, pero cuando volvía a despertar comenzaba nuevamente arremetiendo contra las paredes. El retumbar insistente poco a poco fue debilitando la tierra y las piedras de la represa hasta que colapsó y el agua hizo su parte, precipitándose valle abajo y desbastando todo a su paso; y cuando las aguas bajaron la nave se asemejó al bulto siniestro de un sapo gigante y oscuro. Malditania, entretanto, continuaba con sus enloquecidas arremetidas haciendo que el barro sedimentado sobre la nave fuera desprendiéndose hasta que una rendija en el casco dejó pasar una tenue línea de luz. En ese momento el monstruo hambriento empezó a tironear de la rendija con desesperación y a embestir con su gran cuerpo colosal contra la gruesa chapa exterior del casco que fue cediendo cada vez más y cada vez más hasta que el hueco fue lo suficientemente grande para que Malditania pudiera escapar de su cárcel de metal. 

Mientras arrastraba su cuerpo por el lecho lodoso del lago repetía "comida, comida", la única palabra que habitaba su mente, todo lo demás eran pensamientos y razonamientos incomprensibles que nada significaban, mientras tragaba grandes cantidades de barro blando como si se tratara de caldo de chocolate. Cuando llegó a la salida continuó por el cause nauseabundo rumbo a la aldea, olfateando el aire impregnado de sudor, detritos y sangre que el viento empujaba desde hasta sus fauces. 

Aquellos sobrevivientes, tanto humanos como animales, que aún tenían fuerzas para andar o arrastrarse, al ver aquel monstruo gigantesco tragando barro y masticando árboles caídos venir hacia ellos, huyeron aterrorizados hacia las profundidades del bosque o bien treparon a los árboles, mientras que los desgraciados que aún permanecían semienterrados en el barro, se debatían en gritos enloquecidos. El monstruo ni bien se aproximó se abalanzó sobre todo el mundo, vivos o muertos, y su cuerpo empezó a crecer descomunalmente. Pero el monstruo voraz aún deseaba más, así que al no ver más comida disponible a su alrededor levantó su gran cabezota y olfateó el aire. De repente sus ojos se detuvieron en la copa de los árboles. Arrastró su pesado cuerpo hasta la base de los árboles y como si de simples arbustos se tratara los sacudió con furia, haciendo que los infelices escondidos en sus ramas cayeran como frutas maduras, reventándose contra el suelo para luego ser devorados ávidamente por el monstruo insaciable. 

32- LA INVITACIÓN

Fluo Max y compañía pronto se encariñaron con el ingenuo Laian, que maravillado con todo lo concerniente a ellos y al planeta Wirm habí­a hecho considerables progresos con el complicado idioma wirmiano y pese a los tropiezos idiomáticos se hacía entender con facilidad. Fluo Max y Opzmo casi que lo habí­an adoptado, confiríendole la tarea de secretario particular de ambos. Laian, a esas alturas, solo esperaba de los amigos galácticos una invitación para conocer el fantástico planeta Wirm y si ésto estaba en los planes de los dos amigos era algo que lo tenían bien guardado. Laian había escuchado a sus amigos comentar que la fecha de sus reemplazos estaba cerca y que extrañaban muchísimo a un tal capitán llamado Kinio Kiniones Pauers. Laian pensaba que si lo invitasen a ir con ellos no iría a extrañar ni un poco la tierra aunque sí a su querido maestro. 

   Una mañana Fluo Max se le acercó y le preguntó lo que él esperaba ser preguntado. 

   Laian, ¿te gustaría conocer y pasar una temporada en Wirm? Laian abrió sus ojos como si hubiera descubierto una cámara secreta llena de riquezas fabulosas y, sin pestañar, respondió que sí­, casi gritando de alegría.

   Fluo, ¿no estarás haciéndome una broma, no?, preguntó Laian. 

   Claro que no, hablo en serio, respondió Fluo Max. 

Con el viaje de reemplazo ya cerca, Fluo Max pensó que serí­a una buena idea que Laian se despidiera de su maestro. Además, estaba interesado en conocer al gran mago que tan magistralmente habí­a acabado con la raza de su archienemigo Malditas Werk. 

   Me gustarí­a agradecerle personalmente en nombre del pueblo de Wirm a tu maestro por la gran ayuda que nos ha prestado al librarnos del tirano Malditas Werk, le dijo Fluo Max. 

   Y creo que también querrás despedirte de tu maestro, acotó. 

   Sí, y estoy seguro que a mi maestro también le encantará conocerlos, respondió Laian alegremente.

33- CAZADA AL MONSTRUO

El viaje de regreso a la aldea estuvo animado hasta que llegaron al lago y descubrieron que ya no existía y que había vuelto a ser un valle y que la naturaleza ya empezaba a colonizarlo nuevamente. Desde el aire la superficie parecía una lona camuflada de verde y marrón, donde manadas de jabalíes hociqueaban la tierra entre los matorrales. Laian pensó que tal vez se habí­a secado. La nave aún continuaba allí­ con su siniestro bulto destacándose como un gigante batracio en reposo.

   No hay señales de vida, Fluo, la voz de Atchiki Licki alivió un poco la tensión. Hasta que, a un lado de la nave, vieron un gran orificio y más adelante la rotura de la represa y el rastro de destrucción producido por el desborde. Rocas, troncos y ramas semienterrados en el sedimento seco marcaban la huella de destrucción que se extendía rumbo a la aldea. La nave tomó altura  y sobrevoló siguiendo la hendidura, pero no vieron la aldea ni ningún asentamiento en muchos kilómetros a la redonda. Simplemente habí­a desaparecido. Supusieron que ante el desborde del lago todos debieron de emigrar hacia el bosque, ciertamente muy lejos de ese lugar maldito. Opzmo, al ver el rostro triste de Laian, trató de animarlo con palabras de esperanza. 

   Tranquilízate amiguito, que si hay sobrevivientes los vamos a encontrar, dijo, acariciando la cabeza de Laian. Los tripulantes barajaban varias hipótesis cuando el radar empezó a detectar señales de vida en un punto del bosque. Luego de avistar un claro cerca de la señal se dispusieron a posar. Laian bajó primero, porque si eran los aldeanos lo que captaba el radar ciertamente atemorizados por la nave se mantendrían escondidos, en cambio viendo su presencia saldrían de sus escondrijos sin temor alguno. El resto de los tripulantes se dispersó en diferentes direcciones. Laian llamó por el mago varias veces, pero como respuesta solo oyó un gruñido detrás de un enmarañado de arbustos. Laian pensó que fuese un oso salvaje, por lo que desenvainó su espada y se volteó para avisarles a sus amigos del posible peligro. En esa fracción de segundo el cuerpo grotesco de Malditania emergió detrás de los arbustos y se precipitó sobre su cuerpo con su bocaza abierta mientras vociferaba: "comida, comida". De su garganta emanaba una pestilencia que lo mareó de inmediato y entre razonamientos confusos no tuvo cómo evitar ser tragado de un solo bocado, con espada y todo. Segundos después se sintió caer en un espeso, nauseabundo, tibio y vaporoso caldo en medio de una total oscuridad. De inmediato metió su mano en el morral mágico, que boyaba a su lado, y sacó el tubo de luz. Las paredes fláccidas y viscosas del estómago del monstruo palpitaban y desde lo alto una pegajosa gelatina goteaba sobre su cabeza. Laian enterró su espada hasta el mango con furia varias veces en las paredes del estómago grasiento, y a cada estocada oía los alaridos desgarrados del monstruo desde el exterior. Los wirmianos no sabían que hacer, pues temían que sus poderosas armas, al matar al monstruo, acabaran también con la vida del joven tedosiano. Fluo Max y Opzmo corrieron cada uno hacia los costados de la cabeza del monstruo que entre alaridos endemoniados corcoveaba de un lado al otro por las heridas que Laian le infringí­a desde su interior, y ésto precisamente era lo que dificultaba la acción de los wirmianos. De repente el monstruo vaciló un segundo y en ese instante Fluo Max y Opzmo sincronizaron sus mentes y aprovecharon el momento. Sendos disparos de rayos lazer atravesaron el cuello del monstruo que emitió un horrible alarido para en seguida  desplomarse de lado, gimiendo lastimosamente entre pequeños estertores mientras su abultada panza se estiraba en varios puntos: era Laian dando señales de vida dentro del infierno estomacal que no conseguía atravesar por completo la gruesa capa de grasa y piel del monstruo. Fluo Max graduó su pistola lazer e hizo un corte superficial sobre la piel del monstruo por donde su amigo luchaba por salir. La espada por fin logró atravesar la piel del monstruo que se rasgó como una lona, entonces Laian escurrió mezclado al caldo gástrico, quedando estirado junto al monstruo agonizante en el charco inmundo. Los amigos acudieron en su ayuda y lo arrastraron hasta la orilla del arroyo donde lo zambulleron varias veces para que se deshiciera de la apestosa inmundicia. Mientras tanto la agonizante Malditania entre gemidos lastimosos pronunciaba sus últimas palabras: "comida, comida".

34- UN VIAJE A LAS ESTRELLAS 

Laian convivía por dentro con dos sentimientos antagónicos. Por un lado la emoción de viajar a través del espacio y conocer otro mundo lo llenaba de alegrí­a, pero por otro, la tristeza de ignorar qué había sucedido con Elser Masgrís. La sola idea de pensar que el monstruo lo hubiera comido lo dejaba sumamente angustiado. Pero para su suerte la llamada de las estrellas era más poderosa que la tristeza.

   Fluo Max le habí­a dicho que la estadía en Wirm serí­a de dos años y que tenía la plena seguridad que no tendría un minuto siquiera con que aburrirse, y pensando en ello Laian le preguntó algo que nunca le había preguntado ni a él, ni a Opzmo, ni a ningún otro wirmiano, por estar ocupado preguntando sobre muchas otras cosas y porque entre ellos no había ninguna wirmiana.

   ¿Cómo son las chicas de Wirm?, Fluo Max lanzó una sonora carcajada.

   Desde ya te digo que no tengo hermana, pero te diré que las chicas de Wirm son más lindas que nosotros, le dijo Fluo Max. 

La última noche en la tierra, Laian dejó volar su imaginación hasta muy entrada la madrugada cuando por fin se durmió. Soñó que estaba a orillas de un rí­o de aguas coloridas, levemente transparentes, sentado junto a una joven wirmiana muy hermosa; detrás de ellos había un majestuoso bosque con árboles de flores de extrañas formas y colores nunca vistos, colgando languidamente de los gajos y despidiendo perfumes cautivantes. Estaban tomados de las manos, eran felices, estaban enamorados y...

  Despierta Laian, dijo una voz, dentro de una hora partimos. Era Opzmo, interrumpiendo su idilio. Una hora después Laian, rumbo a las estrellas, miraba absorto la bola azul donde había nacido, flotando solitaria en la inmensa oscuridad del cosmos infinito. Nuevamente volvió a sorprenderse con una nueva inmensidad que era simplemente imposible de medir, la del mismo universo. Y esta vez ya no se sintió como una hormiga, sino con algo más pequeño que un grano de arena, pero que él no supo cómo nombrarlo. 

                                                                   Fin. 

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LAIAN Y LOS ALIENÍGENAS - parte 6

 26- UN PUNTO EN LA ARENA 

Una tarde, cuando Laian volvió a ver a lo lejos no una sino tres naves cruzar lo cielos a intervalos, tuvo la corazonada de encontrarse cerca de los aliení­genas, o por lo menos la esperanza. Sin embargo, sintió una ligera molestia en el estómago, pero valientemente y decidido apresuró el paso. 

Fluo Max y Opzmo supervisaban un nuevo envío de provisiones a Wirm, la décima octava exactamente, cuando la nave recolectora aterrizó. 

   ¡Llegaron las frutas!, casi gritó Opzmo, cerca de los oídos de su amigo. Fluo Max lo miró con desdén; extrañaba los sabores sintéticos, porque los naturales continuaban sabiéndole insípidos. 

   Fluo, realmente no sabes apreciar la comida saludable, pero no pierdo la esperanza de verte un día sentado a la mesa comiendo sano, dijo Opzmo, risueño como siempre. 

   Déjate de sermones saludables y vamos a terminar el cargamento de "tus frutas saludables" al transbordador, dijo Fluo Max con sorna. En ese momento el piloto de la nave recolectora descendía. 

   Hola amigos, tengo una noticia: alguien está viniendo a pie en nuestra dirección, costeando el mar desde el sur, a unos tres días de a pie, dijo. 

   No me digas que es el maldito Malditas Werk, se quejó Opzmo, que empezaba ya a ponerse violeta, pero el piloto lo tranquilizó. No era el maldito Malditas Werk, sino un tedosiano. 

   Aquí está la grabación, les dijo, entregándosela a Fluo Max. Fluo Max dejó el trabajo a cargo de Atchiki Licki, que andaba cerca de ellos, y los dos amigos partieron hacia el cuartel para ver de quién se trataba. 

Sobre la arena amarilla se veí­a un pequeño puntito negro que podría pasar por una roca si no fuera porque se movía. Fluo Max hizo zoom en el puntito en movimiento y los dos amigos respiraron aliviados al comprobar que se trataba de un joven tedosiano. 

   Uf, por un momento creí que nuestro gran dolor de cabeza aún estuviera en actividad. dijo Opzmo, resoplando de alivio. Fluo Max opinaba que lo más  prudente sería ir a echarle un vistazo de cerca. 

   ¿Qué te parece, Opzmo? Opzmo concordó con su amigo con un movimiento de cabeza y opinó que un paseo no les vendría nada mal. 

Mientras comía un pescado asado bajo la luz protectora del tubo, los pensamientos de Laian giraban en torno a la nave alienígena que había pasado muy cerca de la playa. Quizás lo hubieran visto, pensaba, por eso mismo tenía la sensación de estar siendo vigilado. Al amanecer, luego de recoger sus cosas y antes de reanudar la marcha, inspeccionó las inmediaciones en busca de huellas o rastros sospechosos, pero no encontró nada; eso lo dejó un poco más tranquilo, aunque a cada tanto se daba vuelta y recorría con la vista los alrededores. Durante ese día no volvió a ver ninguna nave, solo nubes esparcidas por el infinito azul celeste, pero por la noche la sensación de estar siendo vigilado volvió a dejarlo nervioso. Y, claro, no durmió con la tranquilidad de las últimas noches, despertándose sobresaltado al menor ruido que entre los intervalos de las olas escurrían desde los matorrales cercanos. No había amanecido aún cuando una bruma repentina cubrió el cuerpo de Laian por encima del haz de luz, permaneciendo sobre él hasta poco tiempo después que despertara. Cuando ésta se disipó, varias siluetas estaban a su alrededor, quietas y en silencio, apenas observándolo. 

27- EL ENCUENTRO  

Laian se levantó de un salto, desenvainó la espada inmediatamente y empezó a girar sobre sí mismo, midiendo a sus oponentes mientras trataba de poner la cara más fiera, aunque no convencía a nadie, ni siquiera a sí propio. 

   Los wirmianos miraban para el joven tedosiano con asombro; les parecía un animal acorralado en un intento vano por hallar una vía de escape. Contra la superioridad numérica (eran ocho contra uno) y las sofisticadas armas que portaban la espada del joven tedosiano era lo mismo que un escarbadientes contra un cañón de rayos lazer. 

   Laian pareció llegar a una conclusión similar, porque en un dado momento bajó la guardia, envainó la espada y con voz temblorosa, pero esforzándose para que sonara firme, les preguntó quiénes eran y qué querían con él. 

   Los wirmianos se miraron extrañados los unos a los otros, no entendían la lengua del tedosiano por eso no se molestaron en decir nada. Por medio de señas le indicaron que juntara sus cosas y que los acompañara. 

  Laian entendió el pedido y lo acató en silencio mientras se preguntaba si serían gente de otras tierras o los mismos alienígenas. Pues, se parecía a los humanos aunque sin las barbas y el cabello largo como usaban los adultos, pero por sus ropas y las extrañas armas que empuñaban era bien posible que fueran los alienígenas. 

   Laian se sintió mejor cuando los vio marchar adelante y que ni le insinuaran que les diera su espada. A cada tanto miraban hacia atrás y lo alentaban con señas amigables a continuar siguiéndolos mientras hablaban en lengua desconocida y reían. 

  Unos kilómetros adelante Laian vio una nave plateada, mucho más pequeña que la que viera sobrevolar el valle inundado, estacionada en la playa, entonces su corazón dio un salto. ¡Eran los alienígenas! Por su comportamiento intuía que de forma alguna podían ser malos, y cuando le hicieron señas para entrar con ellos a la nave una sonrisa de oreja a oreja se dibujó en su rostro. 

   Mientras recorría la nave la curiosidad de Laian le impedía mantener la cabeza quieta, miraba para todos lados y en cada lugar todo lo que veía le era conocido. "¿De qué mundo vendrán?", se preguntaba. 

   Uno de ellos le señaló un asiento junto a una pequeña ventanilla, después le abrochó el cinto de seguridad. Finalmente los motores se encendieron, emitiendo ronquidos estruendosos que abalaron el espíritu de Laian, y cuando la nave empezó a elevarse cerró los ojos y se aferró en los apoyabrazos con todas sus fuerzas mientras el estómago se le congelaba. De pronto, sintió que lo tocaban en el hombro, un alienígena le hacía señas para que mirara por la ventanilla. Estaban sobrevolando las Aguas Sin Fin. Allá abajo las aguas azules pasaban vertiginosamente mientras algunas islas se dejaban en la lejanía. La vastedad del mundo, esta vez, lo hizo sentirse mil veces menor que una hormiga. Al poco tiempo la nave giró a la izquierda y el suelo se tornó verde y marrón, y más un poco empezaron a sobrevolar más bajo sobre tierras que en algunas partes estaba arada y en otras, de un verde claro, sembrada. Y más aún se asombró Laian cuando vio las extrañas estructuras donde los wirmianos acopiaban y procesaban los alimentos y hacían vida, y que a sus ojos parecían ingeniosos castillos de metal. De pronto, la nave se detuvo con una leve sacudida, quedando suspendida en el aire por algunos segundos, los suficientes para que Laian, atemorizado, volviera a aferrarse en los apoyabrazos con todas sus fuerzas, creyendo que iban a caer; pero en seguida y para alivio suyo, la nave comenzó a descender suavemente hasta posar sin que se diera cuenta. Laian, incapaz de creer como verdadero lo que sus ojos estaban viendo, tampoco conseguía razonar congruentemente. "¡Si el maestro pudiera ver lo que ven mis ojos!", exclamó por dentro.     

   Mientras descendía deslumbraban sus sentidos las cientos de naves plateadas estacionadas en una fila interminable mientras varios aliení­genas se movían entre ellas; los inmensos castillos metálicos, tan altos que parecían llegar hasta el mismo cielo. Laian una vez más volvió a sentirse pequeñísimo. 

   Ya en tierra firme, uno de los alienígenas, totalmente vestido con atuendos de color violeta, se le acercó con una sonrisa y le hizo una seña para que lo siguiera hasta un grupo de alienígenas que los aguardaban en la entrada de uno de los castillos metálicos. Entre ellos, había uno que se destacaba de los otros por su larga cabellera blanca, lisa y brillante y porque su piel tenía el mismo aspecto que el polvo dentro del tubo luminoso. Estaba al frente del grupo, lo que le hizo pensar que debía ser el jefe por allí­. Tanto él como los otros lo miraban de manera amigable. Al llegar junto al grupo el alienígena de violeta habló alguno con el jefe y éste le hizo una seña a Laian para que los siguiera. La mente de Laian vibraba, estaba a punto de conocer un castillo alienígena por dentro.

28- ADMIRABLE MUNDO NUEVO

Laian mientras absorbía a través de los ojos, como una esponja reseca, los miles de detalles a su alrededor, pensaba que los alienígenas debían sin sombra de dudas poseer una inteligencia superior a la de su maestro. Las novedades en todo lo que veía estaban más allá de su capacidad de comprensión, desde los naves y sus castillos de metal hasta los atuendos que vestí­an y sus armas, que a pesar de ignorar su poderío las imaginabas tremendamente letales. Hizo un intento por imaginar cómo sería su planeta de origen y todo lo que consiguió fue multiplicar hasta el infinito lo que veía en ese momento. Del temor que sintió al principio, en la playa, ya no le quedaba ni el más leve vestigio, en su lugar una alegría interior, que sin duda los alienígenas no dejaban de notar, lo sobrepasaba. Por la manera amable como lo trataban y por sus conversaciones distendidas y por cómo reían entre sí, estaba seguro que, de poder entenderse mutuamente, lo tratarían como a uno más. Tení­a tanto a preguntarles, ya que más allá del valle y la travesía hasta donde se encontraba en ese momento, el mundo constituí­a un misterio insondable.

Después de innumerables pasillos fue conducido a una sala repleta de artefactos y máquinas con luces de todos los colores que prendían y apagaban solas, que él, lógicamente, no tenía la menor idea para qué servían. El simpático alienígena vestido enteramente de violeta le señaló una silla delante de una pequeña mesa, Laian entendió que debía tomar asiento. Luego el alienígena puso un artefacto delante suyo y, siempre con señas y gestos, lo animó a que hablara mientras él y el que parecía ser el jefe se sentaban en el otro extremo de la mesa y se ponían orejeras metálicas y el artefacto empezaba a emitir luces de colores y titilantes. Laian pensó que lo mejor sería empezar por presentarse y después mencionar lo poco que sabía en la vida.

   Mi nombre es Laian, empezó, de la aldea de..., bueno, nunca nadie se molestó en ponerle un nombre, simplemente siempre la llamamos "la aldea". Soy discípulo del gran mago Elser Masgrís, el hombre más inteligente que ya conocí, antes de ustedes, claro. Los alienígenas, los ojos puestos en la máquina, asintieron con un gesto de cabeza el elogio. Laian, no entendiendo que toda la parafernalia a su alrededor era para traducir al idioma de los alienígenas sus palabras, creyó que los gestos de los alenígenas se debían a cualquier otra cosa menos a lo que acababa de decir. 

   Bien, prosiguió, la verdad es que desde la primera vez que vi la nave plateada de ustedes sentí curiosidad por saber cómo eran, de dónde vení­an y cómo sería su forma de vivir. Imagino que el planeta de donde vienen sea un lugar bonito y lleno de maravillas, como todo esto. Tras estas palabras, Laian recorrió con la mirada el recinto. Y así hablando más sobre la admiración que sentía hacoa los alienígenas que sobre su mundo, Laian siguió parloteando como un loro.

   Después de varios minutos, y viendo que el joven tedosiano ya no sabía qué más decir, Fluo Max y Opzmo se sacaron los auriculares y le hicieron un gesto para que esperara. 

   El idioma tedosiano es más fácil de aprender que pelar una banana, dijo Opzmo, en el idioma del muchacho. 

   Con toda seguridad, respondió Fluo Max, también en la misma lengua. Laian puso cara de asombro y se alegró al ver que los dos alienígenas hablaban su idioma. 

   Entonces, ¿ustedes pueden entender lo que yo hablo?, preguntó sonriendo. 

   Ahora sí­, respondió Fluo Max, y mi amigo también. 

   Hola Laian, mi nombre es Opzmo, pero puedes llamarme de Opzmo simplemente, dijo Opzmo, con otra de sus ocurrencias.

   Y yo soy Fluo Max y estoy a cargo de todo esto, y mi amigo chistoso aquí es el segundo al mando, aunque no lo parezca, dijo Fluo Max, sonriendo. 

   Laian no entendía cómo ahora entendían y hablaban tan bien su idioma si hasta hacía algunos minutos aparentaban no entender ni jota. 

   ¿Cómo es posible que puedan entender y hablar mi idioma ahora?, les preguntó.  

   Gracias a esta maquinita aquí­, que no solo traduce palabras sino que al mismo tiempo, a través de un mecanismo que tú todavía no puedes entender, enseña a comprender la estructura gramatical y a hablarlo también, dijo Opzmo. 

   Pero mi idioma contiene más palabras de la que yo he usado, muchísimas más, creyó conveniente aclarar Laian y luego preguntó: 

   ¿Y si yo me pongo esas orejeras puedo entender y aprender el idioma de ustedes? 

   Sí, dijo Opzmo, pero dentro de cien años; disculpa es una broma tonta de la que yo solo soy capaz de decir. No, en verdad, lo difícil te será pronunciarlo.

29- LOS MALOS ALIENÍGENAS

Luego la conversación entre los tres giró en torno a Malditas Werk y de cómo Elser Masgrís, el mago, lo habí­a sepultado bajo el lago. Los amigos wirmianos llegaron a la conclusión de que Malditas Werk, su familia y la tripulación entera, ya era parte de la historia. Laian, a su vez, se enteró sobre la nave negra y, más o menos, cuáles eran las intensiones de sus ocupantes. 

   Deberían conocer a mi maestro, les dijo Laian, en un dado momento, es una gran persona y el mejor mago hasta donde yo sé...aunque a decir verdad nunca conocí a ningún otro. 

   Y tú, ¿cuántas magias sabes hacer?, le preguntó Opzmo. 

   La verdad, no sé ninguna... todo lo mágico que puedo demostrar está aquí dentro, un regalo de mi maestro para sacarme de apuros. Laian señaló el morral mágico a su lado. 

   Pero parece estar vacío, dijo Fluo Max, que ya lo sabía por los escaners que nada habían detectado cuando habían ingresado a las instalaciones.

   Parece, es cierto, pero cuando necesito algo solo tengo que meter la mano y sea lo que fuere que yo necesite sale de él. Por lo menos hasta ahora nunca me ha fallado, dijo Laian, con una mueca. Opzmo, que estaba tan o más curioso que su amigo, quiso saber si Laian podía hacerles una demostración. Laian se mostró indeciso, ora por miedo ora porque no necesitaba de nada de inmediato. 

   Es que por el momento no necesito nada. No puedo fingir necesitar algo sin realmente necesitarlo, el morral mágico no funciona así, dijo, dando de hombros. Opzmo creyó oportuno hacer gala de una magia que igualaba a la de su maestro, así que empezó a levitar y a pasearse por el recinto con piruetas en el aire llenas de gracias. Laian sonrió con sus payasadas y aplaudió cuando Opzmo terminó su cómica exhibición.

   Es más, dijo Fluo Max, también empieza a sudar violeta cuando se pone nervioso, es por eso que siempre viste ropas violetas, ¿no es, Opzmo? 

   Sí, y él se pone fluorescente por la misma razón, dijo Opzmo, mirando a Laian. 

   Creo que a nuestro amigo le gustaría conocer las instalaciones, propuso Fluo Max. Laian esbozó una gran sonrisa.   

A cada nueva puerta que se abría un nuevo universo repleto de artefactos inimaginables apabullaba los sentidos de Laian, que al tiempo que se maravillaba deseaba que su maestro estuviera junto a él para ver con sus propios ojos aquel mundo nuevo. Con seguridad él sabría para qué servía cada cosa. 

   A la hora del almuerzo, sus dos anfitriones galácticos lo acomodaron entre ambos. La comida servida tenía un aspecto extraño aunque estaban echas con las verduras y carnes que Laian conocía, pero al probarla comprobó que no sabía a nada, como si las hubieran cocinado sin sal. 

   Fluo Max y Opzmo y los demás comían animadamente. 

   ¿Qué te parece nuestra comida, Laian?, le preguntó Opzmo. 

   Es diferente, pero está muy buena, contestó Laian, disimulando no importarse con el sabor. Por educación no se atrevía a objetar la insipidez del almuerzo. 

   Como habrás notado, nosotros comemos los alimentos sin sal, dijo Opzmo, insistiendo en el mismo tema. Fluo Max lo miró extrañado, sin saber de dónde sacaba eso, si la comida sabía como siempre, pero conociendo como lo conocido a su amigo imaginó por donde venía la cosa

   Sí, lo noté, respondió Laian, con una sonrisa sin gracia. 

   Si lo prefieres puedes ponerle sal a tu gusto, si tienes, dijo Opzmo. Laian paseó la mirada por la larga mesa y constató que no había nada parecido a un salero. Entonces sin más ceremonia introdujo una mano en el morral mágico y sacó un salero y cuando estaba por salar su almuerzo notó que Fluo Max, Opzmo habían callado, pero al levantar la vista vio que lo estaban mirando con una ligera sonrisa. Luego estallaron sus las risotadas. El morral realmente era mágico. 

3O- EL LAGO TUM TUM

Luego de la partida de Laian, uno de los habitantes de la aldea, un día, yendo atrás de un javalí, se acercó a la orilla del lago. De repente oyó el famoso "tum tum", tantas veces oído,  repetidas veces, entonces levantó la vista y vio en el medio del lago que se formaban anillos concéntricos provocados por algo sumergido en las aguas. El aldeano huyó aterrorizado, pensando que bajo las aguas vivía un monstruo. Desde ese día bautizaron al lago con el nombre de "Tum Tum". La superstición los habí­a envuelto como un manto oscuro, y para empeorar las cosas, poco después de Laian, Elser Masgrís también había partido hacia el sur con una excusa que a nadie le quedó muy clara. Al verse sin la protección del mago, el temor de que el monstruo sin forma ni rostro pudiera venir tras ellos les comprimía el corazón; ya el miedo se había instalado en sus mentes y almas, como una enfermedad incurable. Poco antes de caer la noche, todas las puertas y ventanas se cerraban y solo se volvían a abrir cuando el día ya estaba claro. Pero una noche sucedió que el retumbar aterrador se volvió tan repetitivo que los habitantes creyeron que el monstruo del lago por fin había enloquecido. Nadie se atrevió a cerrar los ojos esa noche y temiendo lo peor, se mantenían en silencio y rezando en los rincones y hasta los animales en los establos y corrales se sentían más inquietos que cuando oían los aullidos de los lobos. En cierto momento el "tum tum" se detuvo de repente y un silencio estremecedor se abatió sobre ellos, aunque nadie se atrevió a confesar lo que sentía sus miradas lo decían todo. De madrugada oyeron que algo se aproximaba desde algún lugar del bosque, un ruido indefinible, creciendo asustadoramente como un vendaval arrastrando todo a su paso hasta que el infierno llegó a sus puertas y fue el fin. 


El ruido aterrador que todos oían desde hacía tanto tiempo había estado debilitando poco a poco la represa, abriendo pequeñas grietas, y esa noche el martilleo incesante por fin había hecho que la tierra y las piedras cedieran ante la presión de las aguas represadas. El torbellino de aguas barrientas mezcladas con piedras se precipitó con fuerza colosal por el bosque, arrastrando árboles y todo lo que se interpuso en su camino, directo hacia la aldea. Cuando la catástrofe los encontró, los pocos habitantes que lograron sobrevivir, atascados en el barro pegajoso, entre vacas, cerdos y caballos que chapaleaban peligrosamente a su lado, y otros que yací­an tendidos en diferentes puntos de la destrucción clamaban por socorro entre sollozos y voces lastimeras, pero nadie acudiría en su ayuda, porque la muerte había llegado a sus puertas para cargarlos en su lomo huesudo y llevarlos al oscuro más allá. 

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LAIAN Y LOS ALIENÍGENAS - parte 6 por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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