sábado, 17 de abril de 2021

POLLY POCKET VUELVE A SER FELIZ (¡COMO ANTES!)

 


Polly soñaba con Gaby, la verdad siempre soñaba con su mejor amiga, ¡la extrañaba tanto!, cuando el techo se iluminó como hacía mucho no se veía y esa luminosidad renovada la despertó. Polly estiró el pescuezo y miró hacia arriba y de pronto vio dos manitas de piel suave manoteando la nada.

   Debo estar soñando todavía, pensó Polly, porque la cara que se asomó era igualita a la de Gaby, sin embargo había pasado tanto tiempo que su amiga del alma era una apenas perceptible imagen dentro de sus recuerdos, porque de sueño en sueño lo vivido juntas iba quedando más y más atrás en el pasado. Sin duda, Gaby ahora se vería muy diferente, quizás con algunas arrugas y el pelo de otro color. Pero ahí estaba esa personita igual a Gaby, estirando los bracitos hacia ella pero sin conseguir darle alcance, a pesar del esfuerzo que hacía. Tal ves si se arrimase hacia sus manitas...

   Gaby también al comienzo tampoco conseguía darle alcance, en esas ocasiones Polly se arrimaba a sus manos sin que ella se diera cuenta; de esa manera podían a empezar a jugar en seguida. Pero un día Gaby se dio cuenta de su artimaña, ¡y ahora?, se preguntó, pero Gaby le secreteó al oído que eso sería un secreto solo de ellas dos; y así fue, hasta que llegó un tiempo en que su amiga del alma se fue distanciando de a poco y un buen día el techo se cerró y la luz se fue para siempre junto con Gaby. 

   La vocesita de la nenita la sacó de los recuerdos. 

   ¡Mami, mamí!, chilló y luego: ¡una muneca, una muneca, mami! 

   Una voz de mujer se oyó de lejos contestarle: ya voy, ya voy. 

   Y de pronto, la magia. 

   Gaby, más vieja, pero encantadora como siempre, y teñida, pero encantadora como siempre, de pronto se asomó por detrás de un hombro de su hijita. A Polly se le aguaron los ojos y seguramente gratos recuerdos habrían vuelto a florecer en la mente de Gaby, porque no más verla, también se le humedecieron los suyos. 

   Y de pronto, la magia de nuevo: Gaby la sacó de la caja.

   Polly esperaba un abrazo, una caricia; y los tuvo: un abrazo fuerte y largo y dos tiernos besos, uno en cada mejilla, para que ninguna se pusiera celosa con la otra. 

   ¡Como antes!, exclamó por dentro, jubilosa.

   Ella es Melisa, mi hija, le dijo y añadió: y sé que la harás tan feliz como me has hecho a mí, le secreteó al oído.

   ¡Como antes! Al oír esto a Polly se le formó un nudo en la garganta tan grande que aunque pudiera hablar no lo conseguiría. 

   Y ella es Polly, le dijo después a su hijita, que de inmediato la tomó en sus brazos y le dijo:

   Te quielo, Polly. Polly no pudo más contener las lágrimas y le mojó el hombro donde apoyaba su cabeza. 

   ¡Mami!, Polly ta yolando, dijo la pequeña, agrandando los ojitos como dos uvas, apenas sintió la mojadura. 

   Claro, mi amor, es de alegría, ¿no es cierto, Polly?, le dijo Gaby, con una sonrisa, mientras le alisaba el cabello a ambas.

  Era cierto, Polly lloraba de alegría, y para confirmárselo le guiñó un ojo. Otro secreto entre ambas. ¡Como antes! 


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martes, 13 de abril de 2021

ANAND Y LOS MONOS

  

Después que Daya terminó de prepararle la bandeja con los Mangalore Buns, Anand fue a sentarse al jardín, lugar que tiene casi como sagrado, y donde suele pasar largas horas tomando el desayuno o practicando la lectura y escritura, siempre que el tiempo lo permita. 

   Era una mañana alegre, con el canto de las aves y el ruidoso movimiento de los monos entre la arboleda que tanto le agradaba oír. Anand cerró los ojos y dejó que el primer bocado le arrancara un profundo suspiro. 

En la copa de los árboles el suspiro de Anand no fue desapercibido por los monos, que suspendieron lo que hacían de inmediato y fijaron su atención en él. 

   De vez en cuando se miraban entre sí, o bien lo hacían hacia Bandor, el jefe de la manada. De pronto vieron al mayordomo acercarse a Anand. 

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 La irrupción del mayordomo, sacó a Anand del mundo de profundos suspiros y dulces sabores. 

    Mi, señor..., dijo el mayordomo.

    ¿Qué deseas, Kiran? 

   El señor Singh ha llegado y desea verlo. 

   ¿Singh, a esta hora? Anand frunció el ceño, bueno, está bien, dile que ya voy a su encuentro. 

   Sí, mi señor, respondió el mayordomo y se retiró tan silencioso como había venido. 

   Anand abandonó la bandeja con los buñuelos con pesar y fue a ver qué deseaba el señor Singh. 

En la copa de los árboles la retirada de Anand inquietó a los monos, que de inmediato se agruparon y empezaron a secretear. 

   Bandor, que miraba fijamente para la bandeja, allá abajo, de pronto emitió un gruñido y toda la manada fijó los ojos en él. Le hizo señas a uno de los monos, que de inmediato se lanzó por los aires y saltando de gajo en gajo llegó al lado de la mesa y rápidamente se hizo de la bandeja. Y con la destreza del más hábil y eficiente mozo llegó a la copa de los árboles sin dejar caer ningún buñuelo. 

Los monos, agrupados alrededor de la bandeja, se deliciaban como nunca cuando notaron a Anand retornando a la mesa, entonces detuvieron la fiesta y esperaron.

   Anand, apenas vio la mesa vacía, se llevó una decepcionante sorpresa. 

   Pero ¿adónde han ido a parar mis Mangalore Buns?, se preguntó, rascándose el turbante. Pero pasada la sorpresa, sus ojos treparon a las alturas; y aunque no vio los buñuelos ni la bandeja las barrigas abultadas de los monos fue suficiente para comprenderlo todo. Amonestó a su persona por descuidada, pero a pesar del disgusto se sorprendió haciéndoles una reverencia a los monos. En seguida volvió a entrar en la casa y los monos, al festín con los buñuelos restantes, escondidos entre el follaje.

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Al rato, Anand retornó a la mesa con otra bandeja repleta de Mangalore Buns en las manos. Al primer bocado, otro profundo suspiro subió hasta las copas de los árboles y en seguida, los pasos de Kiran, acercándose nuevamente a su amo; movimientos estos que pusieron a la manada en alerta.

   Mi, señor, la pequeña Alisha ha despertado y reclama su presencia, le comunicó Kiran. 

   ¡Ay, mi fiel Kiran, creo que hoy no es mi día!, exclamó Anand. Enseguida entraba a la casa, seguido de cerca por Kiran. Entonces los monos se fijaron en la bandeja que quedaba solitario en la mesa. 

El mismo mono que había robado la primera vez, se irguió en dos patas y se disponía a lanzarse al aire cuando una mano de Bandor le oprimió el hombro. El jefe, el índice oscilando delante de su cara ceñuda, le indicó que desistiera de la idea; enseguida lo llevó a la sien y la golpeó tres veces. ¿Pensar, pensar qué? El mono no entendió la actitud de Bandor, pero si el jefe ordenaba algo lo sensato era obedecer sin chistar.

Al poco tiempo, cuando Anand volvió al jardín cargando en sus brazos a la pequeña Alisha, se llevó otra sorpresa, esta vez grata: la bandeja continuaba en la mesa, e intacta. Levantó la vista a las copas de los árboles; los monos lo observaban quietos y en silencio. Por largo rato se los quedó viendo: Anand conversaba con su consciencia. 

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Momentos después, los monos, expectantes, vieron que Anand se levantaba y, tras una nueva reverencia, les ofrecía la bandeja, la cual dejó al pie de uno de los árboles. 

   Luego, la hija en brazos, Anand se retiró a la casa. Momento en que Bandor le chistó al mono ladrón y le indicó que ahora sí podía apoderarse de los buñuelos. 

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"Otra mañana alegre en el jardín", pensó Anand, a la mañana siguiente, cuando llegó al jardín para devorar los deliciosos Mangalore Buns que traía en una bandeja. De pronto notó un gran gajo de bananas sobre la mesa, y al lado las bandejas del día anterior. Anand levantó la vista; las aves cantaban y los monos, ruidosos como de costumbre entre la arboleda, como si tal cosa, a no ser por las disimuladas miradas de reojo echadas hacia abajo, que Anand no dejó de percibir. 

   De pronto Anand hizo sonar la campanilla, y cuando Kiran apareció le pidió que llevase las bananas a la cocina y que le pidiera a Daya para preparar otras dos bandejas de Mangalore buns. 

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martes, 6 de abril de 2021

LLEGAR AL FUTURO

 Tanto los tres hombres como los animales, un perro y tres caballos, sintieron olor a humo y enseguida vieron que la escenografía empezaba a arder desde los bordes de la página donde se encontraban. Los animales, los ojos agrandados, se inquietaron. Ya a los hombres, sorprendidos, los abrumaba la inquietud.

   ¡Incendio!, gritó uno de ellos. 

   ¡¿Un incendio?!, no creo recordar ningún incendio en la trama, dijo otro, mirando el aire que se volvía brumoso y amarillento. 

   Inútil es pensar en ello, dijo el tercero, que acababa de manotear el perro, instantes antes de partir todo galope. 

   Los otros dos, aún indecisos, vieron el bulto que formaban jinete, caballo y perro llegar a la cima de la colina y saltar al abismo, sobre las llamas infernales. Segundos después el fuego los alcanzó, matándolos en el acto. 

   El jinete sobreviviente tuvo que sacrificar el caballo, dándole un tiro en cabeza, porque se quebró dos patas en la caída; después, medio descalabrado, salió corriendo seguido por el perro hacia una línea de luz al ras del piso, y así, pasando por debajo de varias puertas, consiguieron llegar a la calle, salvando el pellejo. Allí, varios gigantes corrían para todos lados, gritando con voces de trueno. Jinete y perro corrieron a esconderse entre la selva de pasto que crecía al lado de la gigantesca construcción.

   Creo que hemos llegado al futuro, le dijo el jinete al perro, que, como su dueño, parecía no entender nada. 

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lunes, 5 de abril de 2021

EL LADRÓN DE PALABRAS

 


1) Un día cualquiera.

El hombre dobló la bolsa de lona, se la puso debajo de un brazo y entró a la biblioteca. Al oír que alguien decía "buen día", el bibliotecario dejó de escribir y asomó los ojos por encima de los anteojos y cabeceó afirmativamente, era uno de los últimos socios. El hombre enseguida se perdió entre los pasillos, al rato el bibliotecario lo vio ir a sentarse en una de las mesas de lectura, cargado de libros; se lo quedó observando por un momento, luego siguió con lo suyo. 

   Media hora había pasado desde que entrara el hombre y ya se marchaba, colgando a un costado llevaba la bolsa llena. El bibliotecario correspondió con otro cabeceo al "hasta mañana" del hombre y se lo quedó mirando un momento. No recordaba haberlo visto cargando ninguna bolsa llena, juraba que la llevaba doblada debajo de un brazo solamente. De inmediato dejó lo que estaba haciendo y fue a revisar las estanterías donde el hombre había estado hurgando, pero notar la falta de alguno entre miles era lo mismo que buscar una aguja en un pajar, se dijo. 

2) Al día siguiente. 

El hombre dobló la bolsa de lona, se la puso debajo de un brazo y entró a la biblioteca. Al oír que alguien decía "buen día", el bibliotecario asomó los ojos por encima de los anteojos, pero cuando vio que era el hombre del día anterior largó la lapicera, le correspondió el saludo de modo apático y le clavó la mirada debajo del brazo. Lo siguió con la vista y lo vio entrar en uno de los pasillos y al rato salir cargando varios libros y dirigirse a una de las mesas de lectura. La bolsa doblada continuaba debajo del brazo. Pasada media hora el hombre se paró y, cargando la bolsa sobre un hombro, se dirigió a la salida. Pero el bibliotecario le salió al cruce, interponiéndose en su camino. 

   ¿Qué lleva ahí?, le preguntó, apuntando a la bolsa. El hombre, sorprendido, le dijo que eran cosas personales. 

   Perdone usted, pero lo he visto entrar con la bolsa vacía y por lo que veo ahora parece estar llena, le dijo, desafiante. El hombre dio de hombros. 

   Creo que usted se ha equivocado, la bolsa está tan llena como cuando he entrado, respondió el hombre, mirando la hora y dando a entender que estaba con prisa. 

   ¡No, señor!, yo he visto bien lo que he visto y usted traía la bolsa doblada debajo de un brazo, insistió el bibliotecario y en seguida lo instó a que le mostrara el contenido. El hombre volvió a dar de hombros. 

   Bien, si usted insiste, pero desde ya le digo que son objetos personales que debo llevar a una joyería para que me los evalúen, respondió el hombre, y a seguir abrió la bolsa. Al bibliotecario se le hincharon los ojos del asombro; esperaba ver libros, libros robados de la biblioteca, sin embargo, veía alhajas de oro, coronas de diamantes, collares de perlas y otras joyas, resplandeciendo delante de sus ojos. 

   Perdón, dijo, después de carraspear. 

   Descuide, lo entiendo, pero se trata de joyas de la familia que por razones económicas debo deshacerme de ellas, con mucho pesar eso sí, explicó el hombre antes de marcharse. 

3) Unos días después. 

El hombre de la bolsa de lona no había vuelto a aparecer, en cambio muchos socios de la biblioteca habían acudido para quejarse de que varios libros presentaban fallas: simplemente les faltaban palabras; no que las hojas presentaran recortes o signos de que las palabras hubieran sido borradas, sino que los espacios correspondientes a las palabras faltantes estaban vacíos, como si no hubieran sido impresas. Algunos socios entretanto, que habían llevado más de una vez un mismo libro, corroboraron los desaparecimientos, con lo que un posible error de impresión quedaba descartado. 

   Mire acá, dijo un socio, mostrándole un libro de Somerset Maugham, en el cuento El collar de perlas, faltan todas las palabras "perlas". 

   Y lo mismo sucede con este aquí, dijo una señora, mostrándole una página del cuento Alí Babá y los cuarenta ladrones. El bibliotecario leyó: "Allí encontró ricas mercancías: telas de seda,    ,      , monedas y                  .                 . 

   Está viendo, dijo el socio, faltan las palabras oro, plata y piedras preciosas.   

   En seguida el bibliotecario se vio cercado por veinte o treinta libros a los cuales les faltaban las palabras joya, alhaja, piedras preciosas, oro y diamantes, etcétera.

    El bibliotecario, sin saber por qué, sospechó de inmediato del socio de la bolsa de lona; no tenía claro por qué, pero por las joyas que cargaba en las bolsas seguramente tendría algo que ver. La policía fue llamada y el bibliotecario les contó sobre las joyas. Buscaron en el libro de registro la dirección dada por el socio, pero al acudir a dicha dirección se encontraron que correspondía a un baldío. 

4) Dos días después del incidente. 

 El hombre se acomodó la bolsa en el hombro y entró en la biblioteca. Al oír que alguien decía "buen día", el bibliotecario dejó de escribir y asomó los ojos por encima de los anteojos, era el hombre de la bolsa, esta vez la traía colgada de un hombro y parecía estar llena. Como de costumbre, cabeceó afirmativamente, pero lo siguió con la vista y cuando el hombre hubo entrado en uno de los pasillos, volvió a cabecear en su dirección, pero para los cuatro policías vestidos a la paisana que simulaban leer en mesas separadas. Ellos le devolvieron el cabeceo y continuaron la simulación. Al rato apareció el hombre, cargado de libros, ocupó la mesa más alejada de los cuatro lectores y dejó la bolsa al lado de sus pies. Mientras pasaba páginas como si no leyera sino como buscando determinada palabra, de vez en cuando levantaba levemente la vista. Una vez encontró al bibliotecario observándolo por encima de los anteojos y otra, la mirada puesta en él de uno de los otros lectores. No había que ser muy despierto para darse cuenta que estaba siendo observado, estaba claro que lo habían descubierto. Y tampoco eran necesarios muchos años de servicio como para que no se dieran cuenta que el sospechoso ya sabía que había sido descubierto, pensaron los policías, que de inmediato se pusieron de pie. El bibliotecario, al ver el movimiento de los policías los imitó, encaminándose a pasos largos hacia la mesa del sospechoso, que  parecía estar agarrando algo de uno de los libros, pero enseguida lo vio desaparecer en el aire. Atónitos, los cinco se quedaron viéndose los unos a los otros con caras de perplejidad; entretanto se acercaron a la bolsa que había quedado al lado de la mesa y con sorpresa constataron, pues esperaban ver alhajas de oro, coronas de diamantes, collares de perlas y otras joyas, como les había contado el bibliotecario, que la bolsa solo contenía bollos de papel de diario, a modo de hacer bulto nada más. Claramente el hombre tenía la intensión de engañarlo, comentó el bibliotecario. Pero eso carecía de importancia delante del hecho sorprendente de haber desaparecido como por arte de magia. En eso pensaban mientras los cinco hombres pasaban las manos por el aire con la esperanza de tropezar con el cuerpo invisible del desaparecido. Hasta que el bibliotecario vio algo que lo dejó más atónito que un instante antes: al título de uno de los libros sobre la mesa, "El señor de los anillos", le faltaba la última palabra. 

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lunes, 15 de marzo de 2021

EL COLAPSO INADVERTIDO

 A eso de las dos de la tarde el cielo había empezado a oscurecerse y a ventear fuerte. Tormenta de nieve, pensaron unos y lo mismo dijeron otros. Ahora, entrada la noche, fuertes ráfagas azotaban las casas, como si quisieran arrancarlas de cuajo y hacerlas volar por los aires. 

   Adentro de una de ellas, el matrimonio Da Silva no le daba importancia al mal tiempo; mientras no cortaran el suministro de energía, estaba todo bien, pues no había nada en el mundo que les hiciera perder un solo capítulo de la telenovela "Piedra sobre piedra"; y para darse una idea de la atención experimentada durante la transmisión, digamos que el viento huracanado podía borrar del mapa el pueblo entero que ninguno de los dos se daría al trabajo de levantar un dedo siquiera; porque ni en las propagandas salían de la novela, sino que seguían aplastados en sus lugares comentando, como auténticos críticos del espectáculo, los pormenores de cada capítulo. Por eso cuando voló el tejado, a pesar de los baldazos de nieve que cayeron sobre sus cabezas, nada advirtieron; tampoco cuando las paredes laterales y la trasera se desplomaron delante de sus narices, seguramente porque el "muac" sonoro del beso entre la pareja principal resonó en sus mentes más fuerte que ningún otro ruido. De pronto los muebles, menos en los sillones sobre los cuales estaban como clavados, empezaron a temblar y a remontar vuelo. Entretanto, Clóvis, el marido, solo atinó a sujetar el televisor mientras la esposa, Jerusa, se reclinó hacia un costado para ver poder ver la escena completa, ya que el hombro del marido se interponía entre ella y el aparato. Enseguida, la chimenea se apagó y unos segundos después el viento la embolsó y, ladrillo tras ladrillo, desapareció en la nevasca, justo cuando casi terminaba la novela. Para todo esto la nieve acumulada en el piso ya les llegaba casi a las rodillas y formaba una joroba blanca en la espalda de ambos. Fue en ese momento que Clóvis endureció los músculos y, sin desviar la vista de la pantalla, comentó con la esposa: 

   Me parece a mí o ha refrescado de repente. La frase le salió acompañada de vapor. La mujer, pasándose las manos por los brazos para calentarse, y también con la vista pegada al televisor, concordó con su marido, con un apático y vaporoso "ajá". 

                                                                      

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COMIDA III

 


La tormenta de nieve de más de una semana no cesaba, y lo peor de todo: la comida había acabado hacía tres días. El vecino más cercano a quien pedir ayuda vivía a medio día de camino, pero con ese temporal... ni pensarlo. 

   Ross se vio perdido.

   El hambre lo atormentaba hasta cuando dormía; soñaba con manjares aunque ni allí, en lo onírico, conseguía darles alcance; si no estaban en platos ajenos, se despertaba justo cuando iba a dar el primer mordisco. Era una situación en verdad desesperante, el propio infierno en aquel mundo vestido de blanco. 

   En un dado momento, cuando ya empezaba a mirar con mirada de roedor para los libros sobre la estantería encima de la chimenea, escuchó un ruido del lado de afuera, más exactamente hacia la única ventana de la cabaña. Ross se arrastró con lastimosa dolencia y entre la nevasca vio el causante del ruido: un oso hurgando en el tacho de la basura. Las tripas de Ross rugieron con más fuerza y la urgencia del hambre lo empujó hacia la puerta, la cual, rifle engatillado en manos, abrió de inmediato. 

   Por un segundo hombre y bestia se miraron fijo a los ojos; a solo algunos pasos estaba lo que importaba para ambos: la comida. 

   Enseguida, los estallidos de dos disparos consecutivos irrumpieron en el aire, como truenos, y se disiparon haciendo eco en las profundidades del bosque circundante. 

    

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LA CONSIGNA

 


La consigna literaria era la siguiente: escribir un texto que tuviera lugar en una biblioteca infinita que fuera un laberinto. Yo pensé bastante en el asunto pero todos los caminos me llevaron a Borges. De manera que para no ser comparado y, ¡clavado!, no llegarle ni a los talones al gran escritor, no escribí nada. 

                                                                          

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EL SUICIDA Y EL LOCO

    Rapallo, Genova -  Febrero de 1883  Parado al borde del acantilado, Amedeo flexionó las piernas y cuando estaba a punto de dar el gran s...