sábado, 8 de mayo de 2021

EL PEDIDO


En el mismo instante en que abrió los ojos, llegaron hasta él murmullos de voces en la planta baja. Los gitanos, que vivían alrededor del castillo, hablaban de él y de cierta muchacha con el mayordomo. 

   Nadie en el lóbrego salón se dio cuenta de su presencia hasta que su voz, potente e inconfundible, cayó sobre sus cabezas: 

   Me buscaban. 

   Su voz les pareció venir de todos lados y de parte alguna al mismo tiempo.

   Levantaron la vista, los gitanos y la muchacha atada con una soga en medio de ellos, pero nada vieron, solo vacuidad oscura de donde colgaban, inmóviles, grises telarañas hilachentas; después se pusieron a mirar en derredor. El mayordomo fue el único a seguir imperturbable, como si nada hubiera ocurrido. De pronto, a un costado, la voz del conde volvió a tomarlos por sorpresa: 

   ¿Qué desean? Ahora el conde se dejó ver claramente. 

   El mayordomo hizo un ademán con una mano, como para hablar, pero uno de los gitanos se le adelantó. 

   Fue encontrada al comienzo del caserío, conde. El gitano señalaba con mano temblorosa a la muchacha, que, como hipnotizada, no sacaba los ojos desmesuradamente brillantes y agrandados del conde; luego de un momento, donde buscó la aprobación de sus acompañantes para lo que acababa de decir, el gitano continuó: 

   Dijo que quería verle con urgencia. El gitano volvió a buscar con la mirada el apoyo del grupo. 

   ¿Y las ataduras?, preguntó el conde, penetrándolo con su mirar de hielo. 

   El gitano hesitó un instante y luego contó que en un cierto momento la muchacha se había arrepentido, motivo por el cual la habían atado y traído al castillo.  

   Usted sabrá qué hacer con ella, concluyó el gitano y se quedó como esperando algo del señor del castillo. 

   ¡Salgan!, ordenó el conde, cortando de cuajo la esperanza de recompensa. Los gitanos bajaron la cabeza y desaparecieron en silencio por el pasillo que conectaba a la puerta de salida. 

   Enseguida el conde miró a la muchacha: ella seguía, desde la profundidad de sus ojos brillantes, mirándolo con fascinación. 

   Luego de un breve encuentro de miradas, donde chocaron el hielo de los ojos del conde y y el fuego ardiendo en los de la muchacha, el conde le ordenó al mayordomo que la librase de la ataduras. Cumplida la orden, y sin esperar una segunda, el mayordomo abandonó el salón por una puerta escondida en algún lugar impreciso de las sombrías paredes. 

   ¿Cómo te llamas?, preguntó el conde. La muchacha, refregándose ambas muñecas, respondió su nombre: 

   Luminita. 

   ¿Es cierto lo que dijeron los gitanos, que querías verme? La muchacha asintió en silencio, y como el conde se quedara mirándola sin preguntarle nada más, entendió que debía contar el porqué. 

   No quiero envejecer, dijo; luego entornó los ojos de fuego hacia el techo e inclinó levemente la cabeza, dando a entender que estaba lista para la mordida de la inmortalidad. 

   El conde recorrió su cuerpo con mirada calculista, desde el cuello lánguidamente ofrecido hasta los pies, y mientras le crecían los colmillos su mente vislumbraba días mejores en el castillo. 

Licencia Creative Commons
EL PEDIDO por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.

jueves, 6 de mayo de 2021

LA COSTURERA


Al salir del dormitorio Chila Pérez ya estaba arreglada. Cinta amarilla sujetando el cabello en una colita, justo al comienzo de la nuca; vestido sin mangas, blanco y salpicado por graciosas margaritas, sujeto a la cintura por otra cinta amarilla anudada a la derecha con un moño bien hecho. El vestido le llegaba a las rodillas. En los pies, llevaba puestas sandalias de goma blanca.

   Prendió la propaladora del pueblo, que consistía en girar la única perilla del parlante colgado en la pared y que, después del "clac" de encendido, más perceptible al tacto que al oído, cumplía la función de volumen. Todavía no había transmisión, pero se oía un chirrido extraño que no correspondía a nada conocido.

   Al retornar de la cocina, Chila traía una taza de porcelana con motivos florales humeante con té con limón, sobre un platito también de porcelana blanco pero desprovisto de cualquier motivo decorativo. Una rodaja de limón ocupaba casi toda la circunferencia interior de la taza, que apenas apoyó en la máquina de costura, sacó con los dedos y se puso a soplarla, cambiándola de mano hasta que se enfrió; entonces se la llevó a la boca, haciendo feas morisquetas mientras la chupaba. Después la arrojó al tacho de basura forrado con bolsas de papel sobrantes de las compras, cerca del pedal.

   Chila ensartaba el hilo en la aguja de la máquina cuando irrumpió la voz de Ernesto Marín, el dueño y único locutor de la propaladora (la única del pueblo) y del cine (también único), y donde cumplía la función de proyeccionista, dando los buenos días e iniciando la transmisión diaria, desde las nueve a dieciocho, donde leía las principales noticias del diario local y de los dos mayores diarios nacionales, el horóscopo y los resultados de las loterías provincial y nacional, intercalando las lecturas con comerciales gravados (los mismos que, subido a un Renaul "4L", color celeste gastado, con parlante en el techo, anunciaba recorriendo las calles del pueblo) y con bloques musicales de floklore, tango, cumbia, romántico y nueva ola nacional. Durante los intervalos entre las recorridas, de una hora cada, la programación de la radio quedaba a cargo de su esposa o de su hija mayor, pero ninguna hablaba nada, solamente pasaban música y comerciales.

   La máquina ya estaba lista. Chila, sentada y con los pies apoyados en el pedal, tomó un sorbo de té y se puso a desdoblar el vestidito cuidadosamente doblado en dos en un extremo de la máquina, el cual había hilvanado la noche anterior mientras sufría con la mala transmisión televisiva de la novela "El amor tiene cara de mujer". Mientras tanto, en el sofá que tenía al lado, entre la máquina de costura y la puerta de entrada, su muñeca preferida esperaba el estreno de una nueva ropita.

Licencia Creative Commons
LA COSTURERA por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.

martes, 4 de mayo de 2021

MÁS QUE CANTADO


Fuera los campos llanos a perderse de vista, pardusco y salpicado por uno que otro árbol solitario, que puede ser un eucalipto o un paraíso, y vacas dispersas en tanta infinitud, no hay nada más para ver a ras del piso. Ya en las alturas, vuelos solitarios de algún tero espantado quién sabe con qué o un chimango sobrevolando una osamenta, el cielo es cielo semidesnudo. 
   
   Muchas veces ha escuchado decir que el mundo tiene una continuidad inconmensurable más allá de la curvatura de la tierra, pero ese algo más, como muestran los libros y revistas y cuenta la gente, porque nunca ha salido de allí para comprobarlo por él mismo, queda más allá de lo poco que sus ojos pueden ver.  Y con eso que se cuenta, va rellenando el hueco de sus días. 

   En cuanto tiene oportunidad, subido al techo de la casa, el niño mira ese poco mundo que muere enseguida en la línea del horizonte cercano. Y más que cantado está que un día su presencia en el pueblo será recuerdo para algunos pocos. 

jueves, 22 de abril de 2021

EL ÚLTIMO TREN

 1 

En un cierto momento de la madrugada, cuando todos duermen en Santa Carmen, por la estación ferroviaria pasa un tren sobre el cual nadie sabe o sospecha sobre su existencia; ni los vecinos de la estación ni los parroquianos que frecuentan el boliche de enfrente; tampoco el jefe encargado, que vive en la casa adjunta, ni los trabajadores de mantenimiento; tampoco el intendente del municipio ni el gobierno de la provincia y ni el mismísimo presidente de la nación. 

El pueblo de Santa Carmen es lo que suele decirse un lugar olvidado por Dios y los hombres; pero esto no se debe a la distancia de interminables campos semidesnudos que lo separa de la capital, sino porque los autobuses hace años que no entran más al pueblo, pasan de largo por la ruta. No es, sin embargo, un pueblo que pueda ser llamado, todavía, de fantasma, aunque año tras año va a camino de serlo; pero de ello nadie se dará cuenta hasta que un triste dí­a el tren, único medio de transporte público que aún persiste en pasar por el pueblo, deje de funcionar por falta de pasajeros que cada vez son menos. Los que rondan los cincuenta todavía recuerdan que a las siete de la mañana pasaba uno desde la capital y a las ocho pasaba otro de regreso, entre el mediodía y la una, volvía a repetirse el ir y venir sobre los rieles y entre las diez y las once de la noche de nuevo. En cambio en la actualidad, la verdad es que ya los últimos días de la estación agonizan al compás de dos únicos trenes diarios, el mismo de la mañana, regresando por la noche de Bermejo, el final de la línea. No es difícil de imaginar que cuando pase el último tren rumbo al nunca más, el pueblo se hundirá definitivamente en una especie de estado de coma irreversible. Mientras tanto, sus habitantes parecen haber perdido la capacidad de soñar; ya no viajan más y cada vez son menos los que se acercan a la estación, ya que cada vez también son menos los pasajeros que allí bajan. Algunos que otros representantes comerciales, que disminuyen año tras año, ocasionales viajantes vendiendo novedades que duran poco y terminan siempre como adornos inútiles y, claro, las visitas de parientes que viven lejos e hijos que se han marchado a estudiar a la capital y vuelven para pasar las vacaciones. Pero ese magro flujo de pasajeros no dan ganancias ni cubren los gastos de la compañía, podría decirse que si el servicio aún funciona es por negligencia del estado. 

Hay un habitante en Santa Carmen, un joven carpintero llamado Francisco que, según el resto de la gente, tiene la rara costumbre de soñar despierto. Francisco sueña con otras realidades, con otros lugares y con otras gentes. Hay noches en que, perdido en sus pensamientos, se desvela imaginando lugares lejanos y exóticos y donde cree que está la vida que desearía vivir. 

Pero la noche pasada, por la madrugada, el silencio oscuro que rodeaba a Francisco fue roto por silbatos de tren. 

   ¿Un tren, a esta hora? ¿Desde cuándo?, se preguntó y encendió la luz para ver la hora: eran las dos y media en punto. No recordó haber oído nunca pasar ningún tren después de las diez de la noche. Supuso que debía de ser un tren de carga, y todo hubiera quedado por ahí mismo si a la noche siguiente en que de nuevo perdió el sueño, a eso de las dos y media no hubiera vuelto a oír los silbatos de otro tren. 

Hoy por la mañana comenta con un compañero lo del tren, pero el otro no ha oído ni sabe de ningún tren después de las diez. Francisco vuelve a mencionar el asunto con su patrón y obtiene casi la misma respuesta; lo mismo le sucede con otros compañeros y con unos cuantos clientes y con la madre, que tampoco saben nada ni han oído ningún tren por la madrugada. Durante la noche sale a dar una vuelta en el pueblo y se la pasa contando el caso en cada oportunidad que se le presenta, y nada, nadie ha oído nada; incluso ninguno de los amigos que estaban despiertos a esa hora. Francisco piensa que mejor es no mencionar más el asunto, ya que otro amigo le dice que es pura imaginación suya, consecuencia de su manía de soñar despierto. Agobiado por sus dudas resuelve sacárselas hablando con el dueño del circo, en lugar de preguntarle a los monos, se dice. 

El domingo por la mañana agarra la bicicleta y se acerca a la estación. Entra a la sala de espera y va directo a la ventanilla de la boletería: pide hablar con el jefe de la estación. Mientras el hombre no llega observa el letrero con los horarios, el último tren pasa a las diez. Rezongaba algo cuando el jefe apareció. Francisco le devuelve la cortesía del "buen día" y le pregunta directamente por qué el tren de la madrugada no está anunciado en el letrero, ¿o acaso se trata de un tren de carga? 

   Está equivocado, joven, le responde el hombre, el último tren pasa a las diez. No puede ser, piensa Francisco. O su amigo tiene razón y los silbatos nacen en su imaginación o el jefe de la estación esta mintiendo deliberadamente. 

Francisco decide que esa misma noche se quedará en la estación montando guardia para sacarse las dudas de una vez por todas. 

   Vuelve a las diez menos diez, se sienta en un banco de afuera y se queda allí, esperando; ve llegar el tren de las diez y lo ve partir. Cerca de las doce la contemplación de los bichitos de luz lo inducen al sueño. 

El silbato de un tren que se acerca lo despierta, viene desde la capital. Mira la hora: las dos y media. "Estaba yo en lo cierto", pensó, y por lo visto es el único que lo está, porque nadie aparece por la estación, ni el jefe. Piensa en llamarlo para que le explique por qué le ha mentido, pero desiste porque supone que el hombre tendrá sus razones de actuar así. 

   Se trata de un tren de pasajeros. Cuando se detiene ve a algunos pasajeros de miradas curiosas pegados al vidrio de las ventanillas; sin embargo nadie baja, solamente el guarda, que al verlo allí sentado mirando hacia él le pregunta si tomará el tren o no.

   No, solo vine a ver el tren porque nadie parece oírlo pasar, solo yo, responde.

   Por algo será, ¿no lo cree así? Pero dígame, ¿hacia dónde le gustaría ir?, le pregunta el guarda. ¿Pero qué clase de pregunta es esa?, Francisco supone que se trata de una broma, pero nada le cuesta seguirle la corriente al guarda gracioso. 

   Como gustarme, me gustaría ir a lugares lejos de aquí, pero son tantos, le dice, dando de hombros. El guarda lo mira fijo a los ojos. 

   Entonces, tenga el favor de subir que ya vamos retrasados. Francisco duda un instante, ¿de qué se trataba todo aquello? El guarda mira la hora e insiste:

   Mire, jovencito, es ahora o nunca. Francisco piensa en las palabras del guarda: "ya vamos retrasados", "es ahora o nunca", luego mira el resplandor del pueblo por encima de las sombras de los paraísos que bordeaban la calle de tierra, sobre la margen derecha de la estación. "Es ahora o nunca", vuelve a oír en su mente, entonces, como si una fuerza invisible le abofeteara la cara y con ello se le cayera una venda que, sin nunca antes haberla percibido, le había estado cubriendo los ojos desde siempre, responde:

   Pero no tengo boleto ni he traído dinero encima. El guarda vuelve a ver la hora y le dice: 

   Hijo, eso no es excusa. Entonces Francisco se pone de pie, mira por última vez su bicicleta recostada en la pared, junto al banco, y se escucha decir como se escuchan las palabras cuando son leídas en silencio:

   Creo que tiene usted toda la razón, y de un salto sube al tren. 

                                                                     

Licencia Creative Commons                                                                 
El Último Tren por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata

sábado, 17 de abril de 2021

POLLY POCKET VUELVE A SER FELIZ (¡COMO ANTES!)

 


Polly soñaba con Gaby, la verdad siempre soñaba con su mejor amiga, ¡la extrañaba tanto!, cuando el techo se iluminó como hacía mucho no se veía y esa luminosidad renovada la despertó. Polly estiró el pescuezo y miró hacia arriba y de pronto vio dos manitas de piel suave manoteando la nada.

   Debo estar soñando todavía, pensó Polly, porque la cara que se asomó era igualita a la de Gaby, sin embargo había pasado tanto tiempo que su amiga del alma era una apenas perceptible imagen dentro de sus recuerdos, porque de sueño en sueño lo vivido juntas iba quedando más y más atrás en el pasado. Sin duda, Gaby ahora se vería muy diferente, quizás con algunas arrugas y el pelo de otro color. Pero ahí estaba esa personita igual a Gaby, estirando los bracitos hacia ella pero sin conseguir darle alcance, a pesar del esfuerzo que hacía. Tal ves si se arrimase hacia sus manitas...

   Gaby también al comienzo tampoco conseguía darle alcance, en esas ocasiones Polly se arrimaba a sus manos sin que ella se diera cuenta; de esa manera podían a empezar a jugar en seguida. Pero un día Gaby se dio cuenta de su artimaña, ¡y ahora?, se preguntó, pero Gaby le secreteó al oído que eso sería un secreto solo de ellas dos; y así fue, hasta que llegó un tiempo en que su amiga del alma se fue distanciando de a poco y un buen día el techo se cerró y la luz se fue para siempre junto con Gaby. 

   La vocesita de la nenita la sacó de los recuerdos. 

   ¡Mami, mamí!, chilló y luego: ¡una muneca, una muneca, mami! 

   Una voz de mujer se oyó de lejos contestarle: ya voy, ya voy. 

   Y de pronto, la magia. 

   Gaby, más vieja, pero encantadora como siempre, y teñida, pero encantadora como siempre, de pronto se asomó por detrás de un hombro de su hijita. A Polly se le aguaron los ojos y seguramente gratos recuerdos habrían vuelto a florecer en la mente de Gaby, porque no más verla, también se le humedecieron los suyos. 

   Y de pronto, la magia de nuevo: Gaby la sacó de la caja.

   Polly esperaba un abrazo, una caricia; y los tuvo: un abrazo fuerte y largo y dos tiernos besos, uno en cada mejilla, para que ninguna se pusiera celosa con la otra. 

   ¡Como antes!, exclamó por dentro, jubilosa.

   Ella es Melisa, mi hija, le dijo y añadió: y sé que la harás tan feliz como me has hecho a mí, le secreteó al oído.

   ¡Como antes! Al oír esto a Polly se le formó un nudo en la garganta tan grande que aunque pudiera hablar no lo conseguiría. 

   Y ella es Polly, le dijo después a su hijita, que de inmediato la tomó en sus brazos y le dijo:

   Te quielo, Polly. Polly no pudo más contener las lágrimas y le mojó el hombro donde apoyaba su cabeza. 

   ¡Mami!, Polly ta yolando, dijo la pequeña, agrandando los ojitos como dos uvas, apenas sintió la mojadura. 

   Claro, mi amor, es de alegría, ¿no es cierto, Polly?, le dijo Gaby, con una sonrisa, mientras le alisaba el cabello a ambas.

  Era cierto, Polly lloraba de alegría, y para confirmárselo le guiñó un ojo. Otro secreto entre ambas. ¡Como antes! 


Licencia Creative Commons
POLLY POCKER VUELVE A SER FELIZ (¡COMO ANTES!) por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.

martes, 13 de abril de 2021

ANAND Y LOS MONOS

  

Después que Daya terminó de prepararle la bandeja con los Mangalore Buns, Anand fue a sentarse al jardín, lugar que tiene casi como sagrado, y donde suele pasar largas horas tomando el desayuno o practicando la lectura y escritura, siempre que el tiempo lo permita. 

   Era una mañana alegre, con el canto de las aves y el ruidoso movimiento de los monos entre la arboleda que tanto le agradaba oír. Anand cerró los ojos y dejó que el primer bocado le arrancara un profundo suspiro. 

En la copa de los árboles el suspiro de Anand no fue desapercibido por los monos, que suspendieron lo que hacían de inmediato y fijaron su atención en él. 

   De vez en cuando se miraban entre sí, o bien lo hacían hacia Bandor, el jefe de la manada. De pronto vieron al mayordomo acercarse a Anand. 

3

 La irrupción del mayordomo, sacó a Anand del mundo de profundos suspiros y dulces sabores. 

    Mi, señor..., dijo el mayordomo.

    ¿Qué deseas, Kiran? 

   El señor Singh ha llegado y desea verlo. 

   ¿Singh, a esta hora? Anand frunció el ceño, bueno, está bien, dile que ya voy a su encuentro. 

   Sí, mi señor, respondió el mayordomo y se retiró tan silencioso como había venido. 

   Anand abandonó la bandeja con los buñuelos con pesar y fue a ver qué deseaba el señor Singh. 

En la copa de los árboles la retirada de Anand inquietó a los monos, que de inmediato se agruparon y empezaron a secretear. 

   Bandor, que miraba fijamente para la bandeja, allá abajo, de pronto emitió un gruñido y toda la manada fijó los ojos en él. Le hizo señas a uno de los monos, que de inmediato se lanzó por los aires y saltando de gajo en gajo llegó al lado de la mesa y rápidamente se hizo de la bandeja. Y con la destreza del más hábil y eficiente mozo llegó a la copa de los árboles sin dejar caer ningún buñuelo. 

Los monos, agrupados alrededor de la bandeja, se deliciaban como nunca cuando notaron a Anand retornando a la mesa, entonces detuvieron la fiesta y esperaron.

   Anand, apenas vio la mesa vacía, se llevó una decepcionante sorpresa. 

   Pero ¿adónde han ido a parar mis Mangalore Buns?, se preguntó, rascándose el turbante. Pero pasada la sorpresa, sus ojos treparon a las alturas; y aunque no vio los buñuelos ni la bandeja las barrigas abultadas de los monos fue suficiente para comprenderlo todo. Amonestó a su persona por descuidada, pero a pesar del disgusto se sorprendió haciéndoles una reverencia a los monos. En seguida volvió a entrar en la casa y los monos, al festín con los buñuelos restantes, escondidos entre el follaje.

6

Al rato, Anand retornó a la mesa con otra bandeja repleta de Mangalore Buns en las manos. Al primer bocado, otro profundo suspiro subió hasta las copas de los árboles y en seguida, los pasos de Kiran, acercándose nuevamente a su amo; movimientos estos que pusieron a la manada en alerta.

   Mi, señor, la pequeña Alisha ha despertado y reclama su presencia, le comunicó Kiran. 

   ¡Ay, mi fiel Kiran, creo que hoy no es mi día!, exclamó Anand. Enseguida entraba a la casa, seguido de cerca por Kiran. Entonces los monos se fijaron en la bandeja que quedaba solitario en la mesa. 

El mismo mono que había robado la primera vez, se irguió en dos patas y se disponía a lanzarse al aire cuando una mano de Bandor le oprimió el hombro. El jefe, el índice oscilando delante de su cara ceñuda, le indicó que desistiera de la idea; enseguida lo llevó a la sien y la golpeó tres veces. ¿Pensar, pensar qué? El mono no entendió la actitud de Bandor, pero si el jefe ordenaba algo lo sensato era obedecer sin chistar.

Al poco tiempo, cuando Anand volvió al jardín cargando en sus brazos a la pequeña Alisha, se llevó otra sorpresa, esta vez grata: la bandeja continuaba en la mesa, e intacta. Levantó la vista a las copas de los árboles; los monos lo observaban quietos y en silencio. Por largo rato se los quedó viendo: Anand conversaba con su consciencia. 

10 

Momentos después, los monos, expectantes, vieron que Anand se levantaba y, tras una nueva reverencia, les ofrecía la bandeja, la cual dejó al pie de uno de los árboles. 

   Luego, la hija en brazos, Anand se retiró a la casa. Momento en que Bandor le chistó al mono ladrón y le indicó que ahora sí podía apoderarse de los buñuelos. 

11 

"Otra mañana alegre en el jardín", pensó Anand, a la mañana siguiente, cuando llegó al jardín para devorar los deliciosos Mangalore Buns que traía en una bandeja. De pronto notó un gran gajo de bananas sobre la mesa, y al lado las bandejas del día anterior. Anand levantó la vista; las aves cantaban y los monos, ruidosos como de costumbre entre la arboleda, como si tal cosa, a no ser por las disimuladas miradas de reojo echadas hacia abajo, que Anand no dejó de percibir. 

   De pronto Anand hizo sonar la campanilla, y cuando Kiran apareció le pidió que llevase las bananas a la cocina y que le pidiera a Daya para preparar otras dos bandejas de Mangalore buns. 

Licencia Creative Commons
ANAND Y LOS MONOS por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.

   


martes, 6 de abril de 2021

LLEGAR AL FUTURO

 Tanto los tres hombres como los animales, un perro y tres caballos, sintieron olor a humo y enseguida vieron que la escenografía empezaba a arder desde los bordes de la página donde se encontraban. Los animales, los ojos agrandados, se inquietaron. Ya a los hombres, sorprendidos, los abrumaba la inquietud.

   ¡Incendio!, gritó uno de ellos. 

   ¡¿Un incendio?!, no creo recordar ningún incendio en la trama, dijo otro, mirando el aire que se volvía brumoso y amarillento. 

   Inútil es pensar en ello, dijo el tercero, que acababa de manotear el perro, instantes antes de partir todo galope. 

   Los otros dos, aún indecisos, vieron el bulto que formaban jinete, caballo y perro llegar a la cima de la colina y saltar al abismo, sobre las llamas infernales. Segundos después el fuego los alcanzó, matándolos en el acto. 

   El jinete sobreviviente tuvo que sacrificar el caballo, dándole un tiro en cabeza, porque se quebró dos patas en la caída; después, medio descalabrado, salió corriendo seguido por el perro hacia una línea de luz al ras del piso, y así, pasando por debajo de varias puertas, consiguieron llegar a la calle, salvando el pellejo. Allí, varios gigantes corrían para todos lados, gritando con voces de trueno. Jinete y perro corrieron a esconderse entre la selva de pasto que crecía al lado de la gigantesca construcción.

   Creo que hemos llegado al futuro, le dijo el jinete al perro, que, como su dueño, parecía no entender nada. 

Licencia Creative Commons
LLEGAR AL FUTURO por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.

EL SUICIDA Y EL LOCO

    Rapallo, Genova -  Febrero de 1883  Parado al borde del acantilado, Amedeo flexionó las piernas y cuando estaba a punto de dar el gran s...