1 - EL PERSEGUIDOR
Los pasos son como deben de ser, dada la situación: sigilosos.
Nunca se sabe, susurra muy bajito.
Y los movimientos, milimétricamente calculados. Cualquier vacilación puede ser el principio del fin. ¿Quién puede saber con exactitud adónde se dirige, si la respuesta está en cada próximo paso?
Es cierto, sabe que perseguir y ser perseguido no se debe únicamente a que uno va atrás de otro, muchas veces el que va detrás es el que está siendo conducido por el perseguido, adonde él tiene más ventaja. ¿Entonces, quién es realmente el perseguido: él, yo, o ambos lo somos?
Lo que ha de suceder, sucederá, es una ley ineludible, como la muerte... Y tal cual ella está presente en todos lados, para cualquiera, vuelve a decir casi inaudible mientras sigue adelante.
2 - EL PERSEGUIDO
Tropezó de nuevo. El ruido producido se multiplicó escandalosamente en algunos ruidos idénticos que salieron rebotando contra los paredones del profundo desfiladero hacia todos lados.
Se detiene. Tiene ganas de maldecir pero se contiene, apretando con fuerza las mandíbulas.
Una piedra irregular, que no se acomoda ante el peso del paso sino que se desliza, choca contra otra y, trabándose en ésta, el tropezón se anuncia con demasiado ruido.
Es lo que sucedió.
Debe tener más cuidado; tiene que mantenerse sereno, es necesario que así sea.
Se vuelve... No ve al otro.
Por un lado éso le parece bueno, ya que supone una ventaja; pero por otro lado, en ese mundo por donde se mueven, ocultarse a metros sin ser visto es bien factible. Entonces no se siente tranquilo.
Sigue mirando hacia atrás.
Estudia la huella pedregosa por la que ha estado viniendo. Por veces el camino, que parece una culebra, se pierde en un recodo, imperceptible en aquel todo-igual-de-piedra, para reaparecer, un poco más allá, y continuar siendo más de lo mismo hasta el próximo recodo.
Allí siempre se ve lo mismo, se mire desde el ángulo que se mire: piedra, piedra y más piedra. Piedra atrás, adelante y alrededor, haciendo del mundo que ha quedado afuera apenas un montón de recuerdos, que lo mejor es evitarlos.
3 - EL PERSEGUIDOR
Se detiene en seco: algo más se mueve...
Ha oído un ruido y éste ha rebotado, como un eco, unas pocas veces... ¿De hombre o de animal, o es solamente un pedazo de roca desprendido? Le gustaría saberlo. Por ahora es solo un ruido, producido no muy lejos.
Tal vez sea la costumbre de oír hasta lo que no hace ruido. Apenas mueve los labios para decir esto.
Mira con atención en derredor pero con más atención a lo que hay adelante. Cada detalle merece una mirada exhaustiva.
Solo hay rocas hasta perderse de vista, mire para donde se mire. El cielo, en lo alto, donde terminan los dos colosos de piedra es una lonja azul retorcida, igual al camino serpenteando el roquedal. Allá arriba las crestas de las cimas son de un marrón claro, pero acá abajo es distinto: una sombra omnipresente se extiende a lo largo del día y que se vuelve noche antes que arriba. Después de tres días allí dentro sabe que es así.
4 - EL PERSEGUIDO
Nunca mira seguido para el cielo, ni por mucho tiempo. Le da vértigo hacerlo. Le pasa como cuando era niño y se pasaba horas acostado en la hierba mirando como hipnotizado el cielo.
En un momento todo se invierte y entonces ya no se siente estar abajo sino arriba, flotando. Entonces los ojos ya no ven el cielo como cielo, sino como las aguas de un océano infinito. Nube que pasa boyando en el eterno azul es cualquier cosa menos una nube, toda forma corresponde a algo concreto, siempre, como las manchas en las paredes y el cielo raso; que la corriente imperceptible se lleva hacia más allá de los ojos, donde la curvatura de la tierra muestra el límite último del horizonte y se traga todas las formas.
Él lo sabe, desde niño lo sabe. Pero ahora es distinto.
5 - EL PERSEGUIDOR
No mira el cielo porque lo que busca no vuela; también sabe que después de haber intentado apresurar el paso, sin conseguir más que tropiezos traicioneros por un par de metros, se mantendrá caminando con especial cuidado de no dejar huellas. Lo que no es difícil dado que allí, menos el aire y la luz, todo es piedra.
Sus ojos van y vienen, deteniéndose en formas parecidas a otras formas. Nada. Ningún movimiento, ninguna forma que no parezca hecha de piedra. Mira bien cada roca, cada hueco; no puede correr el riesgo de distraerse con ninguna abstracción, pues de los sentidos en alerta constante dependerá la luz de un día más.
6 - EL PERSEGUIDO
Está arrepentido de no haber seguido por la selva, pero fue la distancia, mucho mayor, y los tantos peligros a que se está expuesto allí, que lo hicieron tomar el atajo por el desfiladero. Ahora duda sobre la elección tomada.
Mucho ha oído hablar de este pasaje entre la montaña, desde siempre, pero una cosa es oír hablar y otra muy diferente conocerlo de cerca.
¿Qué pensará él? Seguramente algo parecido.
Se vuelve: nada se mueve. Retoma el andar.
No saber cuánto falta para la salida es lo que lo desespera, éso y ser alcanzado. Pero sabe bien que tampoco la encontrará hoy: allá en las alturas, el azul del cielo se está volviendo más azul.
Tengo que buscar un rincón seguro, una grieta en las paredes rocosas, donde esperar la luz de mañana, fue lo último que pronunció tan inaudible como en las otras veces que dijo algo.
De allí en más solamente hablará en pensamientos.
7 - EL PERSEGUIDOR
Mira, a la distancia, lo que hay por delante. A veces da mareo mirar todo igual, como en el desierto, como en medio del océano las rocas. Piedra y solo piedra, y el camino que sigue, culebroso, perdiéndose por momentos entre los paredones rocosos, para reaparecer luego allí; y de "luegos allí" está harto.
El camino siempre le está pareciendo sin final, infinito; donde solo él se mueve... porque del otro... ni señal de vida hasta ahora; y ésto, su ausencia, es una perturbación constante.
Cualquier lugar es potencialmente un lugar de emboscada.
Abre bien los ojos, para las orejas, huele el aire. Todo es piedra, todo es quietud, menos el hilo de cielo donde terminan los paredones, donde se ven algunas nubes pasando.
La noche ya cae, inexorable. Sus ojos buscan por una grieta.
8 - EL PERSEGUIDO
Se ha decidido por una, entra a la grieta y se acurruca en lo más hondo que puede, donde no llega la luz de las estrellas.
¿A que distancia será que se encuentra? Dudo que él conozca este atajo. En este caso estamos a la par, por todo lo demás estoy en plena desventaja: no dispongo de ninguna arma; a no ser una piedra, pero que es una pedrada comparada a una bala, con más alcance y velocidad.
A no ser que...
El sueño lo agarra pensando en lo que se le acababa de ocurrir momentos antes.
9 - EL PERSEGUIDOR
Está recostado sobre la pared, la noche ya se ha tragado todas las formas, todas las tonalidades del marrón predominante allí. Solo se oyen el siseo rumoroso de la brisa contra las aristas de las rocas y su respiración, nada más.
Tiene sed, hambre, cansancio... Él lo aguanta todo, está hecho para ello, pero ¿hasta cuándo...? Y el otro, ¿hasta dónde también?
Sobre esto aún piensa cuando el sueño lo vence.
10 - EL PERSEGUIDO
La luz ha clareado todo ya, desde hace rato. Cuando despertó todavía estaba oscuro, y desde entonces ha permanecido hecho un ovillo en el fondo de la grieta, como un perro asustado, los ojos fijos más allá de la salida: en el camino.
En cualquier momento de hoy o de mañana, a más tardar, o de pasado mañana, que sea, no importa cuánto tenga que aguardar, aguantando la sed y el hambre, lo verá pasar, y entonces todo terminará. Sí, todo terminará cuando lo vea pasar y seguir, en un avanzando ciego atrás de una ilusión, porque cuando crea que ya está tan lejos que ni volteándose pueda verlo, ahí, justo ahí, saldrá de la grieta y volverá por donde ha estado viniendo.
Esto es lo que se le ha ocurrido anoche al perseguido, y sobre lo que se ha quedado pensando hasta que el sueño lo agarró, y en lo que seguirá pensando hasta que su perseguidor pase por él.
11 - EL PERSEGUIDOR
Cuando las formas empiezan a insinuarse, sale de la grieta. Escruta hacia adelante, el camino ya se destaca entre el roquedal, lo suficiente para devolverle una imagen de piedras milenarias, pero no ve al otro. Ya esperaba por ello, pues nunca lo ha visto, solo su rastro hasta en la entrada del desfiladero, donde se ocultó en las rocas.
¿Y si no ha agarrado por el desfiladero? ¿Y si es tan bueno para huir como él lo es para perseguir? Acepta esos pensamientos con movimientos de cabeza.
Entonces se acomoda el fusil y avanza... pero en sentido contrario.
Ese ya está muerto, dice, por primera vez no cuidándose en bajar la voz. Eso fue lo último que dijo antes de volver por donde había venido, el perseguidor.
12 - EL PERSEGUIDO
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LOS PERSEGUIDOS por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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