martes, 29 de septiembre de 2020

LA MIRADA


 Tomaba una cerveza solo. El bar no estaba muy lleno, cinco o seis mesas, y en una de ellas, dos más allá de la mía, estaban una chica de espalda a mí, frente a ella un grandulón de mirada enojada y a la derecha de ambos otra chica. Arriba del mostrador había un televisor, con lo que no tenía como no darme cuenta cómo el grandote no me quitaba la vista de encima. Pensé que estaría con algún problema mayor que sus posibilidades de solucionarlo para agarrársela conmigo, que dicho sea de paso se necesitaba otro igual a mí para igualarlo en tamaño entre ambos. Era fornido y el único brazo que podía ver era musculoso, macizo, y todo tatuado; otro tatuaje le asomaba por el cuello de la remera y le cubría todo el cuello, también fornido, como de toro. Sentí como si aquellas miradas que me dedicaba la mole fuera el preludio de una pelea, que claramente perdería yo, entonces pasé la mano disimuladamente en la pistola que cargaba en la cintura, tapada por la remera, y me tranquilicé. De pronto la chica que estaba al lado le dijo algo y él respondió y siguió hablando con una y otra con la misma mirada fiera. "Bueno, pensé, pasa algo entre ellos", lo que no quería decir que no se la agarrara conmigo. Cuando paró de hablar se dio vuelta hacia el mostrador y pidió otra cerveza, casi como una orden, y siguió mirándome como siempre. Después que el mozo le trajo la cerveza se paró, entonces vi erguirse hasta tapar el televisor un ropero tamaño "king size" (ahí volví a palpar la pistola), pero el gigante se encaminó al baño. En ese momento, justo ahí, noté que llevaba puesta una bermuda donde, sobre el muslo izquierdo, estaba escrito UFC y la misma inscripción en la espalda de la camiseta, y agudizando la vista pude ver que en lugar de la oreja izquierda tenía un repollito de Bruselas. Entonces dejé salir de los pulmones el aire que tenía retenido porque vi que se trataba de un luchador o practicante de Vale Todo, y esos tipos no saben mirar de otra manera. 

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La Mirada por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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CUENTO PARECIDO A OTRO CUENTO


Me senté en el banco de la plaza y empecé a observar a la gente. Me urgía hacer un cuento, y que mejor que salir y buscarlo entre la gente cuando no se lo encuentra dentro de casa. Al rato, una pareja se sentó en uno de los bancos del otro lado del paseo; ella, un hembrón y él, parecía un luchador de UFC. Me los quedé observando mientras le buscaba la vuelta al cuento que escribiría a partir de la llegada de una pareja que se sienta frente a un escritor en busca de inspiración en un paseo público. Pero de pronto el tipo me miró, con aquella mirada ruda con que miran los luchadores de UFC. Me hice el distraído, bajé la vista, abrí el cuaderno, saqué la lapicera de un bolsillo y me puse a escribir. En eso recordé otro cuento que había escrito hacía tiempo, donde un luchador de UFC miraba fieramente a un tipo sentado en otra mesa del bar donde tomaban unos tragos. "La mirada", lo intitulé. Éste bien que podría llamarlo "Cuento parecido a otro cuento". Entonces apunté que el luchador que tenía sentado frente a mí venía a preguntarme qué miraba y qué escribía. En ese momento yo dejaba el cuaderno y la lapicera sobre el banco, me paraba y le daba la paliza de su vida y después me acercaba al hembrón y le preguntaba qué estaba haciendo con un perdedor como aquel que se revolcaba de dolor, entre espasmos moribundos. 

   Mientras tanto, entre idea e idea, les echaba una miraba y seguía haciendo anotaciones; a veces él lo notaba y otras no. De pronto, sentí que alguien venía hacia mí y al levantar la vista vi que era el luchador. "Cagamos dijo Ramos", pensé.

   ¿Qué es lo que tanto miras?, me dijo, con autoridad, postura y mirada de luchador. 

  Nada, le dije, miro para ustedes como para cualquier otra persona, al final, para algún lugar tengo que hacerlo, ¿no? Traté de parecer tranquilo, pero ya veía una rodilla en el mentón mandarme a un mundo parecido a estar en coma. 

  ¿Y qué escribís ahí?, me preguntó, señalándome el cuaderno con la quijada de jabalí. 

   Ah, esto, es un cuento, le dije, pero si tanto te intriga te leo de va, le dije. Entonces le leí lo que había escrito. El tipo achicó los ojos y haciendo un gesto de pregunta con la mano me dijo: 

   ¿Y crees que de verdad me harías eso que escribiste ahí? 

   Se refería a la paliza, sin dudas. 

  Claro que no, es apenas un cuento, es decir, otra forma de mentir. 

   El grandulón esbozó una sonrisa sarcástica que le desfiguró el semblante de piedra y se fue diciendo: 

   Sigue soñando entonces. Así que le hice caso. 

   Unos días después, cuando el cuento quedó redondito al tipo no lo reconocía ni la madre de la paliza que le di y el hembrón era la madre de mis dos hijos, ja. 

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lunes, 28 de septiembre de 2020

LEOPOLDITO


Los Miguens estaban preocupados con el pimpollo de la casa, Leopoldito, que tenía dos años y se asemejaba a un cachorro de hipopótamo, no estaba por ningún lugar. 

   Sí, Leopoldito comía mucho, como un glotón; y su estómago parecía no tener fin. La suerte de sus padres era que vivían en la misma casa de los padres de Yoli, la mamá del nene descomunal, que ayudaban a comprar comida. 

   Si sigue así comprimirá tanto el resto de los órganos que va a morirse, a menudo decía don Jaime, el padre de Yoli.

   Y sí, la situación de Leopoldito era muy preocupante, así que el abuelo fue hasta la farmacia del pueblo y exponiéndole el problema del nieto al farmacéutico, éste le dijo que se quedara tranquilo que le prepararía un inhibidor de apetito. Pasados unos días, don Jaime regresó a la farmacia de donde trajo el tónico. Una semana más tarde ya se notaba que Leopoldito disminuía la gordura, pero al mes había adelgazado tanto que para verlo bien debía de hacerse de frente, de lo contrario parecía estar viendo un palo de escoba con cabeza. De manera que suspendieron el medicamento inmediatamente, pero Leopoldito siguió sumiéndose en una flacura asustadora. 

   A la tarde voy a ver al farmacéutico, dijo don Jaime, para que prepare otro tónico, uno que no haga engordar tanto ni enflaquecer mucho. 

   Pero esa mañana, los Miguens volvieron a preocuparse con el pimpollo: Leopoldito noestaba por ningún lugar. Buscaron debajo de las camas, adentro de los roperos, en la quinta de verduras, en el galpón y nada de Leopoldito, entonces fueron a la parte de adelanre de la casa; si no lo encontraban allí quería decir que... Nadie se atrevió a terminar la frase. 

   Allí, entre la casa y las rejas de la calle, estaban los dos hermanitos mayores de Leopoldito, jugando a las figuritas. 

   ¿No vieron a Leopoldito?, les preguntó Yoli, temblando de la cabeza a los pies. 

   Sí, mami, dijo uno, está ahí, señalándole las rejas. 

   Todos miraron hacia las rejas, pero ninguno vio a Lepoldito. Hasta que una de las rejas se movió. 

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LEOPOLDITO por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución 4.0 Internacional.
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ALMA ATRAPADA


El primer trabajo importante que le dieron en el diario a Henry Holden lo llevó a las planicies del oeste americano, acompañando al reportero. El trabajo consistía en retratar las costumbre de los indios. Con el reportero no hubo problema, pero con él... 

   Los indios se negaron a fotografiarse, pensando que la máquina tenía el poder de atrapar en imágenes las almas de los retratados. De nada le sirvieron los artilugios que fue capaz de echar mano, y solo pudo sacar una sola fotografía, escondido entre los arbustos: un indio que se encaminaba con arco y flechas para una cacería. 

   El indio había salido de mañana y ya mediando la tarde no aparecía. Ésto inquietó a la tribu, con lo que se formó un grupo de búsqueda. Ya era noche hecha cuando el grupo apareció trayendo al cazador sobre el lomo de un caballo, herido de muerte. Lo había matado un oso, abriéndole el pecho a zarpazos. 

   Una nota más, dijo el reportero. 

   Y quizás ninguna fotografía, acotó él.

   De regreso en la redacción del diario, el reportero se puso a pasar a máquina sus apuntes y él se encerró en el laboratorio fotográfico a fin de rebelar la posible única fotografía. Minutos más tarde se escucharon ruidos, como de cosas siendo rotas y gritos provenientes del laboratorio. Antes que llegaran a la puerta los colegas lo vieron salir, pálido como el mármol, y cerrar con fuerza la puerta tras de sí; tenía la camisa rasgada y manchada de sangre a la altura del hombro, y una flecha atravesada en un hombro. 

   ¡¿Qué ha ocurrido?!, le preguntaron, sorprendidos,los colegas. 

   Corrí con suerte... si no estuviera demasiado... oscuro, no sé..., fue todo lo que dijo, entre espasmos y la vista turbada, antes de caer desmayado. 

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SUEÑOS


Con el futuro asegurado todos los sueños son posibles y las amarguras del mundo quedan atrás. Como las suyas allá en los sórdidos suburbios de Londres. Suburbios que ya eran recuerdos y muy pronto olvido total, apenas pusiera los pies en suelo americano. Todo el glamour de Nueva York pasaría a llenar todos los días de su vida, porque en América lo esperaban una hermosa y rica mujer, una carrera promisoria, una envidiable posición social, el lujo y el placer de vivir. En fin, todo lo mejor que
 se puede esperar de la vida. Con todo eso soñaba Paul Harold Ramsay mientras fumaba un cigarrillo y degustaba un Whisky, aquella noche del 14 de abril de 1912, a bordo del Titanic. 

EL DESCONOCIDO


En lo mejor de la fiesta se me acercó un desconocido y me preguntó si yo era Marcelo. Yo, pensando que se trataba de mi amigo Marcelo, le indiqué dónde se encontraba:

   No amigo, es aquel que está conversando con la chica de vestido azul, cerca de la piscina, le dije. 

   Lo vi dirigirse hacia mi amigo, y no le presté más atención. Al rato, se me acercó Marcelo y le pregunté qué quería el desconocido con él. 

   Conmigo nada, me preguntó sí yo era Pepe, así que le dije dónde estaba, me respondió Marcelo. 

   ¿Pepe?, pero si a mi me preguntó por vos, le dije.

   En eso llegó Pepe a pedirme un cigarrillo. Así que le pregunté qué quería el tipo con él. 

   Conmigo, nada, me preguntó si yo era Javier, así que le dije dónde estaba Javi y fue a hablar con él, dijo Pepe. 

   Ya con eso bastó para dejarnos intrigados, así que fuimos los tres atrás de Javier. Cuando lo encontramos le preguntamos por el desconocido. 

   Nada, me confundió con Ricardo. Se lo mostré y no lo vi más, ¿por qué? 

   Listo, los cuatro fuimos atrás de Ricardo y él nos dijo que el desconocido le preguntó si él era Pedro. Y cuando encontramos a Pedro nos dijo que le preguntó si él era Matías, y Matías que le preguntó si él era Mario y como Mario nos contó lo mismo y con otro amigo pasó la misma cosa y con otro también, salimos todos, que a esa altura ya éramos unos quince, atrás del tipo. 

   Lo encontramos diez minutos después, preguntándole a un muchacho si él era un tal Gustavo. Lo rodeamos y le preguntamos quién y cómo se llamaba. 

   Eso mismo quiero saber yo, nos dijo, por eso pregunto los nombres de todos a ver si alguien me conoce y me dice quién soy.  

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sábado, 26 de septiembre de 2020

LA YETA


Rubén, el inquilino, y Agustín, el propietario del inmueble que ha venido a cobrar el alquiler, están sentados en el comedor; entre ambos hay una botella de plástico con limonada y un vaso de vidrio al lado de Agustín. 

    Ay, ay, ay, ¡qué tiempos difíciles!, se queja Rubén; son los tiempos oscuros, mi querido Agustín, que han sobrepasado el umbral de la puerta y se han instalado en esta humilde morada, y ahora, como bien podés apreciar, estamos rodeados por la miseria más miserable (Agustín mira alrededor, todo continuaba como el mes anterior, hasta el discurso se parece). 

Rubén continúa:

   Si no, pongamos de ejemplo esta limonada, Rubén indica la botella delante de Agustín, de la cual, y no te quito la razón, solo has tomado un sorbo nada más. Al ver tu cara sufrida me acuerdo de la mía, y no es para menos, caliente y ácida como está. Pero es lo hay, ¡es lo que podemos, Agustín! (Agustín mira el vaso y vuelve a sentir el amargo en el paladar). 

   Podría extenderme en el asunto, pero no quiero echarte a perder el día, que será feliz y productivo (Agustín revolea los ojos). 

   Yo sé, mi amigazo querido, que empezar el día con el pie izquierdo puede parecer el primer signo de una jornada fatal, pero !dónde está el espíritu patriótico!, ¡el optimismo en el futuro! Hay que tener fe, Agustín, si no estamos perdidos (Agustín mira para todos lados, pero no ve ni el espíritu ni el optimismo y mucho menos la fe). 

   Creéme, Argentina saldrá a flote y entre todos, desde el más humilde campesino hasta el presidente, vamos a sacar adelante nuestra patria amada. Al final, recordá lo que dice la Biblia: "ayúdate para que te pueda ayudar". Y Dios, que nunca se olvida del todo de ninguno de sus hijos, no dejará a su pueblo a la intemperie (Agustín vuelve a mirar alrededor y más allá de la ventana, pero no ve a Dios, que como el dinero que vino a buscar brillan por su ausencia). 

   Todo esto no pasa de una prueba, pero nosotros, todos juntos, vamos a mostrarle a Él que somos hijos dignos del Señor. Y te digo más, somos argentinos, por lo tanto peleamos hasta el final (¿a que final se refiere, Ringo contra Clay?, se pregunta Agustín). 

   Entretanto, esperemos que el próximo mes la cosa empiece a mejorar (Agustín va a decir algo, pero Rubén no lo deja porque sigue hablando como una cotorra). 

   Pero ¿qué? No y no. No pensés en eso ahora, que es al pedo (¿será que me leyó el pensamiento?, se pregunta Agustín). 

   Yo no digo que sea fácil, pero tampoco es imposible (¿de qué habla?, se vuelve a preguntar Agustín), porque arreglar este despelote va a dar más trabajo del que le dio a Dios hacer el mundo, y mira que el barbudo es grande. Y todo por qué, ¿eh?Porque en el mundo mandamos nosotros, los peores de todos los animales y ahí, mi amigo, la cosa se complica. Pero te prometo, y vos sabes bien que para mí las promesas son deudas (Agustín asiente con la cabeza, si lo sabrá él, se dice), una cosa es deber algunos meses de alquiler, pero no pagar promesa, ¡ah, no!, eso sí que no admito (Agustín cuenta por debajo de la mesa con los dedos para ver cuántos meses son esos "algunos meses" de los que habla Rubén). 

   Y, como siempre digo: debo y no niego, pero pago cuando puedo (me cagó otra vez, piensa Agustín mientras se hunde en la silla). 

   Pero, ¿qué...qué...? No te desanimes, Agustín, tenemos que tener fe. Mirá..., no, mejor me quedo de pico cerrado. Como ya te dije, no quiero echarte a perder el día, que será maravilloso (Agustín mira una vez más por la ventana, oscuros nubarrones se están formando en el horizonte). 

   Entonces, mi querido Agustín... y pensar que apenas ayer eras Agustincito, que venía todos los meses a cobrar el alquiler de la mano de don Ricardo, que en paz descanse y Dios lo tenga en su regazo (Agustín mira hacia el techo). 

   Es un decir, claro, pero no pensemos improbable tamaña empresa, al final, ciento treinta kilos no son nada para Dios, un par de kilitos de algodón aquí en la tierra para nosotros, mucho bulto y poco peso. Además, como acabo de decir, quien se ocupa de eso es el jefe de allá arriba y Él todo lo puede, incluso con tu voluminoso padre, con todo respeto, claro (Agustín vuelve a mirar al techo, pero no piensa en los kilos de su padre, sino en la posibilidad de Dios. Que si todo lo puede por qué no puede hacer que Rubén meta la mano en el bolsillo y le dé algunos pesos aunque sea). 

   Perdón Agustín, me perdí, seguramente por la emoción al recordar a tan entrañable amigo. ¿Dónde estaba?, ah, sí, en el próximo mes. Bien, dejame caer nuevamente en la melancolía Agustincito, que es como siempre serás para mí, esperemos el mes que viene con optimismo que, sin dudas alguna, saldrás de esta honesta casa con algo en los bolsillos. 

   Los hombres se levantan, Rubén enérgicamente y Agustín resignado; enseguida Rubén apoya una mano en el hombro de Agustín y, empujándolo cariñosamente, lo acompaña a la puerta de salida.

   Hasta luego, mi querido amigo, adiós y nos vemos el mes que viene si Dios quiere, dice Rubén (a Agustín no le sale ninguna palabra y se marcha con la cabeza gacha, como un zombi). Rubén cierra rápidamente la puerta y exclama, agitando los brazos: 

   ¡Qué carajo, che! ¡Qué tipo pesado! Por qué no se va al quinto de los infiernos ese infeliz parasitario, ese engomado acomodado, caradura sinvergüenza, insecto invertebrado, paria social, lacra, vudú. Después mira hacia todos lados y gruñe: 

   Pero ¿dónde está Jorgito, eh? Ah, estás ahí, le dice al hijo que justo en ese momento aparece. Acercate y prestá bastante atención: andá de una carrera al almacén de don Pedrito y jugá cien pesos al trece a la cabeza para el mediodía, en la nacional, y otros cien para la tarde, también en la nacional, ¿entendiste bien? 

   ¿Al mismo número, papá?, pregunta Jorgito. 

   ¡Claro, pelotudo!, dale y apuráte. Pero qué pendejo más boludo, nunca vi otro igual, ¿a quién habrá salido?, se queja Rubén. 

   ¡Rosario, ya podés aparecer!, le grita a la sirvienta.

   Enseguida aparece Rosario. 

   ¿Qué quiere, don Rubén?, pregunta.

   Guardá esta limonada de mierda debajo de la pileta de la cocina para el mes que viene, cuando venga de nuevo el pelotudo de Agustín a hinchar las pelotas con el maldito alquiler, le ordena Rubén, y se aplasta en el sofá a ver televisión.

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EL SUICIDA Y EL LOCO

    Rapallo, Genova -  Febrero de 1883  Parado al borde del acantilado, Amedeo flexionó las piernas y cuando estaba a punto de dar el gran s...