domingo, 18 de octubre de 2020

ABUSO DE CONFIANZA


 Un ruido proveniente desde algún lugar de la casa me sacó del sueño; busqué a tientas el interruptor del velador y aún medio soñoliento abrí la puerta y me asomé al pasillo. Gracias a la luz prendida de la cocina fue que pude ver la silueta cadavérica del antiguo dueño de la casa antes que desapareciera tras el marco. Dicen los vecinos que murió aquí dentro y debe ser cierto porque más de una vez lo he pillado vagando por las noches entre los cómodos. 

   A ver si deja todo en su lugar, le grité desde la puerta, pero el fantasma maleducado ni se molestó en contestarme, y como no estaba con ánimo de discutir sobre abusos de confianza ni obligaciones volví a la cama. Por la mañana me dirigí con pasos rápidos a la cocina. Todo estaba en su lugar; la luz apagada, la vajilla en el secador y al lado del tachito de la basura la botella de vino... vacía.

                                                                          Fin. 

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Abuso De Confianza por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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FLITTERWOCHEN IN DER HÖLLE

                                                                                                       "Que el infierno te sea leve", Murphy, quizás.             

El casamiento es realizado con la presencia de pocos invitados. 

   "A la altura de las circunstancias", considera el novio; ya la novia, lamenta no haber sido más dura en un tiempo donde su boda quedaría registrada en la historia como la más fastuosa jamás vista en suelo patrio; de ninguna manera esta infame y triste fiesta de ratas, que la agobia enormemente. 

   Entretanto, el recuerdo de la boda ha de durar lo que ni se acerca a lo efímero, comparado a lo que vendrá. 

   "Será una luna de miel tan larga como lo es la eternidad", promete el novio, a instantes del "sí, quiero". 

   Menos de cuarenta horas después, entre las tres y las cuatro de la tarde, los recién casados se despiden de la vida; él, con una bala en la cabeza, y ella, con una ampolla de cianuro. 

   Inmediatamente, a dos pasos de atravesada la última puerta, la eterna luna de miel del führer y Eva Braun comienza... en el infierno. 

                                                                             

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FLITTERWOCHEN IN DER HÖLLE por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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CALOR


 El canturreo de la muchachada en la vereda la sacó del sueño.  

   Ya van a ver esos vagos, rezongó la vieja y fue arrastrando los pies hasta el lavadero, con cierta dificultad se agachó y sacó de abajo de la pileta un balde de plástico, pero cuando abrió la canilla un ronco moribundo y cavernoso le notificó que habían cortado el suministro de agua. La vieja lanzó una maldición que abarcó todo lo existente en el mundo; antes de entrar dejo la canilla abierta para saber cuando el agua retornase. Volvió a su habitación con los mismos pasos arrastrados, abrió los postigos de la ventana, estiró el cogote, pero el esfuerzo fue inútil, la marquesina sobre la planta baja le impidió ver a los muchachos cantores porque estaban recostados contra la pared. La vieja balbució unas palabrotas que se perdieron en la nada y empujada a la fuerza por el aire que despedía el asfalto infernal cerró con violencia los postigos y los vidrios y corrió las cortinas, pero aun así las voces cantarinas traspasaban las inútiles barreras, como cizañas curtidas aprovechando el mínimo recoveco para escabullirse al interior. El calor, a pesar de la penumbra del departamento, casi la sofocaba, con lo que fue a buscar aire a la terracita junto a la cocina, pero la poca brisa, que apenas movía una deshilachada cola de barrilete en la antena del vecino, y el bochinche de los muchachos, intruso y abominable, que se escurría por la puerta sin vidrios de la entrada en la planta baja, reptando como una víbora por la escalera e invadiendo la terraza, el aire, el barrio, el mundo y sus pensamientos la hizo desistir, con lo que cerró la puerta de la cocina inmediatamente con un sonoro portazo. La vieja pensó que moriría en aquel horno. Abrió la puerta de la heladera, arrimó una silla y se dejó caer y allí, al fresco, permaneció masticando rabia y aguardando el momento en que la canilla del lavadero empezara a gotear. Mientras tanto los muchachos continuaban musicalizando los momentos del día.   

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CALOR por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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SUEÑO MARAVILLOSO


 El sueño empezó con él saliendo de su casa; las veredas en ese momento estaban bastante concurridas. Don Paco hablaba con la vecina de la izquierda de su casa y varios chicos caminaban en procesión fragmentada hacia la escuela en pequeños grupitos. Salió a la vereda y caminó hacia el quiosco de revistas; un churrero ya doblaba la esquina; al pasar por detrás de doña Matilde, barría la mugre de la vereda mientras renegaba, como siempre, por los conductores que levantaban un tierrero de los mil demonios; dos casas más adelante el muchacho melenudo tocaba la guitarra sentado en el umbral de la puerta. Cuando por fin llegó al quiosco, esperó que el quiosquero atendiera a una señora y a dos hombres que estaban delante de él; intercambió algunas impresiones con el quiosquero sobre el día soleado y compró el diario. 

   Mientras caminaba leyó en la primera plana algo que lo despertó de inmediato. Sudaba y le resultaba difícil respirar. Bajó de la cama y se acercó a la ventana, por entre la persiana vio a don Paco, la mirada triste, sentado en el porch y a doña Matilde, barriendo con cierto aburrimiento. Corrió el vidrio y afinó el oído, no escuchó el bullicio de los chicos yendo al colegio ni la guitarra del melenudo ni el pito del churrero ni el ruido de los motores de los vehículos. No fue hasta que notó los tapabocas en las caras de don Paco y doña Matilde que se dio cuenta que estaba en el plena pandemia, entonces el sueño del cual acababa de despertar, que meses atrás le hubiera parecido sin gracia, le pareció maravilloso.  

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Sueño Maravilloso por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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LA GUERRA


 Los rumores, finalmente, se confirmaron; la guerra continuaba y todo por el capricho de dos partes que si realmente buscaban la paz, como decían, la guerra nunca hubiera sido un hecho concreto. El joven Will le echó un último vistazo a la granja, convencido que en aquella última mirada había un adiós definitivo, y marchó a alistarse. Ya había cumplido los dieciocho y si no se presentaba por cuenta propia no tardaría en ver aparecer por el camino polvoriento el camión militar para llevarlo de todas maneras y arrojarlo al centro del conflicto, como quien arroja un trozo de carne a las brazas. 

   Una de sus actividades en la granja era la de fumigar tanto sus plantaciones como las de los campos de los vecinos, que requerían sus servicios por ser el único a poseer una avioneta para tal fin. 

   Su padre había muerto años atrás, su madre el año anterior, con ambas pérdidas la realidad de su vida, antes feliz en medio de la vida rural, ya no le causaba más gracia. 

   Un mes después de haberse presentado a la base militar donde fue destinado le anunciaron que bombardearían por sorpresa una base japonesa en una de las islas del pacífico la próxima madrugada. Desde su llegada había notado que en ninguna incursión ofensiva regresaba el mismo número de aviones que había partido al frente de batalla; se preguntaba en esos momentos si cuando fuera su turno volvería para contar la historia, pero ¿qué otra cosa podía hacer, sino enfrentar un destino que podría no serle venturoso a cada partida, que eran muchas por día? 

   Esa noche estudió bien el mapa y la estrategia que debía seguir si quería salir ileso de la aventura a punto de emprender. Partieron de la base y se encaminaron en la oscuridad como aves agoreras rumbo al nido del enemigo. Su avión fue quedando cada vez más retrasado, y cuando le fue preguntado por radio si todo estaba bien dijo que sí, aunque el avión perdía algo de velocidad. Casi llegado a un punto del mapa, que había señalado con una X en rojo, disminuyó la altura. Will escrutó el horizonte: el firmamento apenas comenzaba a clarear. Unos segundos después accionó el mecanismo de eyección y de inmediato fue propulsado fuera de la cabina. Tras el salto vio a sus pies la sombra del avión seguir su vuelo hacia la sepultura última en las aguas frías del Pacífico, y en seguida oyó el zambullón y el sordo borboteo posterior, al desaparecer para siempre. Ni bien tocó agua Will se deshizo del paracaídas y se dejó llevar por las olas que no demoraron mucho en arrojarlo a la playa, donde se quedó hasta que clareó lo suficiente para ver, cerca suyo, el paracaídas sobre la arena. Se apresuró a recogerlo y hacer un bollo con él; en seguida se internó en la vegetación. Caminó por horas y, según sus cálculos, creyó estar en el medio de la isla. En las aguas de un arroyo calmó la sed y decidió armar campamento allí mismo. Se despojó de las ropas, las enjuagó a fin de sacarle la sal del mar y luego las tendió sobre una mancha de sol que se escurría por las copas de los árboles; después se estiró en la hierba y escuchó su voz, como si fuera otro el que hablaba: "La guerra no es para mí".  

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La Guerra por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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LA REALIDAD


 Estaba recostado en la pared, inmóvil y con los brazos, dos apéndices inútiles, vencidos al costado del cuerpo. Las lenguas de fuego, que rabiosamente escapaban por la puerta y las ventanas de su casa, del otro lado de la calle, bailaban en el brillo de sus ojos de mirada perdida. El mundo a su alrededor era como si ya no le perteneciera, no oía los gritos de la gente ni el crepitar incesante de las llamas, ni los pasos apresurados de los que acudían con baldes cargados de agua ni la creciente intensidad sonora de las sirenas de los bomberos y las ambulancias que venían al socorro del siniestro. De pronto alguien emergió de las llamas y eso lo sacó del sopor mental que hasta ahí lo constituía y lo trajo de vuelta a la realidad de su entorno. Era la figura chamuscada de su padre; vencido ya, él se arrodilló en la vereda y empezó a llorar desconsoladamente mientras abrazaba a aquel pequeño cuerpo inerte y sin vida que era el suyo. 
 

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La Realidad por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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INTERPRETACIÓN


 El avión caía velozmente en tirabuzón, las llamas en la hélice delantera empezaron a trepar sobre la trompa y pronto alcanzaron los vidrios. La cabina se tiñó de anaranjado fosforescente, impidiéndole al piloto ver el momento final cuando el avión se estrellase contra el suelo. Luchaba con todas sus fuerzas por desprenderse el cinto de seguridad, pero el mecanismo se había trabado, de pronto las llamas quebraron el vidrio y el fuego avanzó al interior; instintivamente se atajó con las manos, pero solo sintió la quemazón en dos dedos de una mano y en un punto del muslo de una pierna. Aquello lo despertó en el acto, el cigarrillo se le había caído y un orificio de borde quenado le había arruinado el pantalón nuevo. Al día siguiente suspendió el viaje de avión que tenía programado a Europa, y cuando pasó por el quiosco saludó al dueño pero no compró cigarrillos. 
 

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Interpretación por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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EL SUICIDA Y EL LOCO

    Rapallo, Genova -  Febrero de 1883  Parado al borde del acantilado, Amedeo flexionó las piernas y cuando estaba a punto de dar el gran s...