domingo, 18 de octubre de 2020

EL CINE

 

Sin dudas dormir sentado en una butaca de cine no es muy confortable, pero sale más barato que hacerlo en un hotel. En contra posición puedo ver películas, cosa que en un hotel barato sería imposible, ver televisión incluso. Después de meses durmiendo en este hotel abierto las 24 horas, empecé a notar caras conocidas, en los intervalos más que a la entrada o a la salida. Descubrir que no soy el único a recurrir a la oscuridad del cine para pasar la noche, ni el único a padecer penuria en este mundo ingrato me reconforta bastante. 

   Al parecer el dueño del cine se ha dado cuenta de ello, porque hoy la entrada ha aumentado, igualando a la del hotelucho de quinta categoría donde pernoctaba antes de descubrir este cine. 

  Hago un comentario por lo del aumento y el boletero me dice que  de ahora en adelante la entrada incluye el desayuno. 

   Bueno, de todas maneras aún vale la pena, pienso, y pago con gusto.

   El boletero me pasa la entrada y muy gentilmente me da las buenas noches. 

                                                                                

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El Cine por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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COINCIDENCIAS

 

1- EL CIENTÍFICO 

   ¡¡¡Eureka!!!, estalló el científico. Al fin, después de largos años de investigación e innumerables experimentos, había conseguido crear una consciencia artificial. Ahora solo le faltaba encontrarle un cuerpo, pero ¿masculino o femenino? 

2- LOS AYUDANTES 

Los dos hombres se mantenían alertas; la plaza estaba repleta de gente joven y a cada muchacha bonita que veían, como les recomendara el jefe, le sacaban una foto. 

3- EL CIENTÍFICO 

El científico examinó cada fotografía con detenimiento, separándolas en dos montones: uno correspondía a las que descartaba porque ninguna muchacha le gustaba, el otro, a las que sí. Después volvió a repetir una nueva clasificación, y otra y otra hasta que restó solo una fotografía. 

      Tráiganme a esta, les ordenó a los ayudantes. 

4- LA NOVIA 

La muchacha estaba sentada sola en un banco de la plaza, esperando al novio, cuando dos hombres se sentaron junto a ella, uno a cada lado. Ella, sospechando algo raro, atinó a levantarse, pero uno de ellos se lo impidió, agarrándola discretamente por un brazo, mientras el otro le pasó unas fotografías. 

   ¿Los conoces?, le preguntó. Ella examinó las fotografías, reconociendo a su hermanito de tres años, a su hermana mayor, a sus sobrinos y a sus padres. Confundida, levantó la vista, y preguntó a qué venía todo aquello. 

   Si no quieres que les pase nada malo, acompáñanos hasta el automóvil y todo va a salir bien, le dijo el otro. Ya en el vehículo los hombres la durmieron y volvieron al laboratorio. 

5- EL NOVIO 

El muchacho, hundido en el asiento del automóvil estacionado en la esquina, vigilaba a su novia que lo esperaba sentada en la plaza. Por sus celos incontrolables siempre estaba desconfiando de todo y de todos. Habían marcado para las siete, pero él había llegado media hora antes para cerciorarse de que venía sola o para pescarla in fraganti, si por acaso alguien la acompañaba. 

   ¡Maldita!, masculló, al tiempo que golpeaba las palmas de las manos en el volante, cuando vio a dos tipos que se sentaban uno a cada lado de su novia; y volvió a maldecirla cuando los tres se levantaron y se dirigieron al automóvil, estacionado en la vereda de enfrente, mientras ponía el suyo en marcha para seguirlos. 

6- LOS AYUDANTES 

Después de dejar a la muchacha tendida sobre la camilla, los ayudantes volvieron al salón y se pusieron a ver una partida de baloncesto por televisión. 

7- EL CIENTÍFICO 

El científico despojó a la muchacha de sus ropas y se dispuso a trabajar. 

8- EL NOVIO 

El novio estacionó cerca de la casa donde vio entrar el automóvil. Estaba indeciso, por un lado quería entrar con vehículo y todo y sorprenderlos con la mano en la masa para justificar el asesinato de los tres y por otro, temía echarlo todo a perder por su impetuosidad, no dándoles tiempo de empezar la farra y con ello brindarles una chance de inventar alguna disculpa que lo pusiera en ridículo. 

9- EL CIENTÍFICO 

El científico raspó una pequeña porción de cabello de la muchacha, hizo una pequeña incisión en el cuero cabelludo y retiró un centímetro cuadrado de casco craneal; luego de implantar el chip con la memoria artificial volvió a tapar el orificio e hizo los curativos correspondientes; finalmente, se quedó contemplando el cuerpo sedado sobre la camilla. 

10- EL NOVIO 

El novio todavía no se decidía ni a una cosa ni a la otra cuando vio por el retrovisor un entregador de pizza en bicicleta venir en su dirección. 

   Lo paró.

    ¿Cuánto por una pizza?, le preguntó. 

   No son para vender son para entregar, respondió el entregador. 

   Te doy cien verdes por todas las que llevas ahí, propuso el novio. 

   No puedo hacer eso, insistió el entregador. 

   Claro que puedes, dile a tu jefe que una pandilla te robó. ¿Qué te parece, te ganas cien "platas" fácil, fácil y de paso no te muelo los huesos ahora mismo? Hmm, ¿qué me dices? El entregador pensó un momento, sacó cuentas y concluyó que la disculpa tenía sentido; el dinero no le vendrían nada mal y, además, el tipo era más fuerte que él. 

   Ok, respondió, le pasó las tres pizzas, manoteó el billete de cien dólares y desapareció. 

11- LA NOVIA 

La consciencia despertó. 

   Hola, le dijo el científico. Ella miró, algo perturbada, al hombre que la observaba parado a su lado. No respondió nada. 

   Ven aquí para que veas el cuerpo que te conseguí, le dijo el científico, arrimando un espejo de tamaño natural cerca de ella. 

   ¿Qué te parece?, le preguntó. 

   Me gustó, respondió la consciencia, mientras observaba su cuerpo desnudo por todos los ángulos. 

12- LOS AYUDANTES 

El timbre sonó tres veces. Uno de los hombres fue a atender y cuando abrió la puerta vio a un joven parado sosteniendo tres cajas de pizza. 

   Acá está su pedido, le dijo el muchacho, que inmediatamente lo reconoció como siendo uno de los dos hombres en la plaza. 

   Aquí nadie ha hecho ningún pedido, está equivocado, respondió el hombre. 

   No puede ser, la dirección concuerda, insistió el novio. El hombre supuso que su jefe había hecho el pedido, entonces agarró las cajas. En ese instante vio algo plateado en una de las manos del muchacho. Tras el golpe en la cabeza se desplomó como una bolsa vacía. El muchacho agarró las cajas en el aire y siguió, puerta adentro, el sonido de un televisor encendido. El otro hombre estaba de espalda mirando la partida y así como estaba continuó después que la llave inglesa en la mano del muchacho le partió la cabeza. 

12- FINAL 

El científico contemplaba el hermoso cuerpo desnudo de la muchacha frente al espejo cuando alguien abrió la puerta bruscamente. Se dio vuelta, furioso por la interrupción, pero ya el desconocido bajaba su mano con algo plateado contra su cabeza. La muchacha inmediatamente se cubrió los senos y el pubis con las manos al tiempo que soltaba una exclamación aguda. 

   ¡Perra maldita! !Y encima con un viejo!, le gritó, los ojos inyectados de sangre. Ella, en claro estado de shock, sin saber qué decir apenas cerró los ojos. Entonces un golpe en la cabeza apagó sus sentidos, por eso no sintió los otros golpes que el novio enceguecido por los celos le siguió dando, deshaciéndole el rostro hasta que se le acabaron las fuerzas. 

                                                                                  

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LA VENGANZA


 Nunca se conformó que ella lo dejara y por más que hizo todo lo que estuvo a su alcance para reconquistarla no consiguió hacerla cambiar de opinión. Sufrió como el más desdichado de los hombres cuando se enteró que ella se había puesto de novia y más aún cuando supo de su compromiso. Y su sufrimiento aumentó considerablemente cuando finalmente ella se casó; y hasta pensó en quitarse la vida para la luna de miel de los novios; que para agravar su desdicha eligieron pasarla en el mismo lugar que un día ambos soñaron ir juntos. Después de pensarlo bien pensó que una venganza le resultaría más satisfactorio que la muerte, aunque eso significara extender su dolor. Una venganza triste sí, pero fue lo mejor que le ocurrió para no sentirse tan nada. 

   Una tarde, al regreso de los novios, esperó pacientemente en una esquina que el marido saliera del trabajo. Cuando lo vio aproximarse lo llamó aparte, presentándose como un ex de su esposa y que, además, era poseedor de un secreto sobre ella que hasta ese momento era solo de los dos (como se ve, el resentido ex novio ni se había detenido a considerar la posibilidad de que ella así como se lo había confesado a él también lo hubiera hecho con el otro). El marido, perplejo ante tan extraño abordaje, no sabía cómo preguntarle a aquel desconocido a qué venía todo aquello. Por su parte, el ex pensó que su cizaña ya estaba haciendo efecto en el tipo, entonces siguió con su infame cometido diciéndole que se lo diría para que viera cuanto ella lo había amado. 

   Como el ex de su esposa estaba dando muchas vueltas para revelarle sea lo que fuere sobre su mujer, impaciente, le preguntó: 

   Y ¿cuál sería ese secreto?, se lo pregunto porque creo que si se ha tomado la molestia para decírmelo y con ello hacerme sentir mal, ya lo ha logrado, entonces dígalo ya y listo. Dicho esto y para que el ex no volviera atrás en su decisión, el hombre puso cara de preocupado, un poco también porque quería estar al tanto sobre el pasado amoroso de su esposa, que en verdad casi nunca hablaba de ello. El ex, que masticaba lentamente su venganza y se regodeaba satisfactoriamente por dentro, ante la urgencia del otro se decidió a contárselo; se acercó al oído y se lo dijo muy pausadamente. Después se apartó un poco para ver bien la cara del otro cuando empezara a transformársele en una máscara de odio y rencor. Pero se quedó con las ganas con la inesperada actitud tomada por el marido de su ex novia, porque el tipo le dio una palmadita en el hombro y le dijo, también acercándose al oído y muy pausadamente: 

   Muchas gracias, hermano, y muy enfáticamente: 

   ¡Qué bien lo vamos a pasar esta noche! 

                                                                               

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La Venganza por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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DON ESPECIAL


 Gualberto García había nacido con un don especial: cuando soñaba veía todo lo que sucedería a su alrededor dentro de poco tiempo. Pero nunca se atrevió a rebelárselo a nadie; primero porque desde chiquito tenía miedo de que lo castigaran adjudicándole la culpa de las desgracias; después, más crecidito, porque se dio cuenta de que no bien sus parientes, principalmente el hermano mayor, que no se jugaba el alma al truco porque no podía agarrarla, se enteraran de su don especial no lo dejarían en paz hasta el último día de su vida para saber cuál número saldría a la cabeza en la quiniela, y por último, porque no estaba dispuesto a pasarse toda la vida con la cabeza llena de cables en algún laboratorio secreto del gobierno donde, como mínimo, lo estudiarían hasta que muriera de viejo. Cuando Gualberto se ponía triste, significaba que ya sabía que fulano enfermaría gravemente o que mengano moriría de un momento a otro. En esos días se sentía el hombre más infeliz de la tierra, porque veía al futuro difunto siguiendo la vida como si nada, ajeno al fatal destino que venía pisándole los talones, mientras él sufría por dentro por la desgracia ajena; y lo mismo le ocurría cuando se aproximaba alguna catástrofe que asolaría al pueblo. Al pisar los cuarenta Gualberto se encontraba solito en el mundo, entonces ocurrió que una noche soñó con su propia muerte. Afligido como no lo había estado nunca, resolvió contarle el sueño a un amigo, eso y la verdad sobre su don especial. De eso hace ya veinticinco años y todavía Gualberto García está vivito y coleando. 

   Si tan solo hubiera abierto la boca la primera vez, es lo que se repite cada día de su vida. 

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Don Especial por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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EL GRUMETE


 Definitivamente, niño es niño y el resto es cuento. 

   Todos a bordo habían muerto quién sabe de qué y ahora el único tripulante en aquel navío a la deriva era un grumete. Pero aunque todo lleva a pensar que, al verse rodeado de cadáveres putrefactos, estaría aterrado en un rincón, lo cierto es que se lo estaba pasando de lo lindo: se entretenía todo el día tirándole a los tiburones pedazos de cadáveres que cortaba con un cuchillo cebollero chino y a cada tanto, cuando algún tiburón asomaba demasiado la cabeza del agua, ¡zas!, le zampaba un remazo.  

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El Grumete por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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AMNESIA


 Anduve perdido de mi casa durante cinco días y durante todo ese tiempo estuve vagando sin rumbo por una ciudad que ya no conocía más. 

   Todo empezó el lunes por la mañana cuando llegué al trabajo y las herramientas de albañilería que llevaba en la mochila no concordaban con aquella oficina. El jefe me dijo, al final del día, que me tomara unos días de descanso. Preocupado por sus palabras no me di cuenta cuando llegué a mi casa, que resultó ser otra. La mujer, muy bonita ella, bonita y soltera, me hizo pasar y, al final, pasé una noche diferente, como puede imaginarse. 

   El martes terminé trabajando en una carnicería. El carnicero fue bastante compresivo y paciente y al final del día me dijo me pagó con un kilo de carne picada y me deseó buena suerte. A la vuelta acabé volviendo a la casa equivocada, como la noche anterior, pero así como la otra mujer, esta otra después de escuchar mi historia me dijo que podía quedarme ya que el marido era sereno en una fábrica; eso sí, tuve que abandonar la casa antes de las siete y media para no tener que darle explicaciones al marido que seguramente no iba a entender. 

   El miércoles terminé como ayudante de yesero y a la noche la pasé con la mujer de un remisero. Pero hubo un incidente que debo destacar, a eso de las tres de la madrugada el marido apareció. Bueno, pensé, a este tendré que darle una buena explicación, pero no fue necesario porque el hombre aprovechó la excusa de mi intromisión en su cama para llevarse sus ropas y todavía antes de irse me dijo "gracias, amigo" y se marchó contentísimo de la vida. 

   El jueves fui a parar a un hospital, pero no por pasar mal sino porque tuve que hacer una operación. Pobre tipo, cómo sufrió y lo que sufrirá porque me olvidé un guante y un bisturí cuando le cosí la barriga. El director del hospital me dijo que no me quería ver más la cara, ni como enfermo terminal. Bien, como es de suponer cuando llegué a casa, ésta era otra casa y una nueva esposa me esperaba. Menos mal que ésta estaba separada porque me ahorró las explicaciones por si tenía marido. Para todo esto yo ya sabía que en la noche siguiente acabaría en otra casa, lo que me dio mucha pena porque además de linda esta estaba buena. 

   Así llegué al viernes. Por la mañana acabé en la cabina de un camión atmosférico. Sí, lo sé, es un trabajo de mierda pero bueno, si me hubiera tocado una morgue hubiera sido mucho peor. A la tarde cuando me dirigía a quién sabe qué casa me preguntaba qué tipo de esposa me tocaría, porque hasta ahí había tenido suerte, ninguna había sido un cañón de fea y tampoco ningún marido incomprensivo me había roto el alma a palazos. Entonces cuando la puerta se abrió la mujer puso cara de asombro, se me arrojó encima y se puso a llorar con desesperación. Por las preguntas que me hizo supe que era mi verdadera esposa, pero no quise decepcionarla diciéndole que no me acordaba de ella, entonces le conté la mitad de la historia (la parte del día), que dormí en bancos de plazas, y más o menos se tragó el cuento; de cualquier manera para mí es como si ella fuera otra (nada más saludable que cambiar en menú de vez en cuando), por eso estoy conforme con mi amnesia; por lo tanto pienso seguir haciéndome el pelotudo y disfrutarla mientras dure. 

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Amnesia por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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LA PALA DE PUNTA


 El calor infernal me empujó a la sombra de los árboles; allá, en el medio del patio, la pala de punta quedó paralizada tras la última punteada, ardiendo bajo el fuego que bajaba del cielo de las dos de la tarde. Me recosté contra un tronco y cerré los párpados y me quedé así, soñando despierto con playas y palmeras, un daikiri en una mano y la brisa fresca del mar refrescándome las verijas. Cuando di por mí empecé a soñar dormido, o mejor dicho a tener una pesadilla, porque estaba debajo de un sol abrazador empuñando una pala de punta e intentando infructuosamente cavar un pozo en el suelo rocoso. La bocina de un vehículo que en seguida se perdió entre la nube de polvo que dejaba tras de sí me sacó de aquella horrible pesadilla, me ardían hasta los pensamientos. Entonces me percaté que por un hueco entre los árboles el sol inclemente me daba de lleno en la cabeza. A duras penas conseguí pararme y busqué el resguardo de la sombra y me volví a recostarme en otro tronco, dispuesto a seguir soñando despierto. Antes de cerrar los párpados le eché un vistazo a la pala, que continuaba enterrada en el suelo incandescente y ardiendo en silencio, pero la sombra bendita ya casi la alcanzaba. 

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La Pala De Punta por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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EL SUICIDA Y EL LOCO

    Rapallo, Genova -  Febrero de 1883  Parado al borde del acantilado, Amedeo flexionó las piernas y cuando estaba a punto de dar el gran s...